2 de noviembre de 2013


Santos y Difuntos

ELEUTERIO






Los días 1 y 2 de noviembre son muy especiales para un cristiano y, en concreto, para un católico.  

Apartadas de nuestra mente y, sobre todo, de alguna que otra práctica, barbaridades como Hallowenn que atentan directamente, por demoníacas, contra la fe católica, la verdad es que recordar lo que traemos a nuestro día los dos primeros días del undécimo mes del año, estamos más que seguros que nos ha de hacer muy bien.

Cada año, cuando llega la fecha del 1 de noviembre, vienen, a nuestra memoria, la vida y hechos de aquellas personas que, por su comportamiento y cumplimiento de la Palabra de Dios son un ejemplo para el esto de cristianos.

Es cierto que, a lo largo del año celebramos a muchos santos, pero la Iglesia entiende que es importante dedicarles un día para que, al menos, tales 24 horas, sirvan para tener una conciencia, en conjunto, de aquellas personas que son, además, muy amadas por Dios.

De aquí que el Beato Juan Pablo II, en la Homilía que sobre esta festividad de Todos los Santos del año 1997, dijera que “Durante todo el año celebramos la fiesta de muchos santos famosos. Pero la Iglesia ha querido recordar que en el cielo hay innumerables santos que no cabrían en el calendario”.

Sin embargo, no deberíamos creer que el 1 de noviembre es, exclusivamente, para que no olvidemos a los Santos. Va mucho más allá porque va dirigida, tal fecha, a recordarnos la vocación a la santidad que cada persona creyente tiene.

¿Quién es, qué es, ser santo?

De muchas maneras se puede definir la palabra “Santo”. Por ejemplo, es santa aquella persona que ha amado a Dios sobre todas las cosas, cumpliendo, así, su voluntad. Por eso, no sólo lo son las personas que están en los altares porque a nosotros también nos es dado amar al Padre y podemos llamarnos, así, santos.

Por tanto, por la forma del amor, a nadie le está vedado ser santo sino, al contrario, favorecida tal posibilidad porque depende de nuestra voluntad cumplir tal mandamiento divino.

Así, sabemos cómo se puede ser santo y, entonces, quién puede serlo.

Por eso, ante la situación de la fe por la que pasa nuestra sociedad, bien podemos exclamar, con San Josemaría, lo que éste dice en el nº 301 de su libro “Camino”: “Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.  —Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. —Después… “pax Christi in regno Christi” —la paz de Cristo en el reino de Cristo”.

Por su parte, el emérito Papa Benedicto XVI, al referirse al día de Todos los Santos, en 2007, dijo que el cristiano “ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente”. Entonces “A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más podríamos decir, de cada hombre!”

Realidad de Cristo es que los hijos de Dios formamos parte del Cuerpo de Aquel (imagen, ésta, dotada de mucha fuerza, porque representa todo el depósito de la fe en la que vivimos y existimos)

Por tanto, la santidad está destinada a todos.

