29 de noviembre de 2021

Tener fe

Mt 8, 5-11

 

Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: “Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”. Jesús le dijo: “Yo mismo iré a sanarlo”.
Pero el centurión respondió: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve”, él va, y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto”, él lo hace”.


Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”.

 

COMENTARIO

 

Con este texto del Evangelio de San Mateo queda claro que el Hijo de Dios tiene un concepto de la fe que muchas veces difiere del nuestro. Y es que sabía que no sólo los miembros del pueblo elegido por Dios, el judío, eran capaces de alcanzar el corazón de Dios.

 

Aquel soldado romano había llegado a entender la fe del pueblo que, se suponía, estaba dominando. Y en otro sitio se nos dice que le dicen a Cristo otros judíos que favorecieran al soldado porque en muchas cosas los había ayudado.

 

El Hijo de Dios, sin embargo, no procede como procede por las palabras de aquellos judíos que sí le hablaban sino por lo que manifiesta con las suyas el centurión. Y es que en ellas vio Cristo el ejemplo de quien confía y cree en el Enviado de Dios. Y por eso, sobre todo por eso, cura a su sirviente.

 

 

 

 

JESÚS,  gracias por ser verdaderamente misericordioso.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

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