4 de abril de 2015

A la espera de Cristo



En este día de Sábado Santo esperamos que Cristo resucite. Por hemos vigilamos para que no nos coja desprevenidos en su amor y en el amor al prójimo.

Esperamos que cada uno de sus hermanos seamos capaces de adentrarnos en el amor del Padre que tanto hizo porque se salvara la humanidad que había creado.

Sábado Santo es equiparable a Sábado de Gloria porque nosotros, que sabemos lo que pasará mañana, estamos alegres.


Eleuterio Fernández Guzmán



3 de abril de 2015

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo



Viernes Santo
Jn 18,1—19,42

En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Díceles: ‘Yo soy’. Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Respondió Jesús: ‘Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos’. Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno’. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: ‘Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?’. 

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: ‘¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?’. Dice él: ‘No lo soy’. Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: ‘He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho’. Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ‘¿Así contestas al Sumo Sacerdote?’. Jesús le respondió: ‘Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?’. Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: ‘¿No eres tú también de sus discípulos?’ Él lo negó diciendo: ‘No lo soy’. Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: ‘¿No te vi yo en el huerto con Él?’. Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo. 

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: ‘¿Qué acusación traéis contra este hombre?’. Ellos le respondieron: ‘Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado’. Pilato replicó: ‘Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley’. Los judíos replicaron: ‘Nosotros no podemos dar muerte a nadie’. Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’. Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’. Pilato respondió: ‘¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?’. Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí’. Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Respondió Jesús: ‘Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz’. Le dice Pilato: ‘¿Qué es la verdad?’. Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: ‘Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?’. Ellos volvieron a gritar diciendo: ‘¡A ése, no; a Barrabás!’. Barrabás era un salteador. 

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: ‘Salve, Rey de los judíos’. Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: ‘Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él’. Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: ‘Aquí tenéis al hombre’. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Les dice Pilato: ‘Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él’. Los judíos le replicaron: ‘Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios’. Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’. Respondió Jesús: ‘No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado’. Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: ‘Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César’. Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: ‘Aquí tenéis a vuestro Rey’. Ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!’. Les dice Pilato: ‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’. Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. 

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: ‘Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos’. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: ‘No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, lo he escrito’. Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: ‘No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca’. Para que se cumpliera la Escritura: ‘Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica’. Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. 

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: ‘Tengo sed’. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu. 

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’. 

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.


COMENTARIO

Todo lo que san Juan escribe en esta parte crucial de su evangelio nos muestra hasta dónde estaba dispuesto Jesús a llegar para defender a sus hermanos o, mejor, a la humanidad entera.

Los que persiguen al Hijo de Dios se las ingenian para obtener la condena a muerte del Maestro. De una forma o de otra consiguen lo que, hace poco, habría sido imposible: que el Mesías, el Ungido de Dios, soportase una Pasión como nadie la había soportado.

Jesús murió en aquella cruz. Y, desde entonces, la Cruz representa el ejemplo mejor de lo que supone ser hijo de Dios. En aquel momento entregó a su Madre para que fuera Madre nuestra y porque quería que siempre recordásemos Quien había sido su hijo.



JESÚS, ayúdanos a tenerte, siempre, como Quien se entregó por nosotros.


Eleuterio Fernández Guzmán



2 de abril de 2015

Servir al prójimo


Jueves Santo

Jn 13,1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. 

Llega a Simón Pedro; éste le dice: ‘Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?’. Jesús le respondió: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde’. Le dice Pedro: ‘No me lavarás los pies jamás’. Jesús le respondió: ‘Si no te lavo, no tienes parte conmigo’. Le dice Simón Pedro: ‘Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza’. Jesús le dice: ‘El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos’. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: ‘No estáis limpios todos’. 

Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros’”
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COMENTARIO

Lo que Jesús lleva a cabo en la que entendemos como la última cena que mantuvo aún vivo en la Tierra tiene mucho de simbólico pero, a la vez, de real. En ella se sentaron las bases para el recuerdo eterno del Hijo de Dios.

Aquello que hace Jesús es ejemplo para sus más directos colaboradores. Los que asistían a la cena en Jerusalén debían recordar muy bien porque suponían la actitud a tomar en las cosas de la vida.

Cuando Jesús lava los pies a los presentes lo que quiere es que aprendan que si ha hecho eso, siendo el Señor, ellos deben hacer lo mismo. Y no se trata, sólo, de lavar los pies sino, por eso mismo (por ser lo más bajo) de hacerlo con todo: entrega a quien necesite ser ayudado. Así sabrán que son discípulos del Hijo de Dios.


JESÚS,  ayúdanos a servir; ayúdanos.


Eleuterio Fernández Guzmán

1 de abril de 2015

Traicionar a Cristo



Miércoles Santo
Mt 26,14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ‘¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?’. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. 

El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?’. Él les dijo: ‘Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’’. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. 

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: ‘Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ¿Acaso soy yo, Señor?’ Él respondió: ‘El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!’. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ‘¿Soy yo acaso, Rabbí?’. Dícele: ‘Sí, tú lo has dicho’”.

COMENTARIO

Cuando la codicia se adueña del corazón de un hombre nada bueno puede salir de tal relación. Eso es lo que le pasa a Judas. No puede soportar que el reino de Jesús no sea mundano y eso le lleva a entregar a su Maestro.

