17 de diciembre de 2011

Jesús, hijo de David






 

Mt 1,1-17





“Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.





David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.





Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.”







COMENTARIO



Para el pueblo de Israel, el escogido de entre los pueblos, por Dios, para transmitir su Palabra, era claro que el que habría de resultar el Mesías Salvador debía de descender de la familia del Rey David, especialmente amado por Dios.





Jesús, con lo escrito aquí por San Mateo es, además de verdadero Dios también verdadero hombre. Así va a vivir una vida concreta con unas situaciones ordinarias traídas de la mano por la extraordinaria personalidad del hijo de Dios.





Jesús es, entonces, Aquel que vivió entre aquellos otros nosotros y que vino para salvarnos. Es hijo de David porque desciende de aquel Rey y, por lo tanto, se cumple lo recogido en las Sagradas Escrituras acerca del Mesías que tenía que venir a redimir al mundo.







JESÚS, eres hijo de David y en ti se cumple la voluntad de Dios porque eres Dios hecho hombre. Tu padre adoptivo José era desciende de aquel Rey elegido por Dios para guiar a su pueblo. Y tú, hijo, también, a través del tiempo, de quien dio a Israel un futuro mejor.











Eleuterio Fernández Guzmán









16 de diciembre de 2011

Infierno, Purgatorio, Cielo









Leer un escrito del Arzobispo Castrense de España Juan del Río Martín y traer al presente temas tan importantes como los que dan título a este artículo ha sido todo uno.  

Dice don Juan del Río Martín que “Algunos se han empeñado en dejar vacío el infierno, movidos por un fuerte sentimentalismo que representa “el buenismo religioso”. También que “Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia acerca del infierno no son amenazas, sino llamamientos a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con Dios, con los demás y consigo mismo”.

En realidad el problema que, al parecer, supone hoy día poner negro sobre blanco al respecto del tema del infierno es que no gusta, a casi nadie, saber lo que, sin duda, puede pasar según se actúe en esta vida.

Pero la cosa va más allá porque lo que sucede es que del tema de los “novísimos” (escatología, el más allá de la vida de este mundo, etc.) no suele ser tema no ya de conversación sino, siquiera, de tratamiento en las homilías que, a diario, forman parte de la Santa Misa siendo, como es, el momento más adecuado para que el católico entienda lo que debería entender y tener por seguro lo que es muy importante para su vida eterna.

¿Qué es lo que pasa al respecto?

En las Sagradas Escrituras encontramos referencias más que numerosas de este peliagudo y necesario tema. Por ejemplo, en el Eclesiástico (7, 36) se dice en concreto lo siguiente: “Acuérdate de tus novísimos y no pecarás jamás“. Y aunque en otras versiones se recoge esto otro: “Acuérdate de tu fin” todo apunta hacia lo mismo: no podemos hacer como si no existiera algo más allá de esta vida y, por lo tanto, tenemos que proceder de la forma que mejor, aunque esto sea egoísta decirlo, nos convenga y que no es otra que cumpliendo la voluntad de Dios.

Existen, pues, el cielo, el infierno y, también, el purgatorio y de los mismos no podemos olvidarnos porque sea difícil, en primer lugar, entenderlos y, en segundo lugar, hacernos una idea de dónde iremos a parar.

Estos temas, aún lo apenas dicho, deberían ser considerados por un católico como esenciales para su vida y de los cuales nunca debería hacer dejación de conocimiento. Hacer y actuar de tal forma supone una manifestación de ceguera espiritual que sólo puede traer malas consecuencias para quien así actúe.

Sin embargo se trata de temas de los que se habla poco. Aunque el que esto escribe no asiste, claro está, a todas las celebraciones eucarísticas que, por ejemplo, se llevan a cabo en España, no es poco cierto ha de ser que si en las que asiste poco se dice de tales temas es fácil deducir que exactamente pase igual en las demás.

