15 de septiembre de 2012

Dios nos ve debajo de cualquiera higuera

 






“En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: ‘Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret’. Le respondió Natanael: ‘¿De Nazaret puede haber cosa buena?’. Le dice Felipe: ‘Ven y lo verás’. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: ‘Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Le dice Natanael: ‘¿De qué me conoces?’. Le respondió Jesús: ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi’. Le respondió Natanael: ‘Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Jesús le contestó: ‘¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores’. Y le añadió: ‘En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre’”.  

Este texto, del Evangelio de San Juan (1, 45-51) nos muestra lo importante que es que reconozcamos que Dios siempre nos ve y nos contempla.

Sin embargo, está muy extendida la especie según la cual Dios, en realidad, no nos tiene en cuenta y que bien podemos hacer lo que nos venga en gana.

Dios, en primer lugar, no se olvidó de su creación cuando, según las Sagradas Escrituras, descansó al séptimo día. Muy al contrario es la verdad porque desde entonces sigue manteniendo la creación que no podría entenderse sin la intervención de Quien la llevó a cabo.

Pero es que, en segundo lugar, bien dice Jesucristo que el Padre “ve en lo secreto” (Cf. Mt 6,1-6.16-18) y que, por lo tanto, nada de lo que hacemos queda olvidado por Dios que, en efecto, todo lo ve.

Así lo dice en el texto citado:

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

‘Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

‘Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’”

Queda claro, pues, que hagamos lo que hagamos siempre Dios sabe lo que hemos hecho. No lo hace porque sea un fisgón o porque necesite saberlo sino porque gusta, ha de gustar, de conocer lo que hace su descendencia.

¿Qué hacer, entonces?

Una vez ha quedado meridianamente demostrado que Dios nos ve siempre (estemos bajo la higuera, o circunstancia, que estemos) sólo nos queda fijar qué hemos de hacer para que aquello que vea el Creador no quede fuera de su voluntad o nos ponga en evidencia como les pasó, por ejemplo, a Adán, Eva o el mismo Caín.

Tenemos, por ejemplo, los Mandamientos de la Ley de Dios.

Tenemos, por ejemplo, las Bienaventuranzas que Cristo manifestó al mundo.

Tenemos, por ejemplo, los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia católica.

Y tenemos, por ejemplo, la oración como medio de comunicación con Dios. Y, aunque es bien cierto, que orar no es, digamos, obligación de cumplir como lo sea lo anteriormente citado, no es poco cierto que quien no ora y no se comunica, así, con Dios, pierde la oportunidad grande de dirigirse al Padre según entiende que pueda dirigirse al Creador. Dios, que todo lo sabe y conoce, perdona a los que no sabemos dirigirnos a Él.

Dios nos ve porque, además, nos ama y como nos ama no puede, por menos, que saber de nosotros. Otra cosa, muy distinta, es que nosotros queramos siempre saber de Él.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Conocer y reconocer a Cristo



Lc 2, 33-35

“En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones’”.


COMENTARIO

Cuando Jesús nació lo hizo bajo una serie de circunstancias que no eran muy del común. Ser visitado por unas personas importantes venidas de tierras lejanas que le ofrecían su sometimiento entregándole regalos con alto contenido simbólico (oro, incienso y mirra) debió hacer pensar a las personas que allí se encontraban que era alguien muy especial.

Cuando llevan al Templo al recién nacido se encuentran con el anciano Simeón. Aquel hombre justo esperaba la salvación de Israel y cuando vio a Jesús supo de inmediato que ya había conseguido el principal objetivo de su vida.

María supo muchas cosas importantes en aquel mismo instante. Por ejemplo que su hijo sería muy bueno para muchos pero no tanto para otros y que ella, ella misma, sufriría mucho a causa del pequeño que llevaban al Templo para presentarlo a Dios. Seguramente María guardó todo aquello en su corazón.




JESÚS, cuando naces ya eras signo de contradicción para muchos. Al ser llevado a la Casa de Tu Padre, el anciano que espera el bien para su pueblo te reconoce. Sin embargo, nosotros parece que, en demasiadas ocasiones, no te reconocemos.




