18 de febrero de 2012

Escuchar a Cristo



Sábado VI del tiempo ordinario

Mc 9, 2-13

"En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.

Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: ‘Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías’; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’. Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.

Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de ‘resucitar de entre los muertos’.

Y le preguntaban: ‘¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?’. Él les contestó: ‘Elías vendrá primero y restablecerá todo; mas, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que sufrirá mucho y que será despreciado? Pues bien, yo os digo: Elías ha venido ya y han hecho con él cuanto han querido, según estaba escrito de él’.

COMENTARIO

Pedro, Santiago y Juan eran discípulos muy tenidos en cuenta por Jesús porque, por ejemplo, también se los lleva en el momento previo a su Pasión cuando va a orar a Gethsemaní. Quiere que estén presentes en el momento de la transfiguración.

Dios, al igual que hizo en el momento del bautismo de Jesús, les dice a los que le oyen que tienen que escuchar a su Hijo. En tal momento Dios ofrece a los tres discípulos allí presentes la posibilidad de seguir de una forma profunda a quien estaba hablando con Moisés y Elías.

Los discípulos, sin embargo, con comprendieron aquello de la “resurrección”. Tendría que pasar algún tiempo para que comprendiesen lo que les acababa de decir su Maestro. Sin embargo, en ellos debió quedar, en su corazón, la certeza de que estaban ante el Hijo de Dios.


JESÚS, los que acudieron contigo a monte para que, ante ellos, te transfiguraras, no comprendieron bien lo que estaba pasando. Sin embargo, asentaron en su corazón la seguridad de que tenían que escucharte más y mejor. Eso mismo deberíamos hacer o seguir haciendo nosotros.



Eleuterio Fernández Guzmán

17 de febrero de 2012

La familia de los hijos de Dios







“No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros”. 

Con estas palabras, S. Josemaría, en su “Es Cristo que pasa” (106) escribía acerca de lo que es, en realidad, una gran verdad: Dios es Creador de la raza humana y, por tanto, la misma se ha de manifestar como lo que es y que no es otra cosa que una sola raza y, en consecuencia, una sola lengua que no es la física sino, más bien, la espiritual.

¿Qué es y qué significa constituir una sola familia humana?

Qué es

Muy al contrario de lo que los poderes del mundo pretenden, los seres humanos, creación predilecta de Dios a quien el Creador dejó la creación para ser administrada, no está dividida en cuanto filiación divina en diversos grupos.

Por tanto que el ser humano constituye una sola familia, la familia de los hijos de Dios, viene a querer decir que no caben separaciones artificiales y puramente humanas que, a largo de los siglos se han producido por aplicación de los diversos poderes mundanos.

Ser, así, hijos de Dios, es formar parte de la única gran familia que, en el mundo, hay, existe y peregrina hacia el definitivo reino de Dios.

Qué significa

Sin embargo, una vez que se reconoce la realidad arriba expresada y que no es otra cosa que saberse miembro de la gran familia de los hijos de Dios, ha de tener significado para nosotros porque, de otra forma sería como reconocer una verdad a la que no prestamos atención.

Por ejemplo, deberíamos seguir, en nuestra conducta, un comportamiento en el que, por ejemplo:

-No negásemos a nadie nuestro perdón porque todos somos hijos del mismo Padre.

-Supiésemos comprender a los demás porque pueden tener, es más que seguro, pensamientos muy contrarios a los nuestros pero siguen siendo hermanos nuestros.

-Fuésemos capaces de reconocer nuestros errores mostrando, así, una humildad muy querida por Dios, Padre Creador de la humanidad.

-Amásemos al prójimo como Cristo dijo que los amásemos: como a nosotros mismos pues, no obstante, también fueron creados por Dios. Y eso, claro, sin esperar nada a cambio.

-Sintiésemos formar parte de la familia de los hijos de Dios porque será la única forma de cumplir con nuestras obligaciones como miembros de la misma.

