7 de abril de 2012

Y resucita por nosotros





Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.

El apóstol Pablo, en su  primera epístola a los de Corinto (15, 9- 14), en un momento determinado, dice lo que aquí hemos traído. Dice mucho porque mucha verdad se encuentra en las palabras que el que fuera perseguidor de discípulos de Cristo descubrió cuando cayó del caballo camino de Damasco.

Cristo resucita. Lo hace, primero, para cumplir la voluntad de Dios y, segundo, porque era lo que había dicho que haría. Fiel a su palabra al tercer día resucita. No era nada extraño porque era de lo que había informado a sus más allegados. Ellos no las tenían todas consigo porque era difícil aceptar que su Maestro, su Señor y el Hijo de Dios iba a morir como lo había profetizado.

Dice Pablo que es lo que es porque Dios ha querido que así sea. Y para que así llegase a ser era necesario que Cristo descendiera a los infiernos y al tercer día resucitara. Así, Pablo, duro e inapelable su palabra contra Jesús mismo en la persona de los que le seguían, convirtió su corazón. Ya no era de piedra sino de carne y eso le hace ver que la resurrección era un episodio muy importante.

Que Cristo resucite es, exactamente, que se cumpla lo que estaba escrito. Por eso aquel hombre, aquel hijo de María, sabía que su martirio tenía que llevarse a cabo a manos de quien tenía que llevarse a cabo. No era casualidad ni las cosas sucedieron sin razón alguna sino que, al contrario, cada gota de sangre que iluminó el suelo por donde pasó y donde estuvo colgado, Gólgota glorioso, sería una gran semilla para que nuevos cristianos, discípulos suyos, nacieran para la eternidad.
Cristo resucita. Lo hace por nosotros porque era voluntad de Dios que todos se salvasen pues no había creado a la humanidad, hombre a hombre y mujer a mujer para que, otra vez, se perdiese por el pecado del mismo y de la misma.

Cristo resucita; Cristo, el Mesías, nos da, a partir de tal espiritual instante, la posibilidad de habitar una de las estancias que nos está preparando en el definitivo Reino de Dios. Tan sólo nos pide que lo aceptemos y lo tengamos como Dios mismo.

Aceptación y creencia, conversión y confesión de fe. Cristo resucita porque es lo que necesitaba la humanidad. Y Dios, desde su Reino, nos mira esperando que sepamos aceptar que nuestra fe no es vana sino que, en verdad, la Verdad es Camino y es Vida.

Cristo resucita por nosotros. Y lo hace por nuestro eterno bien.
Vencida la muerte por el Hijo más amado,
vencido el maligno infierno, vencido el ángel negro,
se aparece varias veces para que conocieran que era cierto:
a Tomás le demanda que tocara su llaga con el dedo,
qué feliz era aquel que creyera sin siquiera verlo,
partiendo el pan lo conocieron…estando, así, en lo verdadero,
en el camino de Emaús encuentro…
Vencido el poder del mal, surgiendo para ir al Reino,
nos ha perdonado Dios, como siempre sigue haciendo.

Amén, amén, amén.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Sábado, de esperanza, Santo


Sábado Santo

COMENTARIO

Hoy, Sábado Santo, no hay texto del Evangelio sobre el que comentar o tratar de meditar lo que sugiere el mismo para el hijo de Dios.

Hoy es día de esperanza porque estamos esperando que Cristo resucite y se muestre al mundo con su paz. Esperamos porque sabemos que, cumpliendo lo que dijo (Dios es fiel siempre a lo que dice) volverá al mundo para enseñar lo que, en lo sucesivo, deberán hacer sus discípulos.

A partir del momento de la resurrección quien crea y acepte a Cristo como Hijo de Dios, se salvará. Conversión y salvación son, por lo tanto, dos palabras que van tan estrechamente unidas que no se puede entender una sin la otra: si hay conversión hay salvación y si no hay conversión, será el llanto y el rechinar de dientes. Eso dijo Cristo y eso se cumplirá.

Hoy es Sábado Santo. Estamos a la espera con esperanza. El Amor está a punto de decir su palabra más hermosa.

