18 de marzo de 2012

San José: sobre la fidelidad a Dios







José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, entronca con el Antiguo Testamento por vía directa con el Rey David que fue, entre otras cosas, autor de los Salmos que tantas veces hemos leído, meditado y pensado. Quiso Dios darle un antepasado que bendijera con gloria la historia del pueblo elegido. Prueba de esto es que el Ángel del Señor la llama “hijo de David”. Se entiende que es hijo por linaje. Muchas generaciones después de que el pastor elegido por Dios para guiar a aquellas gentes, a veces tan infieles, viviera, nacería José, hijo, pues, de aquel Rey.

Las referencias remotas a José que recogen los textos de la Antigua Alianza, tanto el texto del libro de la Sabiduría como el Salmo 88, lo son en el sentido de darle continuidad en el tiempo a lo que sería lo precedente al nacimiento del Mesías, cumpliéndose, así, la voluntad de Dios. Es cierto que se puede opinar que hacemos esas afirmaciones al haber conocido la vida de José, lo que hizo y que así configuramos la historia a nuestro gusto. Sin embargo, también sabemos que las Sagradas Escrituras fueron inspiradas por Dios y que, por eso, no es que hagamos lo que nos conviene, es que nos conviene lo que hacemos.

José, ante la situación que se le presentaba (el embarazo de María sin comprender cómo) podía actuar de dos formas: hacer como si nada hubiera sucedido y tomar por esposa a María o denunciarla públicamente para que se le aplicara la Ley. Esto último hubiera conllevado, con toda seguridad, la lapidación de María pues esa era la pena aplicable a la mujer adúltera (en caso de que lo hubiera sido, que sabemos que no, claro) ya que, aunque no habían contraído matrimonio aún sí que habían llevado a cabo los desposorios, momento a partir del cual se establecía un vínculo muy especial entre los que iban a ser marido y mujer y, seguramente, esa sería la calificación para ella de haber conocido su estado. Tan especial era que, a efectos legales, era como si ya estuvieran casados; al menos, a efectos de incumplimiento de normas.

Descartada la última posibilidad, pues José amaba y quería a María, optó por el repudio “secreto” . Esto es como si alguien, interiormente, hiciera lo mismo que en público, con los mismos efectos reales pero sin las consecuencias de la otra opción. Claro que para María ese repudio hubiera supuesto la vida misma que habría conservado pero, también, la pérdida del que iba a ser su marido.

Pero, claro, José quizá no contaba con Quien ve en lo secreto: Dios.

Es evidente que el Creador no estaba dispuesto a que sus planes se torcieran porque José no entendiese lo que había pasado. Por eso le envía a su Ángel, para que le comunique a José cómo tenía que actuar. Ante esto, José podía hacer, también, dos cosas: hacerle caso al Ángel o seguir con su idea. Sin embargo, aquí José no duda: acepta lo comunicado por el enviado de Dios, tal sería la impresión de certeza que le debió producir el sueño.

Cuando José hace lo que hace muestra, a tantos años de distancia, una virtud capital para el cristiano. Este protocristiano, padre putativo de Jesús, se mantiene fiel a pesar de las dudas iniciales. Esa fidelidad a Dios lo convierte en un padre de la fe un tanto especial pues nos muestra cómo ha de ser la confianza que se ha de tener en Dios: total. Ese era el confiar sin atender a más razones que podrían darle familiares o conocidos en caso de haber dado a conocer lo sucedido antes de la aparición del Ángel. Esa, por lo tanto, entrega a Dios es, por eso mismo, un servicio prestado a María y, también, y sobre todo, un servicio a Jesús, hijo de Dios, que fue entregado a la guarda y custodia del carpintero del que hoy celebramos día. Tal sería la entrega de José a este especial trabajo que, como sabemos, cuando encontraron a Jesús en el Templo después de buscarlo durante tres días, no fue aquel el que le regañó, pues eso fue la intervención de María, sino su propia Madre. José se sentía concernido por aquel papel que le había tocado hacer pero sabía, eso sí lo sabía, que la fidelidad prometida no iba más allá de lo que debía ir. Hasta en esto fue fiel: supo guardar su papel.

Por otra parte, ¡qué buena esta opción de Dios por un carpintero! que de la nada, de una madera informe saca algo útil, como hace Jesús con los que somos, incluido, el primero, el que esto escribe, pecadores que, sin ser nada, podemos llegar a ser algo espiritual, un algo en la inmensidad del amor de Dios. ¡Cuánto debemos a la sabiduría del Creador sin comprender casi nada o tratando de alcanzar una brizna de la estela de su luz!

Es José, por eso, ejemplo a seguir, pero no por lo que hizo sino por las razones por las que lo hizo. Ese amor incondicional a Dios debería ser imitado por nosotros, aunque no sepamos, exactamente, como le pasó a él, la razón última del Dios y Señor nuestro.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

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