16 de abril de 2016

Palabras de vida eterna

Sábado III de Pascua 

Jn 6,60-69

En aquel tiempo, muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’. Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ‘¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen’. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: ‘Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre’. 

Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los Doce: ‘¿También vosotros queréis marcharos?’. Le respondió Simón Pedro: ‘Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’”.

COMENTARIO

Había muchos de los que seguían a Jesús que dejaron de seguirlo. Ellos querían escuchar, digamos, lo que querían oír y, por eso, cuando les hablaba de una forma que les parecía dura de cumplir se alejaban un poco del Maestro.

Jesús, sin embargo, sabía que lo que era importante decir debía decirlo y lo callarlo. El caso es que aquello de que el espíritu es lo que vale y no el cuerpo no era entendido por mucho. Pero quería decirles que importante es el espíritu y no lo que perece.

Y Jesús quiere saber. Si hay muchos que lo abandonan quiere saber si los que están más cerca de Él quieren hacer lo mismo. Sin embargo, Pedro sabe que el Maestro es, sin duda alguna, el que tiene palabras de vida eterna. Y no quieren abandonarlo.


JESÚS, ayúdanos a no abandonarte nunca.


Eleuterio Fernández Guzmán

15 de abril de 2016

Comer y beber a Cristo

Viernes III de Pascua
Jn 6,52-59

En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’. Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre’. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.”

COMENTARIO

A veces hay cosas que no entendemos y las damos por no dichas, como si no tuvieran importancia. Es lo que pasó a los que escucharon a Jesús acerca de tener que comer su carne.

Jesús, sin embargo, lo explica muy bien aunque su lenguaje, seguramente, no fue entendido. Hay que comer su carne y beber su sangre. Eso es el principio básico de la Santa Misa que, como es lógico, aquellos no entendían.

Lo que resulta de todo esto es claro. Lo dice Cristo: quien come su carne y bebe su sangre resucitará en el último día, cuando vuelva el hijo de Dios en su Parusía. Y es que Él es el Pan bajado del cielo.


JESÚS, ayúdanos a comprender el sentido de tus santas palabras.



Eleuterio Fernández Guzmán

14 de abril de 2016

Creer para tener vida eterna

Jueves III de Pascua

Jn 6,44-51

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’”.

COMENTARIO

Es Dios quien nos elige

A lo mejor se piensa que somos nosotros los que escogemos a Dios y que somos nosotros los que lo aceptamos en nuestra vida. Sin embargo, como sabemos, Dios nos amó primero y es el Creador el que pone sus ojos en nosotros.

Creer para tener vida eterna

Jesús lo dice con toda claridad: hay que aceptarlo a Él y tenerlo por el Hijo de  Dios para alcanzar algo que es el anhelo de todo creyente en el Todopoderoso: la vida eterna sin la cual nada de lo que nos pasa tiene sentido.

Aceptar a Cristo

De todas formas, para alcanzar la vida eterna no basta con manifestar que, en efecto, la queremos sino que debemos tener por una verdad sin parangón que Cristo es el pan vivo bajado del Cielo porque es la carne que salva al mundo.
JESÚS, ayúdanos a aceptarte como Hijo del Todopoderoso y lo que eso significa para nosotros, tus hermanos.



Eleuterio Fernández Guzmán

13 de abril de 2016

El pan de vida eterna


Miércoles III de Pascua
Jn 6,35-40

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día’”.

COMENTARIO

Un alimento que dura para siempre

Cuando Dios envió a su Hijo al mundo lo hizo para que el mundo lo reconociese y evitase seguir caído en la fosa en la que había caído. Cristo era el alimento que dura para siempre y quien lo veía y creía en Él no moriría para siempre.

Ir a Cristo

Ciertamente que Cristo es el pan de vida eterna y no el maná que comieron los antepasados de sus contemporáneos. Y es que, además, quien hace lo que él dice hace lo que dice el Padre que debe hacer porque Dios y Él son uno.

