24 de marzo de 2012

Los cristianos y el mundo




En el Discurso que el 9 de diciembre de 2006 Benedicto XVI dirigió al 56 Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos italianos, y refiriéndose al papel que lo religioso ha de jugar en la sociedad actual, dijo que “Al contrario, la religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública” porque, efectivamente, no cabe entender posible que se trate de apartar a los cristianos, a los católicos, de una vida pública en la que estamos inmersos como unas personas más dentro del ámbito social.

Ya recogió el Beato Juan Pablo II Magno, en su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles Laici (CL desde ahora) referida, precisamente, a la “vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo”, lo que, en realidad, es el origen de nuestra contribución a la vida común. Así en el punto 2 dice que “El llamamiento del Señor Jesús ‘Id también vosotros a mi viña’ no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo
Y nosotros, los que somos herederos de la Fe que fundamentó Jesucristo a lo largo de su vida pública, estamos en la obligación de  hacer visibles nuestras creencias y de conformar, con ellas, una sociedad abierta al amor y a la misericordia de Dios.
Sabemos, por otra parte, que la realidad no es como lo fuera en tiempos de Jesucristo. Sin embargo, las circunstancias, digamos, espirituales, no parecen haber cambiado nada de nada.

Así, sobre lo dicho arriba no es menos cierto que “Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.” (CL 3)

De aquí deriva, exactamente, la necesidad de establecer un compromiso claro entre el cristiano y el mundo. Lejos de estar alejados de él (luego diremos lo que entiende el Santo Padre sobre esto) hemos de sentirnos concernidos por lo que sucede en el mundo que vivimos ya que, aunque peregrinemos hacia el definitivo Reino de Dios estamos en aquel y eso nos obliga, obligación grave, a no dejarnos vencer por la molicie o la mundanidad.

¿Cómo hacer que nuestro papel de cristianos, de católicos, sea tenido en cuenta o, al menos, no lo hagamos de menos?

Hay una serie de expresiones que, indicadas por Jesucristo a lo largo de sus parábolas y su predicación, muestran, bien a las claras, qué es lo que podemos sentirnos y, sobre todo, hacia dónde podemos encaminar nuestros pasos.

También lo recoge esto la Exhortación Apostólica citada arriba: “Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva” (CL 15)
Hay, por lo tanto, que ser sal para dar sabor evangélico a nuestras vidas y a las vidas del prójimo; ser luz para iluminar el camino de aquellas personas que se sientan perdidas en el mundo y no encuentran salida a sus, a lo mejor, apartadas vidas de Dios; ser levadura para que la Fe pueda crecer y ensanchar los corazones (ya de carne y no de piedra) tanto de los que creen como, sobre todo, de los que no creen pero pueden ser capaces de acoger la Palabra de Dios y obtener fruto del paso de sus sílabas por sus vidas.

Y, sin embargo, a pesar de que es muy posible que sepamos, por una parte, qué hemos de hacer y, por otra parte, tengamos el sentido exacto de nuestra obligación, no vemos facilitada nuestra labor de cristianos porque las estructuras políticas del mundo, del siglo, no son, digamos, demasiado abiertas para con nosotros.

A esto se tuvo que referir Benedicto XVI cuando, en su viaje  (del 15 al 20 de abril de 2008) a Estados Unidos de América se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Tras hacer mención expresa del recordatorio que se hacía, en aquel año 2008, del aniversario (60) de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no pudo, ¡qué menos!, sino recordar, en aquella sede del entendimiento universal, que hay más de un derecho humano que, por lo general, se respeta poco y, lo que es peor, se tiene la tendencia a respetar menos.

Ante lo que, en general, puede considerarse como la proliferación del respeto a la “libertad de profesar o elegir una religión” no es entendible, “Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos.”

