30 de junio de 2012

Juramento antimodernista




Pío X 






















Juramento Antimodernista (Pío X)
  
Yo, Eleuterio Fernández Guzmán, abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.

En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.

En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.

En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.

En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.

En quinto lugar: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad moralmente informada, sino que un verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente, asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Señor. Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.

Rechazo asimismo el error de aquellos que dicen que la fe sostenida por la Iglesia contradice a la historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que ahora se entienden, son irreconciliables con una visión más realista de los orígenes de la religión cristiana.


Condeno y rechazo la opinión de aquellos que dicen que un cristiano bien educado asume una doble personalidad, la de un creyente y al mismo tiempo la de un historiador, como si fuera permisible para una historiador sostener cosas que contradigan la fe del creyente, o establecer premisas las cuales, provisto que no haya una negación directa de los dogmas, llevarían a la conclusión de que los dogmas son o bien falsos, o bien dudosos.

Repruebo también el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, apartándose de la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe, y las normas de la Sede Apostólica, abraza los errores de los racionalistas y licenciosamiente y sin prudencia abrazan la crítica textual como la única y suprema norma.

Rechazo también la opinión de aquellos que sostienen que un profesor enseñando o escribiendo acerca de una materia histórico-teológica debiera primero poner a un costado cualquier opinión preconcebida acerca del origen sobrenatural de la tradición católica o acerca de la promesa divina de preservar por siempre toda la verdad revelada; y de que deberían interpretar los escritos de cada uno de los Padres solamente por medio de principios científicos, excluyendo toda autoridad sagrada, y con la misma libertad de juicio que es común en la investigación de todos los documentos históricos ordinarios.

Declaro estar completamente opuesto al error de los modernistas que sostienen que no hay nada divino en la sagrada tradición; o, lo que es mucho peor, decir que la hay, pero en un sentido panteísta, con el resultado de que no quedaría nada más que este simple hecho—uno a ser puesto a la par con los hechos ordinarios de la historia, a saber, el hecho de que un grupo de hombres por su propia labor, capacidad y talento han continuado durante las edades subsecuentes una escuela comenzada por Cristo y sus apóstoles.

Santos Evangelios
Prometo que he de sostener todos estos artículos fiel, entera y sinceramente, y que he de guardarlos inviolados, sin desviarme de ellos en la enseñanza o en ninguna otra manera de escrito o de palabra. Esto prometo, esto juro, así me ayude Dios, y estos santos Evangelios.







Eleuterio Fernández Guzmán

Jesús carga con lo que nos sobra







Sábado XII del tiempo ordinario

Mt 8, 5-17

“En aquel tiempo, al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: ‘Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos’. Dícele Jesús: ‘Yo iré a curarle’. Replicó el centurión: ‘Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace’. Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: ‘Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Y dijo Jesús al centurión: ‘Anda; que te suceda como has creído’. Y en aquella hora sanó el criado.

Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre la dejó; y se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; Él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: ‘Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades’.


COMENTARIO

Muchos se dirigían a Jesús porque sabían que tenía, en su Palabra, la curación de muchas de las enfermedades que les aquejaban. Buscaban en el Maestro aquello que otros no podían darles.

El centurión es un buen ejemplo de fe aún sin conocer bien a Cristo. Confía en él y eso es más que suficiente para el Hijo de Dios que ve  como hay personas que sin pertenecer al pueblo elegido por el Creador manifiestan creencia mientras que otros, que lo son, miraban para otro lado cuando hablaba Jesús.

Jesús cura a quien, en verdad, necesita curación y a quien muestra fe y creencia en Dios Todopoderoso. Por eso hace lo propio con la suegra de Pedro que, enferma, curó y se puso a servirles. Jesús se anticipó a la querencia de aquella mujer que tenía un corazón de servicio a los demás.



JESÚS, como dijo el naví Isaías tomaste aquello que era malo en nosotros y lo cargaste en tu corazón. Es lástima que en muchas ocasiones no lo tengamos en cuenta para nuestra, muchas veces, mundana existencia.




