14 de enero de 2012

Cuando se manifiesta Cristo




 
Por tanto, en el misterio de la Epifanía, junto a un movimiento de irradiación hacia el exterior, se manifiesta un movimiento de atracción hacia el centro, con el que llega a plenitud el movimiento ya inscrito en la antigua alianza. El manantial de este dinamismo es Dios, uno en la sustancia y trino en las Personas, que atrae a todos y todo a sí. De este modo, la Persona encarnada del Verbo se presenta como principio de reconciliación y de recapitulación universal (cf. Ef 1, 9-10). Él es la meta final de la historia, el punto de llegada de un “éxodo”, de un providencial camino de redención, que culmina en su muerte y resurrección. Por eso, en la solemnidad de la Epifanía, la liturgia prevé el así llamado “Anuncio de la Pascua”: en efecto, el Año litúrgico resume toda la parábola de la historia de la salvación, en cuyo centro está “el Triduo del Señor crucificado, sepultado y resucitado”.

Estas palabras fueron escritas y dadas a la luz en la Basílica de San Pedro el 6 de enero de 2006. Benedicto XVI se refería, así, al misterio de la Epifanía de Cristo y lo que la misma supone para cada uno de nosotros y para la humanidad toda.

La manifestación de Jesús al mundo se entiende haber sido llevada a cabo cuando unos magos, venidos de tierras muy lejanas, se acercan a Belén llevados por una estrella. Allí adoran a un niño que acaba de nacer y convierten, al mismo, en centro de la luz del mundo. Ellos mismos se vieron atraídos por Quien, al nacer, había venido a traer la salvación a toda la humanidad.

Se manifestó Jesús para que no olvidemos que Dios siempre cumple lo que promete y, por eso mismo, al querer ver salvada a su descendencia, envió a su Hijo amado a para que fuéramos redimidos. Y lo hace nacer en un lugar pobre, casi miserable, porque es necesario que comprendamos que no es lo material lo que importa y que un rey, el Rey, puede venir al mundo entre los más humildes de la tierra.

Y aquellos magos se encuentran con el Mal en la persona de Herodes. Al respecto, el Santo Madre, el 6 de enero de 2011 dijo que “En primer lugar se encontraron al rey Herodes. Ciertamente él estaba interesado en el niño del que hablaban los Magos; sin embargo no con el objetivo de adorarlo, como quiere dar a entender mintiendo, sino para suprimirlo. Herodes es un hombre de poder, que sólo logra ver en el otro a un rival a combatir. En el fondo, si reflexionamos bien, también Dios le parece un rival, más bien, un rival especialmente peligroso, que querría privar a los hombres de su espacio vital, de su autonomía, de su poder; un rival que indica el camino que recorrer en la vida e impide, así, hacer todo lo que se quiere. Herodes escucha de sus expertos en las Sagradas Escrituras las palabras del profeta Miqueas (5,1), pero su único pensamiento es el trono. Entonces Dios mismo debe ser ofuscado y las personas deben reducirse a simples peones que mover en el gran tablero de ajedrez del poder. Herodes es un personaje que no nos resulta simpático y que instintivamente juzgamos negativamente por su brutalidad. Pero debemos preguntarnos: ¿quizás hay algo de Herodes también en nosotros? ¿Quizás también nosotros, a veces, vemos a Dios como una especie de rival? ¿Quizás también nosotros somos ciegos ante sus signos, sordos a sus palabras, porque pensamos que pone límites a nuestra vida y no nos permite disponer de la existencia a nuestro gusto? Queridos hermanos y hermanas, cuando vemos a Dios así acabamos por sentirnos insatisfechos y descontentos, porque no nos dejamos guiar por Aquel que es el fundamento de todas las cosas. Debemos eliminar de nuestra mente y de nuestro corazón la idea de la rivalidad, la idea de que dar espacio a Dios es un límite para nosotros mismos; debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza, sino que es el Único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría.

Y es que, a veces, en nosotros mismos está ese mal que procura no bendecir lo que Dios quiere que se bendiga y nos hacemos llevar por egoísmos que quedan muy alejados del Amor de Dios y de la Misericordia de la que están compuestas sus entrañas.