-Hiciésemos efectiva la comunión que supone ser y saberse hijos de Dios.

Por tanto, formar parte de la familia de los hijos de Dios tiene que ser, para nosotros, causa de gozo por saber, de tal manera, que nos creó el Padre con la buena y benéfica intención de que se transmitiese la existencia de Su reino, de Su Ley y de Su Palabra.

De todas formas, no deberíamos olvidar nunca al apóstol Juan cuando dejó escrito, en 1Jn 3, 1, “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”. 

Y es que, en verdad, lo somos.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Negarse a sí mismo








Viernes VI del tiempo ordinario



Mc 8, 34-9,1



“En aquel tiempo, Jesús llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles". Les decía también: ‘Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios’.



COMENTARIO



Les podría parecer fácil a los que querían seguir a Jesús pensar que llevarían una vida sencilla y atractiva. Al lado de un gran Maestro, la fama, a lo mejor, les esperaba. Sin embargo, aquel hombre y aquel Dios hecho hombre sabía lo que les esperaba.



Para empezar, hay que perder la vida que se llevaba para seguir a Jesús. Dejar atrás lo que era viejo para llenar su corazón con lo nuevo, vino nuevo, era esencial para quien quisiera seguir a Jesús porque creía, el Mesías, que aquella generación no lo recibía como debía recibirlo.



Dice Jesús algo que es muy importante: no se le debe negar porque, de ser así, Él mismo negará a quien eso haga ante Dios y, entonces, nada bueno le espera a quien haya actuado de tal forma. Negar a Cristo es negar, exactamente, a Dios.



JESÚS, no decías, ni dices, nada extraño a lo que predicas. Quien quiera seguirte lo ha de dejar todo y quien te niegue, Tú lo negarás. Y eso es algo, ambas realidades espirituales, que nos deberíamos plantear muchas veces para no caer en ellas.








Eleuterio Fernández Guzmán






16 de febrero de 2012

En el dolor gozoso







 Para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida. Lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia.   
Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, par su vida, lo que parecía imposible.
Dice San Josemaría en el número 208 de “Camino” “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es, sólo, fuente de perjuicio físico sino que del mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios.
Pero en “Surco” dice el Fundador del Opus Dei algo que es muy importante: “Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”
Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón.
En el sentido aquí expuesto abunda Benedicto XVI cuando, en el momento del rezo del Ángelus del pasado 5 de febrero dijo que “Sigue siendo cierto que la enfermedad es una condición típicamente humana, en la cual experimentamos realmente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los otros y ¡prestar atención a los otros! Sin embargo, esta será siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil.”
Sin embargo, en determinados momentos y enfermedades, el hecho mismo de salir bien parado de la misma no es cosa fácil y se nos pone a prueba para algo más que para soportar lo que nos está pasando.
Entonces, “Cuando la curación no llega y el sufrimiento se alarga, podemos permanecer como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del mal? Por supuesto que con la cura apropiada –la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y estamos agradecidos–, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a la gente que sana: Tu fe te ha salvado (cf. Mc 5,34.36). Incluso de frente a la muerte, la fe puede hacer posible lo que es humanamente imposible. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera, que derrota radicalmente al mal. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que viene del Padre, así nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la enfermedad, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios.”
Fe en Dios. Recomienda el Santo Padre que no olvidemos lo único que nos puede sustentar en los momentos difíciles de nuestra vida y, siendo la enfermedad uno de los más destacados, no podemos dejar de lado lo que nos une con nuestro Creador.
En realidad, lo que nos viene muy bien a la hora de poder soportar con gozo el dolor es el hecho de que nos sirva para comprender que somos muy limitados y que, en cuanto a la naturaleza, con poco nos venimos abajo físicamente. Nuestra perfección corporal (creación de la inteligencia superior de Dios) tiene, también, sus límites que no debemos olvidar.
Pero también el dolor puede servirnos para humanizarnos y alcanzar un grado de solidaridad social que antes no teníamos. Así, ver la situación en la que nos encontramos puede resultar crucial para, por ejemplo, pedir el oración por el resto de personas enfermas que el mundo padecen diversos males físicos o espirituales.
Es bien cierto que la humanidad sufre y que, cada uno de nosotros, en determinados momentos, vamos a pasar por enfermedades o simples dolores que es posible disminuyan nuestra capacidad material. Sin embargo, no deberíamos dejar de pasar la oportunidad que se nos brinda para, en primer lugar, revisar nuestra vida por si acaso actuamos llevados por nuestro egoísmo y, en segundo lugar, tener en cuenta a los que también sufren.
Y si, acaso, no comprendemos lo aquí se quiere decir, bastará con conocer al Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo como para darse cuenta de lo que en verdad hacemos negando, si así lo hacemos, el bien que podemos hacernos al gozar del dolor o hacer, del mismo, algo gozoso.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

