21 de enero de 2012

Orar por la unión



En un principio no había separación entre discípulos de Cristo de tal forma entendida que pudiera decirse de ella que se constituían grupos totalmente contrarios entre sí. Pero a lo largo la historia, la cristiandad ha mostrado una peligrosa tendencia a la separación; una forma de no cumplir la voluntad de Dios que es, como sabemos que sus hijos permanezcan unidos.  

Sin embargo, es más que conocido que Jesús dijo que quería que los hijos de Dios estuviesen unidos como Él lo estaba con su Padre. “Para que sean uno” (Jn 17: 21) fue la expresión utilizada por el Hijo del hombre (en expresión del profeta Daniel, en 7:13) porque sabía que se entregaba a la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:8), para que, efectivamente, el pueblo elegido por Dios no presentara división alguna.

Por eso es conveniente que, de vez en cuando, se nos recuerde la necesidad de que aquel “Para que sean uno” no sea una mera frase dicha pero sin contenido alguno.

Tal es el objetivo de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos.

Desde el 18 y hasta el 25 de enero, y bajo el lema “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo” , tomado de la Primera Epístola a los de Corinto (15, 51-58), los obispos de la Comisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales, nos ofrecen otra oportunidad, de adentrarnos en el proceloso camino de la separación con un fin meridianamente claro: construir la unidad perdida del cristianismo hace, ya, demasiados siglos.

La unidad del pueblo elegido ha sido, a lo largo de la historia del mismo, un objetivo a conseguir. Esto es una señal de que los hijos de Dios tenemos la mala costumbre de hacer caso omiso a lo querido por el Padre. Por eso Ezequiel (37, 15-28) se ve obligado reclamar la finalización de la división de la casa de Israel y, por eso, ahora, en nuestro siglo, se ha de hacer exactamente lo mismo porque las palabras de Cristo “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros” han de ser escuchadas por los hermanos para hacerlas efectivas.

Bien podemos decir, por lo tanto, que no se trata de una voluntad fundada en la nada sino que, al contrario, existen fundadas razones para que la unidad de los cristianos se haga real no siendo, precisamente, poco importante, el compartir un bautismo común.

Dicen, por ejemplo, que “En la Semana de Oración 2012 estamos invitados a profundizar en nuestra fe, en la que todos nosotros seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo. Las lecturas bíblicas, comentarios, oraciones y preguntas para la reflexión exploran los diferentes aspectos de lo que esto significa para la vida de los cristianos y para su unidad, en y para el mundo de hoy. Comenzamos por contemplar a Cristo servidor, y nuestro camino nos lleva a la celebración final del reino de Cristo, por medio de su cruz y resurrección”.

Se nos pide, por lo tanto, no quedarse anclados en una fe infantil sino llegar a conocerla lo mejor que podamos. De tal forma podremos llegar a ser, de verdad, transformados por Jesucristo, Hijo de Dios que fue enviado por el Padre para salvarnos y ser guía de la humanidad toda.

Y tenemos, para tal fin, lo que dicen nuestros obispos y que no podemos dejar de lado: las Sagradas Escrituras y todo aquello relacionado con las mismas. En ellas debemos apoyar nuestra fe y en un saberse hermanos de Cristo e hijos creados por Dios.

Por otra parte, el texto del Evangelio que se ha escogido para este año viene referido a que “No es una victoria fruto de nuestro esfuerzo humano, ni una victoria según los criterios mundanos de éxito y fracaso, sino una victoria conseguida por Jesús a través del misterio pascual y en la que participamos por la fe. Al hacer nuestra la victoria del Señor nos vamos transformando y configurando a Cristo, nosotros y nuestras Iglesias y comunidades eclesiales, y vamos caminando hacia la unidad de todos los que creemos en la victoria del Señor, según los criterios y los tiempos de Dios y no según los nuestros. Este esfuerzo ecuménico requiere paciencia, servicio, disponibilidad a abandonar algunas formas eclesiales que acaso nos sean familiares pero no se corresponden adecuadamente al significado verdadero y lleno de la experiencia cristiana, superar el deseo de competir entre nosotros, etc.”

Por lo tanto, no se requiere de nosotros una actitud pasiva sino esforzada y colmada por el ansia de unidad de la que habló y sobre la que predicó Jesucristo en su vida entre aquellos otros nosotros de su tiempo, discípulos que amaban al maestro y que dieron forma a su Iglesia, la católica.

