3 de agosto de 2013

El Bautista y la Ley de Dios



Sábado XVII del tiempo ordinario
Mt 14,1-12

"En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: ‘Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas. 

Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: ‘No te es lícito tenerla’. Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta. 

Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, ‘dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista’. Entristecióse el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús."

COMENTARIO

La soberbia humana y el egoísmo del ser creado por Dios a su imagen y semejanza no tiene límites. No sólo desafía muchas veces la Ley del Creador y su voluntad sino que, además, pretende hacer callar a quien eso dice.

El caso de Juan el Bautista es síntoma de ceguera del ser humano. Herodes sabía que aquel hombre no era culpable de nada pero cede a que se le mate por cumplir una promesa propia de un necio: dar lo que se le pida y, además, poner a Dios por testigo de una circunstancia que puede terminar mal como, precisamente, es el caso.

El Bautista decía verdad y decía la verdad. Por eso algunos de sus contemporáneos, los aduladores del poder, no le querían nada de nada y procuraban su muerte. Al final la consiguen pero por acción de lo peor que puede haber del ser humano y que, a veces, se esconde en formas presuntamente nobles.


JESÚS, tu primo Juan muere a manos del poder corrupto y corrompible. Sabes que era santo y que fue tu introductor en el mundo. Nosotros, sin embargo, parece que no nos demos cuenta de que, a veces, vale más perder la vida que manifestarse contra Dios.





Eleuterio Fernández Guzmán


1 de agosto de 2013

El Reino de los Cielos


Jueves XVII del tiempo ordinario


Mt 13,47-53

“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?’ Dícenle: ‘Sí’. Y Él les dijo: ‘Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo’. Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.”

COMENTARIO

Jesús continúa con su labor de enseñanza acerca de qué es el Reino de los Cielos. Era, y es, muy importante que quien quiera aspirar a habitar, un día, las praderas del mismo, sepa a qué atenerse y no ande de aquí para allá perdiendo su tiempo.

Jesús habla del fin del mundo. Sin duda se refiera al momento en el que él mismo venga, en su Parusía y juzgue a vivos y muertos. Serán sus ángeles los que separen a los buenos de los malos y a cada uno de ellos dará Dios un destino determinado.

Jesús abunda en decir que es Dios quien, en realidad, separa lo buen de lo mal y, por eso, nuestro comportamiento para con su voluntad ha de ser el más recto y que esté más de acuerdo con la misma. Por eso Jesús tiene que insistir tanto en tal cuestión.

JESÚS, tantas veces nos hablas de aquello que es y que significa el Reino de los Cielos que deberíamos tenerlo muy en cuenta. Sin embargo, en demasiadas ocasiones no lo hacemos así.





Eleuterio Fernández Guzmán


31 de julio de 2013

Encontrar el Reino de Dios y no dejarlo


Miércoles XVII del tiempo ordinario


Mt 13,44-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
‘También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra’”.

COMENTARIO

Cuando Jesús habla del Reino de Dios sabe a ciencia cierta a qué se refiere porque Él es Dios hecho hombre. Por eso sabe que nos conviene y nos interesa saber qué es pero también sabe que, muchas veces, no hacemos caso a lo que significa.

Dejar todo por el Reino de Dios es esencial para el discípulo de Cristo e hijo del Todopoderoso. Por eso Jesús pone el ejemplo del tesoro (algo de mucho valor) y lo equipara al Reino de Dios que, cuando se encuentra, todo lo demás deja de tener importancia.

Jesús está seguro que, como hermanos suyos que somos, queremos habitar las praderas del Reino de Dios y ocupar una de las estancias que nos está preparando. Por eso insiste en los ejemplos en los que es una realidad tan valiosa que todo hay que dejarlo por ella.



JESÚS, nos quieres tanto que insistes mucho en qué es el Reino de Dios. Es una pena que pueda dar la impresión de que no nos importa tanto como debería importarnos.