Y esto en el sentido, equivocado, de querer que los aspectos religiosos de la vida de los individuos queden confinados en el ámbito privado o, como mucho, en la Sacristía que, como sabemos, al ser un lugar cerrado no puede influir en el devenir del mundo.

Por eso, los cristianos que vivimos en el mundo y que nos consideramos legitimados para intervenir en su devenir, no podemos permitir, sin más ni más, que sea violado nuestro derecho a profesar nuestra religión de forma tal que la doctrina que contiene sea llevada a la práctica por los que nos consideramos (y lo somos; ya lo dijo san Juan el versículo 1 del capítulo 3 de su Primera epístola) hijos de Dios.

De esa forma estaremos en disposición de sentirnos, verdaderamente, lo que somos. De otra forma, no.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Cristo es el Cristo


Sábado IV de Cuaresma


Jn 7, 40-53

“En aquel tiempo, muchos entre la gente, que habían escuchado a Jesús, decían: ‘Éste es verdaderamente el profeta’. Otros decían: ‘Éste es el Cristo’. Pero otros replicaban: ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?’.

Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él. Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: ‘¿Por qué no le habéis traído?’. Respondieron los guardias: ‘Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre’. Los fariseos les respondieron: ‘¿Vosotros también os habéis dejado embaucar? ¿Acaso ha creído en Él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos’.

Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús: ‘¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?’. Ellos le respondieron: ‘¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta’. Y se volvieron cada uno a su casa.


COMENTARIO

Que haya personas que crean que porque se es poderoso se tiene la razón y que cualquier otra opinión no vale la pena es algo que entre dentro de la normalidad humana. Así actúan con Jesús muchos de los que le escuchan.

Los poderosos del tiempo de Jesús no son capaces de entender que habla con una autoridad que no es propia de ellos mismos. Por eso quieren que desaparezca y por eso mismo critican que hayan personas que sí que estén de acuerdo con lo que dice el Mesías.

Lo más curioso es que ellos mismos dicen que el Enviado nacerá en Belén ignorando, a lo que parece, que Jesús era, en efecto, de la descendencia de David y que había nacido en aquel pueblo de Galilea. Ignoran lo que no les conviene saber porque eso iría contra sus ideas preconcebidas acerca del Mesías.



JESÚS, entre aquellos que te escuchaban había muchos, los más poderosos, que no estaban de acuerdo con lo que decías y con lo que hacías. A pesar de saber que debías nacer en Belén no tienen por bueno que Tú nacieras en Belén. Se manifestaban como ciegos ante lo que veían que es, exactamente, lo que nos pasa a nosotros en muchas ocasiones.




Eleuterio Fernández Guzmán


23 de marzo de 2012

La ética no es la guinda


 














Todos defendemos una ética para el desarrollo de la vida, pero comienzan las divergencias cuando tratamos de definir qué sea un vivir moralmente adecuado. Con los problemas económicos que nos inundan, no es difícil fijar la atención en lo relacionado con la economía: trabajo, paro, finanzas, empresas y personas arruinadas, corrupción, etc. Así la ética consistiría en la buena marcha de este asunto y corrupción sería simplemente el abuso en tales temas, cosa por desgracia no poco frecuente.
            
Pero cuando surgen las malas prácticas, es que algo se ha dañado seriamente en el ser humano porque, efectivamente, la ética no se relaciona sólo con el dinero, ni es como la guinda del pastel de la vida: un bello adorno final. Una vida lograda, una vida buena -en el más noble sentido de la palabra- es mucho más, del mismo modo que una persona no es solamente economía. Lo propio del hombre es ejercer sus capacidades, en cuya perfección encuentra su fin natural; es decir, primordialmente el desarrollo de la inteligencia y de la voluntad logrando así la mayor armonía en todos los aspectos de su existencia, también, por supuesto, los instintos, pasiones, sentimientos. Todo lo cual conduciría a ejercer la libertad para alcanzar la verdad y el bien. Pero también brotaría la controversia acerca del contenido de esos valores.