JESÚS,  te esperamos a Ti. Gracias por ser fiel a la palabra dada. Hoy es vigilia de lo que llegará mañana. Hermano, Hijo de Dios y Señor nuestro.



Eleuterio Fernández Guzmán


6 de abril de 2012

Jesús muere por cada uno de nosotros





Viernes Santo

Jn 18,1—19,42

“En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.”


COMENTARIO

Pasión

Las últimas horas de Jesús en la tierra como hombre son muy duras. Sometido a todos los tormentos que el Mal puede inventar, se entrega a ellos sin dejar de pedir el perdón para quienes lo están matando.

Traición

Pedro, que tanto decía amar a Cristo, lo traiciona por cobardía y por falta de espíritu. No sabe que Jesús también lo perdona y, por eso mismo, debió sentirse muy mal cuando Jesús pasó ante sí sabiendo que lo había negado unas cuantas veces.
  
Madre

Jesús, en la cruz, nos entrega a su Madre para que sea Madre nuestra, Madre de todos. Juan la recibe en su casa pero nosotros la recibimos en el corazón donde ha de estar siempre.



JESÚS,  muchos te traicionaron y muchos se olvidaron de lo que tantas veces les habías dicho. Mueres porque te odiaban los poderes establecidos y porque no entendieron que eras, en verdad, el Mesías esperado por el pueblo de Israel.




Eleuterio Fernández Guzmán


5 de abril de 2012

Servir como sirvió Cristo



Jueves Santo (Misa vespertina de la Cena del Señor)

Jn 13,1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

Llega a Simón Pedro; éste le dice: ‘Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?’. Jesús le respondió: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde’. Le dice Pedro: ‘No me lavarás los pies jamás’. Jesús le respondió: ‘Si no te lavo, no tienes parte conmigo’. Le dice Simón Pedro: ‘Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza’. Jesús le dice: ‘El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos’.

Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros’”.


COMENTARIO

La Última Cena que Jesús mantuvo con sus discípulos más allegados está llena de símbolos que, puestos por el Maestro, pretendían que aquellos que le seguían desde hacía mucho tiempo tuvieran conocimiento de lo que tenían que seguir haciendo.

Si lavar los pies era cosa de sirvientes que hacían lo propio con sus señores, lo que hace Jesús con sus discípulos es demostrarles que debían servir como Él había hecho con ellos. Era importante que comprendiesen que servir era más importante que ser servidos.

Jesús da ejemplo de mucho. A lo largo de sus años en los que predicó de forma pública llevó a cabo gestos que debían de haber aprendido. Aquel de servir a los demás era uno de los más importantes porque suponía manifestarse humilde y, también, manso.



JESÚS, serviste de aquella forma tan especial a tus apóstoles. Les lavaste los pies y esperabas que ellos hicieran lo mismo con sus semejantes. Sin embargo, ¡cuántas veces hacemos oídos sordos a tus palabras!




Eleuterio Fernández Guzmán


4 de abril de 2012

Esta Semana







Estamos en una semana muy especial. Para los católicos es decisiva para nuestra fe y, también, para nuestra salvación.

Desde tiempos inmemoriales, el pueblo elegido por Dios, el judío, había estado esperando la salvación de Israel. Oraban y oraban con la intención de hacer ver a Dios que querían ser salvados para toda la eternidad.

Por su infidelidad, muchas veces probada en los caminos que el Creador les hizo recorrer, tuvo Dios que enviar a su Hijo Único al mundo, nacer de una virgen de nombre María y, tras una vida en la que se formó como creyente judío, empezar a predicar tras su bautismo en el Jordán.

Cristo nació para morir como murió. Sabía perfectamente que el final de su vida sería como fue y, por eso mismo, muchas veces se lo dijo a sus discípulos más allegados que eran, precisamente, sus apóstoles. Ellos, con toda seguridad, nada entendieron hasta que se produjo la resurrección del Señor. Entonces, fueron capaces de atar todos los cabos y de comprender que lo que tantas veces les había dicho era cierto.

Pero aquella semana, la última semana de la vida de Jesús en el mundo como hombre mortal, fue muy especial. Predicó donde tantas veces antes lo había hecho pero cada palabra que decía, cada gesto que hacía y cada comportamiento suyo era un eslabón de la cadena que lo llevaría preso de un mandatario al otro para acabar crucificado en el Gólgota.

