7 de abril de 2012

Y resucita por nosotros





Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe.

El apóstol Pablo, en su  primera epístola a los de Corinto (15, 9- 14), en un momento determinado, dice lo que aquí hemos traído. Dice mucho porque mucha verdad se encuentra en las palabras que el que fuera perseguidor de discípulos de Cristo descubrió cuando cayó del caballo camino de Damasco.

Cristo resucita. Lo hace, primero, para cumplir la voluntad de Dios y, segundo, porque era lo que había dicho que haría. Fiel a su palabra al tercer día resucita. No era nada extraño porque era de lo que había informado a sus más allegados. Ellos no las tenían todas consigo porque era difícil aceptar que su Maestro, su Señor y el Hijo de Dios iba a morir como lo había profetizado.

Dice Pablo que es lo que es porque Dios ha querido que así sea. Y para que así llegase a ser era necesario que Cristo descendiera a los infiernos y al tercer día resucitara. Así, Pablo, duro e inapelable su palabra contra Jesús mismo en la persona de los que le seguían, convirtió su corazón. Ya no era de piedra sino de carne y eso le hace ver que la resurrección era un episodio muy importante.

Que Cristo resucite es, exactamente, que se cumpla lo que estaba escrito. Por eso aquel hombre, aquel hijo de María, sabía que su martirio tenía que llevarse a cabo a manos de quien tenía que llevarse a cabo. No era casualidad ni las cosas sucedieron sin razón alguna sino que, al contrario, cada gota de sangre que iluminó el suelo por donde pasó y donde estuvo colgado, Gólgota glorioso, sería una gran semilla para que nuevos cristianos, discípulos suyos, nacieran para la eternidad.
Cristo resucita. Lo hace por nosotros porque era voluntad de Dios que todos se salvasen pues no había creado a la humanidad, hombre a hombre y mujer a mujer para que, otra vez, se perdiese por el pecado del mismo y de la misma.

Cristo resucita; Cristo, el Mesías, nos da, a partir de tal espiritual instante, la posibilidad de habitar una de las estancias que nos está preparando en el definitivo Reino de Dios. Tan sólo nos pide que lo aceptemos y lo tengamos como Dios mismo.

Aceptación y creencia, conversión y confesión de fe. Cristo resucita porque es lo que necesitaba la humanidad. Y Dios, desde su Reino, nos mira esperando que sepamos aceptar que nuestra fe no es vana sino que, en verdad, la Verdad es Camino y es Vida.

Cristo resucita por nosotros. Y lo hace por nuestro eterno bien.
Vencida la muerte por el Hijo más amado,
vencido el maligno infierno, vencido el ángel negro,
se aparece varias veces para que conocieran que era cierto:
a Tomás le demanda que tocara su llaga con el dedo,
qué feliz era aquel que creyera sin siquiera verlo,
partiendo el pan lo conocieron…estando, así, en lo verdadero,
en el camino de Emaús encuentro…
Vencido el poder del mal, surgiendo para ir al Reino,
nos ha perdonado Dios, como siempre sigue haciendo.

Amén, amén, amén.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

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