14 de julio de 2012

Creer en Jesús y Creer en Cristo

 








Quizá el título de este artículo pueda resultar un tanto curioso o producir extrañeza. Es cierto que se suele decir que se cree en Jesucristo. Sin embargo, muchas veces lo que, en realidad, se hace, es estar de acuerdo con Jesús-hombre, pero no se siente lo mismo por Jesús-Dios, como separando una realidad de otra.

Pero, ¿cómo es posible creer en Jesús y no en Cristo?

Pues, por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando se incardina su vida entre los hombres como si no tuviese más misión que la de ser hombre, alejada su realidad de la divinidad sustancial que lo sustentaba por mucho Reino de Dios que trajera porque se cree que Dios es otro.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando se pretende hacer de su humanidad el eje de un mensaje como si fuera algo ajeno a su verdadera naturaleza divina.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando, desde su postura doctrinal tendente a hacer efectiva la Ley de Dios se entiende, con eso, que no era Dios sino que venía de su parte, a dar efectividad a lo que había establecido el Creador y que no se cumplía.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando de su defensa del pobre, del desvalido y del excluido social se hace bandera partidista como si el hecho de haber comido, y hablado, con ricos, no fuera para amonestar su actuación (ahí tenemos a mal llamado Epulón, el de la parábola de Lázaro) y sólo lo hubiera hecho para denunciar, de una forma quasi revolucionaria, su inservible ser social.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, como hombre, cuando se oculta el misterio de su ser bajo el pretexto de la historicidad de su persona y se trata de escamotear la propia divinidad que, como Dios, tiene y hacer ver y pensar que una cosa es la humanidad de Jesús y otra la divinidad de Dios, olvidando todo lo dicho en Concilios como el de Calcedonia y el de Éfeso (sobre la confesión a uno solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo en el primero de ellos y la imposibilidad de atribuir a dos personas o dos hipóstasis en el segundo de ellos) porque, claro, ya sabemos que lo hacía la jerarquía de la Iglesia contra la que muchos tiran con balas espirituales.

Sin embargo, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se reconoce que su vida entre hombres lo fue como expresión de la voluntad de Dios que, encarnándose en Jesús, quiso vivir entre sus hijos, como un igual pero sin dejar de reconocer (el Mesías) Quien era.

Además, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se comprende y se acepta que su humanidad lo es en el ejercicio de una misión centrada en la constitución de la Iglesia como transmisora de aquella y como fiel heredera y difusora de sus sacramentos.

Además, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se entiende que su apoyo al pobre no es un escabel sobre el que subirse para defender posturas o opiniones políticas causantes de la separación contra la que siempre luchó Jesús y para cuya solución planteó, al Creador, aquel “para que sean uno como nosotros” que recoge San Juan en su Evangelio (17, 11) y que el Beato Juan Pablo II meditó en su Carta Encíclica Ut Unum sint, por eso apostillada con referencia al “Empeño Ecuménico”.

Por eso, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se es capaz de asimilar que, independientemente de su forma humana, Jesús tenía conciencia de ser Dios y no era, como a veces se dice, un creyente más como pudiéramos serlo nosotros ya que, además, esto sería igualarnos a Él en un sentido equivocado lo cual, en sí mismo, es una clara, y simple, desviación de la Verdad.

Por eso, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando, dejando de lado toda posible visión mundana del Hijo de Dios, se confía, se entrega, nuestra confianza, en Aquel que perdona porque es Dios; en Aquel que se entregó para que fuésemos justificados y no como a veces suele entenderse que es como simple ejemplo para los demás; y, al fin y al cabo, en Aquel que dijo que el Padre estaba en Él y Él en el Padre ante la inquisición de Felipe que mostraba, también, cierta duda sobre la unidad misma de Dios y Jesús.

Y eso, y no siento nada decir esto, no es, precisamente, ser dos sino, al contrario, uno solo, y, además, tres, Santísimas Personas.

En fin, que las cosas de la fe son como son y no como, a algunos, les gustaría que fuesen. Pero, por desgracia, la Fe, hoy día, es, muchas veces, entendida así. 

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

¿Leer la Biblia, también, en verano?

 






Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.  

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el apogeo de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento.

Dice el apóstol Cefas, entre nosotros Pedro, que hay que estar “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15), y lo hace en un entorno difícil, demandando, por ello, el mantenerse firmes en la fe e, incluso, en su proclamación lo que, con seguridad, podría acarrear problemas de una gravedad, digamos para acabar pronto, letal.

