Lc 4,14-22
“En aquel tiempo, Jesús volvió a
Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región.
Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos.
Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’.
Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy’. Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca”.
COMENTARIO
En realidad, Jesús no estaba haciendo nada extraño de lo que había hecho
a lo largo de la vida que conocemos como “no pública”. Es de creer que en
aquellos años de los que no sabemos nada acudiera a la sinagoga a llevar a cabo
el culto a Dios y que leyera las Escrituras Santas.
Ahora, sin embargo, pasa algo extraordinario. Cuando le da a leer del
libro del profeta Isaías busca un texto que pueda ser entendido teniendo en cuenta
Quien es Él. La misión que Dios le ha encomendado está allí mismo escrita:
anunciar a los pobres la Buena Noticia de que ha llegado el Reino de Dios y los
que están cautivos van a ser liberados.
Es cierto que muchos, incluso en el pueblo donde había crecido en
sabiduría y en gracia de Dios, no entendían como el hijo del carpintero decía
lo que decía. Sin embargo, otros muchos sí creyeron en sus palabras y se dieron
cuenta de que eran santas.
JESÚS, ayúdanos a no duda de tus palabras y a tenerlas
como Palabra de Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
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