14 de abril de 2012

Rogar por los nuestros







El ser humano, desde que fue creado por Dios y fue, digamos, puesto en aquel Paraíso en el que vivía con gozo y esperanza, ha avanzado mucho en el conocimiento de la realidad. Así, gracias a los dones entregados por Dios y por haberlos hecho rendir, ha habido muchos avances que nos han permitido alcanzar un nivel de vida, digamos, aceptable.

Sin embargo, todo no es luz sino que hay más de una sombra y más de una realidad que debería preocuparnos muchos porque, en realidad, se trata de lo sucede con muchos de los nuestros, con aquellos que desaparecen mucho antes de nacer y que dejan de formar parte de la especie humana que fue pensada y hecha realidad por el Creador cuando quiso hacerlo y que, por cierto, sigue siendo mantenida por el Todopoderoso.

Recientemente publicaba la agencia Zenit una noticia que era apabullantemente triste. Y lo es porque produce confusión en quien la lee por lo que supone, intimida por lo grave que es y, sobre todo, es manifestación de superioridad por quien no puede tenerla.

El caso es que se dice que “Se han destruido 94 embriones, 130 ovocitos y 5 muestras de líquido seminal (debido) a una elevación de la temperatura, con nivel cero de nitrógeno y el vaciamiento del tanque”.

Sin embargo, no vaya a pensarse que la preocupación iba por el camino de tener en cuenta a los seres humanos que habían muerto sino, en todo caso, en el supuesto derecho que los futuros padres tenían de hacer posible su ilusión de tener descendencia. Por eso se decía que “el accidente ha perjudicado a las parejas a las cuales estaban destinadas los embriones”.

Al parecer olvidan, muchas personas, algo que es muy grave y que se deja escondido en algún cajón del corazón: nadie tiene derecho a tener hijos sino los hijos a tener padres. Por eso no es lícito manipular genéticamente lo que se pueda manipular hasta hacer lo imposible para que unas personas puedan cumplir su deseo de tener hijos.

Por eso, en el momento en el que por algún tipo de fallo, se han perdido muchos embriones humanos se ha dado al traste con vidas que tenían el derecho de ver la luz del día. Sin embargo, eso no parece, en este caso y en muchos, importar lo más mínimo porque se tienen a tales personas, así lo dicen, como “no-personas” y, por lo tanto, se hace con ellas lo que bien se quiera hacer entre lo que entra, por supuesto, terminar con vida de forma consciente o involuntaria.

Debemos, nosotros, al menos nosotros, rogar a Dios por el alma de tales seres humanos que no verán a sus padres ni, en general, a nadie porque no llegaran a nacer. En este caso se ha podido deber a algún tipo de error científico pero, en todos los casos, se trata de la aplicación de una concepción equivocada acerca de la vida del ser humano.

Lo que aquí podemos ver es que hay personas que creen ostentar una superioridad, que sólo corresponde a Dios, para decidir qué seres humanos deben vivir y qué seres humanos no deben vivir. Y tratándolo todo como una especie de vaciamiento de la mínima moral que corresponde tener a un ser humano para con los seres que son como ellas mismas.

Manipular, pues, las cosas hasta tal punto del que ya no hay retorno posible, no está ni medio bien para un ser humano pero menos bien está aún para un cristiano que pueda justificar tal actitud con el siempre socorrido bien que se pretenda conseguir. Olvidan, en este caso aquello de que el “fin no justifica los medios”.

De todas formas, debemos rogar tanto por aquellos que han dejado de existir o que dejarán de hacerlo de seguir, que seguirán, llevando a cabo determinadas prácticas científicas como por aquellos seres humanos que, llevados por un ego excesivo, creen que pueden ser dioses y crear vida a su antojo.

No deberían olvidar, sin embargo, que el tribunal de Dios también les esperará a ellos.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Soto de la Marina




Ir por el mundo anunciando a Cristo



Sábado de la octava de Pascua

Mc 16, 9-15

“Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación’".

