Así, cuando quienes nos consideramos hijos de Dios tenemos la voluntad de cumplir la suya no podemos decir que no tengamos nada en lo que fijarnos ni, tampoco, que sea poco lo que nos sirve de apoyo de nuestro comportamiento.
En el devenir de nuestra existencia espiritual y, por eso mismo, material (no admitamos una dualidad que separe lo uno de lo otro o una falta de unidad de vida) Dios ilumina nuestro entendimiento y, por eso mismo, mueve nuestra voluntad. Es, pues, inspiración nuestra y nos dejamos mover por el Espíritu por el camino que nos conduce al definitivo Reino de Dios.
Acudimos, por lo tanto y para reconocernos hijos de un Padre que nos ama y para buscar inspiración a la que supo entregar el Creador al salmista, cuando le hace escribir, en el 51, lo siguiente:
«Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito,/ lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame./ Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; / contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí. Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas./ Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre./ Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría./ Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve./ Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste tú. / Retira tu faz de mis pecados, borra todas mis culpas./ Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva; / no me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mí tu santo espíritu./ Devuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame; / enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores volverán a ti./ Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia;/ abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza./ Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas./ El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias./ ¡Favorece a Sión en tu benevolencia, reconstruye las murallas de Jerusalén!/ Entonces te agradarán los sacrificios justos, –holocausto y oblación entera– se ofrecerán entonces sobre tu altar novillos.»
El Salmista, fuera o no el Rey David, sabe a qué atenerse y sabe a Quién debe dirigir su petición. Busca inspiración en Dios porque lo reconoce Padre y lo sabe Creador. Y se abandona, en su vida, a su Providencia y le pide un corazón puro que sepa humillarse porque conoce que tal es la voluntad de Dios que, antes de querer sacrificios de animales prefiere que cambie el corazón de sus hijos y lo vengan a tener de carne y no de piedra. Y en eso se inspira el salmista para dirigirse a Dios.
En realidad, sabemos que Dios es verdad, que es la Verdad en sí misma considerada. Y así se nos lo dice, en muchas ocasiones, en las Sagradas Escrituras como, por ejemplo, aquí: «"Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad"» (Sal 138,2). Además, Dios es la Verdad, porque «"Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna"» (1 Jn 1,5); o cuando el Salmo 119, 160) dice que «"El compendio de tu palabra es la verdad, y tus justas normas son eternas»; o "»Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad«" (2 S 7, 28). No extrañe, por lo tanto, que las promesas de Dios se realicen siempre: «Has de saber, pues, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos» (Dt 7,9).
Por lo tanto, debemos entregarnos a Dios en cuanto inspiración y en cuanto Verdad porque nuestra confianza en el Creador no ha de tener límite alguno: nos ama y siempre nos muestra su misericordia. También porque "»La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo (Sb 13, 1-9) y porque «Dios, único Creador del cielo y de la tierra» (Sal 115, 15) fue «quien me concedió un conocimiento verdadero de los seres, para conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos, el principio, el fin y el medio de los tiempos, los cambios de los solsticios y la sucesión de las estaciones, los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, el poder de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de las raíces. Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó.» (Sb 7, 17-21). Y apostilla el Apocalipsis diciendo «Esto dice el Santo, el Veraz» (Ap 3, 7).
Debemos dejarnos, pues, inspirar por Dios y hacernos hijos que aman la Verdad del Padre. Así, seremos, cuando Él quiera, habitantes de una de las estancias que Cristo nos está preparando (cf. Jn 14, 2) en la Casa de Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en ConoZe
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