No sé si yo
lo habré hecho siempre bien -muy probablemente, no-, pero nunca deseo insultar
o descalificar a las personas. Y si alguna vez lo efectué, pido disculpas. Por
muchos motivos, pero principalmente por la dignidad de la persona que tanto
tiene que ver con la práctica de su libertad. El respeto es un modo de ejercer
el libre albedrío. También la falta de respeto es actuación de la libertad,
pero lo entiendo como un operar fallido de
esta gran potencia humana.
El hombre
es dueño de sus fines porque tiene la capacidad de perfeccionarse a si mismo
alcanzándolos. Entiendo que la persona es libre cuando es dueña de sus actos,
de su interioridad y de la manifestación de la misma. Ése es un señor. De la
posesión de una intimidad libre brotan los derechos a la libertad de expresión
y de opinión, el de la libertad religiosa, el de vivir conforme a las propias
convicciones. Por eso me parece que la crítica vitriólica, por irrespetuosa,
puede manifestar una personalidad con un interior malogrado de algún modo, tal
vez culto, pero manifestado más con las vísceras que con la razón, aunque
denomine razonables sus argumentos.
Un modo de
respetar a todos en su búsqueda de la verdad y el bien, que sólo libremente
pueden lograrse, es la actitud que conduce a pensar "qué puedo aprender
aquí", en lugar de cavilar "cómo le atizo" sin apenas
raciocinio. La verdad y el bien no están dados al ser humano, ha de elegirlos.
Y es muy respetable todo el que los busca honestamente.
Los
sentimientos -escribió Yepes Stork- son como los sonidos del alma y, en su
música expresan de algún modo la armonía o desarmonía interior. El sentimiento
del respeto es ahora menos frecuente, pero respetar es ya una forma de
apreciar, de valorar al otro. Quizá hoy día aflora menos por aquello que dijo
A. Camus: "el hombre es la única criatura que se niega ser lo que ella
es".
P.Pablo Cabellos Llorente
Publicado en Levante-El Mercantil Valenciano
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