8 de mayo de 2012

Sarmientos o cizaña







El Evangelio de San Juan, en concreto en los versículos 1 al 8 del capítulo 15, dice que “En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos’".

Así, cada uno de nosotros formamos parte de la viña del Señor y podemos dar fruto si nos dejamos podar aquello que nos sobra y que, como defectos, incordia nuestro crecimiento espiritual. Sólo así podemos ser dignos hijos de Dios.

En el sentido aquí traído, ser sarmientos que se dejan quitar lo que pudre su existencia es comportarse de acuerdo a la voluntad de Dios que quiere, para su descendencia, lo mejor y, por eso mismo, procura para ella que crezca espiritualmente haciendo lo que le corresponde hacer al Padre con sus hijos.

Estamos, por eso mismo, unidos a Cristo porque es la viña de la que formamos parte como sarmientos y, por eso, sólo estando de tal forma a Él que nos alimenta con la savia de su Palabra y con el Agua Viva de la que bebió la samaritana nos da la vida.

Somos, pues, sarmientos de la vid del Señor y con tal ser vivimos y existimos en una naturaleza espiritual que nos llena el alma de la dicha y el gozo de sabernos hijos de un Padre que nos ama y que nos trata con Misericordia y con Sabiduría. Y sarmientos, a veces, enfermos de egoísmo o de cualquier otra asechanza que el Mal quiera ponernos en el camino de nuestra vida. Y entonces, justo entonces, el podador nos echa una mano y nos permite respirar al retirar de nosotros lo que no deberíamos haber alcanzado nunca ayudándonos a crecer vigorosos y sanos.

Pero, por desgracia, también podemos ser cizaña.

La cizaña es, en general, mala yerba que crece junto a la buena simiente que crece con ánimo de dar fruto y de servir al fin para el que fue sembrado. Por lo tanto es todo lo que nos impide crecer como quiere Dios que crezcamos. Y es, más que nada, aquello que es pecado y que obstaculiza nuestra relación con Dios. Pero también es el vicio que desde el mundo nos impele a actuar como no debemos porque es lo que gusta seguir al Mal entre nosotros.

Y podemos ser, entonces, cizaña. Y así, sembrar la intriga, sembrar maledicencia entre nuestros hermanos, mentir, causar escándalo a los más pequeños en la fe o, también, odiar o perseguir a los nuestros con cierto tipo de comportamientos…

Hay muchas y variadas formas de ser cizaña y no sarmiento sano que crece en Cristo. Y tomamos, a veces, decisiones que no son buenas ni benéficas para nosotros ni para nuestro crecimiento espiritual. Y actuamos como no debemos actuar y, en fin, miramos con ojos malvados causando daño por doquier. Somos, así, cizaña.

A este respecto, es bien cierto que Dios prefiere que seamos sarmientos que se dejan hacer antes que cizaña que nada deja hacer a su alrededor. Por eso inclina el Espíritu Santo a que nos aconseje que lo mejor es mirar hacia arriba y tener en cuenta a Dios en nuestras vidas y ser, así, sarmiento no arrojado al fuego, y no dejarse llevar por la horizontalidad de una relación exclusivamente mundana donde prevalece no la Palabra de Dios sino la voluntad casi omnímoda del hombre con sus característicos egoísmos.

El sarmiento unido a Cristo es vida y da vida al fruto que está por nacer; la cizaña, muy separada del Mesías y alejada de una verdadera voluntad fraterna, mira hacia las cosas con voluntad tergiversadora y no es siembra buena sino fruto que, desde el Mal, atormenta nuestro corazón y nos hace malos o pretende conseguir tal cosa.

Seamos, pues, como el sarmiento vivificador y no como la cizaña mortífera de lo bueno.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

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