De nuevo, cincuenta días después de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, vuelve a nosotros un momento muy importante del año espiritual que supone, además, el envío al mundo de los discípulos de Cristo. Y es llamado, por eso mismo, Pentecostés.
Ahora mismo, pues, se nos recuerda algo que es muy importante no olvidar: aquellos otros nosotros; aquellos que vieron a Cristo y oyeron sus palabras nos han transmitido, a través del Nuevo Testamento y de la Tradición, cuál es nuestra misión, aquello que no podemos dejar de hacer si es que queremos seguir llamándonos, como luego hicieron con ellos, cristianos.
De nuevo, pues, es Pentecostés. De nuevo, pues, somos enviados.
Pentecostés hoy día: retos del apóstol
Dijo san Josemaría, en la Homilía de Día de Pentecostés de 1969 que “El Señor nos dice en la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo que Él derramó copiosamente sobre nosotros, por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos”.
Tal vida eterna también ha de ser transmitida, en cuanto sentido cristiano, a los hombres de hoy día. Por eso el apóstol de ahora mismo, que sustituye a aquellos primeros que escucharon, directamente de Cristo, la necesidad de sentirse enviados, tiene, como entonces, algo que hacer, un reto al que enfrentarse.
Por eso, si hoy día una de aquellas intrépidas personas tuviesen que salir a los caminos del mundo se encontrarían con temas y actitudes personales con las que tendrían que emplearse a fondo pues si bien hay cambios, lógicamente, en lo sucedido en el mundo desde entonces, muchas actitudes son exactamente las mismas con las que tuvieron que enfrentarse. Por ejemplo:
-El relativismo de muchos componentes de la sociedad, incluso de los llamados cristianos que siguen dándose al todo vale.
-El egoísmo de una sociedad donde se hace prevalecer el tener sobre el ser.
-El olvido de la Palabra de Dios haciendo, de ella, algo pasado o carca.
-La imposición de una sociedad hedonista donde no hay lugar para lo que pueda resultar contrario al placer: ni se entiende el dolor ni nada que resulte, aparentemente, negativo.
-El abandono de unos valores que han conducido a la sociedad desde que fueron transmitidos por Dios a la humanidad.
Por eso, el apóstol de hoy ha de enfrentarse con las singularidades propias del siglo pero, al fin y al cabo, con las mismas situaciones que, desde siempre, han afectado al devenir del ser humano demasiado acostumbrado a no seguir la Ley de Dios.
¿Qué espera Cristo de nosotros?
Cristo, al enviar a sus discípulos (“Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo", recoge en evangelista Mateo en 28, 19-20) quiso que hiciéramos algo más que considerar aquellas palabras unas sílabas bonitas y bien dichas en un momento oportuno.
Habla, además de bautizar, de enseñar, para que se aprenda, lo que Él mandó.
¿Qué mandó? Entre otras realidades espirituales, éstas:
Mandó amar.
Mandó que viviéramos con misericordia.
Mandó que ayudáramos al necesitado.
Mandó que nuestra entrega al prójimo fuera total.
Mando, en definitiva, servir, como Él había servido a los suyos.
Y eso es lo que, de nosotros, espera Jesucristo: tan sólo que seamos capaces de cumplir lo que dijo y de llevar, por el mundo, la Palabra de Dios para que el mundo se convierta de su alejamiento del Creador y, quien en eso recaiga, de su propia apostasía.
Ni más ni menos.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Soto de la Marina
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