4 de julio de 2019

Incredulidad

Mt 9, 1-8

“24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: ‘Hemos visto al Señor’. 25 Pero él les contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré’. 26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: ‘La paz con vosotros’. 27 Luego dice a Tomás: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente’. 28 Tomás le contestó: ‘Señor mío y Dios mío’. 29 Dícele Jesús: ‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído’”.


COMENTARIO

Podemos imaginar lo que pensarían aquellos discípulos de Jesucristo cuando se apareció ante ellos y les demostró que no era un fantasma sino que era como ellos… pero mejor. Por eso es fácil creer que tuvieran ganas de contárselo a Tomás, que estaba ausente entonces.

Tomás, al parecer, no creía mucho aquello de que su Maestro, al que había visto muerto o, al menos, sabía que había muerto. Por eso se muestra incrédulo y sólo con fuertes pruebas daría su brazo a torcer.

Cristo sabe que su amigo Tomás necesitas confirmación de su fe. Y le dice aquello de os dedos y sus manos… Y Tomás se da cuenta, de golpe, de todos sus errores y se muestra cómo, en realidad, es la cosa: Jesucristo es su Señor y es su Dios.


JESÚS,  gracias por mostrarnos qué es la fe.


Eleuterio Fernández Guzmán

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