6 de abril de 2013

Creer que Cristo ha resucitado


Sábado de la octava de Pascua

Mc 16,9-15

“Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación’”.

COMENTARIO

Ciertamente eran incrédulos aquellos discípulos que tan de cerca habían seguido al Maestro. Muchas veces les dijo lo que iba a pasar e, incluso, en la Última Cena lo certificó con su Cuerpo y con su Sangre. Sin embargo ellos no acababan de entender nada.

María Magdalena y los de Emaús les dicen que han visto al Señor. No creen o, a lo mejor, no pueden creerlo porque actúan, en exclusiva, como seres humanos y no creen más que lo que ven y pueden tocar como le pasó, por ejemplo, al apóstol Tomás.

Jesús hace algo que ha sido crucial, desde entonces, para la humanidad: envía a sus apóstoles a ir por el mundo y decir que el Reino de Dios, la Buena Noticia, es cierta y que puede ser proclamada. Y lo tienen que hacer a todos y no sólo al pueblo judío.



JESÚS, tus apóstoles no creen que has resucitado. Sin embargo, les das pruebas más que suficientes de que ha sido así. Nosotros, demasiadas ocasiones, nos pasa lo mismo.




Eleuterio Fernández Guzmán


5 de abril de 2013

Encíclicas del Beato Juan Pablo II: Ecclesia de eucharistia


ELEUTERIO





El 17 de abril de 2003 el Beato Juan Pablo II dio a la luz pública la última de sus encíclicas. “Sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia” era, digamos, el subtítulo y “Ecclesia de Eucharistia” su título.  
No se entendería la Iglesia católica, la Esposa de Cristo, sin la propia Santa Misa, sin la Acción de Gracias o, en fin, sin la propia Eucaristía. Por eso, ya desde el número 1 de la encíclica aquí traída dice que “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: ‘He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.”
Jesucristo se quedó, para siempre, con nosotros, por medio de la Eucaristía y, ciertamente, la esperanza es lo que conmueve nuestro corazón y lo hace fiel a Dios. Por eso, el Beato Juan Pablo II trae a colación el hecho incontrovertible de saber que es la Eucaristía la que edifica la Iglesia y que sin ella difícilmente podría entenderse nada de su propia existencia. Por eso, habiendo dicho esto, “si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano, la confesamos  ‘una, santa, católica y apostólica’. También la Eucaristía es una y católica. Es también santa, más aún, es el Santísimo Sacramento. Pero ahora queremos dirigir nuestra atención principalmente a su apostolicidad.” (EE, 26)

Se refiere, en un momento determinado, el Beato Juan Pablo II a una Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos celebrada en 1985 donde reconoció a la “eclesiología de comunión” la “idea central y fundamental de los documentos del Concilio Vaticano II (EE, 34).
Pues bien, teniendo en cuenta tales antecedentes, en el mismo número de la EE dice el Papa polaco, que “La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo. Un insigne escritor de la tradición bizantina expresó esta verdad con agudeza de fe: en la Eucaristía,  ‘con preferencia respecto a los otros sacramentos, el misterio [de la comunión] es tan perfecto que conduce a la cúspide de todos los bienes: en ella culmina todo deseo humano, porque aquí llegamos a Dios y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta’(se refiere, aquí, a Nicolás Cabasilas, ‘La vida en Cristo’, IV, 10) Precisamente por eso, es conveniente cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la práctica de la  ‘comunión espiritual’, felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y recomendada por Santos maestros de vida espiritual. Santa Teresa de Jesús escribió: ‘Cuando [...] no comulgáredes y oyéredes misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho [...], que es mucho lo que se imprime el amor ansí deste Señor’” (se  refiere, aquí, a ‘Camino de perfección’, de Santa Teresa de Jesús c. 35, 1).
Resulta, pues, para los hijos de Dios que nos así nos consideramos que la celebración eucarística es mucho más de lo que en demasiadas ocasiones se supone o se entiende que sea. Por eso “Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la magnitud de este don. A ello nos invita una tradición incesante que, desde los primeros siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana celosa en custodiar este  ‘tesoro’. Impulsada por el amor, la Iglesia se preocupa de transmitir a las siguientes generaciones cristianas, sin perder ni un solo detalle, la fe y la doctrina sobre el Misterio eucarístico. No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque  ‘en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación’” (se refiere, aquí, a Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 83, a. 4 c) (EE, 61).
Y,  ya, por finalizar, el Beato Juan Pablo II aporta lo que es esencial y que no deberíamos olvidar nunca porque resulta crucial para nuestra fe y en tales realidades espirituales debemos apoyarnos. Dice, en el número 11 de la EE, esto:
“’El Señor Jesús, la noche en que fue entregado’ (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.(se refiere aquí a Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 47: ‘Salvator noster [...] Sacrificium Eucharisticum Corporis et Sanguinis sui instituit, quo Sacrificium Crucis in saecula, donec veniret, perpetuaret…’) Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la proclamación del  ‘misterio de la fe’ que hace el sacerdote:  ‘Anunciamos tu muerte, Señor “.
Pues que así sea.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Estamos en camino









Ahora mismo, tras la resurrección de Cristo, estamos en camino hacia Pentecostés. Cristo nos enviará porque es misión nuestra seguir hacia delante transmitiendo la Palabra de  Dios y haciendo del definitivo Reino del Padre el destino más anhelado de todo ser humano.