Resucitar

Por último Jesús hace una promesa que, siendo Dios, ha de cumplir sí o sí. El último día, cuando vuelva en su Parusía, resucitará a todos aquellos que hayan aceptado seguirlo.



JESÚS, ayúdanos a aceptarte como pan de vida, el Pan de la Vida eterna. 

12 de abril de 2016

Lo que conviene saber


Martes III de Pascua

Jn 6, 30-35

“En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: ‘¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo’. Entonces le dijeron: ‘Señor, danos siempre de ese pan’. Les dijo Jesús: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed’”.

Querer saber

Muchos de los que seguían a Jesús sí que estaban ansiosos de conocer cuál era la Verdad. Por eso quieren conocer en qué se basa el Maestro para hacer lo que hace. Ellos conocían lo que habían hecho sus padres en el desierto y querían saber más.

La verdad

Muchos, sin embargo, estaban equivocados en la apreciación que hacían de las cosas. Y es que fue Dios, sin duda, quien dio el maná del Cielo a sus antepasados. Y ellos deben esperar algo más que un alimento que perece.

Anhelar la Verdad

De todas formas, ellos, como decimos, quieren saber. Y Jesús les dice la verdad, la gran Verdad: Él es el pan bajado del Cielo y quien lo coma vivirá para siempre.


JESÚS,  te queremos a Ti, pan de vida eterna.


Eleuterio Fernández Guzmán

11 de abril de 2016

El alimento que vale la pena

Lunes III de Pascua
Jn 6,22-29

Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. 

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: ‘Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello’. Ellos le dijeron: ‘¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado’”.

COMENTARIO 

Era de esperar que después de ver lo que había hecho Jesús saciando el hambre de miles de personas hubiera muchas que quisieran buscarlo y seguirlo. No todos, sin embargo, lo hacían por la razón adecuada y correcta.

Jesús conoce la forma de ser de aquellos que son sus contemporáneos. Muchos de ellos lo buscan por lo extraordinario, por lo que ha hecho y por lo que dicen que, en muchos otros lugares, ha llevado a cabo. Pero tal no es la razón correcta ni adecuada.

Jesús les dice algo que es esencial tener en cuenta: no vale la pena, tanto como ellos creen, el alimento que perece sino el que dura para siempre. Deben tener en cuenta que tal alimento es el que vale y no el otro.

JESÚS, ayúdanos a trabajar por el alimento que vale la pena.


Eleuterio Fernández Guzmán

10 de abril de 2016

Pedro, el negador amado



Jn 21, 1-19

Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: ‘Voy a pescar.’ Le contestan ellos: ‘También nosotros vamos contigo.’ Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: ‘Muchachos, ¿no tenéis pescado?’ Le contestaron: ‘No.’  El les dijo: ‘Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.’ La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: ‘Es el Señor’, se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.  Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.  Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: ‘Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.’ Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y 
tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice: ‘Venid y comed.’ Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.

Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: ‘Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos.’ Vuelve a decirle por segunda vez: ‘Simón de Juan, ¿me amas?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’  Le dice por tercera vez: ‘Simón de Juan, ¿me quieres?’ Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas. ‘En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo,  extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.’

Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: ‘Sígueme.’

COMENTARIO

Aquellos hombres, rudos pescadores que habían sido enseñados por Cristo durante su vida pública, vuelven a la labor que desempeñaban antes de conocer al Maestro. Parece que poco ha servido lo que han vivido con el Hijo de Dios.

Jesús, sin embargo, tras su resurrección, sabe que debe seguir instruyéndolos. Y se les aparece en el lago, mientras pesca. Ellos, al principio no le reconocen pero sí cuando llegan a la orilla.

El caso es que Pedro, aquel que lo había negado tres veces, es perdona, también, tres veces. Cada vez que Cristo le pregunta si le quiere sabe que lo está perdonando. Pero, además, le dice qué le pasará cuando llegue a viejo y que será, exactamente, la muerte que ha de tener.

JESÚS,  ayúdanos a seguirte siempre.

Eleuterio Fernández Guzmán