Ya esta escrito.
Dejarse vencer para salvarnos.
Quedó dicho.
Abandonarse en manos de Dios, Padre.
Itinerario Gólgota.
Subamos, con nuestra cruz,
hacia donde Él espera,
donde el corazón reside;
allí ,
donde la Palabra
es Alfa y Omega.

Esta semana, Santa, para el creyente es vital para su creencia porque en ella se fundamenta la salvación eterna que tanto esperaran aquellos que anduvieron por el desierto con Abrahám y por la que tanto se dirigieron a Dios implorándola. Nosotros, sin embargo, sólo tenemos que aceptar a Cristo y tenerlo como Dios hecho hombre. Así la salvación se nos da porque es gracia y don del Creador.

Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, Calvario, muerte, cruz. Así, luego, el sábado de esperanza y el domingo cuando María se encuentra con Jesús, su amado y querido Hijo, para decirle que ella sabía que resucitaría, que siempre lo había sabido y que siempre, siempre, siempre, había creído en su Palabra, la de Dios. Y Madre e Hijo se fundirán en un abrazo, que es eterno y que llega, desde entonces, hasta los rincones más apartados del orbe para que, quien quiera, acepte su mano y bese sus pies ensangrentados sabiendo que con aquella sangre había salvado, para siempre, su vida.

Esta semana es nuestra Semana, Santa por más señas y, por eso mismo, no podemos hacerla de manos ni tenerla poco en cuenta. De ella dependió nuestra vida eterna.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Semana Santa






Cuando pasa el Nazareno / de la túnica morada,/ con la frente ensangrentada,/ la mirada del Dios bueno /y la soga al cuello echada, /el pecado me tortura, / las entrañas se me anegan / en torrentes de amargura,/ y las lágrimas me ciegan, / y me hiere la ternura…
  
Para muchos, la Semana Santa continúa siendo ingenua y sobria, como estos versos de Gabriel y Galán en la "La pedrada". Todo lo relativo a la fe cristiana es muy sencillo, aunque pueda presentarse como un alambicado sistema de creencias, mandamientos y ceremonias. Nuestra fe consiste en buscar, encontrar y amar a Cristo. Y lo que creemos y vivimos se ordena a ese fin. Por tal razón, los misterios celebrados y recordados en la Semana Santa tienen toda la sencilla grandeza de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, la cúspide de la existencia terrena del Hombre-Dios entregada hasta el extremo por amor. El amor verdadero es sencillo, el humano y el divino, aunque éste adquiere una magnitud inefable.
           
Estas celebraciones santas no son simplemente una tradición cultural, ni un periodo de descanso, aunque también lo contengan. Pero un cristiano ha de entender más. Basta recordar dos o tres frases del Evangelio. San Juan, relatando la conversación de Jesús con Nicodemo, pone estas palabras en boca de Cristo: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. ¿Encontraríamos algo semejante en nuestra historia? Un Dios que se hace hombre para entregar durísimamente su vida a alguien de quien no   necesita nada. Además, como narra san Lucas, lo deseaba fervientemente: tengo que ser bautizado con un bautismo de sangre -afirma Jesús-, y ¡qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo!
           
Vuelve a ser san Juan quien, para introducirnos en aquella noche de la Última Cena, pletórica de cariño, escribe: la víspera de la fiesta de la Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y les lavará los pies para enseñarles la grandeza de servir, les indicará que se amen los unos a los otros, se muestra como el Camino, la Verdad y la Vida... Y sobre todo, instituye la Eucaristía, anticipación sacramental de la Cruz, por la que transforma la violencia brutal en una acción de amor inenarrable al darnos su Cuerpo que entregará y la Sangre que derramará.
            
Luego vendrá la agonía en Getsemaní, su prendimiento, la burla de un juicio mentiroso, la cobardía de Pilatos, la durísima flagelación, coronación de espinas, el camino doloroso hacia el Calvario, su enclavamiento y muerte. Al tercer día su gloriosa resurrección. Un sucinto recuerdo de un amor apasionado por los humanos, que comenzó a mostrar en la creación, que se hizo amabilísimo cuando se encarnó para ser uno de nosotros y que da la vida para conseguirnos esa existencia eterna que no hay modo se explicar.
            