El humanismo clásico los ha visto en la verdad y el bien, como aquello que contribuye a la perfección de la naturaleza humana, lograda a través de decisiones libres. Es obvio que podemos equivocarnos al decidir. No en vano escribió Camus que el hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es. La ética nos ayuda a elegir aquellas acciones que contribuyen a nuestro desarrollo natural. Como escribió Ricardo Y. Stork, la ética no es un complejo religioso o una norma organizativa para que la sociedad funcione. Es algo intrínseco de la naturaleza humana sin lo que el hombre no puede desarrollarse como hombre. Citando a Polo, escribe el mismo autor que "la ética hace acto de presencia desde el fondo mismo de lo humano".

Con estas breves pinceladas -sólo son eso-, nos situamos ante la realidad de que lo no ético no es humano. Eso es la corrupción: degradación de la persona por errores cometidos en sus decisiones, en ocasiones errores graves. Pero, insisto, no sólo injusticias en lo económico. Podríamos referirnos, por ejemplo, al hecho de tomar las personas como simples objetos: en el trabajo, en la forma de hablar de ellas, en el sexo, en la venta o negocio de asuntos nocivos para la salud o para la formación del ser humano, en la educación manipulada, etc. Por eso no es infrecuente que personas corruptas por el poder o el dinero lo sean también en otros terrenos, tal vez no tan valorados por la opinión pública, pero harto importantes.

El camino hacia la armonía personal y, por consiguiente, social, es la ética. Sin ella, el hombre se desvertebra en sí mismo e, inmediatamente, está desarbolando la sociedad. Si la razón no controla, si no está bien formada, es fácil que la voluntad se deteriore y, con ella, los sentimientos. Un hombre corrupto es así una bomba de relojería.

Pablo Cabellos Llorente 

Publicado en Levante-EMV

Amor escrito con mayúscula








En una ocasión, durante el tradicional rezo del Ángelus, Benedicto XVI dijo que “¡Sólo el Amor con mayúscula da la verdadera felicidad! dando a entender que hay, por decirlo así, dos tipos de amor: el ordinario y el extraordinario que bien podemos escribirlo, por lo que supone y por lo que es, con mayúscula.

La letra mayúscula, llamada también capital, se utiliza, como bien sabemos, en ocasiones diversas. Una de ellas es la que privilegia el sentido de lo que se quiere decir por el que lo es común u ordinario. Así, cuando hablamos de Amor, con mayúscula ¿qué queremos decir o a qué nos referimos?

En el mismo rezo del Ángelus citado arriba, puso el Santo Padre, dos ejemplos de personas que viven y sienten el Amor de tal forma: S. Vicente de Paúl y Chiara Badano.

El caso de S. Vicente de Paúl es más que conocido por las obras que llevó a cabo (fundando, por ejemplo, las “Hijas de la Caridad” , luz de Dios en el mundo) en vida pero, también, de las que lleva después de subir a la casa del Padre.

Y, al respecto de Chiara Badano (joven del Movimiento de los Focolares que vivió una terrible enfermedad con una entereza propia de quien sabe Amar) para que se pueda entender como ejemplo similar, tenemos en España el caso de de Alexia González Barros , joven que, tras pasar por una grave enfermedad falleció el 5 de diciembre de 1985 y de la cual la Iglesia católica tiene abierta una causa de beatificación (abierta el 30 de junio de 1994), pues su fama de santidad ha ido creciendo con el paso de los años.

Y es que, al fin y al cabo, al Amor bien se puede expresar a través de lo escrito, en el número 969 de Camino por S. Josemaría: “Los que, dejando la acción para otros, oran y sufren, no brillarán aquí, pero ¡cómo lucirá su corona en el Reino de la Vida! -¡Bendito sea el ‘apostolado del sufrimiento’!” .