Se manifiesta, pues, Jesús para que:

-Amemos a nuestros prójimos
-Perdonemos las ofensas que se nos infrinjan.
-Seamos capaces de transmitir la Palabra de Dios.
-No ocultemos al mundo nuestra fe.
-Sembremos esperanza por los campos de Dios.

Y, en general, hagamos real lo que la caridad, el amor, entiende como bueno y benéfico para nosotros y para la humanidad en la que nos ha tocado vivir.

Cuando se manifiesta Cristo, cuando se manifestó Cristo, algo cambió y algo cambia en nuestro corazón. Seamos, entonces, fieles hijos de Dios que no olvidan que lo son y que tienen en su hermano Jesucristo a Quien supo cumplir con la voluntad de su Padre.




Eleuterio Fernández Guzmán




Publicado en Análisis Digital

Salvar al quien lo necesita




Sábado I del tiempo ordinario







Mc 2,13-17





“En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: ‘¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?’. Al oír esto Jesús, les dice: ‘No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’.






COMENTARIO





Jesús llamó a quien quiso y quien quiso responder hizo lo propio y le siguió. Cuando se dirigió a aquella persona que era odiada por su pueblo porque cobraba impuestos, resulta difícil esperar lo que, en realidad, sucedió.





Leví era cobrador de impuestos y le dijo sí a Quien le dijo “sígueme”. Y le siguió sin decir nada sino que supo darse cuenta de que aquel Maestro era algo más que un simple Maestro y que lo llamaba con una autoridad y un amor que estaban fuera de lo normal.





Tiene que decir Jesús a los que murmuran en su contra porque comía con personas que no eran bien vistas por los fariseos, que las personas que necesitan ser curadas son las enfermas (de cuerpo y alma) y que tal era la misión que tenía.







JESÚS, buscabas, muchas veces, a los que la sociedad tenía como malas personas por lo que hacían. Tú salvas a quien necesita salvarse por encima de consideraciones sociales. Sin embargo, nosotros tenemos en cuenta, demasiadas veces, las tales consideraciones para proceder como no debemos.











Eleuterio Fernández Guzmán





13 de enero de 2012

Misericordia de Cristo




Viernes I del tiempo ordinario



Mc 2,1-12



“Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.



Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: ‘Hijo, tus pecados te son perdonados’.



Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: ‘¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?’. Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: ‘¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’’.



Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Jamás vimos cosa parecida’.







COMENTARIO





Jesús vuelve donde, en la sinagoga, había expulsado un demonio y asombrado a cuantos fueron testigos de tal hecho. Su presencia, cuya fama corrió por toda la comarca rápidamente, atrae tanto a aquellos que buscan el prodigio como a los que esperan, pacientes, la llegada del Mesías, aunque fuera un Mesías distinto o como ellos no esperaban.





Muy buena es la perseverancia cuando ella tiene puesto su objetivo en actos beneficiosos para los demás, y para uno mismo (porque no decirlo), cuando, tras la insistencia, incluso la cabezonería bien entendida, se consigue el objetivo buscado, anhelado afán de aquellos que esperan, con amor alguna gracia, una dicha para su alma por haberse dado por otro, cuando así sea.





Y aquellos que vieron lo que Jesús hizo se sorprendieron de ver que un ser humano podía tener el poder de Dios. En efecto, Cristo, que es Dios hecho hombre, asombra a los que se ven porque no esperan que se puede hacer aquello que hace aquel Maestro.









JESÚS, aquellos que tenían fe se dirigían a ti sabiendo, con toda seguridad, que serían curados y, así, salvados. Nosotros, muchas veces, no estamos seguros de tu bondad y tu misericordia y huimos de ti al igual que hicieran Adán y Eva de Dios al haber pecado contra el Creador.