Valga esta Semana de Unidad para que, entre los cristianos, sepamos cumplir con la voluntad de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Cumplir la voluntad de Dios a pesar de todo





Sábado II del tiempo ordinario





Mc 3, 20-21





“En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: ‘Está fuera de sí’”.





COMENTARIO





Había muchas personas que conocían lo que Jesús estaba haciendo desde que inició la predicación según la cual el Reino de Dios estaba cerca y que era conveniente convertirse y creer en el Evangelio y en lo que supone de Buena Noticia.





Jesús volvió donde había vivido muchos años con María y con José. Quería ver, seguramente, a su Madre y, por eso mismo, predicó en entre los suyos. Pero, como diría Él mismo en otra ocasión, un profeta no es querido en su tierra. Aquí iba a pasar lo mismo.





Decían que estaba fuera de sí porque, seguramente, muchos no entendían lo que quería decir acerca del amor, de la misericordia y del perdón que debían mostrar hacia los demás. Sin embargo, eso no preocupaba a Jesús que seguía cumpliendo la misión para la que había sido enviado por Dios.






JESÚS, muchos no creían lo que decías. Estabas fuera de sí según algunos decían porque es estar fuera de sí cuando se va contra lo establecido por defender la Ley de Dios y la voluntad del Creador. Y es, entonces, estar fuera del mundo por no ser de este mundo.













Eleuterio Fernández Guzmán







20 de enero de 2012

Sobre Pío XII









El preámbulo de este artículo lo es en el sentido de dar a entender que, las críticas que hay y, a lo mejor, habrán, contra Pío XII dejan de tener sentido si se observa, con cierta profundidad, el fondo de su vida particular y, claro de aquello que le precede.



Por eso es conveniente hacer algo de historia a la misma historia.



El 14 de marzo de 1937 Pío XI, Pontífice católico, dio una Carta Encíclica de título impronunciable: ”Mit Brennender Sorge”.

El texto, con evidentes vocablos alemanes, iba dirigido a “A los venerables hermanos, arzobispos, obispos y otros ordinarios de Alemania en paz y comunión con la Sede Apostólica”.

La Carta Encíclica tenía un subtítulo que apuntaba a muchas realidades y muchas cosas que, al parecer, fueron olvidadas por muchos, y que era “Sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich alemán”.



No resulta conveniente olvidar que, entonces, el poder, lo tenía un tal Adolfo Hitler de tendencias, más bien, paganas.

Un claro aviso envió el antecesor de Pío XII al régimen nazi cuando, en el número 12 de la MBS dice que “Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta”.



Pero, por si eso no fuera suficiente, más adelante dice que “Solamente espíritus superficiales pueden caer en el error de hablar de un Dios nacional, de una religión nacional, y emprender la loca tarea de aprisionar en los límites de un pueblo solo, en la estrechez étnica de una sola raza, a Dios, creador del mundo, rey y legislador de los pueblos, ante cuya grandeza las naciones son como gotas de agua en el caldero (Is 40, 5)”.



Y así estaba la situación cuando el 2 de marzo de 1939 el cónclave cardenalicio dio luz verde a que se pronunciara el “Habemus Papam” : Eugenio Pacelli, cardenal, había sido elegido Papa y, con el nombre de Pío XII, dio su visto bueno a coger el timón de la barca de la Iglesia y, de paso, a agradecer a Pío XI la labor realizada.



Sin embargo, algún que otro submarino quería torpedear aquella barca.



El 27 de enero de 2007, publicó ACI una noticia titulada “En campaña contra la Iglesia. KGB generó leyenda negra de Pío XII como aliado del régimen nazi, denuncia ex espía”.

En tal artículo, por medio de Ion Mihai Pacepa, se desgranaban los planes del KGB soviético de ensuciar el honor de Pío XII y, de paso, el de la Iglesia católica, urdiendo un plan para hacerlo pasar por colaborador del régimen nacionalsocialista de Hitler.

Y esto, tal plan, ha dado lugar a que sobre la persona de Pío XII haya recaído una mala fama (cómplice, casi, de los asesinatos de aquel régimen nazi) que es, y será, muy difícil de reparar.

Pero, en realidad, ¿cuál fue la relación de Pío XII con el nazismo?

