24 de noviembre de 2019

Cristo reina, vestido de Majestad

Lc 23, 35-43

“35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: ‘A otros salvó; que se salve a sí mismo si él  es el Cristo de Dios, el Elegido.’ 36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37 y le decían: ‘Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!’ 38 Había encima de él una inscripción: ‘Este es el Rey de los judíos.’39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: ‘¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!’ 40 Pero el otro le respondió diciendo: ‘¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? 41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.’ 42 Y decía: ‘Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.’ 43 Jesús le dijo: ‘Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.’”

COMENTARIO

No debe extrañarnos nada de nada que hubiera personas que, en aquella terrible situación en la que se encontraba el Hijo de Dios sirviesen, además, para hacer burla de la misma. El caso es que no habían entendido nada de nada de lo que allí estaba pasando.

Aquellos dos hombres que habían colgado a los lados de Jesucristo sabían que eran culpables de los crímenes que allí les habían llevado. Sin embargo, uno de ellos conocía, al parecer, a Jesucristo, y sabía que era inocente. Y le pide lo que, para otros, era imposible: que lo salve.

El Hijo de Dios, que se da cuenta de que Dimas, como hemos dado en llamar al buen ladrón, sabía, se había dado cuenta, de que había creído en que era, Él, el Mesías. Y allí mismo le confirma la verdad de su ansia: hoy iba a estar en el Paraíso.


JESÚS,  gracias por ser, en aquellos momentos, fuente de esperanza eterna.

Eleuterio Fernández Guzmán

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