Eleuterio Fernández Guzmán


29 de junio de 2012

Hay quien cree que puede disponer de la vida

 






Hay noticias que le llenan a uno el corazón de zozobra y tristeza porque son manifestación de un querer pero, en el fondo no poder y de expresión de una voluntad de ser todopoderoso pero con minúscula, diosecillos mundanos que pretenden ser Quien no nunca podrán ser.  

Hace poco ha saltado a la palestra de la realidad el hecho de que en Canadá a una instancia jurisdiccional le ha dado por demostrar que puede hacer lo que no se puede hacer: disponer de la vida ajena aunque la tal disposición pueda quedar disimulada por la expresión de la ley o norma humana.

Al parecer, una juez del Tribunal Supremo de la provincia canadiense de la Columbia Británica le ha parecido justo declarar que es inconstitucional una ley que prohibía el suicidio asistido y que es lo que denominamos, por lo común, eutanasia. Esto lo que, en principio, quiere decir es que a partir del momento en el que la nueva legislación entre en vigor, los enfermos físicamente discapacitados podrán ser enviados al otro mundo con el beneplácito de legisladores y jueces.

No extraña, ante esto, que los obispos de Canadá hayan puesto, nunca mejor dicho, el grito en el cielo porque permitir tal aberración sólo es propio de quien desprecia mucho al género humano. Por eso, con toda razón, el arzobispo Smith ha afirmado que “la posición de la Iglesia católica es clara sobre esta cuestión: la vida humana es un don de Dios. Por esta razón, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, en su nº 2.280, ‘nosotros somos los administradores y no los propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No podemos disponer de ella’” porque una cosa es que Dios nos entregara nuestra vida para ser vivida y otra, muy distinta, creer que es, al fin y al cabo, nuestra para hacer con ella lo que más nos convenga y, mucho menos, con la del prójimo.

Esto, lo sucedido en Canadá afecta no sólo a la población de aquella nación americana sino, por referirse a seres humanos nos vemos todos afectados por una razón tan simple como que todos somos hijos de Dios y, por eso mismo, lo que pasa a uno de nosotros nos pasa, en el fondo, a todos.

Pero hay personas que, en verdad, creen que pueden hacer lo que no pueden ni deben hacer y que es disponer de la vida del prójimo. Tal forma de actuar no es válida ni permisible ni debería serlo porque jamás el fin justifica los medios y, menos aún, cuando se trata de personas muy enfermas y, seguramente, indefensas ante lo que se pueda hacer con ellas. En tal caso, debería prevalecer siempre la misericordia y el entendimiento de la situación por la que estén pasando.

Tampoco debería extrañar que, por ejemplo, el arzobispo castrense de España, don Juan del Río diga que “Por eso, no es razonable, ni humano, que en estos tiempos en que las ciencias médicas han logrado una mayor capacidad de velar por la salud y la vida se atente contra los no nacidos y contra aquellos que están al final de sus días”. Y se refiere, por supuesto, a los avances que, en medicina, existen hoy día y que podrían, seguramente, hacer llevar una vida más llevadera a quien se pretende matar haciendo uso de una falsa bondad o un evitar más dolor a quien lo padece. Sólo Dios puede tomar tal decisión y no el ser humano, criatura, al fin y al cabo, creada por el Todopoderoso.

Y, para que se vea y se sea consciente de que la defensa de la vida importa allende nuestras fronteras, el Obispo de San Luis (Argentina),  monseñor Pedro Daniel Martínez, ha dado a la luz pública una Carta Pastoral sobre la Vida en la que dice cosas muy interesantes pero que muchas veces se olvidan por intereses bien mundanos, bien egoístas.

Así, por ejemplo, dice algo que es obvio pero que no deberíamos olvidar nunca y que es que “La vida tiene un valor sagrado, incluso cuando se viva en circunstancias difíciles. Importante y fundamental también porque se refiere al primero de los derechos de cada ser humano: a la vida”, que es una buena forma de partir hacia una solución adecuada de determinadas situaciones que pudieran parecer irresolubles si no interviene la eutanasia.