COMENTARIO

Cuando Jesús resucita se le aparece a María de Magdala. A María le había hecho mucho bien porque le había quitado de dentro de su corazón, un grupo de demonios que la tenían atormentada. Fue la primera en ver al Maestro y fue corriendo a decir a los otros lo que había pasado.

Los discípulos más allegados a Jesús no sólo tenían miedo sino que tenían una fe algo escasa. No creen a María porque no podían comprender que Jesús le había perdonado sus pecados y estaba limpio su corazón de maldad. Pero Jesús la envía porque confía en ella y ellos, sin embargo, hace caso omiso a su aviso.

Jesús no puede, por menos, que decirles a los que habían dudado de su resurrección, que habían hecho mal porque María había sido enviada por Él para comunicarles la buena nueva de su resurrección. Jesús, sin embargo, les perdona y envía a cumplir con la misión para la que habían sido enseñados: predicar y transmitir al mundo la Buena Noticia.

JESÚS, aquellos que te seguían de más de cerca tenían demasiado miedo… y poca fe. Sin embargo, los enviaste porque, a partir de haberte visto, se le abrió la inteligencia y el corazón. Lástima que nosotros, muchas veces, mantengamos cerrada nuestra inteligencia  nuestro corazón.  

Eleuterio Fernández Guzmán

13 de abril de 2012

Miramos más allá

















Es bien cierto que aún quedan muchos días para que llegue el domingo de Pentecostés porque desde el domingo de Resurrección hasta entonces han de pasar cincuenta días durante los cuales la Pascua se manifiesta plena porque Dios sigue pasando por nuestras vidas hasta que seamos enviados.

Ahora, sin embargo, debemos mirar más allá del tiempo en el que estamos y tratar de conocer, si es que nos da el corazón para tanto, cuál ha de ser nuestra actitud en este tiempo, digamos, intermedio entre el encuentro de Cristo y María en la mañana del domingo por excelencia y aquel en el que el Hijo de Dios envíe a sus discípulos a predicar y a transmitir la Buena Noticia del Reino de Dios.

Sabemos que la pervivencia de la Pascua durante los cincuenta días en los que ahora mismo estamos tiene, como fecha, una que lo ese simbólica. Siete semanas es un signo de plenitud según el significado que el número 7 tiene en las Sagradas Escrituras. Por eso también vienen a ser como una imagen de la eternidad a la  que estamos destinados gracias a Cristo por haber muerto en la cruz para salvación del mundo.

Hasta el momento exacto en el que (Hechos 2, 1-3) “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” tenemos que ser conscientes de que Cristo ha resucitado y que tan importante hecho espiritual y material nos ha de guiar en nuestro camino, por supuesto, hacia el definitivo Reino de Dios pero, a corto plazo, por el que nos lleva hasta tan radicalmente esencial momento de nuestra alma y de nuestra vida domo discípulos de  Cristo.

Por lo tanto, mirando más allá de este ahora mismo en el que estamos debemos, sin embargo, ser cristianos a carta cabal. Cristo muere y resucita y hasta que sea infundido el espíritu en Pentecostés no podemos olvidar que debemos amarnos y que debemos perdonar; que debemos ser caritativos con los que más nos necesitan y que debemos acercarnos a los que sufren por dolencias físicas o espirituales; que debemos llevar la esperanza donde se haya perdido y, sobre todo, no perder nunca la nuestra porque sería como pecar contra el Espíritu Santo pues lo haríamos contra la Providencia de Dios.
Si así actuamos habremos hecho lo que Cristo quiere que hagamos y que, además, es la razón por la que murió dando su vida de forma consciente y por un bien superior… el de sus amigos. Por eso la Pascua es el tiempo más importante para los discípulos de Cristo porque nos sirve para que los demás tiempos no pierdan su propio sentido y que lo que la Iglesia hace y dice lo haga como fruto de su labor que es la que le encomendó su fundador Jesucristo.

