26 de enero de 2013

Cumplir, siempre, la voluntad de Dios


Sábado II del tiempo ordinario

Mc 3, 20-21

En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: ‘Está fuera de sí’”.

COMENTARIO

Muchos querían ver a Jesús porque sabía que no era un Maestro como otros que había en su tiempo. De Él habían dicho que enseñaba con una autoridad muy distinta a los demás y, por eso mismo, allí donde iba tenía siempre personas que querían algo de su persona.

El estado espiritual de Jesús es fácil entender que no sería de lo más normal. Una persona que es, además, Dios mismo hecho hombre, no podía expresarse como lo hacía otro ser humano normal. Muchos, seguramente, pensaban que lo que hacía era obra del demonio como en alguna ocasión le dijeron.

Su familia temía por la persona de Jesús. Fueron a buscarle porque es probable que con lo que decía y con lo que hacía era más que posible que muchos no lo quisieran mucho. Querían llevárselo de allí para, eso pensarían sus familiares, que no se comprometiese más. Pero Jesús tenía una misión que cumplir.

JESÚS, por mucho que dijeran de Ti no habías venido al mundo siendo enviado por Dios para acobardarte ante lo que pudieran hacerte. Y eso, muchas veces, es lo que nosotros hacemos: acobardarnos ante el mundo.




Eleuterio Fernández Guzmán


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