En 1998, la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Hebraísmo, emitió un documento titulado “Nosotros recordamos: una reflexión sobre la ‘Shoah’” en el que se ponían, como suele decirse, los puntos sobre las íes.



Se pregunta el documento si el sentimiento antijudío que a lo largo de la historia ha sufrido el pueblo elegido por Dios pudo hacer, a los cristianos, más sensibles “ante las persecuciones contra los miembros de tal comunidad religiosa” por el nacionalsocialismo.

Una respuesta a esta pregunta viene dada por el hecho de que existían muchos factores que, seguramente, influían en el caso: desconocimiento de lo que sucedía; el miedo, seguramente insuperable, ante lo que sucedía y, también, la simple actuación por envidia.



Pero, en el caso particular de Pío XII, ¿Qué sucedió?

La “reflexión sobre la Shoah” recoge algunas pruebas que apuntan en la dirección según la cual ni hubo colaboración con el régimen nazi:



1.- “Giuseppe Nathan, comisario de la Unión de comunidades judías italianas, declaró: ‘Ante todo, dirigimos un reverente homenaje de gratitud al Sumo Pontífice y a los religiosos y religiosas que, siguiendo las directrices del Santo Padre, vieron en los perseguidos a hermanos, y con valentía y abnegación nos prestaron su ayuda, inteligente y concreta, sin preocuparse por los gravísimos peligros a los que se exponían”’



2.- “El 21 de septiembre del mismo año, Pío XII recibió en audiencia al doctor A. Leo Kubowitzki, secretario general del Congreso judío internacional, que acudió para presentar ‘al Santo Padre, en nombre de la Unión de las comunidades judías, su más viva gratitud por los esfuerzos de la Iglesia católica en favor de la población judía en toda Europa durante la guerra’”



3.- “El jueves 29 de noviembre de 1945, el Papa recibió a cerca de ochenta delegados de prófugos judíos, procedentes de varios campos de concentración en Alemania, que acudieron a manifestarle ‘el sumo honor de poder agradecer personalmente al Santo Padre la generosidad demostrada hacia los perseguidos durante el terrible período del nazi-fascismo’”

Y lo que podría resultar definitivo y debería disipar cualquier duda al respecto, lo dijo Golda Meier cuando, al morir Pío XII, en un mensaje, dijera que “Compartimos el dolor de la humanidad (...) Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se enriqueció con una voz que habló claramente sobre las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto diario. Lloramos la muerte de un gran servidor de la paz”.

Por otra parte, Pío XII hizo llegar, en diciembre de 1943, a la madre María Xavier Marteau, de la Orden de las Ursulinas, una suma de 10.000 liras, porque le reconocía la labor que llevaba haciendo (dar refugio, en su convento, a decenas de judíos, que huían de la persecución nazi)



Sin embargo, no prevalece esto que es lo verdaderamente importante sino una burda campaña comunista en contra de Pío XII que tanto éxito ha tenido entre la progresía del mundo y sus medios de comunicación y que ha llegado a hacer, de Pío XII, no un abanderado del amor sino un monstruo que admitía el Holocausto.

Menos mal, podemos pensar y creer, que el tiempo, ha quitado razones (que no eran sino manipulaciones) a uno y se les ha dado a otros. O mejor, a otro, llamado Eugenio Pacelli, conocido por Pío XII.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital



Apóstoles

Mc 3,13-19



“En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.”



COMENTARIO



Jesús tenía, por decirlo así, que escoger a unas personas para que transmitieran todo aquello que les iba a enseñar. No era poco importante tal labor de parte de aquellos que fueran escogidos porque la tenían que hacer como corresponde a un hijo de Dios.



Dice San Marcos que Jesús subió al monte a orar. Antes de hacer algo muy importante el Mesías se dirigía a Dios, su Padre y el nuestro, para que su petición fuera escuchada. Así lo hace en el momento de escoger a sus apóstoles.



Eran doce. Representaban, podemos así pensarlo, a las doce tribus de Israel y, en general, habían sido escogidos porque Jesús veía en ellos a los que podían ser fieles discípulos. Instituyó apóstoles a los doce y ellos, correspondiendo a Cristo, le siguieron para siempre.

JESÚS, escogiste a los que quisiste para que transmitieran la Palabra de Dios. Fueron doce y fueron los que, con el tiempo, seguirían el camino de la fe con todo aquel que se encontraran. Antes, ¡Ay!, tuviste que morir para que te creyeran del todo.











