Miércoles II de
Pascua
Jn
3,16-21
“En
aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no
cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal
aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero
el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras
están hechas según Dios’”.
COMENTARIO
Continúa la enseñanza a Nicodemo de parte de Jesús. Y lo
que le dice en esta ocasión es de crucial importancia porque tiene que ver con
la vida eterna. Y lo que sugiere Jesús es que se tenga confianza en el Hijo de
Dios… Él mismo.
Jesús se refiere a él
mismo como la Luz que Dios envío al mundo. Y es que sabe perfectamente que el
mundo ha preferido las tinieblas a la Luz y que eso puede tener consecuencias muy
malas para el mundo. Él, sin embargo, propone lo mejor que debe ser aceptado.
Jesús establece dos tipos
de personas: aquella que no aceptan la Luz que Dios propone y aquellos que, al
contrario, la aceptan. Y el resultado de tal increencia o creencia es
diametralmente opuesto: los primeros la condenación eterna; los segundos, la
salvación eterna.
JESÚS, ayúdanos
a estar siempre de tu lado.
Eleuterio Fernández Guzmán
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