Por tanto, vemos que el Amor, expresado como dolor y expresado como sufrimiento por otros hermanos (todos somos hijos de Dios) es buen ejemplo de lo que tal expresión puede llegar a ser.

Pero el Amor también se vive de otras formas.

Por ejemplo, es servicio a los demás que nos libera de nuestros egoísmos y encauza, nuestra vida, por la senda recta y comprometida que nos lleva al definitivo reino de Dios. Servicio que con Amor se hace, seguro que es recompensado por Dios cuando llegue el momento oportuno que sólo Él conoce y sabe.

Pero, sobre todo, lo que entendemos como Amor es, propiamente, el amor de Dios que, como extensión, aunque sea mínima del mismo, expresamos sus criaturas o creación.

Así, tal Amor es:

-Misericordioso.

-Comprensivo.

-Perdonador.

-Bondadoso.

-Cercano.

-Abierto.

-Liberador.

-Fiel.

-Ejemplo de franqueza porque no engaña sobre lo que supone considerarse hijo suyo.

Y así hasta una, seguro, innumerable relación de formas a través de las cuales se manifiesta el Amor de Dios, Padre que, no conforme con crearnos, nos dio libertad para no amarlo que es una forma de Amor llevada hasta el extremo.

Bien podemos decir, al respecto de lo mínimamente escrito aquí, que el Amor de Dios es, por eso mismo, Caridad en estado puro, esencia que debemos tratar de captar si es que, acaso, pretendemos que se nos vea como lo que somos: descendencia Suya y, entonces, herederos de Su reino del que tantas veces nos alejamos con nuestros egoísmos y amores en minúscula consideración humanizada.

Siempre, sin embargo, ante nuestras tribulaciones y caídas en manos del Maligno, sabemos que nos socorre el Amor, el verdadero Amor, aquel que, naciendo de Dios acogemos en nuestro corazón.

Y como expresión del Amor, María, que, con su Fiat supo decir sí a Quien la buscaba. Vayamos, pues, de la mano de la Madre de Dios hacia donde nos llama el Padre, Amor.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Jesús viene de Dios


Viernes IV de Cuaresma


Jn 7,1-2.10.14.25-30

“En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.

Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: ‘¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es’. Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: ‘Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado’. Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.


COMENTARIO

Es cierto que Jesús había molestado a muchos con lo que hacía pero, sobre todo, con lo que decía. Sus contemporáneos gustaban mucho de los signos que demostraban lo que se decía pero escuchaban, para bien o para mal, más lo que se decía.

No esperan que el Mesías sea una persona como Jesús. Es más, creen que quien tenga que venir de parte de Dios, el Enviado, el Ungido, no vendrá de este mundo porque no se sabrá de donde es. Sin embargo, Jesús sabe de donde es y así se lo dice a los que quieren escucharle.

Estaba escrito, está, que la hora del prendimiento de Jesús tenía que ser cuando tenía que ser. Antes no se podía producir y, de hecho, no se produjo en este momento en el que muchos quieren acabar con su vida. Él les dice que es el Enviado pero no le creen; ven la Luz y prefieren las tinieblas.


JESÚS, muchas veces dices, de forma que se pueda entender, que eres el Enviado de Dios. Muchos no te creen y quieren acabar con tu vida porque ignoran, o no quieren saber, que eres Dios hecho hombre. Nosotros, en determinadas ocasiones, hacemos como si no supiéramos tal verdad.



Eleuterio Fernández Guzmán


22 de marzo de 2012

Jesús da testimonio de Dios


Jueves IV de Cuaresma


Jn 5, 31-47

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: ‘Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.

‘Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios.

‘Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?’”.


COMENTARIO

Jesús sabe que aquellos que le escuchan tienen muchas dudas acerca de su divinidad y de la especial relación que le une con su Padre. Por eso les dice todo lo que necesitan saber para que le creen y, entonces, se conviertan.

