26 de junio de 2015

Tal es la voluntad de Dios


Viernes XII del tiempo ordinario


Mt 8,1-4

En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: ‘Señor, si quieres puedes limpiarme’. Él extendió la mano, le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio’. Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: ‘Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio’”.

COMENTARIO

Jesús había venido al mundo, enviado por Dios, para salvar a los que necesitaban salvación. Tanto la salvación del alma como la del cuerpo  eran objeto de atención del Hijo de Dios. Y aquel hombre, leproso, necesitaba una ayuda más que grande e importante.

Aquel hombre confiaba en Jesús. Seguramente habría escuchado lo que hacía aquel Maestro que enseñaba de forma distinta y con autoridad. Y se dirige a Él con fe. Necesita una curación más que importante.

Jesús sabía que el leproso tenía fe. Lo cura porque tiene fe porque confiar en el Hijo de Dios supone hacer lo propio con Dios mismo. Aún, de todas formas no había llegado el momento de que supiese que era el Mesías.

JESÚS, ayúdanos a confiar en la santa voluntad de Dios.


Eleuterio Fernández Guzmán

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