26 de enero de 2022

Salió el sembrador y sembró

Mc 4, 1-10.14-20


“Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar. Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos: ‘Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron y no dio grano. El resto cayó en tierra buena; nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno’. Y añadió: ‘El que tenga oídos para oír, que oiga’. El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes, y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno’”.


COMENTARIO

Esta parábola, la del Sembrador que salió a sembrar es ejemplo de la consideración que tiene el Hijo de Dios al respecto de su Padre del Cielo. Y es que no es poco que Dios mismo trate de sembrar en el corazón de sus hijos y que unos lo reciban de una manera y otros, de otra.

Aquel Sembrador, Dios mismo, salió a sembrar su santa Ley en el corazón de los que había creado. Pero había en el mundo mucha clase de personas y no todas recibían lo mismo la semilla de vida eterna que Dios quería sembrar en sus corazones.

Creemos que Jesucristo quiere que nosotros seamos del grupo de hijos de Dios que tienen un corazón preparado como buena tierra para que su Palabra cale bien dentro del mismo y allí crezca y fructifique en nuestra vida. Y, si es posible, dar un tanto por ciento muy alto de fruto.


JESÚS, gracias por sembrar, en nuestra vida, la buen semilla del Amor.



Eleuterio Fernández Guzmán

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