Martes
XXII del tiempo ordinario
Lc 4,31-37
“En aquel tiempo, Jesús
bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban
asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga
un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a
grandes voces: ‘¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has
venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús entonces le
conminó diciendo: ‘Cállate, y sal de él’. Y el demonio, arrojándole en medio,
salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos
a otros: ‘¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus
inmundos y salen’. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.”
COMENTARIO
El poder de Dios se manifiesta a través de su Hijo Jesucristo. Por eso,
allí donde iba, dejaba constancia de que podía hacer cosas extraordinarias que
ningún otro ser humano podía hacer. Por eso decían que enseñaba con autoridad.
Tal era la autoridad de Cristo que hasta los demonios le obedecían. Y es
que ellos sí le reconocían como el Hijo de Dios. Y resulta curioso que eso
fuera así cuando había muchos que, conociendo a Jesús desde pequeño no eran
capaces de ver en Él al Mesías.
El pueblo judío amaba muchos los signos. Por eso cuando ven que el
espíritu inmundo sale de aquel hombre a quien poseía se quedan admirados. Y no
extraña, para nada, que su fama se extendiera por toda la región.
JESÚS, ayúdanos a creer en tu santa y poderosa autoridad.
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