Y es que, además, este tiempo en el que miramos más allá de nuestro ahora pero teniendo presente, precisamente, el ahora mismo, es tiempo en el que concretamos que la razón de nuestra esperanza por la que San Pedro clamó (cf. 1 Pe 3, 15) tiene nombre y es más que conocido por nosotros siendo Cristo la causa de la misma.

No podemos olvidar, por otra parte, que al igual que los apóstoles, al descubrir que Cristo había resucitado se lanzaron a evangelizar sin miedo alguno, exactamente igual debemos hacer nosotros, sus hermanos en la fe. Sabemos, a la perfección (después de haber pasado tantos siglos desde entonces) que Jesucristo está con nosotros y que, además de esperar que llegue Pentecostés para sentirnos especialmente enviados en misión, en la misma ya estamos desde que somos capaces de comprender que Dios tiene una para cada uno de nosotros y que no podemos dejarla escondida, por ejemplo, bajo el celemín.

Vemos, pues, que tenemos numerosas tareas espirituales que realizar en este tiempo especial en el que esperamos la venida, de nuevo, del Espíritu Santo. Debemos sembrar siempre que sea posible en los campos del Señor para que fructifique la semilla y debemos fructificar nosotros mismos al haber sido sembrados por la Palabra de  Dios y regados con el Agua  Viva.
Recordemos, pues, a la Iglesia primitiva y seamos como aquellos que esperan para fundar su luz, su camino y su verdad pero hagámoslo no de forma tibia sino plenamente seguros de que con nosotros está Jesucristo y que, en nuestras tribulaciones, propias del ser humano, nunca nos abandonará.


 Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Jesús vuelve siempre





Jn 21, 1-14

“En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: ‘Voy a pescar’. Le contestan ellos: ‘También nosotros vamos contigo’. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: ‘Muchachos, ¿no tenéis pescado?’. Le contestaron: ‘No’». Él les dijo: ‘«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis’. La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: ‘Es el Señor’. Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: ‘Traed algunos de los peces que acabáis de pescar’. Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: ‘Venid y comed’. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos."

COMENTARIO

Jesús tenía que continuar con su labor predicadora y no cesa de aparecerse a sus más allegados discípulos. Ellos habían vuelto a sus vidas ordinarias porque, al parecer, no habían acabado de comprender qué suponía la resurrección del Maestro.

Jesús les prepara las brasas o, lo que es lo mismo, les está preparando el corazón para recibir la doctrina santa que han de transmitir. Y les pide algo de comer pero no sólo para Él sino para repartirlo entre ellos como tantas veces lo había hecho. Vuelve, pues, a servirles.

Jesús está, de nuevo, con ellos porque no quiere dejarlos todavía. Es una forma de que comprendan, además de lo que aún no han acabado de comprender, que siempre estará con nosotros y que podemos confiar en el Hijo de Dios para lo que queramos. A nosotros también nos da de comer su pan de eternidad.



JESÚS, mucho amas a tus apóstoles como para no estar con ellos siempre que lo crees necesario. Aquella, dice el texto del Evangelio, era la tercera vez que te volvías a encontrar con los que tantos años habían estado a tu lado. No quieres que abandonen la labor para la que los habías instruido. Lo mismo nos debería ocurrir a nosotros en tiempos de dudas

Eleuterio Fernández Guzmán

12 de abril de 2012

Camino de Pentecostés: ir, estamos, en misión







Renovamos, hemos de renovar, la misión que Jesucristo encomendó a sus primeros discípulos.

Puede parecer una rutina o, por mejor decirlo, algo que, año a año se produce, indefectiblemente, 50 días después de la resurrección de Nuestro Señor. 

Es, nos referimos, con claridad, a Pentecostés que llegará tras el paso de los citados días.

