27 de febrero de 2015

Nuestros pequeños mundos que nos menguan

Pablo Cabellos Llorente          








Es muy posible que me traicione el mismo título de este artículo porque tal vez exprese lo contrario de lo que deseo escribir. Sí, quizá para hablar en positivo no es buena fórmula comenzar por lo negativo. Me mueve que tal vez sea una alerta contemplar algo que sucede con el fin de evitarlo. Lo que pienso que ocurre es que nos quejamos en demasía, somos frecuentemente negativos en el enfoque de los problemas y sus posibles soluciones, nos inclinamos a ver el mundo difícil en el que estamos inmersos sin querer contemplar tantas cosas buenas que suceden en nuestro entorno inmediato y en el un poco menos inmediato que es planetario. Hay un choque entre la aldea global en que vivimos y los asuntos  padecidos que nos aíslan en nuestro pequeño mundo.


 No trato de pintar un cuadro edulcorado para tantos asuntos amargos con los que nos vemos obligados a convivir. Se trata del enfoque, de que los temas que nos oprimen sean menos pesados porque vivimos una virtud muy necesaria y de la que quizá se habla poco: la magnanimidad, grandeza y elevación del ánimo, como la define el DRAE. Diré también el motivo inmediato por el que escribo sobre el tema. El abominable ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo y el posterior comportamiento de ésta, tan mezquino como los anteriores. Incluso Cameron, tal vez por ser más demócrata que nadie, afirmó que en democracia existe la libertad de insultar. Posiblemente olvidó que Reino Unido y Australia han sido precursores en la imposición de sanciones penales por comentarios ofensivos, violentos o falsos en Internet. Un mensaje lesivo en Facebook se castiga en Gran Bretaña de forma más dura que el insulto en la calle.
  
En nuestro país, al día siguiente de la protesta por la libertad de expresión agredida, se averiguaba si era delictiva la afirmación de  un batasuno que pedía  dar jaque mate a la guardia civil en Euskadi. No trato de establecer parangones pero un poco chusco sí resulta. Como hay condenas por injurias al Rey, pero ¿es más importante que Cristo, Mahoma, el Papa o la mismísima Isabel II, tildada de vomitivo? Pero no voy a seguir por ahí. Es mi motivo próximo porque a todo eso le falta grandeza de ánimo, le sobra moda y ha servido para que la revista en cuestión siga insultando. Sobre fuegos artificiales no se construye  un país, no se edifica la democracia ni nada  similar, no forjamos un futuro con una mirada larga y ancha.
  
Escribió Aristóteles en la “Ética a Nicómaco”: Si uno se reconoce con un gran mérito que es real y verdadero, y, sobre todo, si se reconoce con el más alto grado de mérito, no debe tener más mira que  la siguiente: debiendo consistir la justa recompensa del mérito en bienes exteriores, el mayor de todos estos bienes debe ser a nuestros ojos el que atribuimos a los dioses; el mismo que por encima de todos los demás ambicionan los hombres revestidos de las más altas dignidades, y que es también la recompensa de las acciones más brillantes; este bien no es otro que el honor. El honor sin contradicción es el más grande de los bienes exteriores al hombre. Y así el magnánimo deberá ocuparse exclusivamente en su conducta de lo que puede procurar el honor o ser causa de deshonor, sin que por otra parte esta preocupación salga nunca de sus justos límites. Y ciertamente no sin razón los corazones magnánimos miran con respeto al honor, puesto que los grandes lo ambicionan sobre todo y lo miran como su más digna recompensa.

 El magnánimo se ocupa del honor, pero también Aristóteles afirmará que no hay honor ni magnanimidad sin una virtud perfecta. Esa virtud que perfecciona es la humildad –una aportación cristiana- porque conduce a apreciar a los demás, como son y con sus problemas, sin empequeñecerlos con nuestro mundo pequeño. La magnanimidad es una disposición a dar más allá de lo que se considera normal, de entregarse hasta las últimas consecuencias, de emprender sin miedo, de avanzar pese a cualquier adversidad. El ánimo grande, la magnanimidad, es el valor que convierte a un simple ser humano en un héroe.  He leído en una Web: en el momento que vivimos estamos propensos a conformarnos con lo que somos: calculadores y egoístas, orientando nuestros esfuerzos a la adquisición de bienes materiales y a la búsqueda de riqueza… Para lograr esto último no hace falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se caracteriza por la búsqueda de su perfección como ser humano y la entrega total de su persona para servir a los demás desinteresadamente. Así el cristianismo superó  al mejor de los filósofos.

Quizás no tengo razón, y la revista y los  manifestantes en París, o muchos de ellos, lo hacían desinteresadamente y al servicio de grandes ideales para   la humanidad entera. Al menos merecieron las portadas de todos los medios. Pero uno no deja de preguntarse si en eso consisten la magnanimidad, el honor y la humildad.  Me parece que no. Empequeñecimiento global.


P. Pablo Cabellos Llorente

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