En muchas ocasiones puede tener asiento en nuestro corazón la duda acerca de si Dios nos escucha y, lo que es peor para nosotros, si responde, en realidad, a nuestras oraciones o súplicas.
“Cuando clamo, respóndeme, oh Dios mi justiciero, en la angustia tú me abres salida; tenme piedad, escucha mi oración.
Vosotros, hombres, ¿hasta cuándo seréis torpes de corazón, amando vanidad, rebuscando mentira?
¡Sabed que Dios mima a su amigo, Dios escucha
cuando yo le invoco.
Temblad, y no pequéis; hablad con vuestro corazón en el lecho
¡y silencio!
Ofreced sacrificios de justicia y confiad en Dios.
Muchos dicen: ‘¿Quién nos hará ver la dicha?’ ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Dios, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo.
En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo,
Dios, me asientas en seguro”.
Vemos, pues, que en la necesidad más imperiosa que tengamos o que así la consideremos nosotros el corazón de Dios está atento a lo que le manifestemos. Dolor, amargura… y todo aquello que oprima nuestro ser y que nos mantenga alejados de la tranquilidad de espíritu nos hace mirar a Dios (¡Ojalá no fuera sólo en tales ocasiones sino que supiéramos agradecer, siempre, lo que nos da!). Pedimos lo que necesitamos como, por ejemplo, aquello que pueda tranquilizar y serenar nuestra alma y que nos impela a mirar al futuro con la visión optimista que nunca debe perder el hijo de Dios.
Y Dios responde porque un Padre nunca puede quedar impertérrito ante la petición de su hijo que, seguro de la bondad de quien lo trajo al mundo, espera, del mismo, comprensión y, ante las insinuaciones que el salmista hace de que puedan pensar los que le acosa que Dios no lo escucha, se manifiesta con rotundidad diciendo “Tú, Dios, me asientas en seguro” porque reconoce que nunca ha dejado de responderle ante sus súplicas y que sostiene, por eso mismo, su vida de mortal.
Tenemos, por tanto, que estar en la seguridad de que el Creador no deja de respondernos y que, en todo caso, es realidad espiritual nuestra darnos cuenta de qué nos dice y cuándo nos lo dice. Así, permanecer a la escucha de la manifestación de la voluntad de Dios es tarea que cada discípulo de Jesucristo ha de llevar a cabo.
Es decir, muestra fe ante lo que es ambición humana y, por eso mismo, sabe que Dios lo escuchará y que atenderá su orar y su demanda de auxilio. Esto muestra, una vez más, el sentido de fidelidad que tenía aquella persona que, inspirada por el Espíritu Santo, ponía por escrito lo que le dictaba su corazón de hijo que se siente poco ante el Padre pero que sabe, por eso mismo, que nunca le defraudará y que le responderá con gran beneficio y gozo para su alma y para su vida ordinaria.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital
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