Jesús lo dice con toda claridad: dice lo que dice para que nos salvemos. Por eso es tan importante estar atentos a sus palabras y, por eso mismo, presenta a Juan el Bautista que era un enviado de Dios pero muchos no lo recibieron y, es más, lo mataron. Pero Jesús es mucho más que el último profeta del Antiguo Testamento y lo dice para que se sepa y se actúe en consecuencia.

En realidad, Jesús sabe que muchos de los que le escuchan no creen, siquiera, en lo que dicen que creen. Por eso les pone sobre la mesa el caso de Moisés a quien, precisamente, no siguen en lo que decía que había que hacer. Además, parece que buscan la gloria del mundo y no la de Dios y por eso mismo lo rechazan a Él.



JESÚS,  enviado de Dios para salvar al mundo de su miseria espiritual y moral, no eres escuchado por casi nadie. Sin embargo dices lo que es necesario escuchar a pesar de los pesares. Cumples con la misión que te encomendó tu Padre y eso, a veces, parece no ser recomendable para nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán

21 de marzo de 2012

Creer para salvarse



Miércoles IV de Cuaresma


Jn 5, 17-30

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo’ Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios.

Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ‘En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.

‘En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado’.


COMENTARIO

Jesús sabía que tenía que cumplir una misión que le había encomendado Dios. Sabía, por lo tanto, que tendría muchos obstáculos para llevarla a cabo. Sin embargo eso no le hace plantearse hacer otra cosa distinta a la que hace.

Avisar sobre lo que nos conviene es labor, también, de Jesús. Quien crea en Él y, por lo tanto, en el que le ha enviado (Dios mismo) tiene la salvación asegurada. Es así de sencillo de decir aunque no lo sea, a veces, de entender.

Si Jesús dice que ni el mismo hace otra cosa distinta que cumplir la voluntad de Dios no podemos, nosotros, hacer cosa distinta que no sea hacer lo propio. Escuchar a Cristo y cree en lo que dice debería ser todo uno.


JESÚS, sabes lo que nos conviene. Por eso no te cansas de decir lo que debemos escuchar para que nos salvemos. No es, por lo tanto, nada que no entendamos porque muchas veces lo has dicho. Sin embargo, no siempre tenemos el oído atento.




Eleuterio Fernández Guzmán


20 de marzo de 2012

Misericordia


Martes IV de Cuaresma

Jn 5,1-3.5-16

“Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: ‘¿Quieres curarte?’. Le respondió el enfermo: ‘Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo’. Jesús le dice: ‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.

Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: ‘Es sábado y no te está permitido llevar la camilla’. Él le respondió: ‘El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’’. Ellos le preguntaron: ‘¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’’. Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: ‘Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor’. El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

COMENTARIO

Seguir las normas a rajatabla cuando las mismas están equivocadas puede suponer una actuación equivocada. De hecho lo es porque Jesucristo sabía que tal forma de proceder no estaba de acuerdo con la voluntad de Dios.

El Maestro hacía vale la Misericordia como primer instrumento espiritual que se debería poner en práctica. Cuando aquel hombre le dice qué es lo que le pasa y cómo nadie le ayudaba a curarse no puede evitar, ni quiere, curarlo. Y eso le trae problema porque era, precisamente, sábado, y según la ley aquel curado no podía llevar la camilla porque suponía hacer un cierto trabajo.

La ceguera de aquellos que inquieren por el nombre de quién ha curado al paralítico se muestra en el hecho de que no les importa que se haya curado (como si eso fuera tan normal) sino que se limitan a hacer cumplir una ley en la que poco tiene que ver la misericordia.


JESÚS, sabes a la perfección cuál es la voluntad de Dios y, por eso, la llevas a efecto en cuanto puedes. Si no está hecho el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre, curas porque deber curas y amas porque sabes amar en todo momento. Nosotros, sin embargo, tratamos de evitar, en cuanto podemos, lo que eso supone.



Eleuterio Fernández Guzmán

19 de marzo de 2012

San José, el fiel




 San José, esposo de la Virgen María

Mt 1,16.18-21.24ª

“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados’. Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado.

COMENTARIO

José estaba en el Plan de Dios destinado a ser padre adoptivo de Su Hijo. Por eso cualquiera obstáculo que se pusiera en el camino de serlo tenía que ser vencido para que la voluntad de Dios se cumpliera.

Todo se hizo por obra del Espíritu Santo. A través de la tercera persona de la Santísima Trinidad el Ángel del Señor dio el mensaje a José que, justamente preocupado por lo que le había dicho María, la iba a repudiar en secreto para que no fuera lapidada por haberse quedado embarazada sin haber estado con él.

José era fiel a Dios hasta las últimas consecuencias porque cuando se despertó y comprendió lo que le había dicho el Ángel no dudó ni por un momento en ir a casa de María y llevarse a la mujer con la que se había desposado hace tiempo. Así se cumplió la voluntad de Dios.


JESÚS,  la voluntad de su Padre tenía que se cumplida y, por eso, Su Ángel tuvo que comunicar a tu padre adoptivo lo que tenía que hacer. Y, a pesar de las circunstancias por las que pasaba, aceptó todo lo que le dijo. Fue fiel, el más fiel.



Eleuterio Fernández Guzmán


18 de marzo de 2012

San José: sobre la fidelidad a Dios







José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, entronca con el Antiguo Testamento por vía directa con el Rey David que fue, entre otras cosas, autor de los Salmos que tantas veces hemos leído, meditado y pensado. Quiso Dios darle un antepasado que bendijera con gloria la historia del pueblo elegido. Prueba de esto es que el Ángel del Señor la llama “hijo de David”. Se entiende que es hijo por linaje. Muchas generaciones después de que el pastor elegido por Dios para guiar a aquellas gentes, a veces tan infieles, viviera, nacería José, hijo, pues, de aquel Rey.

Las referencias remotas a José que recogen los textos de la Antigua Alianza, tanto el texto del libro de la Sabiduría como el Salmo 88, lo son en el sentido de darle continuidad en el tiempo a lo que sería lo precedente al nacimiento del Mesías, cumpliéndose, así, la voluntad de Dios. Es cierto que se puede opinar que hacemos esas afirmaciones al haber conocido la vida de José, lo que hizo y que así configuramos la historia a nuestro gusto. Sin embargo, también sabemos que las Sagradas Escrituras fueron inspiradas por Dios y que, por eso, no es que hagamos lo que nos conviene, es que nos conviene lo que hacemos.

José, ante la situación que se le presentaba (el embarazo de María sin comprender cómo) podía actuar de dos formas: hacer como si nada hubiera sucedido y tomar por esposa a María o denunciarla públicamente para que se le aplicara la Ley. Esto último hubiera conllevado, con toda seguridad, la lapidación de María pues esa era la pena aplicable a la mujer adúltera (en caso de que lo hubiera sido, que sabemos que no, claro) ya que, aunque no habían contraído matrimonio aún sí que habían llevado a cabo los desposorios, momento a partir del cual se establecía un vínculo muy especial entre los que iban a ser marido y mujer y, seguramente, esa sería la calificación para ella de haber conocido su estado. Tan especial era que, a efectos legales, era como si ya estuvieran casados; al menos, a efectos de incumplimiento de normas.

Descartada la última posibilidad, pues José amaba y quería a María, optó por el repudio “secreto” . Esto es como si alguien, interiormente, hiciera lo mismo que en público, con los mismos efectos reales pero sin las consecuencias de la otra opción. Claro que para María ese repudio hubiera supuesto la vida misma que habría conservado pero, también, la pérdida del que iba a ser su marido.

Pero, claro, José quizá no contaba con Quien ve en lo secreto: Dios.

