12 de mayo de 2012

Ser odiados



Sábado V de Pascua

Jn 15, 18-21

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado’”.

COMENTARIO

No puede ser el discípulo más que el Maestro en el sentido de querer ir más allá yendo más acá o, lo que es lo mismo, queriendo, por ejemplo, no sufrir lo que ha sufrido el mismo. Y eso es lo que debe querer decir Jesús.

No somos del mundo. Los discípulos de Cristo, aunque estemos en el mundo no somos del mismo y  por eso debemos actuar a sabiendas de que estamos destinados a un mejor futuro. No debemos hacer como si estuviéramos en el mundo y vivir para el mundo.

La persecución de los discípulos de Cristo está más que asegurada porque el Maestro fue perseguido. Sin embargo, estamos en la seguridad de que venceremos porque así está en el corazón de Dios que se produzca. Y eso debería ser más que suficiente.




JESÚS,  estar en el mundo pero sin estarlo es difícil de llevar a cabo porque son muchas las atracciones que nos llegan desde el mismo. Nosotros, sin embargo, hacemos, muchas veces, como si esto no lo entendiéramos.



Eleuterio Fernández Guzmán

11 de mayo de 2012

Cuando se da por amor







En asuntos religiosos el dinero no siempre acuerda con lo que se hace con él y casi nunca con el sentido que se le da a lo que se hace con él.


Por eso resulta de todo punto imprescindible clarificar el por qué de la caridad, el comportamiento de la Iglesia en un tema tan controvertido como éste y, sobre todo, la causa de toda la acción social de la Esposa de Cristo: Cristo mismo.


De tanto en tanto se abre una polémica que no por ser falsa o carecer de sentido deja de ser importante. Al parecer el Estado entrega mucho dinero a la Iglesia (se entiende que católica) y por eso cabría, también, revisar tal estado de cosas.


Y es que aquí, como en tantas otras ocasiones, vale la pena traer a colación la tan conocida frase que dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver.


Benedicto XVI, en su Carta Encíclica Deus Caritas Est (20) dice, en cuanto a la caridad, que “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad. También la Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor”. 


Por eso, y para entender lo que aquí pasa hay que decir que hay realidades espirituales que es posible no sean entendidas por cierto tipo de personas pegadas, en exceso, a una ideología. Eso no es problema de los católicos sino de aquellos que no ven sino lo crematístico de lo que pasa.


Sin embargo, incluso así se equivocan y no aciertan a decir algo que resulte algo razonable y que no se tenga que tomar como manifestación de un desconocimiento total de lo que se habla o escribe.


Y, como siempre pasa, seguramente vale la pena decir algo, aunque sea algo, de las actividades que realiza la Iglesia (y que justifican, de sobra) y que son más que suficientes como para que no pueda ser posible callar ante tanta infamia dicha. Vayamos con una relación que es tan real como apabullante: actividad pastoral, actividad asistencial, actividad educativa y conservación de patrimonio.


Así, la labor pastoral no vaya a pensarse que se trata, únicamente de una que lo sea, únicamente (aunque esto sea muy importante) de dispensación de Sacramentos (bautizos, comuniones, confirmaciones o matrimonios) sino que va más allá, por ejemplo, con el oportuno asesoramiento que se hace a aquellas personas que acuden, un poco perdidas, a las parroquias, queriendo saber si es posible conseguir algún hogar donde vivir, dónde se pueden tramitar tales o cuales documentos, si puede recibir ayuda, incluso, económica, etc.


Por lo tanto, se trata, también, de ejercer la caridad en todos sus ámbitos. Se da, todo, por amor.


Además, la labor asistencial se extiende de forma importante. Por ejemplo: en más de 100 centros hospitalarios, en más de 100 ambulatorios y dispensarios; en más de 800 casas para ancianos, enfermos crónicos, inválidos y minusválidos; en más de 900 orfanatos y otros centros para la tutela de la infancia; en más de 80 centros penitenciarios, etc.


En cuanto a la labor educativa, la Iglesia católica tiene a su cargo miles de colegios concertados de preescolar, infantil, primaria y secundaria, muchos centros de educación universitaria, con un total de alumnos, en centros concertados, de más de 1.700.000, por ejemplo.


