12 de septiembre de 2016

La mucha fuerza de la fe

Lunes XXIV del tiempo ordinario
Lc 7,1-10
En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: ‘Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga’. 

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: ‘Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace’. 

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: ‘Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande’. Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.”

COMENTARIO

A lo largo de su vida llamada pública, Jesús se encuentra con muchas personas. Es decir, desde creyentes fieles judíos, pasando por temerosos de Dios o, por fin, simples paganos de religión no judía. El caso es que alguna vez muchos se llevan una sorpresa.

Aquel centurión quería mucho a su siervo. Tal es así que no ve otra solución que acudir a aquel Maestro del que muy bien había escuchado hablar. Seguramente sería, aquel hombre, un temeroso de Dios. No le avergüenza, para nada, acudir a un judío.

Jesús sabe que aquel hombre ha confiado la vida de su siervo a Cristo. Ha confiado totalmente en Quien dicen que puede curarlo. Por eso, Jesús le hace el favor aquel y cuando el buen hombre llega a su casa encuentra a su siervo curado. Otra cosa no podía esperar, ni él ni nadie, de Cristo.

JESÚS, ayúdanos a tener la fe del centurión. Al menos esa.


Eleuterio Fernández Guzmán

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