Es evidente que el Creador no estaba dispuesto a que sus planes se torcieran porque José no entendiese lo que había pasado. Por eso le envía a su Ángel, para que le comunique a José cómo tenía que actuar. Ante esto, José podía hacer, también, dos cosas: hacerle caso al Ángel o seguir con su idea. Sin embargo, aquí José no duda: acepta lo comunicado por el enviado de Dios, tal sería la impresión de certeza que le debió producir el sueño.

Cuando José hace lo que hace muestra, a tantos años de distancia, una virtud capital para el cristiano. Este protocristiano, padre putativo de Jesús, se mantiene fiel a pesar de las dudas iniciales. Esa fidelidad a Dios lo convierte en un padre de la fe un tanto especial pues nos muestra cómo ha de ser la confianza que se ha de tener en Dios: total. Ese era el confiar sin atender a más razones que podrían darle familiares o conocidos en caso de haber dado a conocer lo sucedido antes de la aparición del Ángel. Esa, por lo tanto, entrega a Dios es, por eso mismo, un servicio prestado a María y, también, y sobre todo, un servicio a Jesús, hijo de Dios, que fue entregado a la guarda y custodia del carpintero del que hoy celebramos día. Tal sería la entrega de José a este especial trabajo que, como sabemos, cuando encontraron a Jesús en el Templo después de buscarlo durante tres días, no fue aquel el que le regañó, pues eso fue la intervención de María, sino su propia Madre. José se sentía concernido por aquel papel que le había tocado hacer pero sabía, eso sí lo sabía, que la fidelidad prometida no iba más allá de lo que debía ir. Hasta en esto fue fiel: supo guardar su papel.

Por otra parte, ¡qué buena esta opción de Dios por un carpintero! que de la nada, de una madera informe saca algo útil, como hace Jesús con los que somos, incluido, el primero, el que esto escribe, pecadores que, sin ser nada, podemos llegar a ser algo espiritual, un algo en la inmensidad del amor de Dios. ¡Cuánto debemos a la sabiduría del Creador sin comprender casi nada o tratando de alcanzar una brizna de la estela de su luz!

Es José, por eso, ejemplo a seguir, pero no por lo que hizo sino por las razones por las que lo hizo. Ese amor incondicional a Dios debería ser imitado por nosotros, aunque no sepamos, exactamente, como le pasó a él, la razón última del Dios y Señor nuestro.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Salvarse aceptando a Dios




Domingo IV (B) de Cuaresma


Jn 3, 14-21

“En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: ‘Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.

‘Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios”.


COMENTARIO

Muy dice el evangelista Juan una gran verdad como es que Dios dio su Hijo al mundo. Su hijo Único en el sentido de engendrado y no creado como lo somos nosotros. El sacrificio del Creador de entregar a su único Hijo lo hubiera comprendido a la perfección, de haberlo visto, el padre Abrahám al que se pidió que hiciera lo mismo con su único hijo.

Jesús dice algo que es tan importante que nadie en el mundo debería desconocerlo. Nos va la vida eterna en ello. Y es que cree en Cristo no es juzgado porque ha aceptado al Padre y a su voluntad. Sin embargo, el que no cree tiene su sentencia ya dictada porque no ha creído en el Enviado de Dios.

Aceptar, por lo tanto, la Luz que ofrece Cristo no es algo de lo que nadie pueda olvidarse. Con ella iluminamos nuestro camino y con ella somos lo que somos: hijos de Dios conscientes de que lo son. Lo otro son las tinieblas y el rechinar de dientes de la soledad.


JESÚS,  mucho querías que tus hermanos en la fe aceptaran lo que le estabas diciendo. Era la salvación para sus almas pero, a pesar de todo, muchos no te aceptaron y muchos, ahora mismo, no te aceptan. Ignoran lo que les va a pasar y eso da verdadera pena.



Eleuterio Fernández Guzmán