Algo de todo eso celebramos en Semana Santa. Para bien de todos, de los que tenemos la fe cristiana y de aquellos que aún no la tienen. Escribió san Pablo que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, esa verdad ante la que nos deja libres, sin imposiciones de ningún género, tal vez porque, como decía Teresa de Ávila, pensó que seríamos mejores servidores si lo hacíamos libremente. Tenemos mil maneras de vivir estos días: leyendo los pasajes del Nuevo testamento que narran estos hechos, pero leer orando, hablando con el Cristo que padece y muere; acudiendo al sacramento de la Penitencia, en el que se muestra la maravilla de un Dios que perdona todo porque ama inconmensurablemente. Participemos también en las ceremonias litúrgicas y en las procesiones convertidas en oración, en silencio o con la saeta, cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda buscando escaleras para subir a la cruz.
            
Tienen hondura esas frases de Machado que acabo de escribir: la Cruz de Cristo es un misterio, como también lo es que busquemos escaleras para subir a ella, algo que realizamos cada vez que damos sentido al dolor físico o moral, a las carencias, a la contradicción, al denuedo para buscar un empleo, a la angustia de los sin techo, al brío  del trabajo, al hambre de pan y de Dios que tienen tantos, aunque muchos no sean muy conscientes de esta última penuria, y el esfuerzo consista en llevárselo amablemente, con el cariño del  Cristo caminante que ha de ser todo cristiano.
            
"¡Qué hermosas esas cruces en la cumbre de los montes, en lo alto de los grandes monumentos... Pero la Cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo...: en el ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios..." ( San Josemaría, Vía Crucis).

P. Pablo Cabellos Llorente

Entregar a Cristo



Miércoles Santo


Mt 26,14-25

“En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ‘¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?’. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.

El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?’. Él les dijo: ‘Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’’. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará’. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ‘¿Acaso soy yo, Señor?’. Él respondió: ‘El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!’. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ‘¿Soy yo acaso, Rabbí?’. Dícele: ‘Sí, tú lo has dicho’.



COMENTARIO

La avaricia de Judas es notable. Ya no le importa Jesús porque a lo mejor nunca ha creído en el Enviado de Dios. Seguramente Judas quería un Mesías que fuera guerrero y levantase al pueblo de Israel contra el ocupante romano y sus expectativas se vieron frustradas.

Jesús sabe quién le va a entregar. Los demás que están cenando con Él se preguntan, lógicamente, si alguno de ellos será el traidor. Esto lo hacen porque, seguramente, no han llegado a entender lo que Jesús les ha estado enseñando durante unos cuantos años. De estar seguros no tendrían duda alguna de que ninguno de ellos no serían los traidores.

Judas es el que mejor sabe, de todos los apóstoles, que es el que lo va a entregar en manos del Mal. Le pregunta a Jesús para que se lo confirme pero sabe, más que de sobra, que ha hablado con algunos de los que quieren ver a Jesús muerto. El demonio hace tiempo que entró en su corazón.


JESÚS,  aquellos que te traicionan lo hacen, a veces, por unas monedas que les da el mundo, por un poder material, por unas cosas que perecen. Sin embargo, los que nos consideramos hermanos tuyos no deberíamos sucumbir tan fácilmente…




Eleuterio Fernández Guzmán


3 de abril de 2012

De Lunes a Domingo





Esta semana no es una que lo sea, o que podamos entender que lo es, normal. Para un cristiano, aquí católico, lo que sucede en la misma va más allá del paso de unos días que acaban terminando, como siempre, en el día del Señor, el domingo.

Desde el Lunes santo hasta el Domingo de Resurrección las calles de España se van a ver transitadas por unas personas que tienen lo religioso, la religión, el catolicismo, como algo muy importante en sus vidas y aunque no podamos sostener (eso sólo Dios lo sabe) si la totalidad de personas que procesionan tienen una fe profunda o es de ocasión, bien podemos decir que hacen lo que hacen porque algo, al menos, de fe han de tener.