Eleuterio Fernández Guzmán



12 de enero de 2012

Unidos a la mano de Dios







Es más que conocido que Jesús dijo que quería que los hijos de Dios estuviesen unidos como Él lo estaba con su Padre. “Para que sean uno” (Jn 17: 21) fue la expresión utilizada por el Hijo del hombre (en expresión del naví Daniel, en 7:13) porque sabía que se entregaba a la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:8), para que, efectivamente, el pueblo elegido por Dios no presentara división alguna.

Sin embargo, a lo largo de la historia la cristiandad ha mostrado una peligrosa tendencia a la separación; una forma de no cumplir la voluntad de Dios que es, como sabemos que sus hijos permanezcan unidos.

Por eso es conveniente que, de vez en cuando, se nos recuerde la necesidad de que aquel “Para que sean uno” no sea una mera frase dicha pero sin contenido alguno.

Tal es el objetivo de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos.

Desde el próximo 18 y hasta el 25 de enero, y bajo el lema “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo” , tomado de la Primera Epístola a los de Corinto (15, 51-58), los obispos de la Comisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales, nos ofrecen otra oportunidad, de adentrarnos en el proceloso camino de la separación.

La unidad del pueblo elegido ha sido, a lo largo de la historia del mismo, un objetivo a conseguir. Esto es una señal de que los hijos de Dios tenemos la mala costumbre de hacer caso omiso a lo querido por el Padre. Por eso Ezequiel (37, 15-28) se ve obligado reclamar la finalización de la división de la casa de Israel y, por eso, ahora, en nuestro siglo, se ha de hacer exactamente lo mismo porque las palabras de Cristo “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros” han de ser escuchadas por los hermanos para hacerlas efectivas.

Bien podemos decir, por lo tanto, que no se trata de una voluntad fundada en la nada sino que, al contrario, existen fundadas razones para que la unidad de los cristianos se haga real no siendo, precisamente, poco importante, el compartir un bautismo común.
Dicen, por ejemplo, que “En la Semana de Oración 2012 estamos invitados a profundizar en nuestra fe, en la que todos nosotros seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo. Las lecturas bíblicas, comentarios, oraciones y preguntas para la reflexión exploran los diferentes aspectos de lo que esto significa para la vida de los cristianos y para su unidad, en y para el mundo de hoy. Comenzamos por contemplar a Cristo servidor, y nuestro camino nos lleva a la celebración final del reino de Cristo, por medio de su cruz y resurrección”. 

Se nos pide, por lo tanto, no quedarse anclados en una fe infantil sino llegar a conocerla lo mejor que podamos. De tal forma podremos llegar a ser, de verdad, transformados por Jesucristo, Hijo de Dios que fue enviado por el Padre para salvarnos y ser guía de la humanidad toda.

Y tenemos, para tal fin, lo que dicen nuestros obispos y que no podemos dejar de lado: las Sagradas Escrituras y todo aquello relacionado con las mismas. En ellas debemos apoyar nuestra fe y en un saberse hermanos de Cristo e hijos creados por Dios.

Por otra parte, el texto del Evangelio que se ha escogido para este año viene referido a que “No es una victoria fruto de nuestro esfuerzo humano, ni una victoria según los criterios mundanos de éxito y fracaso, sino una victoria conseguida por Jesús a través del misterio pascual y en la que participamos por la fe. Al hacer nuestra la victoria del Señor nos vamos transformando y configurando a Cristo, nosotros y nuestras Iglesias y comunidades eclesiales, y vamos caminando hacia la unidad de todos los que creemos en la victoria del Señor, según los criterios y los tiempos de Dios y no según los nuestros. Este esfuerzo ecuménico requiere paciencia, servicio, disponibilidad a abandonar algunas formas eclesiales que acaso nos sean familiares pero no se corresponden adecuadamente al significado verdadero y lleno de la experiencia cristiana, superar el deseo de competir entre nosotros, etc.” 

Por lo tanto, no se requiere de nosotros una actitud pasiva sino esforzada y colmada por el ansia de unidad de la que habló y sobre la que predicó Jesucristo en su vida entre aquellos otros nosotros de su tiempo, discípulos que amaban al maestro y que dieron forma a su Iglesia, la católica.