A este respecto, el beato Juan Pablo II en su “Cruzando el umbral de la Esperanza” dejó escrito algo que, tristemente, es cierto y que no es otra cosa que  “El hombre en una cierta medida está perdido, se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de ‘amenazar con el infierno’. Y quizá hasta quien los escuche haya dejado de tenerle miedo” porque, en realidad, hacer tal tipo de amenaza responde a lo recogido arriba en el Eclesiástico al respecto de que pensando en nuestro fin (lo que está más allá de esta vida) no deberíamos pecar.

Dice, también, Benedicto XVI, que “quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno” porque “quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra”.

No parece, pues, que sea poco real esto que aquí se trae sino, muy al contrario, algo que debería reformarse por bien de todos los que sabiendo que este mundo termina en algún momento determinado deberían saber qué les espera luego.

A este respecto dice San Josemaría en “Surco” (879) que “La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno”.

Se habla, pues, poco, pero ¿por qué?

Quizá sea por miedo al momento mismo de la muerte porque no se ha comprendido que no es el final sino el principio de la vida eterna; quizá por mantener un lenguaje políticamente correcto en el que no gusta lo que se entiende como malo o negativo para la persona; quizá por un exceso de hedonismo o quizá por tantas otras cosas que no tienen en cuenta lo que de verdad nos importa.

Existe, pues, tanto el cielo como el infierno y también el purgatorio y deberían estar en nuestro comportamiento como algo de lo porvenir porque estando seguros de que llegará el momento de rendir cuentas a Dios de nuestra vida no seamos ahora tan ciegos de no querer ver lo que es evidente que se tiene que ver.




Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

El Enviado de Dios


 

Viernes III de Adviento







Jn 5,33-36





“En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: ‘Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí’”.









COMENTARIO





Muchos de los que escucharon a Juan el Bautista no creyeron en él. No les gustaba mucho que les amonestase por llevar una vida no acorde con la Ley de Dios y eso acabó por terminar con la paciencia de los poderosos de entonces.





Jesús sabe que es mucho más importante que su primo Juan. Lo que hace y lo que dice lo hace y lo dice por ser el Enviado de Dios, el Ungido, el Mesías. Es testigo de Dios porque Él es Dios mismo hecho hombre y por eso tiene autoridad para hacer y para hablar como hace y habla.





Dios mismo da testimonio de Cristo a través de las Sagradas Escrituras hasta entonces conocidas. Allí mismo se encontraba su Hijo en las palabras que inspirada a los que las ponían por escrito y eran transmitidas dentro del pueblo elegido por Dios.









JESÚS, aquellos que te escuchaban habían hecho lo mismo con tu primo Juan en el Jordán. Allí despreciaron, muchos, lo que decía el último profeta de la Antigua Alianza y allí mismo odiaron a quien había sido enviado para anunciarte. Pero Tú eres mucho más que Juan.









Eleuterio Fernández Guzmán





15 de diciembre de 2011

El horizonte del hombre y Dios .- 1.- El hombre horizontal










Sabemos que el mundo, este siglo, como dirían los antiguos, es atrayente, que vivimos en él y que, de eso, no podemos escapar. Pero, la verdad es que hay muchas formas de vivirlo. También sabemos que el hombre, ese ser creado por Dios a su imagen y semejanza, este hijo suyo, en medio del mundo y en su vida ordinaria tiene algo que pagar para poder vivir en su seno; que tiene, en su relación con el otro, con el hermano o gentil, que dejarse atrás y en su camino algunas cosas, algunas realidades. Esto, creo yo, es lo que sigue.



Podemos, por ejemplo, dejarnos convencer por las facilidades que nos ofrece el mundo, vender nuestro presente sin darnos cuenta de lo que supone esa dejación de la responsabilidad que tenemos como Hijos de Dios. Que quede claro que la realidad de la filiación divina (de ser hijos de Dios) no es algo que dependa de nuestra voluntad. O sea, no podemos decir que, como no creemos en Dios, esa filiación la olvidamos y hacemos como si no existiera. Esto es, simplemente, imposible. Una cosa es no aceptar la religión y otro, muy distinto, es que ese re-ligare, ese unir al hombre con Dios, se pueda evitar. No es cuestión de aceptación, pues la realidad, la Verdad, no puede elegirse a gusto de cada cual, es como es.



Esas facilidades nos abarcan (y miren que no digo les abarcan; o sea, que también yo me incluyo) a casi todos a hacer uso de ellas, entregándonos y produciéndonos una dispersión de afectos de la que sólo puede derivarse una pérdida de los valores esenciales que constituyen nuestra personalidad como personas.



Además de esto, lo que denominamos respetos humanos (el qué dirán, etc.) nos impiden llevar a cabo un comportamiento verdaderamente espiritualizado, pues nos obligan a hacer no lo que deberíamos sino lo que, muchas veces, se espera de nuestro ser social. Sin embargo, esta sociedad, muy perturbada por el ansia de tener más y que hace prevalecer ese tener sobre el ser por un hedonismo rampante y un amor a lo propio excesivo, no puede ser el marco donde desenvolver nuestra personalidad de forma correcta, adecuada, pues su desarrollo no es, precisamente, lo que mejor va con una armonía con el verdadero mundo que Dios pretende, que legó a nuestros primeros padres y a los que conminó a dominar pero no a dejarse dominar por él.



Esto es, tan sólo, es una advertencia ante lo que hay que elegir: estar en el mundo pero no ser mundanos… es una santa recomendación. Quiero decir que esto lo dijo el santo llamado, por el Beato Juan Pablo II, de lo ordinario. Y si esto no se tiene en cuenta…



De otra forma pagamos en libertad, que entregamos al mundo; pagamos, en sometimiento a los modos que imponen los que se benefician de ello; pagamos perdiendo las virtudes primeras que debemos ejercitar; pagamos, por último, dejando de ser personas en su exacto sentido para ser personas controladas y mediatizadas por los medios de poder y sometidos, al pagar lo que no recuperaremos a no ser que queramos (cosa bastante difícil, por cierto; aunque de conversiones habría mucho que decir y muchos ejemplos que poner).



Una vez visto lo que hay que pagar, veamos lo que hay que dejar de tener si, de hoz y coz, metemos toda nuestra persona en los vericuetos de nuestro hoy.



Cuando nos sometemos, voluntariamente, a las facilidades y posibilidades a las que he hecho referencia anteriormente, lo primero que dejamos de tener es un ser que deja de ser para estar. Lo que quiero decir es que el tener pasa a ser más importante que el mismo hecho de ser atribuyendo, así, la, de manipular a la persona, desde su concepción, atendiendo al sentido utilitario que, al fin y al cabo, tiene esta concepción perversa del mundo y de nuestra vida. Recordemos, si es necesario y para que quede bien claro, que el fin no justifica, nunca, los medios a pesar del utilitarismo rampante que hoy día se adueña de muchos comportamientos y conciencias.



Pero, cuando atendemos al respeto humano para conducir nuestras relaciones sociales, dejamos de percibir el mundo como, verdaderamente, tendríamos que percibirlo. El mundo, nuestro vivir en él, ha de conducirse atendiendo a lo que verdaderamente importa, independientemente de lo que quienes perciben nuestro actuar entiendan con arreglo a su concepto de la sociedad que es uno que lo es, casi siempre, es impuesto. El que sea sí lo que es sí y no lo que es no, expresión de Jesucristo, es la mejor manera de conducirse, no cambiando como llevados por una veleta, por la subjetividad exclusivista que considera a la comunidad de personas como un campo donde sembrar nuestra propia y única cosecha; cosecha de la que obtenemos un fruto agrio, amargo, pues al excluir al otro, en un comportar egoísta, la dulzura de la entrega a ese otro la perdemos, la dejamos de tener. Eso, creo yo, no es muy bueno para el devenir nuestro.



Pero aún más. Cuando, acudiendo a lo dicho, optamos por la facilidad que se nos ofrece, optamos por lo pragmático, aunque esto sea contrario a nuestra fe porque nos gusta o nos viene bien, perdemos, o dejamos de tener, un comportamiento, porque tenemos uno hipócrita, no fundamentado, pues hemos perdido el fundamento de una existencia cristiana, y por eso, intrínsecamente humana. Entiéndase que no digo que otra concepción de la vida no tenga sentido, lo que digo es que el concepto cristiano de la existencia tiene un sentido perfecto, pues perfecto es de Quien procede.



Vemos, pues, que siempre que no entramos en los límites de Dios el hecho mismo de vivir en el mundo tiene consecuencias, para bien y para mal, que pagamos en bienes morales para recibir en bienes materiales (¡tan fungibles ellos!); que dejamos de tener una verdadera libertad, una moral (concepto ético esencial y no sólo cristiano) que conduzca nuestra vida de forma correcta y, por último, y al fin y al cabo, un ser que sea, verdaderamente, hijo del Creador.



Y es que la coherencia espiritual es, a veces, tan difícil de ejercitar…


Eleuterio Fernández Guzmán



Publicado en Acción Digital


El que prepara el camino para el Señor


 



Jueves III de Adviento







Lc 7,24-30





“Cuando los mensajeros de Juan se alejaron, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: ‘¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. Os digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él’.





Todo el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el plan de Dios sobre ellos.”





COMENTARIO





El pueblo de Israel, elegido por Dios para llevar su Ley al mundo, esperaba un Mesías porque así lo decían las Sagradas Escrituras. Con Juan no sabían, exactamente, a qué atenerse porque les decía lo que no querían escuchar.





Jesús sabe que la labor del Bautista es muy importante para su propia venida al mundo. Y esto porque había sido elegido por Dios desde la eternidad para llevar a cabo una misión muy importante como era la de decir quien era el Cordero de Dios.





En Juan no podían ver, los poderosos, a alguien que los defendiera porque, como decía Jesús, vivían en la molicie y el olvido de la Ley de Dios. Y muchos que escucharon al Mesías se hicieron bautizar por Juan porque creyeron a Cristo.






JESÚS, Juan el Bautista te anunció y fue quien te llamó Cordero de Dios. Sabías que su labor era muy importante aunque no fuera él quien tenía que venir a salvar al mundo. Nosotros, sin embargo, somos a veces como aquellos que no creyeron en Juan y, entonces, tampoco te recibimos en nuestro corazón.










Eleuterio Fernández Guzmán









14 de diciembre de 2011

Se cumplió la voluntad de Dios


 

Miércoles III de Adviento





Lc 7,19-23





“En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a decir al Señor: ‘¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’. Llegando donde Él aquellos hombres, dijeron: ‘Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’’.





En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!’.





COMENTARIO





Muchos querían saber si Jesús era, en verdad, el Mesías que tanto había esperado el pueblo de Israel. Siendo discípulos de Juan el Bautista sabían que, como él mismo decía, tenía que venir quien era mucho más importante que él. Por eso le preguntan.





Jesús ha había hecho demostración de Quien era de qué había venido a traer al mundo. Sin embargo, querían escuchar de su propia voz que era el Mesías.





Se remite Cristo a las pruebas de lo que había hecho: había curado a ciegos, hecho andar a paralíticos y curado a leprosos además de hacer que sordos pudieran oír. Aquello que estaba escrito en las Sagradas Escrituras antiguas venían a decir que cuando esto pasara se podía estar seguro de que había venido el Enviado de Dios.





JESÚS, eres el Hijo de Dios y el Mesías. Aunque no todos querían saberlo sí había muchas personas que estaban interesadas en conocerte y en saber si eras quien todos estaban esperando. A nosotros también nos pasa que, a veces, no estamos seguros de que eres quien eres.











Eleuterio Fernández Guzmán





13 de diciembre de 2011

La dureza de la verdad






Martes III de Adviento





Mt 21, 28-32





“En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: ‘¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. Y él respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Voy, Señor’, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?’. ‘El primero’, le dicen. Díceles Jesús: ‘En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en él’.



COMENTARIO



El cómo nos comportamos con Dios está muy relacionado con la forma como se comportan los hijos de la parábola de aquel señor que los envió al campo a trabajar. El resultado de nuestro comportamiento también será el mismo.



Podemos decir sí o podemos decir no al Creador. Él lo sabe todo y conoce en lo secreto de nuestro corazón. No vale, por lo tanto, tratar de ocultar la verdad intrínseca de lo que queremos hacer. Él, a quien nunca podemos engañar, nos conoce a la perfección.



Tener un comportamiento franco con Dios supone decir sí donde es sí y decir no donde es no. Tal forma de ser es la que ha de querer Dios porque, de otra forma seremos como aquellos tibios que, como dice el Apocalipsis, vomitará Dios de su boca. Ni mentir ni tratar de disimular nos servirá para nada ante el Creador.



JESÚS, muchos de los que te seguían no decían la verdad de su corazón. Bien sabes que Dios lo sabe todo y, por eso mismo, de nada nos sirve ocultar nuestro pensamiento. Si Dios nos llama hay que acudir y no hacer como si no escucháramos su llamada.





Eleuterio Fernández Guzmán



12 de diciembre de 2011

La verdadera autoridad de Cristo




Lunes III de Adviento


Mt 21,23-27

”En aquel tiempo, Jesús entró en el templo. Mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: ‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?’. Jesús les respondió: ‘También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?’. Ellos discurrían entre sí: ‘Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Y si decimos: ‘De los hombres’, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta». Respondieron, pues, a Jesús: ‘No sabemos’. Y Él les replicó asimismo: ‘Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto’.

COMENTARIO

Aquellos que perseguían a Jesús para poder acusarlo de ir contra las leyes que habían tergiversado la voluntad de Dios sabían que lo hacían mintiendo. Eso, sin embargo, no les impide proseguir con su maléfico trabajo.

Aquellas personas tenían un comportamiento tibio del que dice Dios en el Apocalipsis que hará que los vomite de su boca. Ni estaban a favor de Juan ni en contra sino, en todo caso, según les convenía. Por eso trataban de averiguar quién era y por eso Jesús les dice que querían perseguir al Bautista fuera como fuera.

La autoridad que tiene Jesús no es una que los sea normal de otra persona muy sabia (aunque lo fuera) sino que es la que tiene Dios que es, exactamente, toda. Jesús no les quiere decir que la tal autoridad se la había dado Dios pero ellos seguro que lo sabían porque sólo podía ser así según lo que hacía y decía el Maestro.

JESÚS, los que te perseguían buscaban razones para acusarte. La autoridad que mostrabas cuando hablabas no les gustaba nada porque era una que venía de Dios y eso, sabiendo sus comportamientos hipócritas, iba contra su forma de Ser. Nosotros, de vez en cuando, actuamos como aquellos que te perseguían.


Eleuterio Fernández Guzmán


11 de diciembre de 2011

Juan anuncia a Quien viene



Domingo III (B) de Adviento

Jn 1,6-8.19-28


“Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por Él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’. Él confesó, y no negó; confesó: ‘Yo no soy el Cristo’. Y le preguntaron: ‘¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?’. Él dijo: ‘No lo soy’. ‘¿Eres tú el profeta?’. Respondió: ‘No’. Entonces le dijeron: ‘¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?’. Dijo Él: ‘Yo soy voz del que clama en el desierto: ‘Rectificad el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías’.

Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo, ni Elías, ni el profeta?’. Juan les respondió: ‘Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia’. Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.


COMENTARIO

El hijo de Isabel y Zacarías fue elegido por Dios para cumplir una misión muy importante como era la de anunciar la llegada del Mesías, del Cordero de Dios que iba a quitar el pecado del mundo a quien todos estaban esperando.

Cuando los fariseos envían a que pregunten a la persona que está bautizando en el río Jordán lo hacer para ver si era el Mesías enviado por Dios y, seguramente, para ver si lo podía engañar con alguna pregunta hecha con mala intención.

Juan sabe que es no es el Mesías pero también sabe que quien viene detrás de él es tan importante para la humanidad que no se merece, ni siquiera, desatar la correa de la sandalia. Se siente humilde y nada ante el Cristo.


JESÚS, tu primo Juan tenía que anunciarte y así lo hizo. Fue consecuente con sus creencias y las mismas le llevaron a la muerte al querer que prevaleciera la verdad sobre el engaño.



Eleuterio Fernández Guzmán