Caminar con paso pausado, hoy día, por las calles de nuestra patria, y acompañando a uno o varios pasos de Semana Santa es poner, como se dice actualmente, en valor lo que es nuestra fe. No es un modo de demostrar más que lo es evidente: creemos en Dios y en Su Hijo Jesucristo y, por eso mismo, gozamos con recordar lo que fue un tiempo muy especial que, dando comienzo cuando Jesús entró, entre aclamaciones, en la Ciudad Santa y terminando con la Resurrección de Nuestro Señor, nos llega el corazón de lo que sólo Dios sabe llenar.

De lunes a domingo, de éste mismo al próximo 8 de abril, vamos a hacer presente lo que fue para que sea y para que siga siendo hasta que Cristo vuelva en su Parusía. Así de simple es la cosa y así de profunda: hacemos porque amamos y amamos porque queremos que así sea. Y no nos valen acusaciones de trivialidad o de tibieza en la fe.

En realidad, celebrar la Semana Santa es no dejar en el cajón de lo cotidiano lo importante que es la historia la salvación para los salvados porque, una vez terminada la Cuaresma como tiempo de conversión, la realidad misma nos hace presente un itinerario, el Gólgota, que será para nosotros vida y salvación y que, por eso mismo, nos permitirá decir un sí, como un “hágase”, a la voluntad de Dios expresada en la necesidad de tener a Cristo en nuestra vida.

Es bien cierto que lo que se recuerda puede que no sea bien visto por el mundo y su mundanidad y que la sangre de Cristo, derramada por todos pero para que se salven los que acepten a Quien la derramó, pueda causar estragos en los corazones excesivamente sensibles y dominados por la pasión del no dolor y del no sufrimiento. Sin embargo, el tal dolor y el tal sufrimiento es sobrenaturalizado por Cristo y, por donación graciosa de Dios, por cada uno de nosotros  cuando los padecemos. Cruz que es nuestra cruz y que llevamos, tras el Señor, para alcanzar la vida eterna que con su muerte nos consiguió.

Y eso es la semana que ahora acabamos de empezar y que, poco a poco, entre procesión y procesión, nos llevará hasta el glorioso encuentro entre María, madre que padece por su hijo, y Cristo, hijo que ama a su Madre y que la abraza tras volver a estar entre aquellos otros nosotros.

Para esto no basta con asistir a las procesiones de forma inactiva sino que se nos reclama una participación, al contrario, activa. Así, activamente, el corazón lo tenemos que tener dispuesto a aceptar al sacrificio de Cristo y a tenerlo como propio; activamente se nos pide recogimiento interior para meditar el misterio pascual; activamente se nos demanda volver a Dios si es que nos hemos alejado de Él porque está muriendo por nosotros; y, activamente, somos llamados a tener un propósito de enmienda de nuestros pecados porque, ante la sangre de Cristo, no cabe otra cosa ni se nos puede pedir nada menos importante.

Por eso todo nos conmueve por dentro y todo nos trae a nuestra presencia cada gota de sangre con la que Jesús sembrará semilla de nuevos discípulos suyos porque la contemplación de tal sacrificio supone, sin duda alguna, una llamada al amor, a la entrega y al servicio a los demás, prójimos que sólo deberían esperar de nosotros amor y ayuda y no odio y malas formas.

Cristo es ejemplo de muchas cosas pero en esta semana lo es, sobre todo, de que el que quiere entregarse por amor puede hacerlo esperando la bondad del Padre. Y luego, como en su caso, ser salvados para siempre, en nuestra propia resurrección que, si lo hemos merecido, será para la vida eterna.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

La verdad de las cosas



Martes Santo


Jn 13, 21-33.36-38

“En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará’. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando’. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’. Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar’. Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: ‘Lo que vas a hacer, hazlo pronto’. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta’, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.

Cuando salió, dice Jesús: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, ¿a dónde vas?’. Jesús le respondió: ‘Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde’. Pedro le dice: ‘¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti’. Le responde Jesús: ‘¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’.


