Lc 4, 16-22.24-27.29-30
“En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se
había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se
puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y,
desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el
Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los
ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de
gracia del Señor.’
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le
ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a
decirles: ‘Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.’ Y añadió: ‘Os
aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra.’
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron
furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del
monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se
abrió paso entre ellos y se alejaba.
COMENTARIO
Suponemos
que los que estaban escuchando en la Sinagoga a Jesús lo hacían con agrado. Es
decir, les estaba explicando la parte de las Sagradas Escrituras que le había tocado
leer y, hasta ahí, todo les parecía bien. Sus palabras, seguramente dulces y
acertadas debieron llegar al corazón. Y es que aquello de curar a los enfermos
y dar la libertad a los cautivos, a ellos, les sonaba a la libertad frente al
invasor romano.
Sin
embargo, al parecer no le gustó para nada que les dijera que Él era el Ungido
de Dios, el Mesías enviado por el Creador al mundo para que el mundo se
salvase. Y no les debió gustar porque, además de aquellas palabras habían escuchado
otras de parte de Jesucristo y no estaban para nada de acuerdo con ellas. Y
así, simplemente, lo querían matar.
Nosotros
sabemos que Dios es Bueno porque, de no serlo, es fácil imaginar el destino aciago
de aquellos que pretendían, gran necedad aquella, matar a su hijo antes de
tiempo…
JESÚS, gracias por ser tan bueno con quienes no lo
merecemos.
Eleuterio Fernández Guzmán
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