Dijo Jesús, en el apogeo de la misión que le encomendó Dios, que no había venido a ser servido. Quería, diciendo eso, que no se le tomara por un rey terreno que necesita de servidumbre que le asista desde el momento más insignificante del día hasta los momentos más importantes de gobierno.
No. Jesús no había venido a eso y por eso, precisamente, muchos le rechazaron porque la promesa mesiánica (la llega del Mesías) la entendían de una forma muy humana, muy distinta y más llevada por la espada y la venganza que por el corazón y la misericordia.

Por eso dijo que, al contrario de lo que muchos de sus contemporáneos querían, había venido a servir. Y servir era hacerlo de muchas formas.
Una de las formas de cumplir con tal misión era la de transmitir la Palabra de Dios para que se comprendiese que, hasta en aquel momento, se había hecho un uso torticero de la misma creando multitud de normas que impedían, tras el follaje de la ley, ver la realidad espiritual de la voluntad de Dios. 

Y aquí que Jesucristo, resucitado y dados los mensajes oportunos a aquellos que, en aquel momento, le seguía, los envía, por el ancho mundo de entonces a, en resumidas cuentas predicar.

Eso será, en esencia, Pentecostés: no quedarse parados en el camino hacia el definitivo reino de Dios sino decir, toque o no toque decirlo, que la Verdad es, ciertamente, Verdad. Donde es sí, ha de ser sí, como muy dijo Jesucristo.

Nos corresponde, pues, servir. Sobre todo servir sin el miramiento del respeto humano ni el cálculo del relativismo que tanto daño hace a la fe que tenemos.

Quizá nos ayude, por si acaso se nos ocurre poner como excusa que, en realidad, no sabemos en qué sentido tenemos que servir, el texto en el que los Hechos de los apóstoles (2, 42-47) nos dice cuál era el comportamiento de los primeros cristianos porque, seguramente, muchas de nuestras dudas queden despejadas. 

Y dice lo siguiente:

“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”. 

Aquí está, perfectamente explicitada, la doctrina que, en cuando misión, se nos encomienda a los discípulos de Cristo:

-No renunciar a escuchar la Palabra de Dios.

-Hacer vida en común y, en general, formar comunidad de cristianos y no sucumbir al individualismo espiritual que se nos pretende imponer. 
-Vivir unidos en la fe. 
-Dar a quien lo necesita. 

-No olvidar la asistencia a la Casa de Dios. 

-No olvidar la merecida alabanza que debemos a Dios. 

-No perder la alegría y hacer nuestras obligaciones espirituales con alegría y sin fingimiento. 

No parece, esto, poco para cumplir la voluntad de Dios sino que, al contrario, nos marca un camino bastante exacto por el que caminar y por el que llegar al definitivo reino donde Jesucristo está preparándonos las estancias donde morar eternamente. 

Y tal cosa, ni más ni menos, ha de ser Pentecostés hacia el que nos encaminamos una vez pasada la Semana de Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: estar en misión, siempre, y saber que es obligación nuestra, personas que nos reconocemos hijos de Dios y que cumplimos, por eso mismo, con lo que tiene previsto para nosotros. 

Otra cosa es alejarse, mucho, del tiempo espiritual en el que vivimos.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Jesús vuelve para enseñar



Jueves de la octava de Pascua

Lc 24, 35-48

“En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros’. Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: ‘¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo’. Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: ‘¿Tenéis aquí algo de comer?’. Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: ‘Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’’. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: ‘Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas."

COMENTARIO

Los apóstoles no la tenían todas consigo. Cuando Jesús se les presenta tras la resurrección creían estar viendo un fantasma porque, al fin y al cabo, aquello de volver a la vida lo tenían como algo imposible. No acababan de creer.

Jesús tiene que darles pruebas. Por ejemplo, los espíritus no comen porque no son cuerpo físico. Era una prueba contundente de que, en efecto, era Él en cuerpo y alma y que había vuelto para acabar de enseñarles.

Jesús hace algo de lo que jamás estaremos suficientemente agradecidos: abre la inteligencia de sus apóstoles para que comprendan lo que, hasta entonces, no habían sido capaces de entender. Así, gracias a aquel momento nosotros, ahora mismo, entendemos mucho más que ellos antes de entenderlo todo.