Eleuterio Fernández Guzmán




19 de enero de 2012

Seguir o no seguir a Cristo





Jueves II del tiempo ordinario

Mc 3, 7-12

“En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.


COMENTARIO

La gente seguía a Jesús porque le había visto, o había oído que hacía, cosas que se salían de lo normal. Muchos, por eso mismo, no buscaban en él consuelo espiritual sino, en todo caso, algo de espectáculo visual.

Muchos de aquellos, sin embargo, iban tras el Maestro, tras quien les podía enseñar con una autoridad que no tenían los que se tenían por sabios y entendidos en la Ley de Dios. Y lo seguían porque creían en él y porque tenían confianza en Jesús.

Los espíritus inmundos sabían a la perfección quien era porque lo conocían. Era el “Hijo de Dios” y así se lo hacían saber. Sin embargo, Jesús no quería que se supiese todavía porque eso causaría un gran revuelo y aquellos que lo perseguían podían utilizarlo en su contra.



JESÚS, te seguían por muchas razones. Tú, sin embargo, a todos acogías porque tu corazón es inmenso y siempre prefieres que te sigan hasta los que no creen en ti para que, viéndote y oyéndote, te crean y se conviertan. Nosotros, sin embargo, que creemos en ti, en determinadas ocasiones nos olvidamos de tal creencia.




Eleuterio Fernández Guzmán


18 de enero de 2012

Misericordia y Amor de Cristo


 



Miércoles II del tiempo ordinario





Mc 3,1-6





“En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: ‘Levántate ahí en medio’. Y les dice: ‘¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?’. Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: ‘Extiende la mano’. Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.







COMENTARIO







Jesús tenía muy en cuenta el sufrimiento de aquellos que veía o tenía conocimiento de su existencia. Podemos decir que si tenía que poner en la balanza el cumplimiento de la ley y dar final al sufrimiento de alguno, prefería lo segundo.





Curar en sábado podía suponer un gran sacrilegio para algunos. Por eso le echan en cara que haga cosas así cuando, es de suponer, debía saber que no podía hacerlo. Se preguntaba si era o no bueno curar en aquel día en el que se suponía no se podía trabajar.





A Jesús le podía la Misericordia y el Amor y no se plegaba a la manipulación de la voluntad de Dios. Cura, por eso mismo, a quien tenía la mano paralizada porque sabía que era lo que Dios quería que hiciera. Y lo hace. Y muchos, por eso, le odiaban. Pero para Jesús no había respeto humano que valiera más que lo que debía cumplirse.







JESÚS, es mucho mejor para los demás que se cumpla la voluntad de Dios porque la misma tiene que ver totalmente con el Amor y con la Misericordia. Nosotros, a veces, no miramos a tales grandes valores sino a nuestros egoísmos y no actuamos como debemos sino que sabemos que no debemos.











Eleuterio Fernández Guzmán







17 de enero de 2012

La Ley de Dios es la misericordia






Martes II del tiempo ordinario







Mc 2,23-28





“Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: ‘Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?’. Él les dice: ‘¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?’. Y les dijo: ‘El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado’.





COMENTARIO





Aquellos que decían cumplir la Ley de Dios no parecía que tuviesen muy en cuenta la voluntad del Creador. No puede ser ésta que sus hijos pasen hambre cuando la misma puede remediarse fácilmente. Sin embargo, algunos de los contemporáneos de Jesús no lo tenían tan claro.





Acusan al Mesías de que sus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado y que no era otra cosa que trabajar. Sin embargo, Jesús les responde con lo que en las Sagradas Escrituras sucedió cuando algunos hijos de Dios se vieron en la necesidad, nada menos, que de comerse los panes que sólo podían comer los sacerdotes.





Es claro que Jesús sabe que es más importante que el hombre sobreviva a que muera por cumplir una supuesta Ley suya. Además, aquella muestra de falta de misericordia no podía venir de Dios sino de la imposición del hombre a sus semejantes.







JESÚS, una vez dijiste aquello de “misericordia quiero y no sacrificios” porque sabías que no es más importante la ley si la misma prescribe males para tus semejantes. Además, ha de prevalecer el Amor por sobre todo lo demás.











Eleuterio Fernández Guzmán







16 de enero de 2012

Ser odres nuevos



Lunes II del tiempo ordinario

Mc 2,18-22

“Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vienen y le dicen a Jesús: ‘¿Por qué mientras los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?’. Jesús les dijo: ‘¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día.