Valga esta Semana de Unidad para que, entre los cristianos, sepamos cumplir con la voluntad de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Confiar en Cristo





I del tiempo ordinario





Mc 1, 40-45





“En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio’.





Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.







COMENTARIO





Seguramente el leproso tenía conocimiento, o sabía quien era, la persona que se acercaba, o se alejaba, de él. Vemos, aquí, una esperanza que podríamos denominar antecedente de la fe, mediante la cual poner el sentido de una vida en manos de otro se asiente en la voluntad de cambio.





El leproso, al decir si quieres…expresa, por una parte, el hecho de que el Mesías tenía el poder de curarlo. Era, así, expresión, de conocimiento natural del Hijo de Dios. Confiado, con la esperanza netamente intacta, pues de tal gravedad era su enfermedad que no otra cosa podía hacer, se acerca, es decir, va hacia Jesús en busca de algo más que consuelo.





Conocida es la relación que, para el pueblo judío, existía entre enfermedad y pecado, la una era según pensaban, resultado del segundo –bien fuera de derivación familiar o propiamente personal del enfermo-. Pues bien, la esperanza de este leproso, aquejado por ese mal que lo apartaba de forma radical de la sociedad, era, aunque de forma indirecta, seguramente pensaba, que el pecado que la había ocasionado tal mal (aunque realmente no fuera así) podía ser borrado por aquel que era capaz de echar demonios del cuerpo de otros. Por eso, la confianza en Jesús debía de correr pareja a todo aquello que lo aquejaba: muy grande, pues grande era esa necesidad.







JESÚS, aquel leproso sabía que podías curarle. Tenía fe y confianza en el Hijo de Dios porque conocía lo que habías hecho con otras personas que, con fe, habían acudido a Ti. Nosotros, sin embargo, mostramos en muchas ocasiones síntomas de que no confiamos del todo en tu persona divina.











Eleuterio Fernández Guzmán







11 de enero de 2012

Jesús predica con el ejemplo



Miércoles I del tiempo ordinario





Mc 1,29-39






“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.






Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.






De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: ‘Todos te buscan’. El les dice: ‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido’. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.”






COMENTARIO






Jesús va a casa de Simón y Andrés, lugar donde le esperaba una buena obra que hacer. Va y se encuentra, aunque posiblemente sabiendo lo que se iba a encontrar, sabiendo su inmediato destino. No podemos pensar otra cosa. Sabe cual es su misión y, predispuesto a llevarla a cabo, no deja de cumplirla a pesar de las acechanzas de sus enemigos, más preocupados por su bienestar que por el significado de lo que decía, aunque esto atentara, directamente, contra su forma de vida.


Jesús sabe cuál es su misión y la cumple. Enseña acerca de la Ley de Dios y lo hace, sobre todo, con actos de misericordia ayudando a los que lo necesitan. Aquellos que estaban poseídos por el demonio se sentían sanados porque Cristo expulsaba al Mal de sus cuerpos. Y los demonios le obedecían porque era el hijo de Dios y nada podían contra Jesús.


Dice Jesús que ha salido para eso. El “eso” era para predicar y que todo el mundo conociera la verdadera Ley de Dios y no la tergiversación que habían llegado a conformar aquellos que eran maestros de la misma. Y por eso mismo continuaba expulsando demonios.






JESÚS, predicabas como quien sabe que es la misión que tiene que cumplir. La Palabra de Dios llegaba a los corazones de aquellos que te escuchaban y por los ojos les entraban las curaciones de muchos endemoniados. Eran formas muy pegadas al mundo de hacer cumplir lo que Dios quería pero era la única forma de que comprendiesen lo que les decías.


















Eleuterio Fernández Guzmán










10 de enero de 2012

Jesús enseña




Martes I del tiempo ordinario

Mc 1,21-28


“Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ‘¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús, entonces, le conminó diciendo: ‘Cállate y sal de él’. Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.


Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen’. Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.


COMENTARIO


Ir a la sinagoga era, para Jesús, un medio directo y práctico de hacer explícita su enseñanza; era, como dijo, el dar verdadero cumplimiento a la Ley de Dios. Porque allí no se limitaba, sobre todo, a leer los textos disposición de los asistentes. Allí enseñaba, es decir era rabbí (maestro) y hacía lo propio con su doctrina.