Camino de Pentecostés vamos porque nos sabemos hijos de Dios y queremos cumplir la voluntad del Padre. Por eso, aquellos que vieron a Cristo y oyeron sus palabras nos han transmitido, a través del Nuevo Testamento y de la Tradición, cuál es nuestra misión, aquello que no podemos dejar de hacer si es que queremos seguir llamándonos, como luego hicieron con ellos, cristianos.

Seremos, pues, enviados

Dijo San Josemaría, en la Homilía de Día de Pentecostés de 1969 que “El Señor nos dice en la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo que Él derramó copiosamente sobre nosotros, por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos”.

Y hacia ahí vamos, sin medida que falte en nuestro corazón del amor que debemos a Dios y a nuestro prójimo.

Tal es así que Cristo, que murió por nosotros y por nosotros se quedó para siempre a nuestro lado, espera algo de cada uno de sus hermanos en la fe y, en definitiva, hijos de Dios todos. Espera de nosotros que seamos fieles a la misión que nos encomendará y que ahora mismo, en este tiempo intermedio entre su Pascua y Pentecostés, estaba enseñando a sus más directos apóstoles.

Y nos mandará lo siguiente:

Amar.
Vivir con misericordia.
Ayudar al necesitado.

Y tales mandatos ya deben ser cumplidos ahora, porque conocemos nuestra fe y sabemos qué nos es exigido por formar parte del ejército de los hijos de Dios, soldados del Padre en lucha continua, desde nuestro corazón, contra el Mal y contra la mundanidad.

Que nuestra entrega al prójimo fuera total porque no otra cosa se espera de quien se sabe hermano del Hijo de Dios y tiene al resto de humanidad por personas a las que no puede olvidar por no ser de su propia familia. En todo caso sí forman parten de la familia humana.

Estamos, pues, en camino de Pentecostés y eso nos debería hacer pensar que todo aquello que hacemos en materia de oración es muy importante y que Dios espera que nos dirijamos a Él manifestando que somos sus hijos y que queremos, de nuevo, ser enviados. Y por eso caminamos hacia ese momento en el que Jesús, de nuevo, nos mande a predicar y a cumplir con lo que quedó dicho cuando creó la Iglesia, luego llamada católica.

Caminamos hacia Pentecostés. No olvidemos que eso es lo que espera Dios de nosotros.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

Jesús se nos entrega en cuerpo y alma



Viernes de la octava de Pascua

Jn 21,1-14

“En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: ‘Voy a pescar’. Le contestan ellos: También nosotros vamos contigo. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: ‘Muchachos, ¿no tenéis ‘pescado?’. Le contestaron: ‘No’. Él les dijo: ‘Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis’. La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: ‘Es el Señor’. Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: ‘Traed algunos de los peces que acabáis de pescar’. Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: ‘Venid y comed’. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.”


COMENTARIO


Los apóstoles querían, al parecer, olvidar pronto lo que había pasado. Vuelven a sus labores habituales como, por ejemplo, la pesca. No dan la impresión de haber acabado de entender lo que suponía la resurrección.

Jesús se presenta ante ellos para que no olviden lo que tenían que hacer a partir de tal momento. Todo lo tienen preparado cuando llegan de la pesca: el pan y el pescado, las brasas de la hoguera, etc. Jesús les pone, digamos, en bandeja, lo que tienen que hacer.

Habían pescado porque Jesús les había dicho dónde tenían que hacerlo. Les había indicado, exactamente, que siguiéndolo a Él después de su resurrección, nada habrían perdido sino que, al contrario, lo obtendrían todo.


JESÚS, te apareces a tus apóstoles para que no se duerman y sigan adelante con la misión que les ibas a encomendar. Tuvieron, al fin y al cabo, la fe que a nosotros muchas veces nos falta.




Eleuterio Fernández Guzmán


4 de abril de 2013

Creer que Jesús es el Mesías



Jueves de la octava de Pascua


Lc 24, 35-48

‘En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros’. Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: ‘¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo’. Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: ‘¿Tenéis aquí algo de comer?’. Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: ‘Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’’. Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: ‘Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas’”.

COMENTARIO

Jesús tenía que continuar con la misión que le había encomendado el Padre. Se aparece a sus discípulos para confirmarles en su fe: no se ha perdido nada con su muerto sino que, al contrario, se ha ganado mucho con ella.

Dudan los apóstoles de que aquella aparición sea, en verdad, la un Cristo vivo. Por eso les pide algo de comer. Es cierto, pensarían, que un fantasma no puede hacer tal gesto sino que, en verdad, ha de ser Jesús resucitado.