‘Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos’.


COMENTARIO

El pueblo de Israel, como pueblo elegido por Dios, llevaba muchos siglos esperando al Mesías. El novio de la vida, el novio del amor aún no había llegado. Pero con Jesús cambian las cosas. Él nos invita a su boda, nos tiende la mano para que entremos al convite de su ser y compartamos, con alegría, al banquete de la Palabra de Dios.

Y si somos invitados, ¿podemos rechazar esa invitación? Tristemente puedo decir que, dotados de la libertad que Dios nos da, que es toda en relación a esa aceptación, sí podemos mostrar nuestra contrariedad ante esa mano tendida que nos ofrece Cristo; sí podemos decir no, con un no un tanto miedoso ante la responsabilidad de hacer frente a los manjares de ese banquete porque eso supondría tener que agradecer, con hechos y no sólo de palabra, esa gracia ofrecida y aceptada.

En este sentido, Jesús, y Dios, está con nosotros hasta que queramos que esté. Si estamos invitados  hemos de aceptar, pero ha de ser siempre, siempre, siempre (como diría Sta. Teresa) y no para salir del convite cuando nos sintamos hartos de probar lo que el Mesías nos ofrece, amor incondicional que, podemos pensar, puede llegar a cansarnos porque, a veces, no soportamos tanta luz que nos deslumbra con su presencia. Jesús nos ofrece el vino nuevo y sólo podemos aceptarlo.


JESÚS,  nos invitas a tu mesa y, muchas veces, te rechazamos como aquellos rechazaron tu mensaje y tu doctrina. Deberíamos ser odres nuevos que contengan el agua vida de la Palabra de Dios.



Eleuterio Fernández Guzmán


15 de enero de 2012

Frutos de una presencia







Dice el catecismo “Jesús es el Señor” (capítulo 1, página 11) “Con nuestros ojos no vemos a Jesús pero, donde está Él, las personas cambian, se hacen mejores, se ayudan, se perdonan, comparten sus cosas están alegres; es decir, se aman”. 

Así, Jesucristo está presente de tal manera en nuestra vida que, aún sin verlo, produce en nosotros, sus discípulos, un efecto benéfico para nuestro espíritu y, así, para nuestra vida.

Ser mejores

No hay duda que, considerando la vida de Jesucristo, su actuación y la doctrina que vino a traer o, mejor, a recordar a sus olvidadizos contemporáneos, el conocimiento de ella y, además, la creencia en su validez para nuestra vida, ha de causar en nosotros un cambio del corazón: de uno de piedra (en cuanto pueda serlo, más o menos, todos lo tenemos) a uno de carne (propio de uno que lo es misericordioso)

Por eso, ser mejores, como fruto de la presencia de Cristo en nuestra vida, ha de ser el camino ordinario de comportamiento que tenemos que llevar a cabo. Es, por eso mismo, una obligación grave para nosotros: ser mejores no se puede negociar con nuestro corazón porque se ha ser mejor que cuando no se conocía al Hijo de Dios.

Ayudarse

Si hay algo que identifica o, al menos, que debería identificar a los discípulos de Cristo, es el ansia de ser manos para quien las necesite y, así, ponerse a disposición de quien está en peores condiciones (materiales o espirituales) que nosotros.

No hay, por tanto, que olvidar que, como cristianos, un fruto necesario de la presencia de Cristo en nuestra vida ha de ser el ansia de ser corazón a tiempo, siempre a punto para el bien.

Perdonarse

Aprender a perdonarse es una asignatura muy difícil de aprobar. No sólo para un cristiano, claro, pero, sobre todo, para un cristiano.

Sin embargo para los discípulos de Cristo es, seguramente, lo que más puede identificarnos. Aquel “Mirad como se aman” bien puede transformarse en “Mirad como se perdonan” porque perdonarse es resultado del amor y el amor consecuencia del conocimiento de Dios.

Compartir

Estar junto a quien lo necesita, dar de lo que “no” nos sobra sino, mejor, de lo que necesitamos (¿Qué mérito tenemos, si hacemos lo contrario?) muestra que se ha recibido la influencia de Jesucristo y que el ejemplo de su paso por el mundo, de su primer paso no ha quedado en nada sino que ha fructificado en nosotros.