COMENTARIO

Jesús sabe lo que le va a pasar y, por eso mismo, en la cena que celebró con sus apóstoles se lo dice a los que allí están presentes. También sabe que Judas es quien lo va a entregar y eso, seguramente, lo pone triste.

Jesús quiere que se cumpla lo que está escrito y no quiere oponerse, para nada, a ello. Deja que todo pase porque es fiel a Dios, su Padre, y sabe que otra cosa no puede ni debe hacer. Cumple porque sabe que es lo que Dios quiere que haga.

La fe, la seguridad, la confianza, que a veces manifestamos está influida por demasiadas realidades que, en cuanto bajamos un poco la guardia, nos dejan mal ante Dios y ante los hombres. Somos, demasiadas veces, como lo fue Pedro.


JESÚS, a pesar de que llevabas mucho tiempo aleccionando a tus apóstoles de lo que te iba a pasar, muchos de ellos no caen en la cuenta de que aquella iba a ser la última cena que comían con Jesús. Pedro, por eso mismo, se hizo el valiente siendo bastante cobarde… como nosotros lo somos.




Eleuterio Fernández Guzmán


2 de abril de 2012

Estar con Cristo



Lunes Santo

Jn 12, 1-11


“Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’. Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: ‘Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’.

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

COMENTARIO

Hay muchas formas de ver las cosas que pasan. Bien podemos entenderlas desde el punto de vista material o desde el punto de vista espiritual y hacerlo nuestro llevándolo a nuestro corazón.

A Judas Iscariote le gustaba mucho el dinero. No le gustaban tanto los pobres y, con tal actitud, se mantenía muy alejado de la voluntad de Dios que prescribe la misericordia y el amor. Aquella mujer que hizo aquello con un perfume muy caro no era bien vista por Judas.

Para la vida de Jesús era peligroso que acudiese a ciertos lugares donde antes había llevado a cabo hechos extraordinarios. Si a Lázaro lo había vuelto a la vida después de llevar cuatro días muertos, aquellos que lo perseguían estaban en la seguridad de que había llegado el momento de hacer todo lo posible para darle muerte.


JESÚS,  aunque muchos te perseguían para matarte, no te escondías sino que acudías allí donde te llamaban y te necesitaban. Sin embargo, María te quiere y te llena de perfume sin importarle el dinero que le ha costado. Da lo que tiene y lo hace para ti.



Eleuterio Fernández Guzmán


1 de abril de 2012

Ramos, Domingo







Cuando Jesús andaba por aquellos caminos de Israel predicando y anunciando que el Reino de Dios estaba cerca (tan cerca que estaba porque era Él mismo) sabía más que bien que todo iba a terminar pronto y que, también pronto, la salvación eterna llegaría a cada uno de los hijos de Dios.

Para que se cumpliese, palabra por palabra, lo que había sido escrito y que, por ejemplo, el profeta Isaías supo ver iluminado por Dios, tenía que entrar Jesús en Jerusalén de una forma tal que cualquiera supiese que había llegado en Mesías.

La entrada en la Ciudad Santa no se hizo de cualquiera manera. No se escondió Jesús para que no vieran aquellos que estaban urdiendo su muerte sino que, a vista de todos, entró sentado en un animal que mucho recordaba a todos lo que profetizara Zacarías (9, 9).

Aquel domingo, con los ramos tendidos en el suelo y las ramas de los árboles alfombrando el lugar por donde pasaba Jesús, es considerado, lógicamente, el primer Domingo de Ramos de la historia y, a partir del mismo, muchos comprendieron que nada podía seguir siendo igual.

Reconocerlo como rey supone, como muy bien dejó dicho Benedicto XVI en la celebración del Domingo de Ramos de 2007,“Aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad.” 

Por lo tanto, Jesús no entró de la forma que lo hizo en Jerusalén para que lo vitorearan y lo aclamaran sino para enseñarnos cuál es el camino tenemos que tomar y que no es otro que la entrega de nosotros mismos y, a pesar de las persecuciones que podamos tener (de todo tipo) no cejar en el intento de ser lo que debemos ser: hijos de Dios conscientes de que lo son.