Santidad actual

Dice el evangelista Mateo, o recoge, una expresión de Jesucristo que centra, muy bien, la cuestión de la santidad hoy día porque supone, en realidad, un buen punto de partida: “sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48) que es, más exactamente, una parte de lo que sigue al Sermón del Monte en el que predicó acerca de las Bienaventuranzas.
Hay que ser, pues, perfectos, aunque sabemos que no es, tal realidad espiritual, nada fácil de conseguir. Por eso, vale la pena recordar lo que en el Génesis (17,1) dice Dios: “Anda en mi presencia y sé perfecto” porque, al menos, nos dice que hemos de tener presente, siempre, a Dios en nuestra vida y tal presencia la hemos de transformar en fruto para que pueda decirse de nosotros lo que San Josemaría dice y que no es otra cosa que “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (número 2 de “Camino”)
Pero, para que tengamos conciencia de lo que la santidad supone, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (11) dejó dicho que “Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, para lo que el mismo Padre es perfecto”. Entonces, “A todos los cristianos nos pertenece, por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratado y ordenado según Dios los asuntos temporales” (31).
Por tanto, además, de tener a Dios en nuestras vidas, hemos de llevar a la práctica lo que el Concilio Vaticano II llama “asuntos temporales” es decir, aquellos que corresponden a nuestras vidas mientras peregrinamos por el mundo hacia el definitivo reino de Dios.
Ordenar la vida según Dios es lo que, fundamentalmente, nos acerca a la santidad, lo que nos procura el Amor del Padre y lo que, al fin  y al cabo, nos hace santos.
Vemos, pues, que todos los santos que en el cielo no son todos los santos que en el mundo hubo sino una porción de las personas a las que se les reconoció, y se reconoce, el cumplimiento de la perfección citada supra.
Y, sobre todo esto dicho, las Sagradas Escrituras dice esto tan importante:
“Sed santos para mí, porque yo, Dios, soy santo, y os he separado de las gentes para que seáis míos”, en Lev 20,26
“Pero el que guarda sus palabras, en ese la caridad de Dios es verdaderamente perfecto. En esto conocemos que estamos en Él”, en 1Jn 2,5.
“Por cuanto que en Él  nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad”, en Ef 1,4.
Por eso, porque fuimos elegidos desde la misma eternidad, merece Dios la santidad que nos reclama pero no como deuda sino como pura devoción y amor.
Pero, además de tener que ser santos ahora mismo o, al menos intentarlo, no podemos dejar de recordar a las almas que se encuentran en el Purgatorio. Por eso lo recordamos, precisamente, el 2 de noviembre.
Recordamos a las benditas almas del Purgatorio y pedimos (¡pidamos!) por ellas porque también necesitan de tales peticiones por nuestra parte, al Padre Dios. Con ello procuraremos que su tiempo (entendido esto en lo que supone el del Purgatorio) se acorte algo con relación al que les queda por purgar antes de ir al cielo.
Por eso, por ejemplo, el 2º libro de los Macabeos dice (12, 46) que “”Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados” o, también, que San Agustín contaba que su madre Santa Mónica pidió al morir que no se olvidaran “de ofrecer oraciones por mi alma”.
En realidad, tanto un día como el otro o, lo que es lo mismo, el 1 y 2 de noviembre, nos traen a la realidad (para que no lo olvidemos) que después de esta vida hay otra y que a la misma se llega según y cómo: según hayamos actuado en esta vida y como consecuencia de tal forma de ser. Es decir que tras el juicio al que seremos sometidos por el tribunal de Dios, nuestro destino será bien el Cielo, bien el Purgatorio o bien el Infierno. Y por eso recordamos que hay muchas almas de muchos hermanos nuestros que se encuentran limpiándose antes de presentarse ante Dios. Tales almas nunca, nunca, irán al Infierno pero pueden limitar su estancia en el Purgatorio en atención a los ofrecimientos que, por ellos, hacemos las personas que aún estamos peregrinando hacia el definitivo Reino de Dios.
Por eso, estos dos días son tan importantes para los fieles católicos y aunque no debemos limitar nuestra oraciones por unos y por otros (santos y purgantes) a estos dos días, está la mar de bien saber que, al menos el 1 y 2 de noviembre, están ahí puestos para que sepamos a qué atenernos.
¡Padre Misericordioso, ayúdanos a ser santos y a no pecar!

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

1 de noviembre de 2013

Bienaventurados

Festividad de Todos los Santos


Mt 5,1-12a


“En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos'".


COMENTARIO


La predicación de Jesús era continua. Desde que comenzó su vida pública no cesaba de enseñar aquello que era importante para los hijos de Dios. Cuando se sentó, entonces, en aquel monte para decir lo que tenía que decir es de pensar que todos estaban muy pendientes de lo que decía.


Fue, entonces, un momento muy importante. Las palabras santas que salieron de su boca llenaban el corazón de los que le escuchaban. Y llama bienaventurados a muchos de los desplazados de la sociedad y a los que se tenía por nada importantes.


Las Bienaventuranzas son instrumentos espirituales de importancia vital para quien se considera discípulo de Cristo. Nada en ellas sobra y todo está dicho de manera que enriquece el corazón de quien las cumple.


JESÚS, cuando proclamas bienaventurados a los que sufren o a los que quieren justicia o a los que son perseguidos por ser discípulos tuyos, siembras en el corazón una semilla santa. Ayúdanos a no echar a perder tal cosecha.


Eleuterio Fernández Guzmán

31 de octubre de 2013

Hacer lo que hay que hacer



Jueves XXX del tiempo ordinario
Lc 13,31-35

“En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: ‘Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte’. Y Él les dijo: ‘Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.

‘¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’”.

COMENTARIO

Jesús manifiesta, con las palabras que dice a los fariseos, que no puede dejar de cumplir la misión para la que había sido enviado al mundo. Por eso no puede salir corriendo como si temiera a una muerte que sabe va a producirse. Eso está fuera de lugar.

