11 de enero de 2017

Para eso vino Cristo al mundo

Miércoles I del tiempo ordinario
Mc 1,29-39

En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. 

Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. 

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: ‘Todos te buscan’. El les dice: ‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido’. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.


COMENTARIO

La misión de Cristo consistía, sobre todo, en salvar lo que necesitaba ser salvado. Y las enfermedades físicas encerraban al ser humano en sí mismo y, muchas veces, lo apartaban de la sociedad que, además, los rechazaba según la consideración que se tenía de las mismas.

Tanto la suegra de Simón como aquellos endemoniados a los que curó Cristo fueron testigos de que la autoridad con la que hablaba y actuaba era propia de ser el Mesías, el Enviado de Dios y no un ser humano corriente.

Pero Jesús sabía que había venido al mundo a hacer lo que debía hacer. Y la expresión “para eso he salido” mostraba, bien a las claras, que no tenía intención de volverse atrás sino, muy al contrario, de seguir adelante.


JESÚS, ayúdanos a aceptarte en nuestro corazón para siempre.




Eleuterio Fernández Guzmán

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