La sociedad que nos ha tocado vivir, la del siglo
XXI, parece abocada a la perdición moral y al abismo del que tanto
escribió, y puede leerse, el salmista. Al parecer, Dios no importa y el
ser humano puede valerse de sí mismo y de sus propias fuerzas para
avanzar por el mundo sin tener que recurrir a Quien, en verdad, lo
creó.
Sin embargo, aquellos que nos consideramos hijos de Dios y sabemos
que las cosas no son de tal jaez, estamos en la seguridad de que la
voluntad de Creador no puede ir por determinados caminos que no son,
seguramente, nada buenos ni benéficos para quien quiere acudir ante su
Padre con el corazón limpio. Es más, son exactamente contrarios a lo que
debe ser una existencia basada en el Amor de Dios y en lo que ha de
querer para nosotros.
Por eso sabemos que existen unos principios que son irrenunciables
para un católico y de los cuales no puede apearse nadie que se considere
hijo de la Esposa de Cristo. No son, sin embargo, nada extraños para
quien cree en Dios sino expresión exacta de lo que ha de ser y ha de ser
porque así lo quiere el Todopoderoso que sea.
En el número 83 de la Exhortación apostólica Sacramentum caritatis
deja escrito Benedicto XVI algo muy importante acerca de los tales
principios irrenunciables que son, por tanto innegociables porque no se
puede hacer con ellos y de ellos objeto de transacción o de tejemaneje.
Y dice lo siguiente:
“Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado
coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra
vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente
privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al
contrario, exige el testimonio público de la propia fe.
Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una
importancia particular para quienes, por la posición social o política
que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales como:
- el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural,
-la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer,
-la libertad de educación de los hijos y
-la promoción del bien común en todas sus formas.”
-la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer,
-la libertad de educación de los hijos y
-la promoción del bien común en todas sus formas.”
Por lo tanto:
“Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.”
“Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.”
Por lo tanto, no es posible no tener en cuenta, para y en la vida de
un católico, la familia, la libertad de educación de los hijos y, antes
que nada, la defensa de la vida y el respeto a la misma desde que el ser
humano es ser humano (desde la concepción) hasta que la muerte,
natural, le lleva a la definitiva Casa del Padre, al infierno o,
incluso, al Purgatorio.
En realidad, puede llegar a pensarse que defender la tesis de los
cuatro principios innegociables (también llamados valores) supone hacer
política, digamos, al revés de la política existente en la actualidad.
Sin embargo, no es más que el planteamiento de una base católica sobre
la que dirigir nuestras vidas de manera que no hagamos el Don Tancredo
cuando se ataquen determinados valores sin ver en ello intención de
asentar determinada política dentro de la sociedad política que nos
tocado vivir.
Es bien cierto que el ser humano es político por el excelencia o, lo
que es lo mismo, que al vivir en sociedad tiene que relacionarse con la
sociedad en la vive porque una cosa es que el católico sepa que no es de
este mundo y otra, muy distinta, que crea que por el hecho de no serlo
tenga que dejar que el mundo lo agobie de tal manera que, en efecto, lo
eche de este mundo.
Los principios innegociables son principios porque son la base de la
idea católica del mundo; son innegociables porque no se puede hacer
dejación de ellos en cualquier negociación que en el mundo pueda darse
para salir beneficiado en algo aplicando el principio según el cual el
fin sí justicia los medios. Sabemos que no es así y, por eso mismo, no
se puede negociar con lo que es innegociable.
Independientemente de las consecuencias que pueda acarrearnos tal
tipo de actuación, nadie ha podido demostrar (a lo mejor decir, desde la
ignorancia, sí) que ser católico sea fácil. Quien así lo crea es que,
en verdad, debe haber negociado con los principios que son innegociables
más de una vez.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario