30 de marzo de 2013

Esperamos la resurrección de Cristo


Sábado Santo


Hoy no hay texto del Evangelio. Esperamos en silencio y orando que Jesucristo resucite tras su muerte, como lo había prometido a sus discípulos.

Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro, ha descendido a los infiernos y ha liberado a los justos que esperaban, precisamente, la liberación de parte del Mesías.

Jesucristo, tras su muerte cumple con lo que estaba escrito y, pronto, al paso de unas pocas horas, resucitará gloriosos y se aparecerá a sus más cercanos discípulos, seguramente a su madre y, luego, a todo creyente.

Hoy, Sábado Santo, esperamos con esperanza el cumplimiento de la voluntad de Dios.

JESÚS, te esperamos. Alabado seas, Hijo de Dios, que hace pocas horas diste tu vida para salvar la nuestra.




Eleuterio Fernández Guzmán

29 de marzo de 2013

Pasión de Nuestro Señor y salvación nuestra



Viernes Santo


Jn 18,1—19,42

“En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno’. Díceles: ‘Yo soy’. Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: ‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: ‘¿A quién buscáis?’. Le contestaron: ‘A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: ‘Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos’. Así se cumpliría lo que había dicho: ‘De los que me has dado, no he perdido a ninguno’. Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: ‘Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?’.

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: ‘¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?’. Dice él: ‘No lo soy’. Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: ‘He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho’. Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ‘¿Así contestas al Sumo Sacerdote?’. Jesús le respondió: ‘Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?’. Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: ‘¿No eres tú también de sus discípulos?’. El lo negó diciendo: ‘No lo soy’. Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: ‘¿No te vi yo en el huerto con Él?’. Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: ‘¿Qué acusación traéis contra este hombre?’. Ellos le respondieron: ‘Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado’. Pilato replicó: ‘Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley’. Los judíos replicaron: ‘Nosotros no podemos dar muerte a nadie’. Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’. Respondió Jesús: ‘¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?’. Pilato respondió: ‘¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?’. Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí’. Entonces Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Respondió Jesús: Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: ‘¿Qué es la verdad?’. Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: ‘Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?’. Ellos volvieron a gritar diciendo: ‘¡A ése, no; a Barrabás!’. Barrabás era un salteador.”

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: ‘Salve, Rey de los judíos’. Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato  les dijo: ‘Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él’. Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: ‘Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: ¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Les dice Pilato: ‘Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él’. Los judíos le replicaron: ‘Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios’. Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’. Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: ‘¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?’. Respondió Jesús: ‘No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado’. Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: ‘Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey’. Ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!’. Les dice Pilato: ‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’. Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: ‘Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos’. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: ‘No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’’. Pilato respondió: ‘Lo que he escrito, lo he escrito’. Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: ‘No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca’. Para que se cumpliera la Escritura: ‘Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica’. Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: ‘Tengo sed``. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’.

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.


COMENTARIO

La Pasión de Nuestro Señor empezó con la traición de uno de sus discípulos más cercanos. Lo entregó por codicia pero, sobre todo, porque no creyó o no entendió el mensaje que había venido a traer al mundo el Hijo de Dios.

El proceso, todo el mismo, está trufado de irregularidades. El Mal, sin embargo, no se para ante nada ni ante nadie y procura la muerte del Enviado de Dios. No puede soportar Satanás que Dios mismo se haya hecho hombre y maquina la muerte de Jesús como queriendo, así, matar al propio Dios.

Jesús nos entrega a su Madre y lo hace haciendo lo propio con Juan, el más joven de sus apóstoles. Desde entonces la Virgen María intercede por sus hijos porque todos, cada uno de nosotros hijos de Dios, somos, a su vez, hijos de María.



JESÚS, tu muerte estuvo preparada por el Maligno para tratar de vencer a Dios. Sin embargo, no pudo vencer ni perdió aquella batalla. Nosotros sólo podemos y debemos, además, agradecer aquella muerte tuya para que nosotros fuéramos salvados.




Eleuterio Fernández Guzmán


28 de marzo de 2013

La ternura de la Cruz




Pablo Cabellos Llorente









Puede suceder que nos quedemos en los bellos gestos externos del Papa Francisco y no sepamos penetrar en la hondura de su mensaje. Oriento ahora la atención hacia unas breves palabras pronunciadas en la Misa de inicio del ministerio petrino: "No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura", decía el Romano Pontífice hablando de San José. Alguien apuntó que la ternura es la columna central que sostiene la vida.  Estos días de Semana Santa, bien podemos pensar que ese amor y esa ternura  solicitados por el Papa derivan de la Cruz de Cristo.

Durante la homilía dirigida a los cardenales en la Eucaristía celebrada con ellos, afirmaba: "Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará". Por eso, aparte de ser una verdad de fe que toda gracia deriva de Cristo crucificado, Francisco lo recordó expresamente.

La cruz es el gran disparate de un Dios enamorado del ser humano hasta tal extremo que se hace uno de nosotros para morir en la Cruz salvadora del hombre. El calvario condensa toda la ternura de Dios con cada persona. Podría parecer que un ensangrentado, colgado de un madero no es la mejor expresión de un amor tierno, tal vez aparentemente mejor simbolizado en la sonrisa de un niño, por ejemplo. Y, sin embargo, es justamente la mejor expresión del amor misericordioso de Dios. Ese Dios dispuesto siempre al perdón, ese Jesús que va al Jordán para ser bautizado con un bautismo de penitencia que no necesitaba pero, como escribió Benedicto XVI,  entra en aquellas aguas cargando con las culpas de la humanidad para llevarlas hasta la Cruz.

Hizo tan propias nuestras culpas que san Pablo escribe en la segunda epístola a los corintios que a Él, que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. Quizá por eso afirmó Tomás de Aquino, siguiendo la etimología de la palabra misericordia, que puso en su propio corazón toda la miseria ajena. ¿Se puede dar mayor muestra de  ternura? Cristo convertido en un retablo de dolores, hecho un ser despreciable a los ojos humanos, quebrantado por el sufrimiento, sin parecer ni hermosura alguna -como escribió el Profeta- por amor al hombre. Necesitamos orar con las escenas de la Pasión y Muerte de Cristo, para no pasarla con la prisa de lo ya conocido. Porque todo eso sucedió "para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin en la libertad y gloria de los hijos de Dios" (san Josemaría).

Pero volvamos al Papa Francisco que, en sus pocos días como Obispo de Roma, ha hablado reiteradamente de la misericordia divina. En la parroquia de Santa Ana, decía que también nosotros somos como aquel pueblo que, por una parte, quiere escuchar a Jesús, pero al que, por otra, a veces le gusta cebarse con los demás, condenar a los demás.  "El mensaje de Jesús es éste: misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje principal del Señor: la misericordia. Él mismo lo ha dicho: No he venido por los justos: los justos se justifican solos (...) Yo he venido por los pecadores". Siempre he pensado -seguramente desde que lo aprendí del fundador del Opus Dei- que la misericordia es la manifestación más hermosa del corazón de Cristo y del  alma cristiana. Esa actitud, hondamente  entendida en Cristo, nos debería conducir a perdonar, comprender, disculpar, escuchar a los demás. Y, por supuesto, a hacer propias todas las necesidades de los hombres para servirles.

Estamos en un tiempo de graves carencias materiales, escasea el raciocinio humano, nos faltan voluntades fuertes  y existe la gran penuria de Dios que padecen muchos. Bien sabemos que al nuevo Papa no le son ajenas todas estas cuestiones pero, para evitar la superficialidad en la comprensión de su discurso y no quedarnos exclusivamente en las privaciones materiales, él mismo decía a los cardenales que "podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo".

La ternura de la Cruz no puede quedar en la solidaridad mostrada por una ONG, es el cariño de Cristo mismo entregando su vida por amor, un amor desproporcionado para el hombre pero posibilitado por la vida en gracia hasta capacitarnos para amar a los demás con el mismo corazón de Jesús, para dispensar la ternura cristiana capaz de cuidar de los otros, como también afirmaba el Papa. Es la ternura depositada en María, tan bellamente expresada en la imagen de la Piedad con el hijo muerto sobre su regazo.

P. Pablo Cabellos Llorente

Publicado en Las Provincias

Servicio





Jueves santo


Jn 13,1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

Llega a Simón Pedro; éste le dice: ‘Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?’. Jesús le respondió: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde’. Le dice Pedro: ‘No me lavarás los pies jamás’. Jesús le respondió: ‘Si no te lavo, no tienes parte conmigo’. Le dice Simón Pedro: ‘Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza’. Jesús le dice: ‘El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos’. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: ‘No estáis limpios todos’.

Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».


COMENTARIO

Es más que seguro que aquellos hombres que iban a cenar con Jesús en lo que, para ellos, era una Pascua más, ignoraban lo que pasaría en breves momentos. Ellos estaban con el Maestro y eso era más que suficiente.

Jesús lava los pies a sus apóstoles porque quiere que comprendan que hay algo que es muy importante: servir al prójimo haciendo, como en este caso, lo que nadie quiere hacer por ser trabajo de esclavos. Trata de que comprendan que es mejor ser el último en este mundo para ser el primero en el definitivo Reino de Dios.

Ser el último no era fácil para ellos ni tampoco para nosotros. Por eso Jesús se ciñe la toalla y lleva a cabo aquel lavatorio de los pies. Da, así, el ejemplo que todos debemos seguir.


JESÚS, servir a quien lo necesita es algo que recomiendas porque es ejemplo de caridad. Sin embargo, en demasiadas ocasiones lo olvidamos y somos egoístas más de la cuenta.




Eleuterio Fernández Guzmán



27 de marzo de 2013

El Mal apoderándose


Miércoles Santo


Mt 26,14-25

“En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ‘¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?’. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.

El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?’. Él les dijo: ‘Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’’. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: ‘Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará’. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ‘¿Acaso soy yo, Señor?’. Él respondió: ‘El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!’. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ‘¿Soy yo acaso, Rabbí?’. Dícele: ‘Sí, tú lo has dicho’”.

COMENTARIO

Jesús preparó la que sería Última Cena con sus discípulos más allegados para que se cumpliera lo que estaba escrito. Uno de ellos le iba a entregar y quería que supieran  que eso iba a suceder por mucho que ellos no quisieran que sucediera.
Todos están preocupados. Ciertamente resulta curioso que todos le pregunten a Jesús si son uno de ellos cuando es lógico pensar que quien fuera lo sabría y más que de sobra tenían la certeza de que Jesús sabía quién era.

El Mal hace posible para vencer al Bien. Por eso Satanás entró en el corazón de Judas que siempre esperó, en el fondo de su corazón, un Mesías guerrero y que empuñara las armas contra el invasor romano. Por eso Jesús sabe que en su inmediato futuro todo le va a ir mucho peor: ha entregado al Hijo de Dios y eso ha de tener consecuencias.


JESÚS, quien te entrega no sabe, a lo mejor, lo que hace. Pero muchas veces sí sabemos que traicionarte es la peor manera de seguir caminando hacia el definitivo Reino de  Dios.




Eleuterio Fernández Guzmán


26 de marzo de 2013

Semana de eterna Pasión








Es evidente que, aunque sea con humildad, corresponde, al que esto escribe, hacer, siquiera, mención de lo que al fin y al cabo supone esta semana. La llamamos grande porque, para el cristiano, el tiempo que discurre entre la entrada gloriosa de Jesús en Jerusalén hasta que fuera encausado de forma inicua, acusado,  cumplida la sentencia de muerte en cruz y ocurrida su Resurrección es, en esencia, lo más importante que nos ha ocurrido como creyentes.

Es, por eso mismo, una Pasión eterna, una Eterna Pasión.

Muy a pesar de lo que pueda pensarse, Jesús no encuentra en Dios a un Padre que lo abandona. Decía el Cardenal Joseph Ratzinger[i] que “Jesús no constata la ausencia de Dios, sino que la transforma en oración”. Y aquí radica la fuerza que podemos obtener también nosotros para cargar con nuestra cruz. Él lo hizo, el primero, con la suya.

Entonces bien podemos preguntarnos por qué hablamos de una Pasión que es eterna, la razón por la cual el camino que recorrió Jesucristo en aquellos escasos días es, exactamente, la misma senda que cada cual caminamos hasta que, en el Reino de su Padre, podamos reencontrarnos con el Amor de forma definitiva y, claro, eterna.