JESÚS, necesitabas que tus discípulos más allegados, tus apóstoles, acabaran de comprender que lo que les había dicho se había cumplido. De tal forma terminaron de formarse para ser misioneros tuyos a lo largo del mundo. ¡Y les abriste la inteligencia! que es lo que, muchas veces, nosotros no queremos abrir.

Eleuterio Fernández Guzmán

11 de abril de 2012

Resucita Cristo por nuestro bien







Al dolor, siguió la alegría luminosa de la Resurrección. ¡Qué fundamento más claro y más firme para nuestra fe! Ya no deberíamos dudar. Pero quizá, como los Apóstoles, somos todavía débiles y, en este día de la Ascensión, preguntamos a Cristo: ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?; ¡es ahora cuando desaparecerán, definitivamente, todas nuestras perplejidades, y todas nuestras miserias?

San Josemaría, en el número 117 de “Es Cristo que pasa” nos da la clave de un momento muy importante para la humanidad.

No es de extrañar que los discípulos estuvieran tristes tras la muerte de Cristo en la cruz. Tampoco que tuvieran miedo y que se escondieran. Era un proceder lógico y natural en seres humanos que, al fin y al cabo, no habían acabado de comprender ni lo que estaba sucediendo ni lo que iba a suceder.

Había dolor. Y a tal situación espiritual sucedió lo que era de esperar que sucediera y que no era otra cosa que la resurrección de Cristo. Había prometido que así sería y así fue.

Es, sin duda alguna, algo fundamental para nuestra fe y, por eso mismo, con ella nuestra fe es cierta y verdadera y sin ella es vana (cf. 1 Cor 15, 14) Sin embargo, más que demostrada que la resurrección de Cristo fue, es, cierta, lo que sigue es lo único que puede seguir a tal situación: hemos sido salvados y, por eso mismo, nos encontraremos, cuando Dios quiera, habitando alguna de las estancias que Cristo nos está preparando en el definitivo Reino de Dios.

Si hay una persona que, también en este momento, es fundamental tenerla como esencial en nuestra vida (en ésta y en la que tiene que venir) es María, la Madre Dios y Madre nuestra.

A tal respecto, el Beato Juan Pablo II, en una catequesis mariana de fecha 21 de mayo de 1997 dijo que “Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

Pero, además, que “Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

María, pues, es de pensar que también vio a Jesús, tras la resurrección, de forma muy especial. Jesús no pudo dejar de ver a su Madre, incluso antes que a María Magdalena, pues era una muestra de Amor del Hijo por la Madre.

Por eso “la Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

Jesús resucita por nuestro bien porque tal era la necesidad que tenía el ser humano para ser salvado. Su sangre nos valió la salvación eterna prometida por Dios. Y eso sólo podemos agradecerlo como amor, entrega y servicio.

Jesucristo resucita y, por eso mismo, debemos agradecer cada momento de su vida porque, con ella, nos dio la nuestra para siempre, siempre, siempre.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

Amor y verdad en Emaús





Miércoles de la octava de Pascua

Lc 24,13-35

"Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

Él les dijo: ‘¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?’. Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: ‘¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?’. Él les dijo: ‘¿Qué cosas?’. Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?’. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: ‘Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado’. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’. Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

COMENTARIO

Los discípulos que regresaban a Emaús lo hacían tristes. No se habían cumplido sus expectativas en la persona de Jesús y volvían a sus casas después de haber vivido la muerte del que había sido su Maestro por unos años.

Jesús, sin embargo, sabe que en sus corazones aún permanece aquella llama de amor hacia quien les había enseñado la verdadera voluntad y ley de Dios. Por eso les abre los ojos al contarles todo lo que sobre Él se había dicho en las Sagradas Escrituras escritas hasta entonces. Y ellos, luego se dan cuenta de todo.