Eleuterio Fernández Guzmán


30 de julio de 2013

Advertidos estamos



Martes XVII del tiempo ordinario
Mt 13,36-43

“En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: ‘Explícanos la parábola de la cizaña del campo’. Él respondió: ‘El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. 
’De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga’”.

COMENTARIO

Justo al final de este texto del evangelio de san Mateo Jesús dice algo que nunca deberíamos olvidar. Lo hace para avisarnos sobre lo que ha dicho antes. Y dice que “el que tenga oídos, que oiga”.

Jesús explica la parábola de la cizaña porque, al parecer, no comprendían que debían andar con mucho cuidado con ciertas aportaciones del Maligno a sus vidas. Lo malo es sembrado en nuestro corazón por Satanás y hemos de tener mucho cuidado de no hacerle un hueco en nuestra vida.

Cuando Jesús dice que debemos escuchar lo que nos dice lo hace porque antes, un poco antes, deja bien dicho que cuando llegue su Parusía sus ángeles vendrán a recoger lo malo y lo bueno y a cada uno de ello le darán un destino determinado. Por eso nos pone sobre la pista de lo que nos conviene hacer.


JESÚS, nos adviertes de lo que pasará cuando llegue el día de que pase. Sin embargo, en demasiadas ocasiones hacemos oídos sordos a tus importantes palabras.







Eleuterio Fernández Guzmán


29 de julio de 2013

Marta o María

Lc 10,38-42

“En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude’. Le respondió el Señor: ‘Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada’.

COMENTARIO

Aquellas dos hermanas querían mucho a Jesús. Por eso se desvivían, cada una a su manera, cuando las visitaba. Cada cual lo hacía como Dios le daba a entender y haciendo rendir sus talentos aunque, claro, cada una de ellas pensaba lo que tenía oportuno acerca de la otra.

Marta estaba enfadada porque María, hermana suya, no hacía nada más que escuchar a Jesús y no se ocupaba de las muchas tareas que, en la casa, se juntaban cuando el Maestro, seguido de muchos, los visitaba.

María escuchaba. Puede parecer poco eso pero cuando sabemos que escuchaba a Jesús la cosa cambia mucho. Sabía que eso era, incluso, más importante que las muchas labores caseras que necesitaban ser atendidas ignorantes, éstas, de que Jesús era mucho más a tener en cuenta que los platos y las comidas. Por eso había escogido la parte buena; por eso mismo.
JESÚS, Marta y María te querían mucho. Nosotros decimos que también pero en demasiadas ocasiones no queremos ser ni una ni otra.





Eleuterio Fernández Guzmán


28 de julio de 2013

Orar como Dios quiere




Lc 11,1-13

“Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos’. Les dijo: ‘Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación’’.

También les dijo Jesús: ‘Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle’. Sin duda, aquel le contestará desde dentro: ‘¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada’. Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!’”.

COMENTARIO

Aprender a orar como lo hacía el Maestro era una aspiración de muchos de sus seguidores. Veían en Él un acercamiento tan grande a Dios que querían tratar, al menos, de hacer algo parecido. Y Jesús les enseña, para todo eso, el Padre Nuestro. Nada más y nada menos que el Padre Nuestro.

Jesús prescribía, como buen médico del alma que era, unas recetas que, de seguro, iban a ir la mar de bien a sus pacientes espirituales. No siempre eran cómodas ni fáciles de llevar a cabo pues como hay medicamentos que no son de nuestro agrado el tomarlos, también hay acciones que, a tenor de nuestra naturaleza humana, nos es difícil emprender.

Pedir a Dios, por tanto, según dice Jesús que hay que pedir es una garantía, al menos, de que lo haremos bien. Ahora bien, otra cosa, muy distinta es que Dios nos conceda lo que le pedimos pues no siempre nos conviene lo que pedimos. Y eso aunque nosotros creamos lo contrario.


JESÚS,  nos enseñas el Padre Nuestro porque sabes lo que nos conviene. Nosotros, sin embargo, no siempre lo sabemos.





Eleuterio Fernández Guzmán