Miércoles
XXVI del tiempo ordinario
Lc 9,57-62
“En aquel tiempo,
mientras iban caminando, uno le dijo: ‘Te seguiré adondequiera que vayas’.
Jesús le dijo: ‘Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. A otro dijo: ‘Sígueme’. El
respondió: ‘Déjame ir primero a enterrar a mi padre’. Le respondió: ‘Deja que
los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios’.
También otro le dijo: ‘Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los
de mi casa’. Le dijo Jesús: ‘Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia
atrás es apto para el Reino de Dios’”.
COMENTARIO
No era nada extraño que
muchos quisieran seguir a Jesús. Llevados por un fervor que se asienta en
aquello visto (en sus hechos extraordinarios y palabras) querían, muchos, como
decimos, ir con aquel Maestro.
Jesús, sin embargo, sabe
que una cosa es lo que se piensa y otra lo que, al final, puede hacerse. Y
explica con toda claridad su propia realidad: no tiene nada ni nada tiene. Y
eso deben saberlo antes de decidir seguirlo.
La prueba de que nada
tiene quien le sigue es que Cristo les hace ver que hay que dejarlo todo. Y
esto, que no es fácil acaba por no serlo. Y es que seguir al Hijo de Dios debía
suponer saber a qué se iba.
JESÚS,
danos
fuerza para seguirte
Eleuterio Fernández Guzmán
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