Muchas veces habían matado a los profetas que Dios había suscitado entre el pueblo elegido. Eso era lo que le esperaba a Jesús. No puede hacer otra cosa y sigue predicando la Palabra de Dios para que aquellos que crean en ella y se conviertan, se salven.

A Jesús le duele mucho que la ciudad santa, Jerusalén, haga lo que hace con aquellos que Dios ha suscitado entre sus miembros para que comprendan la Verdad. Por eso el Hijo de Dios les dice que sólo cuando vuelva será admirado con Quien es.

JESÚS, algunos no quieren que te maten como van a matarte. No comprenden, sin embargo, que eres el Mesías y que debes actuar según tienes mandado por Dios. Ayúdanos a no tratar de disuadirte del cumplimiento de tu misión en nosotros.





Eleuterio Fernández Guzmán


30 de octubre de 2013

Lo que Dios exige





Miércoles XXX del tiempo ordinario


Lc 13,22-30

En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’. El les dijo: ‘Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos’”.

COMENTARIO

Salvarse

Es lógico que aquellos que escuchaban a Jesús estuviesen interesados en la salvación eterna pues era el anhelo de todo miembro del pueblo elegido por Dios. Pregunta porque, además, quieren la salvación eterna.


La puerta estrecha

Jesús sabe que no es fácil entrar en el definitivo Reino de Dios. Para ello no hay que pasar por la puerta grande sino, al contrario, por la estrecha. Tal es así porque ha de haber sacrificio, entrega a los demás y otra serie de acciones que no siempre son fáciles. Por eso la puerta por la que se entra en el definitivo Reino de Dios no es ancha o fácil.

Según hayamos hecho

Para salvarnos, para alcanzar la salvación eterna, se ha de tener en cuenta, muy en cuenta, aquello que, a lo largo de nuestra existencia terrena, hayamos llevado a cabo u omitido hacer.



JESÚS,  es normal que queramos saber mucho acerca de nuestra salvación eterna. Tú sabes perfectamente cuál es el camino para llegar a ella. Ayúdanos a no caer en las tentaciones que nos alejan de la misma.





Eleuterio Fernández Guzmán


29 de octubre de 2013

Lo pequeño y grande de la fe







Martes XXX del tiempo Ordinario

Lc 13,18-21

En aquel tiempo, Jesús decía: ‘¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas’. Dijo también: ‘¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo’”.

COMENTARIO

Jesús, a través de las comparaciones, como a través de las parábolas, enseña la doctrina que debe ser aprendida por sus discípulos. Es una forma sencilla de hacer entender lo que, en el fondo, es muy profundo y, muchas veces, misterioso.

La fe puede ser, considerada así, poca cosa cuando empieza en el corazón de una persona. Sin embargo no es poco cierto que puede llegar a ser muy grande si hay el debido cuidado de la misma por parte de quien la recibe.

También, como pone en el ejemplo Jesucristo, la formación en la fe puede ayudar a que fructifique lo que era semilla o lo que era levadura. Así, el Reino de Dios, que ya está entre nosotros desde que Dios envío a su Hijo al mundo, puede llegar a ser grande en nuestro corazón. Y, desde allí, al prójimo…



JESÚS, Tú eres el Reino de Dios; Tú, eres Dios mismo hecho hombre para acercarte a tus hermanos y a tus hijos. Ayúdanos a recibirte y a quererte siempre con nosotros.





Eleuterio Fernández Guzmán


28 de octubre de 2013

Apóstoles




Lc 6,12-19

En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.”


COMENTARIO

Jesús sabía que, para que su misión siguiera cumpliéndose cuando Él se hubiera ido al Padre tenía que escoger, de entre los suyos, a unos que pudieran cumplirla lo mejor posible. Escoge a los 12 que serán los que, a lo largo del tiempo, harán de transmisores de la Palabra de Dios.

Pero había mucha gente que le seguía y que quería escuchar lo que tenía que decirles. Tenían confianza en su persona y en lo que hacía y decía. Por eso le seguían a todas partes y, por eso mismo, esperan pacientemente a ser instruidos.

Pero Jesús también curaba. Decía que había venido a sanar a los enfermos. No sólo enfermedades espirituales sino, también, las físicas que tanto afectaban a las personas que las padecían. Por eso allí mismo le llevan a los enfermos pues, para eso salía de Él, como dice el texto evangélico, un fuerza, la de Dios, que “sanaba a todos”.


JESÚS, eres médico del alma pero también del cuerpo. Ayúdanos a comprender que tu intervención en el mundo es para traernos la Palabra de Dios y la Verdad.





Eleuterio Fernández Guzmán