Cuando Jesús parte el pan aquellos dos discípulos caen en la cuenta de que era el Maestro y de que había estado con ellos para que no perdieran la esperanza y la siguieran teniendo siempre. Y lo descubren cuando son capaces de comprender que lo que decía sobre su persona se había cumplido palabra por palabra.

JESÚS, tus discípulos de Emaús te descubren, se dan cuenta de que eres Tú cuando partes el pan. Seguramente ellos habían estado presentes muchas veces cuando hacías lo mismo. Y entonces, volvieron a creer.


Eleuterio Fernández Guzmán

10 de abril de 2012

Frutos de la Semana Santa













Cuando ha pasado ya el tiempo en el que hemos traído a nuestra actualidad el recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor tras haber entrado entre multitudes agradecidas en la Ciudad Santa de Jerusalén, deberíamos preguntarnos si tal tiempo, llamado fuerte en materia espiritual, ha tenido buenos frutos para aquellos que nos consideramos discípulos de Quien murió, precisamente, por nosotros.

Si entendemos que en el Domingo de Ramos, en el nuestro, en el de ahora mismo, hemos acudido jubilosos a adorar a Cristo que entra en nuestra vida para dejar una huella perenne y hemos gozado con su Palabra y con su llegada a nosotros… entonces el fruto de esta Semana Santa habrá sido provechoso y podremos decir, con verdad, que Cristo vive y lo hace para siempre y para volver cuando Dios quiera que vuelva.

Si creemos que con la Última Cena Cristo hizo algo más que comer la Pascua con sus más allegados y estamos en la seguridad de que se mostró servicial para que todos lo seamos e instauró la Santa Misa para que, como Eucaristía o acción de gracias, lo recordáramos todo en memoria suya y  que, por eso mismo, se quedó para siempre con nosotros hasta que vuelva cuando sea el momento oportuno… entonces el fruto de esta Semana Santa habrá sido grande y, con el mismo, podremos caminar hacia el definitivo Reino de Dios con la seguridad de hacer su voluntad.

Si estamos en la seguridad de que la entrega voluntaria y consciente de Cristo a una muerte fuerte,  de cruz,  fue hecha porque suponía cumplir con la voluntad de Dios y que era, precisamente, que entregara su vida perdonando y mostrando misericordia e intercesión por aquellos que le estaban matando y que, por eso mismo, la sangre vertida por Jesús no fue en vano sino, precisamente, para ganarnos la vida eterna… entonces el fruto de esta Semana Santa habrá sido dulce y lleno del amor que Dios quiere para nosotros y por el cual entregó a su único Hijo, engendrado y no creado, para que diera la vida por sus hermanos, creados y no engendrados.

Si cuando el sábado fue de Gloria porque teníamos la esperanza de que Jesús iba a cumplir con lo que había prometido que iba a suceder y que, por eso mismo, en pocas horas volvería a la vida, resucitado, para enviarnos en misión al mundo a proclamar que estaba vivo y que nos convenía creer en Él, entonces, el fruto de esta Semana Santa habrá sigo gozoso porque nos ha procurado saber que lo que tiene que pasar, según lo dicho por el Hijo de Dios, pasará.

Si, por último, con el Domingo de Resurrección, hemos considerado que es el más importante para los hijos de Dios y, en especial, discípulos de Cristo, porque el Maestro volvió para quedarse para siempre con nosotros y que, desde tal momento, se nos ofrece la posibilidad de salvarnos si mostramos aquiescencia a su voluntad y amor hacia su Palabra, entonces, el fruto de esta Semana Santa habrá sido ciertamente palpable por nuestro corazón y con el mismo podremos demostrar, una vez más, que ¡Cristo vive! y que, por lo tanto, nuestra fe no es vana sino más que cierta y nuestra esperanza tiene una razón de ser y un nombre: Emmanuel, Yeshua, Cristo.