Todas estas cifras con, seguramente, abrumadoras. Sin embargo, más abrumador es, todavía, el Amor que lleva a cumplir con ellas, día a día, a hacer de la Caridad (como expresión de la más pura Verdad de Dios) la manifestación de que Dios está entre nosotros, que ha sembrado en el corazón de sus hijos, una semilla que da fruto en abundancia, llenando de dicha y gozo las almas de los que reciben tal inmensidad de entrega porque son actividades hechas por amor porque se da por y con amor.


Y para terminar con esta escasa relación de bondades, la conservación del patrimonio ocupa al que lo es inmueble y mueble. En el primero destacan las Catedrales, iglesias, ermitas, etc. y entre el segundo las imágenes, esculturas, pinturas, objetos litúrgicos, ornamentales, etc., además del patrimonio Documental, Bibliográfico, Arqueológico y Etnológico.


Quizá por mostrar algo que ha de resultar importante cuando se piensa, muchas veces, que la Iglesia, en cuanto institución, tiene una serie de bienes inmensos, hay que decir que, por ejemplo, un Obispo tiene una asignación mensual que no llega a 1.000 (puro mileurista) y que la mayoría de sacerdotes perciben entre 600€ y 800€ mensuales.


Creemos que no hay que decir mucho más aunque mucho más merecería ser dicho. Cuando se da por amor pasa lo que pasa.


Nada se espera a cambio aunque, al menos, el respeto sí que es exigible.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Amarse




Viernes V de Pascua

Jn 15, 12-17

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros’”.


COMENTARIO

Amor

El mandamiento primero de la Ley de Dios es el amor. La caridad es tan necesaria que sin ella no podemos decir que seamos, en verdad, hijos de Dios. Por eso Jesús remarca mucho la importancia del amor.

Amistad con Cristo

Jesús es amigo nuestro y, como tal, pone en nuestro conocimiento lo que Él ha oído de su Padre. Por eso es tan importante seguirlo y por eso, exactamente por eso, nos conviene convertirnos a diario a la creencia en Él. Sólo quien viene del Padre es el Padre mismo hecho hombre.

Ser elegidos por Dios

A veces creemos que nosotros escogemos a Dios. Es, ciertamente, al contrario porque es Cristo el que escoge, por ejemplo, a sus apóstoles y es Él mismo quien nos escoge a nosotros. Por eso debemos agradecer tanto el haber sido escogidos.


JESÚS, nos escoges como hermanos tuyos y nosotros, muchas veces, no hacemos caso a tal elección. Miramos para otro lado porque



Eleuterio Fernández Guzmán

10 de mayo de 2012

Amar como Cristo Ama


Jueves V de Pascua

Jn 15,9-11

“En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado’”.


COMENTARIO

La ley de Dios es, sobre todo, la del Amor. Es, además, lo único que en el definitivo Reino del Padre quedará de las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad o amor). Tal verdad es lo que Jesús quiere que comprendamos.

Permanecer en Jesús es, en esencia, hacer lo que quiere que hagamos que es lo mismo que cumplir con la voluntad de Dios. Así se permanece en el amor de Cristo y, por lo tanto, en el de Dios mismo porque Él mismo lo ha hecho con su Padre.

En realidad, permanecer en Cristo es cumplir los mandamientos de Dios. Así ha permanecido Jesús, y permanece, en el amor de Dios y así, de hacer nosotros lo mismo, permaneceremos en su amor y seremos, para siempre, siempre, siempre, dichosos.


JESÚS, permanecer en tu amor es lo único que nos conviene. Incluso de forma egoísta podemos decir que es la única manera de alcanzar la vida eterna con la seguridad de poder gozar de ella.




Eleuterio Fernández Guzmán


9 de mayo de 2012

Permanecer en Cristo



Miércoles V de Pascua

Jn 15, 1-8

“En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos’".

COMENTARIO

Como en tantas otras ocasiones, el Mesías ofrece un ejemplo cercano, una forma, simple a primera vista, y en el fondo, honda, de hacerse comprender. Todo lo relacionado con la tierra, con sus frutos, su cultura y el resultado de ese proceso, identifica, perfectamente, lo que Cristo pretendía que entendieran, entonces, los que le seguían.