Pero dice más. Por ejemplo, que “Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo -nos enseña el beato Juan Pablo II- podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia” (Evangelium vitae, n.62).” porque, en efecto, no debería haber circunstancia que sirviera de excusa para según qué comportamientos, digamos, “científicos”.

En realidad, nadie puede disponer de la vida ajena a no ser que tenga ciertos delirios de la grandeza que, actuando así, nunca podrá alcanzar ni tener. A lo sumo se hará acreedor de una calificación tal horrible como la de colaborador en la muerte de un ser humano. Y eso, ni a los hombres pero, por supuesto, ni  a Dios, gusta.


Eleuterio Fernández Guzmán 


Publicado en Análisis Digital


Un tiempo de esperanza que, además, lo es

 



Benedicto XVI, en su Carta Encíclica Spe salvi (Ss desde ahora), nos ofrece ciertos instrumentos y nos da pistas sobre cómo ha de ser nuestra existencia como hijos de Dios y, sobre todo, cómo ha de ser nuestra esperanza o confianza absoluta en la Providencia de Dios.

En primer lugar “Se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Ss 1)

Y la meta a la que todo cristiano quiere, y debe, llegar, es la salvación eterna pues nada justifica, mejor, una actuación y un proceder.

Algo se requiere, de todas formas, para tocar, con los dedos del alma, tal estado de perfección espiritual: “llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza” (Ss 2)

Por lo tanto, en este tiempo en el caminamos hacia el definitivo Reino de Dios tenemos que poner nuestra confianza, ese fiarse sin el cual nada del resto es posible, en Aquel que vino a salvarnos, a ofrecernos la posibilidad de aceptar la salvación o, por el contrario, rechazar la vida eterna. Es Jesús el que “habiendo muerto Él mismo en la cruz”, había traído “algo totalmente diverso: el encuentro con el Dios vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de esclavitud, y por ello transformar desde dentro la vida y el mundo” (Ss 4)

Y, sobre todo, necesitamos eso que supo, muy bien, definir Jesús cuando contestó a Tomás, el llamado incrédulo, “Feliz el que crea sin haber visto” (Jn 20, 29): Fe.

Pero tener fe no es, sólo, la forma de creer en Dios (con ser eso importante por sí solo) al que no se ve; tener fe “nos da algo”, dice el Santo padre, en Ss 7. Y ese algo es  “Algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una ‘prueba’ de lo que aún no se ve” (Ss 7) Además, ese creer sin ver tiene, por si fuera ya poco su efectividad espiritual, “un nuevo fundamento sobre el que el hombre puede apoyarse, de tal manera que precisamente el fundamento habitual, la confianza en la renta material, queda relativizado” (Ss 8)

Es, por tanto, la esperanza, en cuanto virtud cristiana, el exponente directo del Amor de Dios encarnado en Jesucristo porque a través del Hijo podemos hacer la voluntad del Padre y eso puede salvarnos porque, aunque es cierto que es Dios Quien salva no es menos cierto aquello que dijera san Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Por lo tanto, es requerida nuestra eficaz intervención y nuestro gozo en esa intervención demandada.

Y es en esa esperanza en la que debemos apoyarnos, en la que sostener nuestra vida. Esperar ser reconocidos en ella, “tener esperanzas –más grandes o más pequeñas- que día a día nos mantengan en el camino” (Ss 31)

Pero, a pesar de esa llamada de Benedicto XVI a que seamos capaces de tener esperanzas para valernos de ellas para nuestro bien, no ha de creerse que nos basta con la humana voluntad de ser, o al menos parecer tener, esperanza. No. Nos es necesario lo que el Santo Padre llama “gran esperanza” (Ss 31) No hay que, siquiera, dudar, de Quién es esa esperanza que es grande: “Dios que abraza el universo y que nos puede preparar y dar lo que nosotros, por sí solos, no podemos alcanzar”  (Ss 31) Y es que el Reino de Dios (a veces situado, por nosotros, en un más allá demasiado lejano) no es algo que sirva de consuelo a los afligidos y que, sin embargo, no exista; muy al contrario, “está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza” (Ss 31)

Por lo tanto, se requiere dos cosas: amar a Dios y permitir que su amor nos alcance.