Hay muchas formas, por lo tanto, de vivir la Semana Santa pero, seguramente, también hay muchas de aprovecharla y de obtener un fruto dulce para nuestro corazón. A cada cual nos corresponde decidir si vale la pena recordar, año tras año, que Cristo murió por nosotros y que la vida eterna nos ha abierto una puerta por la que se entra creyendo en Jesucristo y confesando que creemos en Dios Todopoderoso. Tal es el requisito y, claro, ser consecuentes con la fe que decimos profesar.

Los frutos de la Semana Santa, por otra parte, no pueden ser amargos porque la muerte de Cristo fue la que fue porque estaba escrito que así fuera. Lo reconoció el profeta Isaías y, tras él, los acontecimientos que le dieron la razón a tantos siglos de distancia prueban, una vez más, que la voluntad de Dios ha de ser cumplida y que hacerlo es, sin duda alguna, el fruto más dulce y el sabor más cercano a la eternidad del que podemos disponer. Y está puesto ahí por el Creador.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Llorar por amor a Jesucristo



Martes de la octava de Pascua



Jn 20,11-18

“En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: ‘Mujer, ¿por qué lloras?’. Ella les respondió: ‘Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto’. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?’. Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré’. Jesús le dice: ‘María’. Ella se vuelve y le dice en hebreo: ‘Rabbuní’, que quiere decir ‘Maestro’. Dícele Jesús: ‘No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

COMENTARIO

María Magdalena fue a ver el sepulcro donde habían puesto a Jesús. Vio que no estaba su Maestro y eso la puso muy triste. Y lloraba. Lloraba por no poder ver, siquiera, el cuerpo de Jesús y porque no sabía donde lo habían puesto.

Jesús tenía una gran sorpresa para ella que, en un principio no reconoció a Cristo cuando le habló y le preguntó la razón de su tristeza y de sus lágrimas. Tal era su situación que no reconoció que quien le hablaba era a quien tanto había amado.

Al fin reconoce María Magdalena a Jesús. Quiere tocarlo pero el Hijo de Dios aún no ha subido a la Casa del Padre. Y como no podía ser de otra forma, aquella mujer, antes triste y ahora inmensamente feliz tras reconocer al Maestro, corre a decirle a sus miedosos compañeros que Cristo, en efecto, ha resucitado.


JESÚS,  María Magdalena lloraba doblemente tu ausencia: de la muerte y, ahora, de tu no presencia física. Sin embargo, tiene la suficiente fe como para preguntar que dónde te han puesto. No es de extrañar que a quien tanto quiso, tanto se le había perdonado.



Eleuterio Fernández Guzmán


9 de abril de 2012

Resucita Cristo por nuestro bien





“Al dolor, siguió la alegría luminosa de la Resurrección. ¡Qué fundamento más claro y más firme para nuestra fe! Ya no deberíamos dudar. Pero quizá, como los Apóstoles, somos todavía débiles y, en este día de la Ascensión, preguntamos a Cristo: ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?; ¡es ahora cuando desaparecerán, definitivamente, todas nuestras perplejidades, y todas nuestras miserias?”

San Josemaría, en el número 117 de “Es Cristo que pasa” nos da la clave de un momento muy importante para la humanidad.

No es de extrañar que los discípulos estuvieran tristes tras la muerte de Cristo en la cruz. Tampoco que tuvieran miedo y que se escondieran. Era un proceder lógico y natural en seres humanos que, al fin y al cabo, no habían acabado de comprender ni lo que estaba sucediendo ni lo que iba a suceder.

Había dolor. Y a tal situación espiritual sucedió lo que era de esperar que sucediera y que no era otra cosa que la resurrección de Cristo. Había prometido que así sería y así fue.

Es, sin duda alguna, algo fundamental para nuestra fe y, por eso mismo, con ella nuestra fe es cierta y verdadera y sin ella es vana (cf. 1 Cor 15, 14) Sin embargo, más que demostrada que la resurrección de Cristo fue, es, cierta, lo que sigue es lo único que puede seguir a tal situación: hemos sido salvados y, por eso mismo, nos encontraremos, cuando Dios quiera, habitando alguna de las estancias que Cristo nos está preparando en el definitivo Reino de Dios.

