Mt 9, 1-8
“24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: ‘Hemos visto al Señor’. 25
Pero él les contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto
mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré’.
26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos.
Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: ‘La paz con
vosotros’. 27 Luego dice a Tomás: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae
tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente’. 28 Tomás le
contestó: ‘Señor mío y Dios mío’. 29 Dícele Jesús: ‘Porque me has visto has
creído. Dichosos los que no han visto y han creído’”.
COMENTARIO
Podemos
imaginar lo que pensarían aquellos discípulos de Jesucristo cuando se apareció
ante ellos y les demostró que no era un fantasma sino que era como ellos… pero
mejor. Por eso es fácil creer que tuvieran ganas de contárselo a Tomás, que
estaba ausente entonces.
Tomás,
al parecer, no creía mucho aquello de que su Maestro, al que había visto muerto
o, al menos, sabía que había muerto. Por eso se muestra incrédulo y sólo con
fuertes pruebas daría su brazo a torcer.
Cristo
sabe que su amigo Tomás necesitas confirmación de su fe. Y le dice aquello de os
dedos y sus manos… Y Tomás se da cuenta, de golpe, de todos sus errores y se
muestra cómo, en realidad, es la cosa: Jesucristo es su Señor y es su Dios.
JESÚS, gracias por mostrarnos qué es la fe.
Eleuterio Fernández Guzmán
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