El
Papa Francisco no ha dudado un momento en oponerse a la intervención de Estados
Unidos y ha convocado para el día en que escribo una jornada de ayuno y oración
para rogar por la paz. Me he preguntado en cuál de las tres columnas se apoya
el presidente Obama para intervenir en el citado país. ¿Es honesto intervenir
sin ninguna autorización internacional en una nación que no es la propia?
¿Quién le ha dotado de tal capacidad? ¿Cómo se asegura que no daña a inocentes?
¿De qué modo decide el derecho que cada uno tiene a recibir lo suyo?
En
el famoso discurso de Benedicto XVI al Parlamento Federal de Alemania, afirmaba
que la política debe ser un compromiso por la justicia para crear las
condiciones básicas de la paz. Otra forma de actuar abriría la puerta a la
desvirtuación del derecho y a la destrucción de la justicia. El Papa emérito
citaba una frase fuerte de san Agustín: “Quita el derecho y, entonces, ¿qué
distingue al Estado de una banda de bandidos?” Como era evidente, citaba el
caso de su propio país en la época nazi.
Justicia,
Derecho y Paz son tres conceptos íntimamente unidos, pero ¿cómo podemos
reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal,
entre el verdadero derecho y el derecho sólo aparente? No sin razón, se hacía
también estas preguntas el Papa Ratzinger, porque las respuestas son decisivas
para la justicia y la paz. Es casi universal la protesta contra los deseos de
Obama, pero ¿no hemos relativizado todo de tal modo que cada uno acaba
haciendo, y dando por bueno, aquello que le es posible realizar?
Contrariamente
a lo que han hecho otras religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al
Estado y a la sociedad un derecho revelado. Cosa bien distinta han sido los
estados confesionales. Desde la vinculación precristiana entre derecho y
filosofía se inició un camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana al
desarrollo jurídico de la Ilustración, hasta la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre. Pero se ha perdido el Derecho Natural, considerado algo
puramente católico y hasta vergonzoso en el propio término. ¿No estará ahí, en
la propia naturaleza humana, la base del derecho a vivir honestamente, no dañar
a otros y dar a cada uno lo suyo?
P. Pablo Cabellos Llorente
Publicado en Levante-EMV
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