Por eso, permanecer en Cristo es hacer todo lo posible para seguirle y para que nuestro corazón esté en el nuestro bendiciéndolo todo. Es, por decirlo así, como permitir que su savia de Amor y Misericordia nos colme con su gracia.

Jesús bien lo dice: sin Él no podemos hacer nada porque sin Dios nuestra vida está vacía o debería estarlo sin, en verdad, somos hijos que nos consideramos como tales.



JESÚS, muy bien sabes que somos hermanos tuyos pero que, por ser Tú Dios mismo hecho carne, también somos una parte muy importancia de la existencia del Reino, de Tu Reino. Por eso es triste que, en determinadas ocasiones se nos olvide.



Eleuterio Fernández Guzmán

8 de mayo de 2012

Sarmientos o cizaña







El Evangelio de San Juan, en concreto en los versículos 1 al 8 del capítulo 15, dice que “En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos’".

Así, cada uno de nosotros formamos parte de la viña del Señor y podemos dar fruto si nos dejamos podar aquello que nos sobra y que, como defectos, incordia nuestro crecimiento espiritual. Sólo así podemos ser dignos hijos de Dios.

En el sentido aquí traído, ser sarmientos que se dejan quitar lo que pudre su existencia es comportarse de acuerdo a la voluntad de Dios que quiere, para su descendencia, lo mejor y, por eso mismo, procura para ella que crezca espiritualmente haciendo lo que le corresponde hacer al Padre con sus hijos.

Estamos, por eso mismo, unidos a Cristo porque es la viña de la que formamos parte como sarmientos y, por eso, sólo estando de tal forma a Él que nos alimenta con la savia de su Palabra y con el Agua Viva de la que bebió la samaritana nos da la vida.

Somos, pues, sarmientos de la vid del Señor y con tal ser vivimos y existimos en una naturaleza espiritual que nos llena el alma de la dicha y el gozo de sabernos hijos de un Padre que nos ama y que nos trata con Misericordia y con Sabiduría. Y sarmientos, a veces, enfermos de egoísmo o de cualquier otra asechanza que el Mal quiera ponernos en el camino de nuestra vida. Y entonces, justo entonces, el podador nos echa una mano y nos permite respirar al retirar de nosotros lo que no deberíamos haber alcanzado nunca ayudándonos a crecer vigorosos y sanos.

Pero, por desgracia, también podemos ser cizaña.

La cizaña es, en general, mala yerba que crece junto a la buena simiente que crece con ánimo de dar fruto y de servir al fin para el que fue sembrado. Por lo tanto es todo lo que nos impide crecer como quiere Dios que crezcamos. Y es, más que nada, aquello que es pecado y que obstaculiza nuestra relación con Dios. Pero también es el vicio que desde el mundo nos impele a actuar como no debemos porque es lo que gusta seguir al Mal entre nosotros.

Y podemos ser, entonces, cizaña. Y así, sembrar la intriga, sembrar maledicencia entre nuestros hermanos, mentir, causar escándalo a los más pequeños en la fe o, también, odiar o perseguir a los nuestros con cierto tipo de comportamientos…

Hay muchas y variadas formas de ser cizaña y no sarmiento sano que crece en Cristo. Y tomamos, a veces, decisiones que no son buenas ni benéficas para nosotros ni para nuestro crecimiento espiritual. Y actuamos como no debemos actuar y, en fin, miramos con ojos malvados causando daño por doquier. Somos, así, cizaña.

A este respecto, es bien cierto que Dios prefiere que seamos sarmientos que se dejan hacer antes que cizaña que nada deja hacer a su alrededor. Por eso inclina el Espíritu Santo a que nos aconseje que lo mejor es mirar hacia arriba y tener en cuenta a Dios en nuestras vidas y ser, así, sarmiento no arrojado al fuego, y no dejarse llevar por la horizontalidad de una relación exclusivamente mundana donde prevalece no la Palabra de Dios sino la voluntad casi omnímoda del hombre con sus característicos egoísmos.

El sarmiento unido a Cristo es vida y da vida al fruto que está por nacer; la cizaña, muy separada del Mesías y alejada de una verdadera voluntad fraterna, mira hacia las cosas con voluntad tergiversadora y no es siembra buena sino fruto que, desde el Mal, atormenta nuestro corazón y nos hace malos o pretende conseguir tal cosa.

