29 de enero de 2011

Poca fe, a veces, tenemos


Mc 4,35-41

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: Pasemos a la otra orilla. Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’.

Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: ‘¡Calla, enmudece!’ El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: ‘¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?’. Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: ‘Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’.


COMENTARIO

Muchos seguían a Jesús a pesar de que le tendrían que ver cansado. Lo buscaban porque encontraban, en Él, consuelo y ayuda. Pero Jesús también necesitaba pasar momentos con sus apóstoles, para instruirlos en la que iba a ser su labor.

El miedo de los que van en la barca mientras Jesús duerme es uno que lo es puramente humano. Son seres humanos y, como tales, no pueden obviar que se sienten mal cuando ven que, a lo mejor, se van al agua porque la barca se podía hundir. Les preocupa su vida terrena y, a lo mejor, menos la eterna.

Jesús también les propone algo que no deberían olvidar: eran hombres de poca fe porque no comprendían que, estando el Hijo de Dios a su lado de nada tenían nada que temer y todas sus cuitas deberían dejarlas para otros momentos. Por eso Jesús les pregunta acerca de su, menguada, fe.


JESÚS, tenemos que aprender a tener fe. Ha de ser, nuestra fe, una que lo sea fuerte, sostenida en un corazón que te ama y que cree en Dios y que sometida a los vaivenes del tiempo que nos toca vivir no se deje influenciar por el mal que nos puede procurar el mundo. No olvidemos que si Dios es nuestro Señor a nada ni a nadie debemos temer.







Eleuterio Fernández Guzmán

Como semilla que fructifica

Mc 4,26-34


"En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: 'El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega'.



Decía también: '¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra'. Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado."



COMENTARIO



El Amor de Dios lo tenemos en nuestro corazón. No está escondido sino que tenemos que descubrir que lo tenemos. Es voluntad de cada cual acercarse al Creador o dejarlo de lado. Crece si lo cuidamos y viene a menos si nos olvidamos de él y nos mundanizamos.


Nuestras posibilidades de actuar en nuestra vida ordinaria, entre los nuestros, en el trabajo y en nuestro devenir diario, nos son dadas a la espera de que las hagamos rendir. Puede parecer poca cosa pero depende, mucho, de lo que queramos hacer con ellas. Otra vez podemos hablar de talentos y de rendimiento.

Hacer lo que nos corresponde no es nada del otro mundo sino que, como hijos de Dios, sólo podemos hacer eso. Otra forma de actuar sería ir contra la voluntad de Quién nos dio la vida y, en definitiva, nos creó.



JESÚS, tus discípulos queremos ser como el grano de mostaza que, poco a poco, crece para formar un gran arbusto. Así, nuestro amor ha de ir mejorando nuestro corazón para que se pueda decir de nosotros que, en verdad, comprendimos Tu vida y Tu forma de ser.





Eleuterio Fernández Guzmán

27 de enero de 2011

Sobre celemines

Mc 4,21-25

“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: ‘¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga’”. 


Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará’.



COMENTARIO



Dios nos da unos talentos o, también, nos dona unas posibilidades que podemos llevar a cabo en nuestra vida. Así, parte de su bondad la tenemos con  nosotros a través de hacer rendir a los mismos.

Lo que hagamos con ellos no es, en absoluto, cosa en exclusiva,  nuestra porque los demás tienen derecho a favorecer sus vidas por el rendimiento que hagamos de ellos. Siendo luz, de la manera que sea, no podemos esconderla debajo de los muchos celemines con los que caminamos hacia el definitivo reino de Dios para escapar, siquiera un momento, a la voluntad del Creador.

Sin embargo, no podemos olvidar que para Dios ha de tener en cuenta aquello que hagamos con lo que nos entrega. Si presumimos, de la forma que sea, de lo que creemos tener, incluso eso se nos quitará porque tal no era la voluntad de Dios. Al contrario, a quien en verdad tenga Amor se le dará más porque habrá demostrado seguir el querer de Dios.






SEÑOR,  bien dices que según nos comportemos con los demás así se nos tendré en cuenta. Tu voluntad es que te amemos sobre todas las cosas y a nuestro prójimo, también creación tuya, como a nosotros mismos. Ayúdanos a no olvidar que lo que Tú quieres es más importante que lo que nosotros queremos y es, en verdad, lo que debemos hacer. Así nos lo tendrás en cuenta a la hora de nuestro particular juicio.







Eleuterio Fernández Guzmán

26 de enero de 2011

Sembradores y cosecha


Mc 4,1-20

En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: ‘Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento’. Y decía: ‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’.

Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: ‘A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone’.

Y les dice: ‘¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento’.

  
COMENTARIO



Cuando Dios siembra en nuestro corazón su Palabra y, así, una forma nueva de ser, lo que trata es de que aceptemos tanto una como otra y vengamos a ser nuevos hijos sometidos a su voluntad que tenemos como santa y buena.