Si hay una persona que, también en este momento, es fundamental tenerla como esencial en nuestra vida (en ésta y en la que tiene que venir) es María, la Madre Dios y Madre nuestra.

A tal respecto, el Beato Juan Pablo II, en una catequesis mariana de fecha 21 de mayo de 1997 dijo que “Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).”

Pero, además, que “Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.”

María, pues, es de pensar que también vio a Jesús, tras la resurrección, de forma muy especial. Jesús no pudo dejar de ver a su Madre, incluso antes que a María Magdalena, pues era una muestra de Amor del Hijo por la Madre.

Por eso “la Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.”

Jesús resucita por nuestro bien porque tal era la necesidad que tenía el ser humano para ser salvado. Su sangre nos valió la salvación eterna prometida por Dios. Y eso sólo podemos agradecerlo como amor, entrega y servicio.

Jesucristo resucita y, por eso mismo, debemos agradecer cada momento de su vida porque, con ella, nos dio la nuestra para siempre, siempre, siempre.


Eleuterio Fernández Guzmán



Cristo resucitó y es cierto




Mt 28, 8-15

“En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘¡Dios os guarde!’. Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: ‘No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’.

Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: ‘Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones’. Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.



COMENTARIO

Aquellos que querían ver muerto a Jesús ni siquiera después de haberlo sometido a un juicio injusto y de haberle aplicado una pena injusta, acaban de querer perseguirlo. Urden planes para que, incluso después de haberlo hecho colgar en una cruz, se crea que habían robado el cuerpo sus discípulos.

Las mujeres que acuden al sepulcro a estar con Jesús muerto no saben que, para entonces, ya había resucitado. Cuando se encuentran con Él es cierto que debían tener mucho miedo pero no es menos cierto que se tranquilizaron cuando Jesús les dijo que no debían sentirse así.

Jesús emplaza a sus discípulos a ir a Galilea para encontrarse con ellos. Les pone tal misión para que la cumplan y se reúnan con el Maestro. Allí les instruirá sobre lo que tendrán que hacer a partir de tal momento. Iba a enviarlos a cumplir una misión muy importante.



JESÚS,  por mucho que tergiversaran la verdad de los hechos aquellos que te querían mal, lo bien cierto es que las mujeres que te vieron dieron razón de su esperanza a tus discípulos. Tal forma de proceder tendría que ser, también, la nuestra.



Eleuterio Fernández Guzmán


8 de abril de 2012

Resucitó



Domingo de Pascua 

Jn 20, 1-9


“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: ‘Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto’.

Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

COMENTARIO

María de Magdala debía pasar por muy malos momentos. Había visto, muy cerca de Jesús, como lo crucificaban y como expiraba entregando su espíritu a Dios. Y quería ir a tratar el cuerpo del Maestro como aromas para embalsamarlo.

Descubrió la Magdalena que Cristo no estaba en el sepulcro. Nos podemos imaginar lo que debió pasar por su corazón en aquel momento. Y corrió a decir a los suyos que el cuerpo de Jesús no estaba donde debía estar y que, a lo mejor, lo habían robado.

Pedro y Juan salen hacia el sepulcro. Su preocupación no sería menor que la de María. Cuando llegan al mismo ven lo que, en efecto, ha sucedido. Y uno de ellos, el más joven,  Juan, dice el texto que cuando vio que no estaba el cuerpo de Cristo comprendió que, en efecto, todo lo que había dicho, era más que cierto. Y creyó.


JESÚS,  cuando resucitaste muchos de los tuyos se sorprendieron cuando acudieron a tu sepulcro. Tú, que habías descendido a los infiernos y resucitado esperabas encontrarte con ellos para seguir enseñándoles.



Eleuterio Fernández Guzmán