Pero, independientemente de la razón que impele a Pedro a decir esto, el caso es que en esta afirmación del primer Pontífice, vicario de su Maestro, encontramos, claramente, el porqué hemos de acudir a la Biblia, el porqué nos es irremediablemente necesario que nuestra sed de creyentes la colmemos con la lectura asidua, contemplativa y formativa, de este texto sagrado.

¿Qué significa estar preparados?, ¿qué dar razón?, ¿qué mostrar esa nuestra esperanza? Vayamos, pues, con ello.

Estar preparados es, en principio, o significa, estar formado, ser conocedor de lo que creemos es importante para nuestra Vida. Al igual que cada cual procura, o se la procuran, una destreza en el desempeño de su labor diaria, de su trabajo, la que le hace sudar (aunque muchas veces esto sea, sólo, una metáfora) y con la que se gana el sustento, ese pan de cada día aunque éste sea, tan solo, material…, de la misma forma, digo, la preparación en este tema, que a fuer de ser espiritual constituye una parte importante del hecho mismo de ser persona (cuerpo y alma nos conforman) es esencial, por lo tanto, una lectura continua de las letras que constituyen, constatando la sabiduría de Dios, el devenir de un pueblo elegido y, luego, la confirmación de lo que los libros de la Antigua Alianza (más conocida como Antiguo Testamento) contenían en potencia para hacerse forma, persona, en la figura de Jesucristo, Hijo de Dios y, por eso mismo, hermano nuestro.

Para estar preparados, por lo tanto, no basta con un ser cristiano nominal, sólo de nombre, por el bautizo que, por eso mismo, nos introdujo en el seno de Dios con la donación del Espíritu Santo. Ese momento, justo en ese instante, la Palabra de Dios se posó en nuestro corazón y, allí, espera el momento en que, con ansia de conocer, la despertemos de su sueño eterno. Esa preparación, y en ella, se encuentra la fuerza que nos impulsa a seguir por el camino que tenemos trazado, aquel para el que Dios nos creó dándonos, así, la posibilidad de encontrar, por nosotros mismos, sus huellas en nuestra vida.

Cabe, por lo tanto, preparación; hay, por lo tanto, que acudir a la fuente que mana leche y miel, a recuperar el maná que nuestros aquellos nosotros en el desierto gustaron pero no amaron al comportarse como criaturas terrestres y no como criaturas espirituales, gustando más del comer que del sentir porque aún no habían oído aquello que Jesús diría de que nosotros somos de este mundo y que Él no (cf. Jn 8, 23) y que, por eso, deberíamos acudir allí dónde se contenía su existencia, a esas Sagradas Escrituras que, en la Nueva Alianza aún iban a tardar en escribirse pero en las que venía, en la Antigua, prefigurada, la persona del Maestro.

Pero esa preparación ha de ser para algo y no mera formación que, estéril, no produce más que engreimiento y orgullo equivocado (como todo orgullo) Esa preparación tiene, sobre todo, una razón, aquella que Pedro definiera como eje de nuestro comportamiento, donde se encierra, por así decirlo, el qué de este tema, el centro del bienestar de cada cual.

Gracias al Beato Juan Pablo II ya tenemos confirmación de algo defendido por la Iglesia pero muy mal entendido por muchos. Su Carta Encíclica Fides et Ratio, sobre las relaciones entre Fe y Razón, clarificó, enseñó, que la razón no está separada de la Fe ni la Fe se siente lejana de la Razón. Lo que, al fin y al cabo, nos dice este texto iluminante es que la Razón se incardina en la Fe, que la Fe da, ofrece, obsequia, a la razón, con la base de su ser, con aquello que constituye su esencia, un motivo o, mejor, una causa fundante de su mismidad.

Por lo tanto, esa razón, ese ser mismo de nuestra Fe, la debemos buscar en la lectura del texto que da origen a la misma Fe y, ésta, al sentido de la razón para que, conforme a lo dicho por Boecio, seamos individua substantia rationale naturae, o sea, substancia individual de naturaleza racional. Esa razón que debemos de transmitir, trasladar, predicar como apóstoles de este tiempo, la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

Además de la preparación y la razón, de las que podemos beber en la Biblia, nos queda, para acabar, algo sobre lo cual mucho se dice, en el sentido de que es lo último que se pierde (pero cuando se cree que todo está perdido) Me refiero a la esperanza, de la cual tenemos que dar razón, para lo que tenemos que estar preparados.

La Esperanza acompaña a la Fe y a la Caridad y parece ser la hermana pobre de estas virtudes. Junto a una y a otra (la Caridad es la ley suprema del Reino de Dios) da la impresión de que la esperanza queda disminuida, opacada, venida a menos.