Eleuterio Fernández Guzmán


14 de septiembre de 2012

Lo que Dios quiere


   
La Exaltación de la Santa Cruz


Jn 3,13-17

“En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: ‘Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él’”.


COMENTARIO

A Nicodemo, discípulo de Jesús, le extrañaba mucho lo que decía el Maestro. Jesús, quería que, como uno de los principales de Jerusalén, entendiese lo que debía entender para que transmitiese a los que podían ser capaces de entenderlo.

Jesús profetiza acerca de lo que le va a pasar cuando llegue el momento de su Pasión. Al igual que aquellos judíos se salvaron mirando la serpiente que Moisés levantó en el desierto por mandato de Dios, lo mismo sucederá a los que dirijan su corazón al crucificado.

Por otra parte, la misión que tenía Jesús que cumplir era que el mundo se salvara por Él. Era lo que Dios quiso que sucediera y tal era su voluntad. Y eligió Dios la cruz porque era una forma de demostrar que se puede perdonar incluso en tal situación y que el Amor de Dios quedaba perfectamente revelado en la misma.



JESÚS, en la cruz te subieron y, desde entonces, muchos hermanos tuyos (todos somos hijos de Dios) se han ido salvando a lo largo del mundo. Nosotros, sin embargo, parece que muchas veces se nos olvida.




Eleuterio Fernández Guzmán


13 de septiembre de 2012

Amor al prójimo


Jueves XXIII del tiempo ordinario


Lc 6,  27-38

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos.

‘Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá’”.




COMENTARIO

El amor que Jesús predica no es poca cosa ni podemos decir que esté al alcance de todo el mundo. El Hijo de Dios no pide que amemos a los nuestros porque sabe que eso ya lo hacemos. Eso es demasiado fácil y la facilidad no es, precisamente, el signo de ser discípulo suyo.

Amar a los enemigos es un aviso muy importante por parte de Cristo. Amar a quien te odia supone, por eso mismo, la proclamación del respeto máximo a la Ley de Dios. Lo sustenta, además, diciendo que el Creador es buen con todos porque todos son creación suya y, a tal respecto, no va a ser el alumno más que el maestro.

Ser compasivo y no juzgar; no condenar y, además, perdonar, son excelentes puntos sobre los que apoyar la fe que decimos tener. Además no es que no tenga sentido hacer esto sino que es, al contrario, aquello sobre lo que se nos juzgará.


JESÚS, dices que lo bueno es ser bueno y misericordioso y perdonar a quien te ofende y, en general, ser caritativo y mostrar amor por el prójimo menos prójimo. Pero nosotros, en demasiadas ocasiones, no hacemos lo que debemos hacer.




Eleuterio Fernández Guzmán


12 de septiembre de 2012

Doctrina santa de Cristo





Miércoles XXIII del tiempo ordinario

Lc 6,20-26

“En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: ‘Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.

‘Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas’".


COMENTARIO

Es bien cierto que Jesús dijo muchas cosas importantes a lo largo de la vida que conocemos como pública. Aquellos años fueron ricos en frutos espirituales y muchas personas, por las palabras que salieron de su boca, se convirtieron a Dios.

Jesús, sin embargo, estableció una especie de reglas del alma que debían seguir aquellos que manifestaban una voluntad favorable a su persona y a su mensaje. Las Bienaventuranzas servirían, y sirven, para dar a entender que somos discípulos suyos.

Ser pobres, tener hambre y ser odiados por causa de Jesús son una buena presentación espiritual de lo que se y de a Quien se sigue. Pero aquellos que, sin embargo, no siguen a Cristo porque están a las cosas del mundo y no son espirituales sino carnales… para aquellos no hay preparado nada bueno.



JESÚS, quieres lo mejor para tus hermanos y para los hijos, todos, de Dios. Difundes, Tú, una doctrina santa pero nosotros, como muchas veces no nos conviene, miramos para otro lado.




Eleuterio Fernández Guzmán


11 de septiembre de 2012

Contemplar para creer, tener fe y sentirnos hijos de Dios








Esencial para nuestra vida de creyentes, la contemplación nos ayuda a reconocernos en el mundo porque nos sirve como medio de comprensión del mismo.

Creemos porque, al contemplar la gloria de Dios, nos confirmamos en lo que se nos dio. Ya no basta con tener una fe entregada sino que, al contrario, hemos de formar y conformar de acuerdo a la voluntad del Padre.

