6 de abril de 2016

Aceptar a Cristo


Miércoles II de Pascua

Jn 3,16-21

“En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios’”.

COMENTARIO

Continúa la enseñanza a Nicodemo de parte de Jesús. Y lo que le dice en esta ocasión es de crucial importancia porque tiene que ver con la vida eterna. Y lo que sugiere Jesús es que se tenga confianza en el Hijo de Dios… Él mismo.

Jesús se refiere a él mismo como la Luz que Dios envío al mundo. Y es que sabe perfectamente que el mundo ha preferido las tinieblas a la Luz y que eso puede tener consecuencias muy malas para el mundo. Él, sin embargo, propone lo mejor que debe ser aceptado.

Jesús establece dos tipos de personas: aquella que no aceptan la Luz que Dios propone y aquellos que, al contrario, la aceptan. Y el resultado de tal increencia o creencia es diametralmente opuesto: los primeros la condenación eterna; los segundos, la salvación eterna.


JESÚS, ayúdanos a estar siempre de tu lado.


Eleuterio Fernández Guzmán

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