Jesús, que sabe lo que va a pasar (no obstante es Dios hecho hombre) Quiere comer la última Pascua, en este mundo, con sus apóstoles porque es consciente de que aquella cena, la última, iba a ser muy importante.

Judas ignora, claro, que Jesús lo sabe todo. Por eso cuando avisa el Cristo de lo que va a pasar todos se preguntan si se refiere, aquello de la traición, a alguno de ellos. Bien sabía Judas que se refería a él.



JESÚS, ayúdanos  a no traicionarte nunca.


Eleuterio Fernández Guzmán


31 de marzo de 2015

Negar a Cristo

Martes Santo

Jn 13,21-33.36-38

En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará’. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando’. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’. Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar’. Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: ‘Lo que vas a hacer, hazlo pronto’. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta’, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. 

Cuando salió, dice Jesús: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, ¿a dónde vas?’. Jesús le respondió: ‘Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde’. Pedro le dice: ‘¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti’. Le responde Jesús: ‘¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’”.


COMENTARIO

La historia de la salvación se estaba cumpliendo paso a paso. Todo lo escrito se iba a llevar a cabo. Y el momento de la Última Cena era crucial porque mucho de lo malo se iba a revelar.

Aquel que iba a entregar a Cristo había llegado a la culminación de su ruindad espiritual. Había decidido entregar al Hijo del hombre de una forma bárbara y muy alejada de lo que debía ser el comportamiento de un discípulo del Maestro. Todo, sin embargo, se estaba cumpliendo.

Jesús les dice lo que va a pasar. Es más, a Pedro le dice que, en efecto, irá donde Él va a ir pero no en tal momento sino más tarde. Y es que Jesucristo conoce la historia de la humanidad en su totalidad. No profetiza sino que afirma con rotundidad lo que va a pasar.


JESÚS, ayúdanos a no traicionarte.

Eleuterio Fernández Guzmán


30 de marzo de 2015

El amor verdadero



Lunes Santo
Jn 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. 

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’. Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: ‘Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’.

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús”.

COMENTARIO

Estaba bastante claro que había cosas que no podían soportar los que no amaban a Jesús. Si hacía algo bueno tampoco admitían que lo fuera sino, en todo caso, que estaba hecho con alguna asechanza del Maligno. Que quisiera matara también a Lázaro, pues, no extraña nada de nada.

Sin embargo, entre los discípulos de Jesús había quienes miraban las cosas de forma muy distinta. Eso le pasaba a Judas que tenía en cuenta el dinero más que la realidad espiritual que estaba viviendo. Por eso San Juan lo llama ladrón… porque lo era.

Pero Jesús, que conoce lo que va a pasar sabe que aquel homenaje que le estaba dando María era más que merecido. De todas formas era una especie de anticipación del embalsamamiento que, tras su muerte, iba a intentar llevar a cabo María de Magdala aunque no pudiera porque Cristo había resucitado.



JESÚS, ayúdanos a no tener en cuenta los bienes mundanos.



Eleuterio Fernández Guzmán

29 de marzo de 2015

Murió por nuestra salvación





Mc 15, 1-39

Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntaba: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ Él le respondió: ‘Sí, tú lo dices.’ Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pilato volvió a preguntarle: ‘¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.’ Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.

Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato.  Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder.  Pilato les contestó: ‘¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?’  (Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia.)  Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás.  Pero Pilato les decía otra vez: ‘Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?’ La gente volvió a gritar: ‘¡Crucifícale!’  Pilato les decía: ‘Pero ¿qué mal ha hecho?’ Pero ellos gritaron con más fuerza: ‘Crucifícale!’

Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.  Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: ‘¡Salve, Rey de los judíos!’ Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle. Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario.  Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.


Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: ‘El Rey de los judíos.’ Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: ‘¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días,  ‘¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!’ 31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: ‘A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.’ También le  injuriaban los que con él estaban crucificados. Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: = ‘Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?’, - que quiere decir - = ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?’ = Al oír esto algunos de los presentes decían: ‘Mira, llama a Elías.’ Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: ‘Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.’ Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo.  Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: ‘Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.

COMENTARIO


Todo el recorrido de la Pasión de Nuestro Señor está trufado de momentos cruciales para la salvación de la humanidad. Desde los interrogatorios infames e ilegales hasta su propia muerte todo es verdad porque todo es de Dios.

Jesús sabe que nada de lo que diga va a dejar de precipitar su muerte. Por eso actúa como sabemos que actuó ante aquellos que le preguntaban. Sufrió todo lo sufrible, y más, porque era lo que estaba escrito. Él sabía que estaba escrito porque era el protagonista principal de aquel drama de salvación.

Había quienes se daban cuenta de lo que estaba pasando. Incluso algún pagano, como aquel centurión que allí estaba, creyó cuando se apreció que lo que estaba pasando sólo era posible si aquel hombre al que habían matado era el Hijo de Dios. Y así lo afirma.



JESÚS, en estos momentos de dolor pero de esperanza eterna… ¡Alabado seas!


Eleuterio Fernández Guzmán