Entonces, cuando pensamos en Dios y lo hacemos de forma intensa contemplamos su Divino Ser y fomentamos, en nosotros, la creencia que nos sostiene.

Nos adherimos al misterio del reino de Dios y, entonces, situamos de una forma más adecuada la fe en nuestra vida y, a la vez, nos sentimos, en verdad y de verdad, hijos de Dios que saben que tal filiación les obliga a llevar un comportamiento distinto al de quien, simplemente, no cree.

¿Cómo, de todas formas, contemplamos a Dios en nuestra vida cotidiana?

Diversas son las circunstancias a partir de las cuales la contemplación es posible para nosotros, los creyentes en Dios Único y Creador:

1.-En la creación misma.

2.-En los demás.

3.-En las Sagradas Escrituras.

4.-En nosotros mismos.

Sin embargo, es posible que haya personas que sean capaces de contemplar a Dios de alguna otra forma. Cada cual ha de encontrar el modo de contemplación que sea más adecuado para su vida y circunstancias porque algo hay en común en todo intento: la búsqueda de Dios.

A Dios lo buscamos porque sabemos que es uno que lo es personal y, por eso mismo, tenemos necesidad de hacerlo presente en nuestra vida y tal realidad espiritual ha de ser querida por cualquier cristiano, aquí católico.

No podemos decir, por lo tanto, que la contemplación pueda ser exclusivamente gozo de las personas que han escogido una vida apartada del mundo para estar en el mundo sino, al contrario, de todos los que nos sabemos criaturas del Creador pues todos fuimos creados para existir y, con la existencia, para la contemplación de lo que nos rodea y de Dios, Todopoderoso que, son su bondad, quiso y quiere que seamos fieles a su voluntad.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Apóstoles



Martes XXIII del tiempo ordinario


Lc 6, 12-19

“En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.”

COMENTARIO


Jesús tuvo que escoger a unas personas para que, con el tiempo, cumplieran la misión que les encomendaría y que sería el anuncio del Reino de Dios, de la conversión del corazón y la del asentimiento verdadero y franco a la Ley del Creador.

Escoge a los 12. Antes había orado a Dios, dice el texto del evangelio de San Lucas, durante toda la noche. Pedía a Su Padre, el necesario discernimiento y que el Espíritu Santo inspirara su corazón para escoger a los apóstoles de entre sus, ya, muchos discípulos.

Y Jesús se detuvo. Lo hizo porque sabía que muchas personas le seguían porque lo reconocían como el Enviado de Dios o, al menos, como un Maestro que enseñaban con más autoridad que otros que ellos conocían. Y con el poder de  Dios curó y enseñó


JESÚS, aquellos que te seguían eran hermanos en la fe que se habían dado cuenta de que eras muy importante para el mundo. Nosotros, sin embargo, solemos hacer como si sólo fueras un profeta muy importante porque no seguimos tus indicaciones espirituales.




Eleuterio Fernández Guzmán


10 de septiembre de 2012

Ser acusado de cumplir la Ley de Dios






Lunes XXIII del tiempo ordinario

Lc 6,6-11

“Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: ‘Levántate y ponte ahí en medio’. Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: ‘Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla’. Y mirando a todos ellos, le dijo: ‘Extiende tu mano’. Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.”



COMENTARIO

Aunque Jesús tenía bastantes seguidores no podemos negar que lo que decía y, también, lo que hacía y por qué lo hacía no era bien visto por otras muchas personas. No es difícil creer, por lo tanto, que quisieran hacerle daño.

La Misericordia de Dios era aquello que Jesús quería que se trasladase al mundo y que los hijos del Creador, hermanos suyos, fueran capaces de tener en cuenta las necesidades de sus prójimos y tenerlas como importantes para ellos.

Curar o dejar pasar la enfermedad de un necesitado eran decisiones que podrían muy bien haber tomado aquellos que seguían a Jesús o aquellos que veían lo que hacían. Sin embargo, muchos de ellos no tenían en cuenta sino sus propios intereses egoístas y mundanos e interpretaban lo que hacía el Maestro como un ataque a la Ley de Dios que, además, no comprendían ni seguían en aquello referido, por ejemplo, a la misericordia.