En qué situación nos encontramos, en cuanto tierra donde pueda caer la semilla del Amor de Dios es, en mucha manera, cuenta de cada uno de nosotros. Podremos ser tierra fértil donde se produzca un tanto por cien muy elevado de lo sembrado o, al contrario, tierra seca donde no arraigue ni el Amor de Dios ni lo que significa creer en el Creador.

A nosotros, los discípulos de Cristo,  nos es dada la comprensión de las parábolas. Lo dice Jesús. Sin embargo, a veces hacemos como si no nos enterásemos de nada porque no nos conviene lo que nos dice. Somos, así, espacio poco fértil y, en nosotros, la Palabra de Dios y lo que significa la misma, no producirá fruto alguno.




JESÚS, Tú quisiste que tus apóstoles comprendiesen la parábola del sembrador porque era muy importante para sus vidas llegar a saber en qué situación espiritual se encontraban. Nosotros, los que ahora somos discípulos tuyos, queremos ser tierra fértil donde tu semilla fructifique.





Eleuterio Fernández Guzmán

25 de enero de 2011

Enviados


Mc 16,15-18

“En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien’”.


COMENTARIO

Jesús escogió a quien quiso porque tenía confianza en el corazón de aquellas personas que, a pesar de mostrarse como eran, habían creído en Él.

Envía a transmitir que el reino de Dios había llegado, la Buena Noticia que todos estaban esperando desde hacía siglos. Y pedía creer para bautizar. Primero, siempre, creer y luego, el bautismo que salva. Y era una opción que se dejaba a la libertad de los hombres, creación de Dios.

Lo que debían de hacer lo harían, además, en nombre de Jesucristo, Hijo de Dios. No era cosa de cada enviado sino que adquirieron lo que Jesús quiso transmitirles para que llevaran a cabo su labor de enviados del Hijo del Hombre. En su nombre somos y existimos, en Él creemos.





JESÚS, enviaste Tú a aquellos primeros nosotros para que evangelizaran un mundo, en mucho, perdido de la Palabra de Dios y alejado de Tu Padre. Nosotros, con nuestros medios de hoy y con los talentos que el Creador nos entregó somos, por eso mismo, apóstoles que deberían darse cuenta del encargo que, entonces, les diste a tus primeros discípulos y llevarlo a nuestra vida.





Eleuterio Fernández Guzmán

Contra el Espíritu Santo



Mc 3,22-30

“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: ‘Está poseído por Beelzebul’ y ‘por el príncipe de los demonios expulsa los demonios’. Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: ‘¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno’. Es que decían: ‘Está poseído por un espíritu inmundo’.



COMENTARIO


Jesús sabía que quien no quiere dejarse dominar por el Maligno, no lo hace y pone fin al acometimiento del Mal con una voluntad firme  y contraria a lo que quiere éste.

De muchas formas pecaron entonces y pecamos ahora. Hay unas que son, digamos, perdonables porque Dios comprende la naturaleza pecadora de su creación y, mediante su misericordia, pone fin a la ruptura de relación que supone el pecado.

Algo, sin embargo, no se perdona y que no es otra cosa que el blasfemar contra del Espíritu Santo. Esto es así porque se peca contra la gracia necesaria para la conversión lastrando, así, la posibilidad de venir a ser mejor según la voluntad de Dios. Y eso, que supone, además, manifestar que se persevera en el mal, no puede ser perdonado porque se busca, conscientemente, el pecado.






JESÚS, qué dolido estarías para decir que no se perdona la blasfemia en contra del Espíritu Santo. Quien así incurre en tan gran pecado no sabe o no reconocer la importancia que tiene la gracia de tu Padre para cambiar el corazón de piedra por uno de carne y se impide, así, que quien está en pecado deje de estarlo. Que no nos pase a nosotros eso.





Eleuterio Fernández Guzmán

23 de enero de 2011

Por eso vino Cristo



Mt 4,12-23


Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Y dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: ‘¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido’. Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: ‘Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado’. 

Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: ‘Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres’. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron. Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.


COMENTARIO

La Palabra de Dios siempre se cumple. Si se había escrito que sería en determinada tierra donde se establecería el Hijo del Hombre ahí es donde, precisamente, se estableció, Jesús. Nada, pues, había de nuevo en eso que es lo mismo que decir que en el Antiguo Testamento el Cristo estaba anunciado.

Jesús llamó a quien quiso. No fueron ellos los que dijeron te seguimos antes de conocerlo sino que respondieron sí a una llamada particular del Hijo de Dios. Dios, por lo tanto, nos llama y espera de nosotros que respondamos con un sí que llene nuestro corazón.

Jesús llevó a cabo su labor de curación física y espiritual porque no había venido, tan sólo, para liberar de males del cuerpo sino, sobre todo, para liberar de los diversos demonios que cada cual llevaba/llevamos dentro.



JESÚS, tú nos llamas para que respondamos de forma afirmativa a tu seguimiento. También quieres que seamos apóstoles de hoy, apóstoles de nuestro tiempo, para que la Palabra de Dios llegue donde los corazones aún no la han conocido o la han olvidado. Nos dices “Sígueme” y esperas que lo dejemos todo pero, a veces, es tan difícil...




Eleuterio Fernández Guzmán