Cristo es el que es






Jueves VI del tiempo ordinario





Mc 8, 27-33





“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hombres que soy yo?’. Ellos le dijeron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas’. Y Él les preguntaba: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. Pedro le contesta: ‘Tú eres el Cristo’.





Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres’.







COMENTARIO





Jesús quería conocer qué pensaban las personas sobre la suya. Quería, por eso mismo, saber si habían entendido que era quien era y si podían asimilar que había llegado el Mesías pero no el guerrero que muchos creían sino el que traía la paz.





Dudaban las personas acerca de Jesús. No sabían quién era en cuanto persona. Sin embargo Pedro no duda y, llevado por el Espíritu, dice, con exactitud, quién es Jesús: el Cristo, el Enviado de Dios. Pero no aceptaba la verdad ni lo que tenía que suceder y que estaba escrito que sucediera.





Jesús reprende a Pedro. Sabe que ha sido llevado por Satanás para decir lo que dice. Quiere reprender a Jesús por haber dicho lo que iba a suceder en un tiempo. No acepta la verdad porque no le conviene. Tiene pensamientos que no son de Dios sino, tales, del Maligno.









JESÚS, ni siquiera tus discípulos más cercanos acababan de comprender que eras el Hijo de Dios y que habías venido para hacer cumplir la Ley de Dios. No podían aceptar el destino al que te debías someter y, como nosotros, lo negaban como fuera.











Eleuterio Fernández Guzmán







15 de febrero de 2012

Ciegos que ven


Miércoles VI del tiempo ordinario






Mc 8, 22-26




“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: ‘¿Ves algo?’. Él, alzando la vista, dijo: ‘Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan’. Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: ‘Ni siquiera entres en el pueblo’.




COMENTARIO




Jesús sana y Jesús repara el daño que una persona pueda tener o sufrir. En el caso del ciego no sólo su situación era negativa para él en cuanto dolor físico sino que era apartado de la sociedad porque se creía que si estaba en tal estado era porque había pecado.




Jesús sabe que las enfermedades no tienen que ver con el pecado porque de ser así Dios no sería Misericordioso ni tendría entrañas de misericordia. No castiga en el sentido así entendido sino que quiere que nos arrepintamos de lo hecho. En todo caso sabía que las enfermedades tenían causas físicas.




Aquel ciego queda curado. Jesús dirige hacia él su omnipotencia por dos veces demostrando que con el poder de Dios todo lo que pudiera parecer imposible es posible porque para el Creador nada, nada, es de tal naturaleza que no pueda ser corregido.








JESÚS, aquel ciego necesitaba mucho tu ayuda. Le curas de su grave enfermedad y le dices que no entre en el pueblo porque estaba apartado de la sociedad. Quieres que su corazón sepan quién le ha curado y eso debe ser suficiente.










Eleuterio Fernández Guzmán
























14 de febrero de 2012

Para la Cuaresma


Eleuterio Fernández Guzmán







Cuando llega este tiempo fuerte para la espiritualidad católica nos vienen a la memoria del alma los puntos sobre los que ha de recaer nuestra atención y que son un, a modo, de recordatorio de nuestra fe y de lo que ha de suponer, en el fondo del corazón, para nosotros.

