23 de junio de 2017

El yugo de Cristo

olemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Mt  11,25-30

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 

‘Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera’”.


COMENTARIO

Jesús sabía que había muchos que, en su tiempo, cuando vino por primera vez al mundo, creían que lo sabían todos. Es más, se les tenía como los sabios, digamos, oficiales. Sin embargo, el Hijo de Dios agradecía a su Padre que a tales personas no les revelase lo importante de su voluntad y su santa Ley.

Era bien cierto, entonces, que nadie había visto a Dios salvo su Único Hijo. Y es que no sería hasta su muerte y su resurrección cuando se abrirían las puertas del Cielo. Pero entonces, en aquel momento, sólo Cristo había visto a Dios.

De todas formas, Cristo llama a los más necesitados de ser llamados: a los que sufren, a los que lloran, a los que son tomados por inútiles por una sociedad equivocada. Y les ofrece su corazón, sagrado, para que descansen en él.


JESÚS,  gracias por ser descanso para nuestras almas.



Eleuterio Fernández Guzmán

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