Ramos es algo más que un día festivo en el que recordamos que Jesús entró triunfal en Jerusalén. Es más porque supone el principio de todo el episodio de salvación del ser humano. A través del tiempo, desde entonces, no podemos seguir siendo los mismos porque Quien podía haberse librado del daño que iba a sufrir se entregó de pies y manos como un cordero que va a ser llevado al matadero (cf Isaías, 53, 7).

“Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo” decimos en la celebración de la Santa Misa. Y con ellos es como si nos retrotrajésemos a un tiempo en el que era aclamado Aquel que había predicado por las tierras escogidas por Dios para formar un pueblo elegido al que entregarle la Verdad. Y quita el pecado del mundo porque su sangre nos sirve para limpiar nuestras culpas (Apocalipsis 7, 15) y con tal limpieza seremos libres del Mal que nos aqueje en este mundo.

Ramos, Domingo, es luz porque supone esperanza para los que caminamos atribulados por el mundo y sabemos que Cristo, poco después, moriría por nosotros y para que se salvasen todos los que en Él crean.

En aquel primer Domingo de Ramos muchos pusieron sus mantos en el suelo para que Jesús los pisara y muchos otros agitaron palmas y ramas de árboles en señal de bienvenida al Mesías. Que no se nos olvide nunca que aquellos otros nosotros supieron que Aquel era Dios hecho hombre.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Domingo de Ramos



Domingo de Ramos (B)


Mc 14,1—15,47


Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo».

Estando Él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. Había algunos que se decían entre sí indignados: «¿Para qué este despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres». Y refunfuñaban contra ella. Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena en mí. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya».

Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno.

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?». Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’. Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.

Y al atardecer, llega Él con los Doce. Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo». Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: «¿Acaso soy yo?». Él les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios». Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Jesús les dice: «Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’. Pero después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea». Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no». Jesús le dice: «Yo te aseguro: hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres». Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré». Lo mismo decían también todos.

Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de Él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil». Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué contestarle. Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca».

Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela». Nada más llegar, se acerca a Él y le dice: «Rabbí», y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron. Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja. Y tomando la palabra Jesús, les dijo: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el Templo, y no me detuvisteis. Pero es para que se cumplan las Escrituras». Y abandonándole huyeron todos. Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo.

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra Él, pero los testimonios no coincidían. Algunos, levantándose, dieron contra Él este falso testimonio: «Nosotros le oímos decir: ‘Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres’». Y tampoco en este caso coincidía su testimonio. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?». Pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?». Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo». El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: «Adivina», y los criados le recibieron a golpes.

Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret». Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Éste es uno de ellos». Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo». Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis!». Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar.

Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntaba: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». El le respondió: «Sí, tú lo dices». Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan». Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.

Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder. Pilato les contestó: «¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?». Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás. Pero Pilato les decía otra vez: «Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?». La gente volvió a gritar: «¡Crucifícale!». Pilato les decía: «Pero, ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaron con más fuerza: «¡Crucifícale!». Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.

Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante Él. Cuando se hubieron burlado de Él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.

Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero Él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos». Con Él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También le injuriaban los que con Él estaban crucificados.

Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», que quiere decir «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías». Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle». Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a Él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto.


COMENTARIO

Hoy se recuerda mucho de la Pasión de Nuestro Señor. Sin embargo, el Domingo de Ramos es uno que lo fue muy especial para el ser humano y su salvación y sin el cual no se entiende nada de lo que, desde entonces, nos ha pasado.
Aquel domingo, con los ramos tendidos en el suelo y las ramas de los árboles alfombrando el lugar por donde pasaba Jesús, es considerado, lógicamente, el primer Domingo de Ramos de la historia y, a partir del mismo, muchos comprendieron que nada podía seguir siendo igual.

En aquel primer Domingo de Ramos muchos pusieron sus mantos en el suelo para que Jesús los pisara y muchos otros agitaron palmas y ramas de árboles en señal de bienvenida al Mesías. Que no se nos olvide nunca que aquellos otros nosotros supieron que Aquel era Dios hecho hombre.



JESÚS,  moriste porque querías salvarnos a todos. Por eso te entregaste a quienes te querían matar. En aquel primer Domingo de Ramos mucho de lo bueno que nos ha pasado ha sido gracias a Ti, hermano.



Eleuterio Fernández Guzmán