¿Cuántas veces no entramos triunfales por los quehaceres de nuestra vida y, a pesar de lo malo que pueda sucedernos nos sentimos algo más felices? Sin embargo, como dice S. Josemaría[ii] “El cristiano no debe esperar, para iniciar o sostener esta contienda, manifestaciones exteriores o sentimientos favorables”. Por tanto, la interioridad de nuestra fe, muy a pesar del decir y entender del mundo ha de prevalecer por sobre el siglo.

Por tal causa padecemos, como lo hizo Cristo. Sin embargo, bien sabemos, como dijo el naví Ezequiel[iii] (y bien podemos poner estas palabras en la boca santa de Cristo) “Yo mismo apacentará mis ovejas. Yo mismo las llevaré a la majada. Buscaré la oveja perdida, traeré la extraviada, vendaré a la que esté herida, curaré a las enfermas… Habitarán en su tierra en seguridad, y sabrán que yo soy Yavé, cuando rompa las coyundas de su yugo y las arranque de las manos de los que las esclavizaron”

He aquí, pues, remedio a nuestra pasión (pequeña frente a la Pasión de Cristo) porque ¿Cuántas veces no nos extraviamos por el mundo y sus llamadas y nos alejamos de Dios? Entonces enfermamos de fe, perdemos la savia que antes nos vivificaba, somos ovejas sin pastor, extraviados del redil del Padre.

Sin embargo, a sabiendas de ser atacados por causa de nuestra fe (hemos de ser, por eso, dichosos por bienaventurados), acusados de ser lo más retrógrado que en el mundo hay; habiendo visto zaherido a Dios, insultado a Cristo, hermano nuestro y Dios mismo; rememoradas las persecuciones antiguas con los métodos modernos; poniendo en lugar inmerecido al sucesor del depositario de las llaves de la Iglesia y viéndonos, esto hay que decirlo, caricaturizados como algo risible cuando no deplorable, “hoy, como ayer, del cristiano se espera heroísmo /…/ Cuando se pelea de continuo, con Amor y de este modo que parece insignificante, el Señor está siempre al lado de sus hijos, como pastor amoroso”[iv].

Por eso, el hoy que vivimos, también es (aunque no sólo) semana de Pasión.

Sin embargo, al igual que siguieron a las palabras de Jesús en la cruz (últimos momentos de su vida de hombre) a aquel “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”[v] lo que, al fin y al cabo, siguió lo que era lo que tenía el destino mismo de su decir y sentir:

“Los confines de la tierra lo recordarán, y volverán al Señor”
Contará su justicia al pueblo que ha de nacer:
¡todo lo que hizo el Señor!”[vi]
Y, como muy bien dice José Bortolini[vii] “la imagen más hermosa de Dios en este Salmo es, por tanto, la de Dios que escucha el clamor del pobre que padece injusticia y lo libera, haciéndole cantar himnos de alabanza…”.

De aquí que en la pasión nuestra, también eterna porque va con el ser humano, hemos de buscar consuelo en Dios, en la oración, en su cercanía; pensar, al fin y al cabo, “El Señor, en su misericordia, nos ha elegido, nos ha perdonado, nos ha abrazado una y otra vez. Ha cargado con todos nuestros pecados, hemos sido ya perdonados”[viii]. Con estas palabras, Luigi Guissani, fundador de Comunión y Liberación, consuela nuestro corazón.

Vivimos, pues, en una eterna pasión pero, en consonancia con ella, tenemos una esperanza que nos vivifica. Cristo dio su vida por nosotros y gracias a él estamos, somos, salvados.

Y el Domingo de Resurrección también nosotros, en cierto modo, volvemos a la vida.

Nunca hemos de olvidar la causa de tal realidad espiritual y, sobre todo, el para qué.

 
[i]  En “Vía Crucis”, de Editorial Encuentro. Introducción
[ii] En “Es Cristo que pasa”. Concretamente, en la homilía titulada “La lucha interior”, del Domingo de Ramos de 1971. Editorial Rialp, página 176.
[iii]  Ez. XXXIV, 15-17; 27.
[iv] S. Josemaría, ob.cit., página 191.
[v] Salmo 22.
[vi] Ídem anterior.
[vii] En “Conocer y rezar los Salmos” (Comentario popular para nuestros días). Editorial San Pablo, página 120.
[viii] “Via Crucis”, ob.cit.,  Página 58.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Soto de la Marina

La muerte sigue los pasos de Cristo



Martes Santo

Jn 13,21-33.36-38

“En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará’. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando’. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’. Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar’. Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: ‘Lo que vas a hacer, hazlo pronto’. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta’, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.

