Domingo
XIV del tiempo ordinario
Mt 11,25-30
“En
aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: 'Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a
sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi
Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le
conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar.
'Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera'”.
COMENTARIO
De
los que vivían en tiempos de Jesús es más que cierto que muchos no
aceptaron su mensaje. Ellos, aquellos que la sociedad consideraba
“sabios” no estaban preparados, a lo que parece, para recibir la
verdadera doctrina llega directamente del Cielo.
Jesús
lo recibe todo de Dios. Es Dios hecho hombre y, por eso mismo, todo
lo que es del Creador lo es, también, del Hijo. Por eso sabe que es
muy importante seguirlo y aceptar la doctrina que ha venido a traer
al mundo.
Seguir,
pues, a Cristo es hacerlo con el mismo Dios que nunca nos carga con
fardos que no podamos llevar sino que adapta sus ecigencias a
nuestras posibilidades como hijos que somos suyos. Por eso Jesús nos
llama y nos dice que, por muy pesada que podamos creer el hecho de
seguirlo, no lo es tanto porque Él nos acompaña.
JESÚS,
quieres que te sigamos. Ayúdanos a tenerte, porque lo eres, por Hijo
de Dios y hermano nuestro.
Eleuterio
Fernández Guzmán
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