A pesar de lo que puedan parecer estas peticiones no son muy fáciles de responder positivamente hoy día: subjetivismo rampante y nihilismo difundido desde las instancias más altas de la sociedad no favorecen, en exceso, la apreciación de Dios y de su Reino amándole a Él. Es, al contrario, tarea dificultosa y, según los parámetros con los que se vive hoy día, inútil y que no lleva a ninguna parte. Tal es la ceguera voluntaria que puede producirse (y se produce) 

Y es que todo lo dicho hasta ahora, y lo que cada cual pueda pensar, sobre su actitud, depende exclusivamente de una voluntad fuerte y que proclama lo verdadero (y única esperanza) que vale la pena tener y seguir: Dios.

Porque, además, este tiempo de esperanza lo es verdaderamente, sin los tapujos y las trampas del hombre, porque lo es de Dios y porque en ella somos, en ella nos formamos y en ella existimos.

Eleuterio Fernández Guzmán 

Publicado en Soto de la Marina 

Reconocer a Cristo






Mt 16,13-19

“En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?’. Ellos dijeron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas’. Díceles Él: ‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo?’. Simón Pedro contestó: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos’”.


COMENTARIO

Jesús tenía interés por saber lo que se pensaba de Él. Seguramente quería darse cuenta de si su seguimiento lo era por personas que creían en verdad en aquel hijo del carpintero José o lo hacían porque hacía grandes milagros.

Había cierto despiste en sus contemporáneos. Creían que era una u otra persona pero no acertaban a decir quién, en realidad, era. Pero Simón, uno de sus seguidores más cercanos, sí supo definirlo a la perfección: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Aquella respuesta hizo mucho por quien luego Jesús llamaría Pedro. Fue el único que supo discernir, entre lo que se decía y lo que él mismo veía y apreciaba, la verdad de que su Maestro era Quien en verdad era por mucho que muchos dudasen de tan y evidente verdad.

JESÚS, Pedro supo conocerte y por eso mismo supo nombrarte con tu verdadero nombre divino: Hijo de Dios y el Cristo. Supo, también, aunque luego tanto fallara, reconocerte como Maestro enviado por Dios. Nosotros, sin embargo, las más de las veces, te tenemos como un gran hombre pero… poco más.




Eleuterio Fernández Guzmán


28 de junio de 2012

Hacer lo que nos conviene






Jueves XII del tiempo ordinario

Mt 7, 21-29

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’. Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’.

‘Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, la gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.”


COMENTARIO

Es evidente que todo creyente quier entrar en el Reino de los Cielos. Sin embargo, no todo creyente va a entrar porque está establecido, digamos, el camino para entrar en el mismo. Así lo da a entender Jesús.

Jesús marca el camino para entrar en la vida eterna. No es fácil porque no es fácil cumplir la voluntad de Dios. Y no lo e no porque sea imposible sino porque las más de las veces tenemos la tendencia a hacer lo que queremos y no lo que, en realidad, nos conviene que sea.

Edificar sobre arena o, sobre lo que es lo mismo, sobre bases flojas o sin sustancia espiritual, no puede tener buen resultado. Al contrario, hacerlo sobre la roca que es Cristo es mantener una posición de fe fuerte y verdadera. Es, al fin y cabo, ser hijos de Dios y demostrar que se es.



JESÚS, enseñas con la Verdad y con la Verdad vamos al definitivo Reino de Dios. Sin embargo y al parecer o no entendemos lo que dices o, que será lo más probable, no queremos entender nada porque no nos conviene.




Eleuterio Fernández Guzmán


27 de junio de 2012

Dar frutos buenos





Miércoles XII del tiempo ordinario


Mt 7,15-20

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis’”.

COMENTARIO

No se puede negar que, en muchas ocasiones, el ser humano hace con su fe lo que le viene bien y lo que le conviene. Por eso Jesús advierte acerca de aquellos creyentes que, a lo mejor, no lo son tanto y contra los que hay que estar prevenidos.

¿Dónde conocemos cuál es la verdadera fe de un creyente? Jesús lo dice de forma perfecta: en aquello  que hacen se puede ver lo que, en el fondo, tienen en su corazón.