Sin embargo, el mal, constituido por ese espíritu inmundo que posee ese hombre reconoce el poder que ostenta Jesús. No pregunta quién es porque lo sabe: el santo de Dios; pregunta qué ha ido a hacer allí. Lo que hemos de entender es que esa pregunta viene determinada a que Jesús haga efectiva la misión para la que se ha encarnado.


Enseña Jesús una doctrina que no es nueva sino que la enseña para que sea entendida por aquellos que han escuchado, siempre, hablar de la Ley de Dios de una forma muy distinta. Aquellos han comprendido que Jesús tiene un poder muy fuera de lo normal.


JESÚS, enseñas para ser entendido y llegar al corazón de aquellos que te escuchan. ¡Qué poder no tendrá tu corazón que hasta un espíritu inmundo sabe que eres el Santo de Dios! Y nosotros, con nuestra supuesta fe, en más de una ocasión, de damos de lado.






Eleuterio Fernández Guzmán






9 de enero de 2012

Seguir a Cristo



Lunes I del tiempo ordinario


Mc 1,14-20


“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva’. Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: ‘Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres’. Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él.


COMENTARIO

El Bautista ya había cumplido la voluntad del que le envió y el señalado, Cristo, comienza su labor de proclamación de la Buena Noticia: el Reino de Dios ha llegado como anticipación del que lo es definitivo; con Él se cumple el designio de Dios, ya está aquí la plenitud de los tiempos. Y pide conversión, primero y, luego, creer en el Evangelio.

Ofrecer primero la creencia y luego la conversión supone dar pábulo a lo que el Mesías hubiera dicho sin, antes, haber cambiado el corazón (lugar de donde sale lo bueno y lo malo); supondría una sumisión a su persona como la que se puede tener cuando alguien ostenta un poder se sometimiento sobre otro. Y Él era manso y humilde y tal posibilidad de potestad no cabía.

Esa conversión, es decir, ese venir a ser otra cosa distinta de lo que se era, resulta primordial ante lo que se propone. Él pide creer después de haber transformado el corazón de piedra (dado más a sacrificios que a misericordias) y no aceptar antes de modificar o cambiar ese que no es músculo sólo sino residencia y templo del Espíritu Santo. 


JESÚS,  pedías conversión del corazón porque sólo viniendo a ser otro tipo de personas podemos, de verdad, ser discípulos tuyos cumpliendo con lo que decimos que somos.



Eleuterio Fernández Guzmán


8 de enero de 2012

El Bautista anuncia a Cristo


Mc 1,7-11

“En aquel tiempo, predicaba Juan diciendo: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo”. Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fué bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos:”Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.


COMENTARIO

Juan el Bautista anunciaba a Quien tenía que venir. Era una persona mucho más poderosa que él que, al fin y al cabo, no tenía más que le poder de la predicación y el que los demás quisieran darle a lo que decía.

Juan, en efecto, bautizaba con el antiguo rito del agua para perdonar los pecados de aquellos que querían acercarse al río Jordán donde llevaba a cabo su labor de anuncio. Sabía que vendría Quien bautizaría con fuego purificador y con el Espíritu Santo.

Cuando se acerca Jesús a Juan para que le bautice (Él, quien no tiene pecado alguno) vio como el Espíritu Santo descendió sobre su persona y Dios mismo se dirigió a aquellos que veían aquello para decir que Jesús, el hijo del carpintero de Nazaret era Quien todos estaban esperando.


JESÚS,  acudiste a Juan, tu primo, para que te bautizara. No tenías pecados que limpiar porque Tú, el Único Santo, estabas y estas apartado de sucumbir a toda tentación mundana. El Espíritu Santo se posó sobre ti porque Tú mismo eras Dios hecho hombre. Y aquellos que vieron aquello fueron, seguramente, los primeros apóstoles que llevaron aquella noticia al mundo conocido por ellos.



Eleuterio Fernández Guzmán