Martes I
de Adviento
Lc 10,21-24
“En aquel momento, Jesús se llenó de
gozo en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las
has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo
me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el
Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar’. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ‘¡Dichosos los ojos
que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver
lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo
oyeron’”.
COMENTARIO
Jesús bendice a Dios o, lo que es lo mismo, le da gracias porque sabe
que el Creador siempre quiere lo mejor para su descendencia. Y entre lo mejor
está, sin duda alguna, aquello que tiene relación con el conocimiento de lo
verdaderamente importante.
Cuando Jesús dice que sólo Él conoce al Padre no dice nada exagerado. Y
tal es así porque hasta que el muere no baja al limbo de Abrahám para salvar a
los justos que habían muerto antes de su llegada al mundo. Entonces, pues, en
aquel momento en el que Jesús habla, nadie ha ido al Cielo como lo entendemos
que se produce desde que Cristo abrió su puerta tras su muerte.
No es de extrañar que Jesús entienda que los que le oyen deben gozar por
aquello que están viendo y que muchos otros, profetas incluidos quisieron ver y
no pudieron.
JESÚS, ayúdanos a ser del grupo de los que comprenden lo
verdaderamente importante.
Eleuterio Fernández Guzmán
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