Cuando salió, dice Jesús: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, ¿a dónde vas?’. Jesús le respondió: ‘Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde’. Pedro le dice: ‘¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti’. Le responde Jesús: ‘¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’”.



COMENTARIO


Querer saber

Era de esperar que los discípulos más allegados a Jesús quisiesen saber quién era la persona que lo iba a entregar. Sin embargo, sólo se lo dice a quien tenía mucha confianza y estaba seguro de su fe y no era otro que el apóstol Juan.

Culpable

Judas sabía que Jesús conocía que era él quien lo iba a traicionar. Incluso le urge el mismo Cristo a que haga lo que tiene que hacer. Sabía, también, que entregaba a un hombre inocente y, aún así, la avaricia puede con su corazón de discípulo.

La verdad de la entrega

Pedro se las prometía muy felices pero, a la hora de la verdad, cobardea ante la posibilidad de su propia muerte. Ahora, a lo mejor, no comprende lo que le dice Jesús pero un rato después…



JESÚS, sabes que lo que les dices a tus apóstoles no lo entienden todavía. Algo así nos pasa a nosotros porque parece que tampoco te entendemos.




Eleuterio Fernández Guzmán




Martes Santo

Jn 13,21-33.36-38

“En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: ‘En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará’. Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: ‘Pregúntale de quién está hablando’. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: ‘Señor, ¿quién es?’. Le responde Jesús: ‘Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar’. Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: ‘Lo que vas a hacer, hazlo pronto’. Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: ‘Compra lo que nos hace falta para la fiesta’, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.

Cuando salió, dice Jesús: ‘Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros’. Simón Pedro le dice: ‘Señor, ¿a dónde vas?’. Jesús le respondió: ‘Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde’. Pedro le dice: ‘¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti’. Le responde Jesús: ‘¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces’”.




COMENTARIO


Querer saber

Era de esperar que los discípulos más allegados a Jesús quisiesen saber quién era la persona que lo iba a entregar. Sin embargo, sólo se lo dice a quien tenía mucha confianza y estaba seguro de su fe y no era otro que el apóstol Juan.

Culpable

Judas sabía que Jesús conocía que era él quien lo iba a traicionar. Incluso le urge el mismo Cristo a que haga lo que tiene que hacer. Sabía, también, que entregaba a un hombre inocente y, aún así, la avaricia puede con su corazón de discípulo.

La verdad de la entrega

Pedro se las prometía muy felices pero, a la hora de la verdad, cobardea ante la posibilidad de su propia muerte. Ahora, a lo mejor, no comprende lo que le dice Jesús pero un rato después…



JESÚS, sabes que lo que les dices a tus apóstoles no lo entienden todavía. Algo así nos pasa a nosotros porque parece que tampoco te entendemos.




Eleuterio Fernández Guzmán


25 de marzo de 2013

Hacer lo mejor para Cristo





Lunes Santo

Jn 12,1-11

“Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.



Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’. Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: ‘Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’.



Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

COMENTARIO


A esta altura de la vida de Jesús muchos ya conocían lo que hacía y lo que decía. Nadie ignoraba que hacía cosas que ningún otro hombre podía hacer (como en el caso de su amigo Lázaro) y, por eso mismo, había judías que querían acabar con su vida.

Hacer algo a favor de Jesús era mal visto por los que se comportaban de forma hipócrita. Sin embargo, Jesús sabe cómo responderles y sabe que, en no mucho tiempo, tendrán que recordarlo como era en vida porque está seguro, sabe, que va a morir de una muerte terrible.

Los que habían entendido a Jesús y la labor que estaba realizando comprendieron perfectamente que era el Mesías esperado. Otros, sin embargo, seguramente viendo que no era el Mesías que esperaban ellos decidieron darle muerte para que no siguiera llevándose a sus seguidores.

JESÚS, los que te quieren hacen caso a lo que dices; los que te odian sólo buscan matarte. Nosotros, en cierta manera, también te matamos cuando no te seguimos.




Eleuterio Fernández Guzmán