Pablo cumplía todos los requisitos para ser considerado un judío fiel: era Fariseo e hijo de Fariseos, como dice los Hechos de los apóstoles (23,6 “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y ahora me están juzgando a causa de nuestra esperanza en la resurrección de los muertos” ) y fue circuncidado al octavo día como se recoge en la Epístola a los Filipenses (3, 5-6: “circuncidado al octavo día; de la raza de Israel y de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, un fariseo; por el ardor de mi celo, perseguidor de la Iglesia; y en lo que se refiere a la justicia que procede de la Ley, de una conducta irreprochable” )
Muchas veces se dice que cuando alguien se convierte al cristianismo es que ha visto la luz. Esto se entiende como el descubrimiento de una nueva forma de vida, como el saber que se ha quedado iluminado por Cristo (eso les pasó, por ejemplo, a Manuel García Morente, seguramente a André Frossard y a tantas otras personas que, alejadas de Dios, se acercaron a Él acercándose a Cristo que es Dios mismo hecho hombre).
Sin embargo, Pablo sí que puede decirse de él que, efectivamente, le deslumbró la luz. Camino de Damasco la voz de Cristo, el caballo ( “En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Le respondí: “¿Quién eres, Señor?” , y la voz me dijo: ‘Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues’, que recoge los Hechos de los Apóstoles en 22, 6-8).
Son estos episodios y circunstancias más que conocidas pero nos muestran, sin embargo, cómo se puede reaccionar ante la llamada de Dios. El Padre no obliga a nadie a seguirle porque a su semejanza dio la libertad, para que, por ejemplo, Pablo hiciera lo que hizo.
Por eso, siendo Saulo optó, sin dudarlo, por lo mejor: dejó de perseguir cristianos pues, efectivamente, a la voz que le preguntaba la causa última de la persecución no supo responder. En verdad se había convertido. Y fue Pablo.
Y esto, la conversión, es el primer acto que, desde la fe interior (dada por el mismo corazón) hemos de agradecer a Pablo y aprender la razón que le hizo que frente al mundo que le impelía a perseguir a los discípulos de Cristo para hacerles seguir el mismo destino que su Maestro, decidiera ser uno de los perseguidos. Se enfrentó, pues, a la comodidad en la que vivía para unirse al que era, ya, el pueblo elegido de Dios bajo la nueva Alianza firmada por medio de Cristo. Y no fue políticamente correcto ni se dejó dominar por ningún respeto humano.
Por lo tanto, nos corresponde a cada cual, hijos que nos consideramos de Dios y conscientes de ello, la conversión o, mejor la confesión de fe al estilo Paulino: las últimas consecuencias hemos de aceptar porque, en verdad, ha de ser ésta la voluntad de Dios.
Pero no sólo eso. Además Pablo nos presenta, con su actitud y su comportamiento, algo más.
1.- Por ejemplo, nos señala, exactamente, el camino de la misión que tenemos cada uno de nosotros: misión de transmitir la Palabra de Dios y misión de ser perseverantes en la misma sin dejarnos vencer por las tribulaciones.
2.-También, en el objetivo anterior, hemos de seguir, al igual que hiciera Pablo, el sueño que tuvo. A él se le pidió ayudar en Macedonia. Nosotros hemos de conocer quién nos necesita y, acto seguido, seguir adelante con nuestra misión.
3.-Pablo, también, en el devenir del mundo, nos enseñó a escuchar porque es necesario reconocer, entre el mundanal ruido, quien grita demandando una luz, al menos, como la que él siguió.
4.-Pero, por último ante lo que se nos pueda presentar como cristianos, Pablo también se aplica, se aplicó en su vida, y eso ya nos sirve, a dar respuesta de forma rápida y, además, cercana. Por ejemplo, en el caso de ser reclamado para acudir a Macedonia ( “Durante la noche, Pablo tuvo una visión. Vio a un macedonio de pie, que le rogaba: ‘Ven hasta Macedonia y ayúdanos”, recogen los Hechos de los Apóstoles en 16, 9) no esperó sino que, al contrario, se aplicó, con intrépida rapidez, a acudir donde se le necesitaba. Al igual nos corresponde a nosotros que, de olvidar las necesidades y dejarlas para otro mejor momento por intereses particulares alejados del bien de la comunidad cristiana, podemos olvidar con facilidad lo que, ciertamente, nos está obligado.
Vemos, por lo tanto, que el recuerdo de Pablo nos acompaña siempre y que, siguiéndole, seguimos el camino correcto que Dios nos marca y nos indica con personas, por ejemplo, como él. Dejó escrito, en la Epístola a los Gálatas (2, 20): “No soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí” , para acabar de decirnos la verdad de todas las verdades: “la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” .
Y que así sea siempre.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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