Seamos, pues, como el sarmiento vivificador y no como la cizaña mortífera de lo bueno.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

La verdadera paz de Dios




Martes V de Pascua

Jn 14, 27-31a

“En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado’”.


COMENTARIO

Era difícil para aquellos que habían estado unos años con Jesús acompañándolo por los caminos de Israel tener en cuenta, en sus vidas, que iban a dejar de verlo y estar con Él. Aquella perspectiva no les gustaba nada de nada.

Jesús sabe que el momento de su marcha a la Casa del Padre será muy difícil para sus más allegados. Por eso consuela sus corazones diciéndoles que les dejará su paz que es la de Dios y que, por eso mismo, nada deben temer.

Los discípulos aman a Jesús pero no con el amor del sacrificio y la entrega al Maestro. Si así lo hicieran no habrían puesto pega alguna (como, por ejemplo, haría Pedro) a lo que le iba a suceder. Y, sin embargo, Jesús cumple la voluntad de Su Padre que es, exactamente, la misma para nosotros.


JESÚS, aquellos que te escuchaban sabían, porque se lo estabas diciendo, que te marcharías pronto. Sin embargo, no lo aceptaron porque no creían como Dios quería que creyeran. Fueron, algunos, poco fieles como nos pasa, a veces, a nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán

7 de mayo de 2012

Amar a Cristo y a Dios



Lunes V de Pascua

Jn 14, 21-26

“En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él’. Le dice Judas, no el Iscariote: ‘Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?’. Jesús le respondió: ‘Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho’”.


COMENTARIO

En más de una ocasión tuvo que hacer explícita Jesús la voluntad de Dios. La misma consistía, en general, en tener en cuenta su Palabra y llevarla a cabo. Muy distintamente a como se había creído hasta entonces.

Jesús establece la relación existente entre Él mismo y Dios. Quien lo ama a Él ama al Padre porque, en efecto, Él y el Padre son uno o, por decirlo de otra forma, la misma realidad. Por eso hacer ver Cristo que es muy importante amarlo, escucharlo y, luego, seguirlo.

Todavía nos echa Jesús una mano muy grande. Si no somos capaces de creerlo a Él con lo que dice y hace, el Espíritu Santo vendrá, ha venido y siempre estará con nosotros, para que no olvidemos lo importante que son la Palabra de Dios y su cumplimiento.


JESÚS,  eres Dios hecho hombre y, por eso mismo, seguirte a Ti supone hacer lo mismo con el Creador. Hacer otra cosa como olvidando la importancia de tal realidad espiritual, es alejarnos de la vida eterna con la que tanto soñamos.




Eleuterio Fernández Guzmán


6 de mayo de 2012

Con María en el corazón







Hace pocos días que ha empezado el mes de mayo que, tradicionalmente, es dedicado por la Iglesia católica a recordar, aún más, a María, Madre de Dios y Madre nuestra porque no puede, no podemos, dejar de tener en cuenta a quien tanto bien hizo en vida de Jesús y quien tanto hace en el cielo por cada uno de los que a ella se dirigen.

Todos sabemos que hay muchas oraciones con las que podemos gozar de la Santísima Virgen María. Una de ellas es  la que dice “Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza; a Ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco desde este día alma, vida y corazón. ¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía!” y es una oración bella que dedicamos a quien está siempre pronta a echarnos una mano a los creyentes que necesitamos que se nos eche.

Por eso, cada día del mes, desde el primero al último, deberíamos tener, al menos, un pensamiento, una jaculatoria, un recuerdo, hacia María. Acordarnos, así, de que es Madre, de que es buena, de que es dulce, de que nunca abandona a quien a ella se dirige implorando consuelo, de que es nuestra compañera y  de que nos mira con ternura.

María, aquella joven que dijo sí a Gabriel cuando la llamó le dijo, “Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo” (Lucas 1,28) respondió, entonces y a lo largo de su vida, “He aquí la Esclava del Señor” (Lucas 1,38). Aquella que supo decir “Haced lo que El os diga” (Juan 2,5) cuando unos novios estaban necesitados de ayuda y de la que “Nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1,16) es la que, solícita, nos espera en la oración y a la que no podemos olvidar nunca.