Sin embargo, también en la Biblia, libro de libros, la acoge como ejemplo de lo que es bueno y de lo que debemos conocer. Cuántas veces no hemos recordado el salmo 22 que Jesús recita en la cruz, a punto de dar el paso a la verdadera vida: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado? ¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos? ” para acabar con ese “ Hablarán del Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán después, porque esta es la obra del Señor” (Salmo 22, 31b-32) que no es más que un canto esperanzado y confiado en la misericordia de Dios; o cuántos salmos no buscan amparo en Dios aún viendo la mala situación en la que se encuentra el hombre, el salmista mismo o a quien se refiera con su canto o, para ser más radicales en el ejemplo ¿qué rasgo mejor hay que la cruz, qué esperanza que sea mejor y más concreta que lo que viene tras ella, la resurrección?. Por eso, esa nuestra esperanza para la cual hemos de estar preparados, eso que parece que no se pierde, aunque sea lo último, tiene un discurrir claro a lo largo de toda la Escritura Santa, a lo largo de esos libros que nos muestran la mejor manera de responder sobre el qué de nuestra fe, sobre el cómo de entender el paso de Jesús por nuestra vida, sobre la verdadera razón, esa causa que es fundamento de un proceder, que nos lleva por el camino, a veces pedregoso, a veces triste, a veces estéril, de nuestra terrena existencia.

¿Leer la Biblia? Sí, porque es leer la vida, la nuestra.

¿Y en verano? Pues, a lo mejor, más que nunca porque no será por falta de tiempo…



Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

No negar a Cristo ante el prójimo






Sábado XIV del tiempo ordinario

Mt 10,24-33

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: ‘No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!

‘No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos’”.

COMENTARIO

Dice Jesús que es suficiente para un discípulo ser igual que su maestro y no tratar de superarlo. En el caso que nos toca o, lo que es lo mismo, en el de Cristo y sus discípulos, esto es más que evidente.

Jesús sabe que hay algo mucho peor que lleva a la perdición del cuerpo a una persona y es llevar a la perdición de su alma. Por eso previene contra los corruptores del espíritu porque pretenden alejar, de forma definitiva, a sus victimas, de Dios.

También sabe Cristo que es normal que una persona no quiera defender su fe o, lo que es lo mismo, al Hijo del hombre o Mesías, ante los hombres. Así se produce el alejamiento de Dios y se procura la perdición del alma de quien así actúa. Por eso Cristo también nos avisa acerca de no negarlo ante los demás.


JESÚS,  todo lo que dices está dicho en beneficio de todos nosotros. La eternidad está puesta en tus manos por Dios y a ella nos debemos. El Creador nos espera pero también espera de nosotros una entrega que no siempre llevamos a cabo.



Eleuterio Fernández Guzmán


13 de julio de 2012

Ovejas y lobos





Viernes XIV del tiempo ordinario

Mt 10, 16-23

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros.”

COMENTARIO

Jesús sabía, porque le había pasado a Él mismo, que la vida de sus discípulos no iba a ser nada fácil. Decir que lo que hasta entonces se tenía por bueno y mejor no era, sino, trasunto de la voluntad del hombre, no iba a ponerles las cosas fáciles.

Había, hay, lobos que tienen por su naturaleza la costumbre de atacar a las ovejas (aquí cristianos o discípulos de Cristo) y difícilmente pueden hacer otra cosa. Entre ellos los enviaba el Hijo de Dios a sabiendas de que muchos de los suyos sucumbirían entre tal tipo de terrible ganado.

No debían, no debemos, sin embargo, tener miedo porque nos asiste Dios a través de su Espíritu Santo. Es por eso mismo que ante cualquier tribulación debemos buscar auxilio en Dios y en su Espíritu. Sólo así, y no tratando de salir de aquella de forma persona y egoísta, lograremos el fin para el que hemos sido hechos.



JESÚS,  sabes que es difícil hacer lo que dices pero también sabes que no es imposible porque Dios siempre nos asiste. Sin embargo, nosotros olvidamos, las más de las veces, tan gran verdad.




Eleuterio Fernández Guzmán


12 de julio de 2012

Dar gratis



 
Jueves XIV del tiempo ordinario

Mt 10, 7-15

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: ‘Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad’".

COMENTARIO

Los apóstoles, aquellos hombres que Jesús envío al mundo para que predicaran habían recibido mucho del Maestro. Aquello que habían recibido tenían, ahora, que entregarlo a los demás. Y lo tenían que hacer sin pedir nada a cambio porque a cambio de nada lo habían recibido.

