28 de marzo de 2013

La ternura de la Cruz




Pablo Cabellos Llorente









Puede suceder que nos quedemos en los bellos gestos externos del Papa Francisco y no sepamos penetrar en la hondura de su mensaje. Oriento ahora la atención hacia unas breves palabras pronunciadas en la Misa de inicio del ministerio petrino: "No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura", decía el Romano Pontífice hablando de San José. Alguien apuntó que la ternura es la columna central que sostiene la vida.  Estos días de Semana Santa, bien podemos pensar que ese amor y esa ternura  solicitados por el Papa derivan de la Cruz de Cristo.

Durante la homilía dirigida a los cardenales en la Eucaristía celebrada con ellos, afirmaba: "Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará". Por eso, aparte de ser una verdad de fe que toda gracia deriva de Cristo crucificado, Francisco lo recordó expresamente.

La cruz es el gran disparate de un Dios enamorado del ser humano hasta tal extremo que se hace uno de nosotros para morir en la Cruz salvadora del hombre. El calvario condensa toda la ternura de Dios con cada persona. Podría parecer que un ensangrentado, colgado de un madero no es la mejor expresión de un amor tierno, tal vez aparentemente mejor simbolizado en la sonrisa de un niño, por ejemplo. Y, sin embargo, es justamente la mejor expresión del amor misericordioso de Dios. Ese Dios dispuesto siempre al perdón, ese Jesús que va al Jordán para ser bautizado con un bautismo de penitencia que no necesitaba pero, como escribió Benedicto XVI,  entra en aquellas aguas cargando con las culpas de la humanidad para llevarlas hasta la Cruz.

Hizo tan propias nuestras culpas que san Pablo escribe en la segunda epístola a los corintios que a Él, que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. Quizá por eso afirmó Tomás de Aquino, siguiendo la etimología de la palabra misericordia, que puso en su propio corazón toda la miseria ajena. ¿Se puede dar mayor muestra de  ternura? Cristo convertido en un retablo de dolores, hecho un ser despreciable a los ojos humanos, quebrantado por el sufrimiento, sin parecer ni hermosura alguna -como escribió el Profeta- por amor al hombre. Necesitamos orar con las escenas de la Pasión y Muerte de Cristo, para no pasarla con la prisa de lo ya conocido. Porque todo eso sucedió "para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin en la libertad y gloria de los hijos de Dios" (san Josemaría).

Pero volvamos al Papa Francisco que, en sus pocos días como Obispo de Roma, ha hablado reiteradamente de la misericordia divina. En la parroquia de Santa Ana, decía que también nosotros somos como aquel pueblo que, por una parte, quiere escuchar a Jesús, pero al que, por otra, a veces le gusta cebarse con los demás, condenar a los demás.  "El mensaje de Jesús es éste: misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje principal del Señor: la misericordia. Él mismo lo ha dicho: No he venido por los justos: los justos se justifican solos (...) Yo he venido por los pecadores". Siempre he pensado -seguramente desde que lo aprendí del fundador del Opus Dei- que la misericordia es la manifestación más hermosa del corazón de Cristo y del  alma cristiana. Esa actitud, hondamente  entendida en Cristo, nos debería conducir a perdonar, comprender, disculpar, escuchar a los demás. Y, por supuesto, a hacer propias todas las necesidades de los hombres para servirles.

Estamos en un tiempo de graves carencias materiales, escasea el raciocinio humano, nos faltan voluntades fuertes  y existe la gran penuria de Dios que padecen muchos. Bien sabemos que al nuevo Papa no le son ajenas todas estas cuestiones pero, para evitar la superficialidad en la comprensión de su discurso y no quedarnos exclusivamente en las privaciones materiales, él mismo decía a los cardenales que "podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo".

La ternura de la Cruz no puede quedar en la solidaridad mostrada por una ONG, es el cariño de Cristo mismo entregando su vida por amor, un amor desproporcionado para el hombre pero posibilitado por la vida en gracia hasta capacitarnos para amar a los demás con el mismo corazón de Jesús, para dispensar la ternura cristiana capaz de cuidar de los otros, como también afirmaba el Papa. Es la ternura depositada en María, tan bellamente expresada en la imagen de la Piedad con el hijo muerto sobre su regazo.

P. Pablo Cabellos Llorente

Publicado en Las Provincias

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