Explicarles lo que contenía toda la Sagrada Escritura acerca de su persona era una forma de darles a entender que, en efecto, era el Mesías deseado por el pueblo elegido por Dios y que, en adelante, eran ellos los que tenían que cumplir con su especial misión de apostolado.



JESÚS, cuando te apareces a tus más directos seguidores procuras que sepan que todo ha sido, y es, verdad. Nosotros, sin embargo, no tenemos, en demasiadas ocasiones, tanta confianza.




Eleuterio Fernández Guzmán


3 de abril de 2013

Como los de Emaús



 Miércoles de la octava de Pascua

Lc 24,13-35

“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

Él les dijo: ‘¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?’. Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: ‘¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?’. Él les dijo: ‘¿Qué cosas?’. Ellos le dijeron: ‘Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron’. Él les dijo: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?’. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: ‘Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado’. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’. Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.”


COMENTARIO

Aquellos hombres que volvían a su pueblo parece que no habían acabado de entender lo que había pasado en Jerusalén. Pensaban, en exclusiva, como seres humanos y no había llegado a su corazón la verdad de la Verdad.

Jesús ha de abrirles el entendimiento porque, en realidad, se quedaron en la superficie de las cosas. Pero el Maestro, al ir enseñándoles todo acerca de sí mismo, les fue abriendo, poco a poco, el corazón.

Aquellos hombres entendieron, aunque tarde, lo que había sucedido. Habían tenido al Señor ante sus ojos y no lo habían acabado de ver. Sin embargo, al darse cuenta de su error corrieron, de nuevo, a la Ciudad Santa a dar la buena noticia de que el Maestro había resucitado.



JESÚS, tuviste que hacer, de nuevo, una labor de en enseñanza con aquellos incrédulos hombres. A nosotros, en demasiadas ocasiones, nos sucede lo mismo.





Eleuterio Fernández Guzmán


2 de abril de 2013

No perder nunca la esperanza




Martes de la octava de Pascua


Jn 20,11-18

“En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: ‘Mujer, ¿por qué lloras?’. Ella les respondió: ‘Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto’. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?’. Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré’. Jesús le dice: ‘María’. Ella se vuelve y le dice en hebreo: ‘Rabbuní’, que quiere decir ‘Maestro’’. Dícele Jesús: ‘No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’’. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras".

COMENTARIO

Era lógico que las mujeres que habían seguido a Jesús quisieran acudir a su sepulcro para estar junto al cuerpo del Maestro. Por eso María acude y por eso se extraña tanto de que no esté Aquel a quien tanto había seguido.

A María no le importaría para nada llevarse el cuerpo de Jesús. Le prefiere con ella aunque sea muerto y, por eso, se lo pide a quien cree sea en hortelano. Cree que lo han robado y lo quiere para sí misma y para sus hermanos de fe.

Jesús, sin embargo, sabe que María Magdalena, a quien tanto había perdonado, cumplirá su misión de enviada y acudirá donde están escondidos, por miedo a los judíos, a anunciar la buena noticia de que, en realidad, no han robado el cuerpo de Jesús sino que, simplemente, ha resucitado.


JESÚS,  cuando resucitas anuncias a María que has vuelto para quedarte para siempre. Ella te cree y actúa según le dices. Eso es fe y no la que decimos tener, muchas veces, nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán

1 de abril de 2013

Decir no a Cristo




Lunes de la octava de Pascua

Mt 28, 8-15

“En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘¡Dios os guarde!’». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: ‘No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’.



Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: ‘Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones’. Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.



COMENTARIO

Cuando Jesús resucita las mujeres que van a visitar su sepulcro cumplen la misión de enviadas por el Hijo de Dios. Tienen que acudir donde están el resto de discípulos y darles la buena noticia: ¡Jesucristo ha resucitado!

El Mal no descansa porque no es posible que pueda salir victorioso el Hijo del Hombre de aquella muerte terrible e injusta. Maquina para que los soldados que protegían la tumba de Jesús urdan una trampa diciendo que los discípulos del Maestro habían robado el cuerpo y lo habían escondido. 

Jesús vence a la muerte pero ni siquiera así puede evitar que la maldad del ser humano haga todo lo posible para difundir la especie según la cual no ha resucitado y todo ha sido en vano. A pesar de todo aquellos que procuran su mal después de la muerte no podrán vencer.


JESÚS, los que te persiguen lo hacen hasta después de la muerte. Nosotros, en demasiadas ocasiones hacemos lo mismo contigo, Hijo de Dios y hermano nuestro.





Eleuterio Fernández Guzmán

31 de marzo de 2013

Domingo de Resurrección


 



¡Jesús ha resucitado!

¡Jesús nos ha ganado la salvación?

¡Jesús nos ha procurado la vida eterna!

¡El Hijo de Dios ha agradado al Padre!

¡Alabado sea por siempre Jesucristo!





Eleuterio Fernández Guzmán