Dice Cristo que quien trabaja para el Reino de Dios merece el sustento que tiene. La confianza que debieron poner aquellos hombres en el Creador fue total porque de seguir los consejos de Jesús se encontrarían en la misma situación que Él mismo y era sin tener donde recostar la cabeza.

Lo que se hace aquí en la tierra ha de tener repercusiones en la vida eterna. Por eso Jesús se refiere a que cuando no se recibe a sus enviados no se está recibiendo a Él mismo y, así, a Dios.


JESÚS,  a los que enviaste a predicar les ofreciste de todo gozo menos el mundano. Es una lástima que muchas veces nosotros gustemos más del mundo que de Ti.



Eleuterio Fernández Guzmán


11 de julio de 2012

El Reino de Dios ha llegado






Miércoles XIV del tiempo ordinario

Mt 10,1-7

“En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: ‘No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca’".

COMENTARIO

Jesús tenía que escoge a los que debían seguir con la labor y la misión de decir al mundo que el Reino de Dios había llegado y que la Palabra del Creador se había hecho carne.

No escogió, como muchos podían haber querido, que a los mejor vistos por la sociedad ni a los más ricos ni, en fin, a los que la sociedad entendía como los más preparados. Al contrario lo hizo porque escogió a personas sencillas que, seguramente, sólo tenían su fe.

El mensaje de Cristo es claro: no tienen que preocuparse por nada salvo por transmitir la doctrina que Jesús había venido a traer. Lo mejor, para eso, era dirigirse a los israelitas que se habían alejado, de verdad y, a lo mejor sin haberse dado cuenta, de la verdadera, única, ley de Dios. A tales personas tenían que transmitir el mensaje que el Creador había encomendado dar al mundo a su Hijo el Cristo.

JESÚS,  tus discípulos tenían mucho que hacer. Sin embargo, el trabajo, su labor, empezaba por aquellos que, siendo hermanos suyos en la fe, se habían alejado de la Ley de Dios. Nosotros tampoco les andamos a la zaga en tal aspecto.




Eleuterio Fernández Guzmán


10 de julio de 2012

Sed de Dios

 
 







Reconocemos, en nuestra vida, una serie de necesidades sin las cuales, simplemente, no podríamos existir. Una de ellas es, sencillamente, el agua.

Sin el llamado líquido elemento nada se podría hacer: estamos compuestos en un porcentaje muy alto de agua, el planeta Tierra está cubierto, en un porcentaje muy alto, de agua y lo mismo podemos decir de los seres que pululan por la corteza terrestre.

Dios, al crear todo lo que tiene vida, alguna razón debió tener para que tal fuera la conclusión a la que se llega con la visión que se tiene de tal elemento natural.

Pero, por eso mismo, por la importancia que tiene para nosotros el agua de forma tal que nos produce sed su ausencia y graves problemas físicos, también hemos de estar sedientos de Aquel que nos creó y que, precisamente, se desvive por nosotros (no obstante, murió por nosotros)

Tener sed de Dios no es algo de poca importancia sino, muy al contrario, la plasmación de una necesidad intrínsecamente favorecedora de nuestra vida, beneficiosa en grado sumo.

Pero, para esto hemos de saber que se hace perentoria la necesidad que tenemos de Dios para, en tal situación, estar sedientos de encontrarnos con Él porque sabemos que, como la mujer samaritana que se encontró con Cristo en el pozo de Jacob (y que san Juan recoge en 4, 1-42) el agua viva que mana del mismo nos es esencial para nuestra existencia.

Así tenemos sed de Dios: queriendo beber de su fuente para que el agua, su Palabra, nos llene el corazón y nos permita caminar hacia su definitivo Reino en la seguridad de que tal alimento silábico no está equivocado ni errado sino que es, al contrario, cierto y verdadero.

¿Qué conseguimos estando sedientos de Dios?

En verdad, el resultado de tal sed que procuramos satisfacer de la mejor manera posible (acudiendo, por ejemplo, a las Sagradas Escrituras, donde se encuentra la inspiración del Padre plasmada por escrito) es, en primer lugar, reconocernos como sus hijos y, en segundo lugar, actuar en consecuencia.

De la forma dicha arriba lo que hacemos es, nada más y nada menos, que remediar la sed de las personas que bien no han conocido tal fuente o que, conociéndola no se atrevieron a lanzar el pozal de su voluntad en el seno del agua para saciar su ansia de eternidad porque, a lo mejor, el mundo los llamó en el exacto momento en que Dios citada su nombre y reverberaba en las oquedades del pozo de su corazón.