Dice Jesús que de lo malo no puede sacarse nada bueno y de lo bueno es difícil que salga fruto malo. Y, sobre esto, avisa de una forma contundente al respecto de que quien no dé fruto bueno será echado al fuego eterno. Y eso nos debería servir, en efecto, de aviso.





JESÚS, sabes que quien tiene un corazón blando y no de piedra, misericordioso y no egoísta es difícil que pueda producir un fruto malo o negro. No es, sin embargo, imposible que así sea pero con un tal corazón la vida eterna no nos estará vedada.




Eleuterio Fernández Guzmán


26 de junio de 2012

Perder la fe en tiempos paganos








Las siguientes preguntas nos las deberíamos hacer de vez en cuando o, por ejemplo, ahora mismo:

¿Es posible que estemos volviendo a tiempos de paganismo?

¿Es posible que estemos perdiendo nuestra identidad cristiana?

¿Es posible que nuestra fe la estemos dejando aparcada?

Apuntan las mismas, con toda claridad, a una situación por la que, a lo mejor, está pasando nuestra fe y, así, lo que hacemos con ella.

Sabemos que los paganos o, mejor, la actitud que tienen las personas que así se pueden llamar, tiene, por vida, servir a los ídolos y tener por dioses, varios, a los diversos baales que hoy día existen por doquier y que enturbian nuestra relación con Dios y, también, con nuestro prójimo.

No es algo que corresponda, aunque también, a los antiguos griegos y romanos sino que hoy mismo existen muchas personas, también, cristianas y católicas que se abonan al comportamiento pagano y, por tanto, abandonan su fe.

¿Cómo es esto posible?

Pragmáticamente cualquiera puede apreciar que son muchos los ídolos, dioses pequeños, que en determinadas ocasiones dominan nuestras vidas. Bien sea el dinero, el ansia de tener, el poder que se quiere, los bienes de cuya presencia no podemos desprendernos en la medida que corresponde, etc., cualquiera de tales instrumentos del Mal puede hacernos abandonar nuestra fe y dejar nuestra vida en manos de los más diversos diosecillos.

Así, en efecto, es más que evidente que los tiempos paganos no se han extraviado de la civilización humana sino que, por los medios que actualmente cuenta el Maligno para difundirlos, están alcanzando un esplendor que, a lo mejor, no vuelven a perder.

Por otra parte, a manos de los tales dioses menores, ínfimos, es más probable que la identidad cristiana o, mejor, aquello que identifica una fe y una forma de comportarse, puede estar perdiéndose a favor de todo lo que no está junto a Dios, de todo lo que se aleja de un comportamiento religioso y, en definitiva, de todo lo que no es Dios sino humanidad mundana y herrumbre.

Consecuencia de todo lo que hasta aquí apuntado es que corremos el peligro de dejar nuestra fe a un lado del camino que hacemos. Nos pueden llegar a convencer aquellos que promulgan un mundo sin Dios porque una existencia así excluye de muchas responsabilidades: la de amar, la de perdonar, la de mostrar misericordia, la de entregarse a los demás sin tener interés alguno en ello, etc.

Así, nuestra fe se opone, por así decirlo y para un pensamiento pagano y egoísta, al querer del mundo que no es, precisamente, el de Dios porque el Creador no puede querer que no se ame o que no se perdone a quien te ofende o, en general, no hacer una voluntad santa como la Suya.

Pero no podemos, como cristianos, dejar que presida nuestra vida un pesimismo que se alejaría mucho de la alegría y el gozo que han de manifestar aquellos que se saben hijos de Dios.

Entonces, ¿Qué hacer?

Algo tan sencillo como lo siguiente:

Tener al Santo Rosario como arma espiritual.

Misa y comunión frecuentes. 

Confesión al menos mensual. 

Consagración diaria a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. 

Penitencia y ascetismo.

Oración en grupo.

Fomentar la Oración ante el Santísimo Sacramento del Altar. 

Fomentar la Comunión Reparadora.