JESÚS,  por mucho que te atacaran sabías a la perfección cuál era la misión que tenías que cumplir. Sin embargo, al igual que aquellos que te perseguían nosotros también manifestamos ciertos síntomas de falta de fe.



Eleuterio Fernández Guzmán


9 de septiembre de 2012

Nace María, Madre

 
 






Los católicos tenemos un amor muy especial por una joven que, cuando pudo haber dicho “no” supo decir “sí” a lo que le proponía el Ángel Gabriel. Decidió en libertad y, gracias a tal decisión, la humanidad se salvó del abismo en el que se estaba precipitando.

Aquella niña, pues lo era, que aunque lógicamente turbada ante lo que le estaba pasando, supo reaccionar de forma buena y benéfica para la humanidad, había, también, nacido fruto del amor entre su padre, Joaquín, y su madre, Ana, a la cual Dios también bendijo con el nacimiento de quien, por la edad, ya no esperaban.

Pero María, aquel nombre le pusieron a la recién venida al mundo, nació sin pecado por especial gracia de Dios y vino para procurar, aunque ella aún no lo supiese, que fuéramos salvos.

María nace
y la luz se agranda
para ser esperanza
del pueblo
de Dios.
María nace
y el camino
hacia el Creador
se ensancha.
María nace
y con ella
somos doblemente
hijos.
María nace,
María, Madre
del mundo
que se perdía.
María nace
y aparece ante nosotros
la bondad divina,
la humildad perfecta,
la dulzura hecha corazón.
María nace
para ser
perpetua alegría
del Padre.
María nace
y con ella
es todo nuevo
y todo está por descubrir.
María nace
y la salvación
tiene nombre y es el
de ella.
María nace,
María, Madre,
mediadora que viene
a sufrir y llevar en su corazón
lo que Dios quiera
que lleve.
María nace
y todos somos mejores
si queremos serlo.
María nace
y con ella quien
la reconoce como Madre
es hijo
y quien la tiene como luz
nunca se sabe perdido
ni dejado de su mano.

Cuando, por otra parte, Dios quiso tener una Madre que trajera al mundo al Hijo y, así, poder salvar lo que había creado, tuvo que escoger, desde la eternidad donde todo existe, a una joven que fuera piadosa y para quien la oración, como relación directa con Él, fuera causa de su existencia. Y escogió a María, a quien veía en el futuro como digna Madre para Él.

Y nosotros, como poco, debemos dar las gracias a Quien, siendo Todopoderoso, se sometió dulcemente a las caricias espirituales de María, Madre Suya y madre nuestra. Y es que por eso mismo Dios es perpetuo Amor. 


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Con todo el poder de Dios


 

Domingo XXIII (B) del tiempo ordinario

Mc 7,31-37

“En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: ‘Effatá’, que quiere decir: ‘¡Ábrete!’. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: ‘Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos’".


COMENTARIO

Lo que Jesús puede hacer con su poder, que es total, está muy alejado de ser comprendido por el ser humano ordinario. Son actuaciones que demuestran, para quien quiera dudarlo, que no es un hombre que vivió entre otros hombres sino que es Alguien mucho más importante y crucial para la historia de la humanidad.

Es de imaginar que una persona que es sorda y que, lógicamente, tiene muchos problemas para hablar porque le falta esa capacidad auditiva para entender las palabras o lo sonidos, se encontraba entonces en una situación muy difícil. Seguramente estaba apartado de la vida común porque, además, es más que probable que le achacasen haber cometido algún pecado él mismo o sus padres.

Jesús salva porque es médico. Lo es del cuerpo y lo es del alma. Por eso cuando nos sana es difícil callar el haber sido sanado. Extraña que Jesús pretendiese que aquella persona no gritara a los cuatro vientos que le habían dado la vida con aquello y, sobre todo, Quién había sido quien le había dado la vida.




JESÚS,  pides, muchas veces, que no se diga Quién ha curado a tal o cual personal. Entonces, seguramente, no estaban preparados para comprende lo que hacías. Y ahora que sí lo estamos, parece que seguimos casi igual que aquellas personas.



Eleuterio Fernández Guzmán