Tan beneficioso es, para nosotros, estar sedientos de Dios para saciar nuestra sed que, de hacerlo así, por más oscuridades por las que podamos pasar o más obstáculos que se nos pongan al hecho mismo de saciar la sed o más asechanzas del Maligno soportemos, siempre sabremos que el agua que, siendo viva, de Dios, y que hemos buscado y encontrado, era la que, hace 2.000 años consiguió que aquella mujer de Samaria descubriera en Jesús a Dios y a Dios en su corazón.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

Trabajadores para la mies del Señor





Martes XIV del tiempo ordinario

Mt 9,32-38

“En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: ‘Jamás se vio cosa igual en Israel’. Pero los fariseos decían: ‘Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios’.

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: ‘La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies’".


COMENTARIO

Los que eran curados o aquellos que veían a los que eran curados entendían que Jesús era uno como ellos, del mismo pueblo judío, pero que, en el fondo, tenía algo que lo hacía bien distinto. Confiaban en Él y así se lo mostraban.

Otros había, sin embargo, que no lo querían bien porque creían que actuaba para quitarles algo de lo que habían conseguido con el paso de los siglos. Decir que por el Príncipe de los demonios expulsaba demonios era como decir que estaba endemoniado y era, seguramente, un arma de la que se valían para ponerlo en entredicho.

Jesús sabía, sin embargo, que el trabajo a realizar, con aquel tipo de personas, era muy grande y, por eso mismo, pedía oraciones para que Dios enviase trabajadores a su mies y pudieran ayudar a convertir a los incrédulos. Trabajar, así, por el Reino de Dios, era una tarea muy importante a llevar a cabo.


JESÚS,  los que te perseguían no querían saber nada de lo que hacías. Todo lo atribuían al Mal y por eso decían que trabajadas con y por el Mal. Nosotros, en muchas ocasiones te ignoramos igual que lo hacían ellos.



Eleuterio Fernández Guzmán


9 de julio de 2012

Fe, Fe... así es la Fe



 Lunes XIV del tiempo ordinario

Mt 9, 18-26

“En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: ‘Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá’. Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto, me salvaré’. Jesús se volvió, y al verla le dijo: ‘¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado’. Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: ‘¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida’. Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca."


COMENTARIO

A pesar de que muchas veces a Jesús se le acercaban personas que no querían de Él más que milagros sin más sentido para sus vidas, no es poco cierto que otras personas confiaban en el Hijo de Dios y tenían, de verdad, fe en su persona.

La hemorroísa y aquel magistrado no eran personas que quisieran de Jesús ningún tipo de espectáculo sino que tenían fe y con lo que hicieron demostraron tenerla. La primera teniendo una confianza tan grande en Jesús que sabía que quedaría curada; el padre poniendo la vida de su hija en manos del Maestro.

Jesús premia, como tantas veces hace, la fe de quien a Él se acerca pidiendo algo. No es que no hiciera el bien a quien no la tuviese (pues bien podía ser ocasión de conversión) sino que quien la tenía demostraba ser buen hijo de Dios y acudiendo a Jesús confirmaba su fe.


JESÚS,  te gusta mucho que se demuestre que se tiene confianza en tu persona. Nosotros, sin embargo, en demasiadas ocasiones, somos rácanos con la fe y no la mostramos.



Eleuterio Fernández Guzmán


8 de julio de 2012

Creer que Jesús es el Cristo






Domingo XIV del tiempo ordinario


Mc 6,1-6

“En aquel tiempo, Jesús fue a su patria, y sus discípulos le seguían. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?’. Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: ‘Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio’. Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe."

COMENTARIO

Jesús no tenía por costumbre hacer nada que se saliese del comportamiento normal de un judío. Es más, Él mismo dijo que no había venido a derogar la Ley de Dios (¡Faltaría más siendo Él mismo el Creador hecho hombre) sino a que se cumpliese en su totalidad.

Jesús acude a la sinagoga a leer y, seguramente, a enseñar. Es más, enseña como nadie enseñaba porque muchos dicen que lo hace de verdad y no como los que se consideraban, ellos mismos y también la sociedad, grandes maestros. Hacía lo que tenía que hacer y para lo que había sido enviado.

Muchos, sin embargo, dudan de aquella sabiduría. Les parece extraño que una persona que conocían pudiera decir lo que decía y dar a entender lo que daba a entender con sus explicaciones de las Sagradas Escrituras. No confiaban en su divinidad y eso les apartaba, irremisiblemente, de Cristo.


JESÚS,  en tu tierra nada podías hacer, o poco, porque no habían muchos que creyesen en Ti y en tu ministerio. Sin embargo, nosotros, que te conocemos y sabemos Quién eres, manifestamos muchas veces más dudas de las que deberíamos manifestar.



Eleuterio Fernández Guzmán