Lc 23,
35-43
“35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados
hacían muecas diciendo: ‘A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.’ 36 También
los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre 37 y le
decían: ‘Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!’ 38 Había encima de él una
inscripción: ‘Este es el Rey de los judíos.’39 Uno de los malhechores colgados
le insultaba: ‘¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!’ 40 Pero
el otro le respondió diciendo: ‘¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma
condena? 41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros
hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.’ 42 Y decía: ‘Jesús, acuérdate de
mí cuando vengas con tu Reino.’ 43 Jesús le dijo: ‘Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso.’”
COMENTARIO
No
debe extrañarnos nada de nada que hubiera personas que, en aquella terrible
situación en la que se encontraba el Hijo de Dios sirviesen, además, para hacer
burla de la misma. El caso es que no habían entendido nada de nada de lo que
allí estaba pasando.
Aquellos
dos hombres que habían colgado a los lados de Jesucristo sabían que eran
culpables de los crímenes que allí les habían llevado. Sin embargo, uno de
ellos conocía, al parecer, a Jesucristo, y sabía que era inocente. Y le pide lo
que, para otros, era imposible: que lo salve.
El
Hijo de Dios, que se da cuenta de que Dimas, como hemos dado en llamar al buen
ladrón, sabía, se había dado cuenta, de que había creído en que era, Él, el Mesías.
Y allí mismo le confirma la verdad de su ansia: hoy iba a estar en el Paraíso.
JESÚS, gracias por ser, en aquellos momentos, fuente de
esperanza eterna.
Eleuterio Fernández Guzmán
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