Compartir no es sólo dar sino que, además, supone saber que se da porque se ama al prójimo, porque es tu hermano, porque, así, haces la voluntad de Dios, Creador tuyo y suyo.

Estar alegres

Si hay algo que un cristiano no puede hacer es tener un sentido negativo de la vida y creer que todo es malo, ver, digamos, siempre la botella medio llena.

Como sabemos, Dios es nuestro Señor. Entonces, “¿A quién temeré?” 

La respuesta es clara: a nadie, porque si Dios es nuestro Padre y lo tenemos como Creador... todo podemos afrontarlo y, entonces, la alegría ha de presidir no sólo nuestra casa sino, sobre todo, nuestro corazón.

Estar alegres...obligación, también grave, para nosotros, los hijos de Dios que no podemos obviar ni dejarla olvidada como si no nos interesara saber que, en realidad, siempre estamos bajos las manos amorosas del Padre.

Amarse

Y, como colofón de lo aquí, apenas, dicho, amarse ha de ser el resultado de la confluencia de todos los frutos que recibimos por el simple hecho de ser discípulos de Cristo; discípulos y hermanos.

Amar... amarse no es, sólo, algo voluntarioso sino que es, sobre todo, una actitud que, firmemente tomada en serio, nos capacita para llamarnos, ciertamente, hijos de Dios.

Por eso, todos estos son, por eso mismo, frutos de la presencia de Cristo en nuestra vida y, por extensión, en la vida del mundo.

Por eso, nos conviene estar a lo que dice San Pablo en la Primera Epístola a los Tesalonicenses (5:16-22):

“Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo genero de mal”. 

Así, atendiendo a cuando Cristo dijo a Su Padre que le daba gracias porque había “revelado estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”, podremos considerarnos de aquellos que, aún sin ser sabios, pueden cobijarse en el corazón de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

Encontrar a Cristo




Domingo II (B) del tiempo ordinario


Jn 1,35-42

“En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: ’He ahí el Cordero de Dios’. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ‘¿Qué buscáis?’. Ellos le respondieron: ‘Rabbí —que quiere decir ‘Maestro’— ¿dónde vives?’. Les respondió: ‘Venid y lo veréis. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: ‘Hemos encontrado al Mesías’ —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas’ —que quiere decir, ‘Piedra’.

COMENTARIO

Juan, que seguramente había leído muchas veces al profeta Isaías, sabía que el decir Cordero de Dios no era expresión genuinamente suya. Isaías, al que tanto debemos desde que sabemos lo que quería decir y el que, como los buenos vinos, gana con los siglos, que no ha perdido actualidad en lo que dice porque la Palabra de Dios no pasa ni pasará nunca al olvido, ya profetizó que como un cordero al degüello era llevado (Is 53,7).

Jesús cambia el nombre a Simón (el cambio de nombre supone una predilección por parte de Dios en el sentido misional: Abran cambió a Abraham, aquí Simón cambia a Cefas, Pedro, Piedra; ambos tienen una gran misión que cumplir: el primero de ellos es el primer padre en la fe, el segundo, primer Papa de la Iglesia de Cristo). Es aquí donde reside, donde se encuentra el punto de partida del mantenimiento de una fe, de una doctrina que preservar; en una piedra, dura en su naturaleza, se apoyará el fruto de la semilla que Cristo plantó y extenderá, por la tierra toda, sus ramas, para que los hijos de Dios apoyen el caminar de sus pasos en las yemas dulces de sus palabras.

¿Cuántas veces Jesús, desde su magisterio, nos pregunta qué buscáis?, y ante el mundo, la mundanidad que nos rodea, lo “nuestro”, no sabemos qué responder porque la respuesta supondría responsabilidad y hechos, y no sabemos hacia donde dirigir nuestra mirada escondiéndonos cual Adán ante la vergüenza del pecado? ¿Cuántas veces no queremos escuchar el grito pausado de Cristo: aquí estoy, recíbeme y recibe al Padre, escógeme porque te auxilio, fíjate en mí que te socorro?


JESÚS,  llamaste a los que quisiste. Te siguieron porque vieron en ti a una persona que decía mucho con los ojos y con su mirada. A Pedro lo escogiste para ser el primer Papa y, por el mismo, tus discípulos debemos seguir al Santo Padre como tu Vicario en la tierra.



Eleuterio Fernández Guzmán