10 de mayo de 2022

Ser sal y ser luz

Mt 5, 13-19



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

—‘Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve desabrida, ¿con qué la salarán?

No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.

Tampoco se enciende una lámpara para meterla en un cajón, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.

Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus obras buenas, glorifiquen al Padre que está en el cielo.
No piensen que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.

Por tanto, quien quebrante el más mínimo de estos mandamientos y enseñe a otros a hacerlo, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien lo cumpla y lo enseñe será grande en el reino de los cielos’. 



COMENTARIO


Es cierto y verdad que no siempre somos lo que quiere el Hijo de Dios que seamos: sal y luz. Sin embargo, Jesucristo no se cansa de decir que, en realidad, debemos serlo porque nos conviene serlo.

Ser sal supone, a modo de símil con la sal natural, hacer lo posible para que la fe que tenemos mejore la fe de aquellos que la tienen escasa o, incluso, que no la tienen par nada. Y, de lo contrario, si no somos sal de tal manera ya dice bien claro Jesucristo qué se puede hacer con nosotros.

Ser luz supone lo que la misma supone en la vida ordinaria: tratar, al menos tratar, de servir de faro para aquellos hermanos nuestros que puedan haberse perdido o no encuentren el camino hacia el definitivo Reino de Dios llamado cielo.

Es más, no podemos quebrantar, como dice el Hijo de Dios, ni uno de los Mandamientos pues, de lo contrario, nuestra pequeñez en el Reino de los Cielos será, eso, bien pequeña.



JESÚS, gracias por decir las cosas como deben ser dichas para que nadie se lleve a engaño.



Eleuterio Fernández Guzmán

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