A María la conoció bien su prima Isabel cuando la visitó y le dijo  “Cómo se me concede que venga a mí la Madre de Mi Señor” (Lucas 1,43), y “Guardaba todas las Palabras de Jesús en su Corazón” (Lucas 2,51) porque la vida del Hijo de Dios fue vivida muy de cerca por ella. Por eso, en el momento clave de la Pasión de Nuestro Señor, pudo expresar éste “Mujer, ahí tienes a tu hijo, después dijo al discípulo, he ahí a tu Madre” (Juan 19, 26-27) y luego, cuando todos tenían miedo, “Estaban unidos, insistiendo en la oración, con María la Madre de Jesús” (Hechos 1,14) porque ella representaba el recuerdo directo de quien había muerto, y muerte de cruz, por todos ellos.

Por otra parte, si miramos dentro de nuestro corazón, lugar donde el amor tiene el centro de su vida, encontraremos, sin duda, la huella y la suavidad de la mirada de María, que sembró en nuestro surco para recoger limpio fruto. María, cuyo nombre no es rémora al ser repetido sino que llena de dicha nuestra boca o nuestro pensamiento si la nombramos entre la multitud, solitarios a pesar nuestro pero acompañados por su recuerdo.

Si estamos adormeciendo una idea para que permanezca en nuestro yo y no olvidarla nunca, seguro que querremos que sea el estado de la Madre, la virginidad de inmaculado ser, el que esté con nosotros cuando necesitemos su apoyo y esperemos una mano que acoja nuestra tristeza; seguro que sentiremos, como quisiéramos siempre si nuestra fe no la olvidáramos, que el ejemplo de su atribulada existencia de hija predilecta y madre elegida fuera nuestro espejo o, mejor dicho, fuera una imagen impresa en nuestra alma, para poder alcanzar, alguna vez, el camino por donde ella paso, y besar, siempre, el polvo que levantó sus pisadas.

María, Madre nuestra que nunca nos abandona; María, dulce gozo del Padre que nos da cada día para que nunca olvidemos que su Madre es, también, la nuestra. Y lo tengamos en cuenta en nuestra vida y seamos dignos hijos suyos.

Valga, pues, este poema, para dar gracias a María por ser cómo es con nosotros. Su título es “Palabra”:

Ciencia de Dios es tu palabra, ejemplo de doctrina y esencia
de vida.
Verbo divino del Padre es tu palabra, miel para los labios
del creyente.
Sílaba áurea que revoca, del entendimiento, el maligno ejemplo, es tu palabra,
Virgen Madre, reposo del corazón enamorado.
Viento que muestra el camino es tu palabra, surgir de agua santa
que emana.
Luz para el que busca es tu palabra, alimento para el alma,
reconocimiento de nuestro destino.
Milagro en esencia es tu palabra, respuesta al ruego que hace
quien espera, en ti, el resumen de una vida.
Esperanza para siempre es tu palabra, fe de quien sabe y conoce
la voluntad de quien lo envía, ángel desesperado por un amor,
para tener destino para el Hijo.
Canción de maravilla es tu palabra, verso diamantino,
expresión del mundo dado a sufrir para encumbrar al Padre.
Estancia en el Reino es tu palabra, Virgen Madre,
pináculo desde donde ver a Dios, excelso cruce de vidas".

Y que así sea siempre.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Europa no puede olvidar



























Es bien cierto que en muchos ámbitos de nuestra Europa, la vieja Europa como solemos referirnos a ella, pretenden alejarse de Dios y, así, del cristianismo. Son demasiadas las pruebas que hay de ello y, por eso mismo, recordar lo que, por otra parte, es obvio pero que se olvida con demasiada facilidad.

Es bien cierto que en muchos ámbitos de nuestra Europa, la vieja Europa como solemos referirnos a ella, pretenden alejarse de Dios y, así, del cristianismo. Son demasiadas las pruebas que hay de ello y, por eso mismo, recordar lo que, por otra parte, es obvio pero que se olvida con demasiada facilidad.

Sin embargo, por más que se quiera hacer y escribir otra cosa, la herencia de Cristo no es que haya sido importante en la formación de lo que se denomina Europa sino que, más bien, ha sido lo que le ha dado forma. 

