27 de abril de 2022

Una terrible verdad

Jn 3, 16-21


“Dijo Jesús:

‘Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no es condenado, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.


En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.


Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.


En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.’”



COMENTARIO


Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que en este texto del Evangelio de San Juan (tan cercano a Cristo este Apóstol) se nos ofrecen dos caminos y se nos ofrecen sin duda alguna del ofrecimiento y para que nadie se lleve a engaño.

En varias ocasiones se dice: es posible aceptar o no aceptar a Cristo, al Enviado y Mesías y, en fin, a Quien Dios había acercado a la humanidad no para juzgarla (que para eso ya está el Todopoderoso) sino para que el mundo se salvase. Las consecuencias de aceptarlo o no son bien diferentes.

También podemos decir las cosas de forma muy sencilla: aceptar a Cristo y lo que eso supone es ganarse la vida eterna (según y cómo, claro está…) y rechazar a Cristo (cuando se le ha conocido, podemos decir) es alcanzar, cuando eso tenga que ser, la muerte eterna. Y ya está.



JESÚS, gracias por poner las cosas sobre la mesa y con tanta claridad.



Eleuterio Fernández Guzmán

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