No se puede decir, por lo tanto, que no tengamos instrumentos espirituales para hacer frente al paganismo que nos envuelve y trata de apartarnos de Dios. 

Invoquemos, también, la intercesión de María, Madre de Dios y Madre nuestra para que haga, por su parte, lo que una buena Madre hace por sus hijos porque perder la fe en tiempos paganos no debe estar al alcance de nuestros corazones. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

La puerta por la que se entra en el Reino de Dios

Mt 7,6.12-14




“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran’”.



COMENTARIO



Hay una ley universal que el cristiano debe respetar siempre que es aquella que dice que lo que no quieres que te hagan a ti no puedes hacérselo tú a los demás. Eso enseñó Jesús a lo largo de su etapa de predicación a todo el que quisiera escucharlo.



No es fácil ser discípulo de Cristo y eso también quiso que se supiese por parte de aquellos que lo seguían. Es difícil porque cumplir con la voluntad de Dios no está, siempre, al alcance de todos.



Perderse para la vida eterna es más sencillo que seguir a Cristo. Basta con no cumplir con los Mandamientos de la Ley de Dios o no respetar el sentido de las Bienaventuranzas. Así se va por el camino de la perdición que es el que muchos deciden seguir.







JESÚS, sabías que era fácil que tus hermanos los hombres se perdieran para la vida eterna. Por eso predicabas en el sentido de saber qué se es y, sobre todo, de llevarlo a cabo. Sin embargo, ni entonces todos te escucharon ni ahora, muchas veces, lo hacemos



Eleuterio Fernández Guzmán







25 de junio de 2012

No juzgar


Lunes XII del tiempo ordinario

Mt 7,1-5

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano’”.

COMENTARIO

Es muy común juzgar al prójimo. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que es la forma de actuar más ordinaria del ser humano cristiano, aquí católico. Sin embargo, no está bien a los ojos de Dios.

Dice Jesús que de juzgar seremos juzgados o, como es entendible, que lo seremos por los demás recibiendo, así, de nuestra propia medicina. Pero también se refiere a Dios quien, a su tiempo, nos “medirá” con la misma medida que nosotros medimos a los demás.

Es posible que miremos para otro lado cuando se trata de descubrir nuestros propios defectos. Sin embargo, tenemos que actuar, justamente, al contrario: eliminar lo que nos sobre cual rama podrida y velar para que el juicio de Dios sea benevolente con nosotros.


JESÚS,  sabes que Dios nos juzgará por lo hecho en el amor y por lo no hecho en el amor.  Sin embargo, nosotros actuamos como si el Creador nada quisiera saber de nosotros.



Eleuterio Fernández Guzmán

24 de junio de 2012

Tener confianza en Dios




 
Lc 1,57-66.80

“Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: ‘No; se ha de llamar Juan’. Le decían: ‘No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre’. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: ‘Pues ¿qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.”


COMENTARIO

Nadie, salvo Dios, podía hacer lo que hizo el Creador con el matrimonio compuesto por Zacarías e Isabel. Ella era considerada estéril porque, hasta una edad muy avanzada, no había podido concebir un hijo.  Pero para Dios nada hay imposible.

Zacarías había manifestado cierta duda ante lo que, tiempo atrás, le dijera el Ángel Gabriel. Pero como había dicho el que lo era del Señor, cuando llegó el momento oportuno y transcurrido el tiempo necesario del embarazo nace aquel a quien habían de poner por nombre Juan.

Era tan prodigioso el hecho mismo de que naciera un niño de aquel matrimonio que desde el momento de la concepción todos sabían que aquella criatura que iba a hacer sería alguien muy importante. Juan crecía en sabiduría y así vivió hasta que comenzó a predicar en el río Jordán donde acabaría bautizando a su primo Jesús, el Cordero de Dios.


JESÚS,  el nacimiento  de tu primo Juan a quien saludaste cuando aún estabais en el seno de vuestras madres, era algo que estaba fuera de toda posibilidad para el ser humano. Sin embargo, como sabemos que Dios todo lo puede, no era de extrañar que todo lo que pasara, pasó.



Eleuterio Fernández Guzmán