A este respecto, en el encuentro ecuménico celebrado por Benedicto XVI en su viaje a la República Checa, dejó dicho lo siguiente el 27 de septiembre de 2009 y en la Sala del Trono del Arzobispado de Praga:

"Cuando Europa escucha la historia del cristianismo, está escuchando su misma historia --aclaró--. Sus nociones de justicia, libertad y responsabilidad social, junto a las instituciones culturales y jurídicas establecidas para defender estas ideas y transmitirlas a las generaciones futuras, están plasmadas en su herencia cristiana. En realidad, la memoria del pasado anima sus aspiraciones futuras".

Por tanto, bien podemos deducir que, de la influencia del cristianismo, tanto la justicia como la libertad han sido influenciadas por el cristianismo y su doctrina. Pero no sólo eso sino, además, lo referido a la cultura y el mundo de lo jurídico también.

No se puede decir, entonces, que hayan sido pocos los campos en los que Cristo haya causado un bien espiritual e, incluso, material, importante. 

Pero si hay un documento que viene a expresar, con total certeza, lo que el cristianismo ha aportado a la formación de Europa, tal es la Exhortación Postsinodal Apostólica Ecclesia in Europa que el beato Juan Pablo II dio a conocer el 28 de junio de 2003.

En su punto 108 dice que “La historia del Continente europeo se caracteriza por el influjo vivificante del Evangelio. Si dirigimos la mirada a los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al Señor porque el Cristianismo ha sido en nuestro Continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos “.

No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical (es decir, de raíz) y determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia cristiana. Más que como lugar geográfico, se la puede considerar como “un concepto predominantemente cultural e histórico, que caracteriza una realidad nacida como Continente gracias también a la fuerza aglutinante del cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas diferentes, y que está íntimamente vinculado a toda la cultura europea.

La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de esperanza a sus ciudadanos”. 


Por eso resulta, en el fondo, triste, que desde las instituciones europeas se tenga lo pasado como si no hubiera pasado y se pretenda hacer borrón y cuenta nueva. 

Sin embargo, para un cristiano, no todo está perdido porque teniendo a Dios como Padre la palabra pesimismo no ha de estar en su/nuestro vocabulario. 

Por eso, en la audiencia pública del miércoles 18 de febrero de 2009, Benedicto XVI nos planteó un, a modo, de remedio general a las cuitas que, sobre el tema, muchos cristianos tenemos:

"Recemos también hoy para que volvamos a encontrar nuestras raíces cristianas y podamos así construir una Europa cristiana y profundamente humana"

Que cada cual, en las medidas de sus posibilidades, haga lo que pueda. Seguro que Dios escucha las oraciones de unos hijos que ven como Europa marcha por caminos de relativismo y nihilismo y quieren que, si eso aún es posible, cambie de rumbo hacia el definitivo Reino de Dios. 

Eso, al menos, sí está en nuestras manos y en nuestro corazón. 




Eleuterio Fernández Guzmán




Publicado en Acción Digital

Dar fruto en Dios


Domingo V (B) de Pascua

Jn 15,1-8

“En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos’".

COMENTARIO

Utiliza Jesús imágenes de la vida ordinaria, común, para darnos a entender el mensaje que tiene que llevar a nuestros corazones. La viña es Él mismo, y Dios quien la cultiva con su siembra y el Agua Viva de su Palabra.

Permanecer con Cristo es estar, verdaderamente, con el Padre y,  por eso mismo, debemos alimentarnos del alimento que nos trae. Pretender hacer otra cosa es desconocer la Verdad y pretender crecer de una forma inadecuada e incorrecta.

Estar con Cristo y tener a Cristo como ejemplo para nuestra vida y para nuestro diario vivir es la manera de permanecer con Él. Así damos el fruto que Dios quiere que demos y así somos, en verdad, como ramas del árbol del Creador que han sabido tenerlo en cuenta par sí mismos.

JESÚS,  si estamos contigo damos fruto y si no lo hacemos contigo desparramamos las gracias que Dios puede entregarnos para ser descendencia suya e imagen suya. Es una pena que en muchas ocasiones no nos demos cuenta de esto y queramos ser de Dios no siéndolo.



Eleuterio Fernández Guzmán