Es más que conocido que aquellos son, a saber:
  • La limosna
  • La oración
  • El ayuno

Cada uno de estos elementos cuaresmales tienen sus propias características pero, sobre todo, nos hacen reflexionar sobre la consistencia de lo que llamamos catolicismo y no son, por tanto, algo baladí o que podamos tener como preteribles.

La limosna

Dar a quien lo necesita es, sobre todo, una grave obligación de todo aquel que se considera hijo de Dios. Como tal no podemos hacer otra cosa.
Sin embargo, también podemos pedir, para nosotros, una limosna que es muy especial y que nada tiene que ver con el dinero o los bienes materiales: la limosna para el alma.
Pedir, para nuestro corazón, el amor que Dios nos quiere entregar pero que, en tiempos, lo tenemos como poco importante en nuestra vida, puede socorrernos en este tiempo, muy especial de conversión o, mejor, de confesión de fe.

Pedir, para nuestro corazón, la sugestiva entrega de Quien nos ama en un tiempo en el que recordamos el sacrificio que hizo Su hijo por todos nosotros, nos puede servir de aliento en la desesperanza y de ayuda en el tiempo perdido que hemos echado a la fosa del olvido del corazón.

Pedir, en fin, para nosotros, lo que, en puridad, nos corresponde como herederos del Reino de Dios, ha de ser fundamental pero, también, necesario porque, sobre todo, Quien puede entregarlo todo quiere entregarlo todo.

La oración

No podemos olvidar que la relación que establecemos con Dios, nuestro Creador, no es cosa de poca importancia, para quien se considera hijo y ama al Padre.

La misma la fundamos en la oración que, como un sutil hilo, nos une al Dios.

Por eso, en este tiempo de especial sentimiento de amor hacia Quien se entregó por nosotros, no podemos, por menos, que traer a nuestra vida una práctica que es, espiritualmente hablando, una delicia para el alma: orar, rezar, ser, por eso, hijos verdaderos de un Padre verdadero que ama a quien a Él se dirige.

El ayuno

De muchas cosas tenemos que ayunar. No se trata, tan solo, de un sacrificio físico que no es, además, excesivo porque con toda seguridad nuestros occidentales cuerpos están más que preparados para soportar no comer, aunque sea, durante un rato cuando se hace en el sentido católico que se hace.

Por eso mismo, se trata de un símbolo de nuestra fe: dejar de…

Por ejemplo, podemos ayunar de egoísmo y ser algo más entregados a los demás.

Por ejemplo, podemos ayunar de la ausencia de Jesús de nuestra vida y acercarnos a Quien, precisamente, se entregó por nosotros.
Por ejemplo, podemos ayunar del vacío de nuestro corazón y llenarlo de la Palabra de Dios.
Por ejemplo, podemos ayunar del ruido de la vida ordinaria y traer a la nuestra un silencio fructífero que nos acerque a Dios.

Por ejemplo, podemos ayunar de oscuridad en nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios y dejarnos iluminar por la luz del Creador traída por Jesucristo.

Por ejemplo, podemos ayunar de soledad y buscar la compañía del Sagrario.

Por ejemplo, podemos ayunar de la falta de acercamiento al prójimo y ser más humanos; más, en el fondo, cristianos.

Por ejemplo…. y así podríamos, cada cual, escribir o pensar de qué, exactamente podemos ayunar y sustituir por el rico alimento espiritual, los divinos sabores que nos acercan al Padre que nos creó.

Por eso, el tiempo de Cuaresma es, precisamente, un tiempo fuerte espiritual porque nos llena de fuerza el alma.

Y Jesús, en cada pensamiento, espera nuestra visita.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en ConoZE

Mala levadura






Martes VI del tiempo ordinario





Mc 8, 14-21





“En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia: ‘Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes’. Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: ‘¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?’ Le dicen: ‘Siete’. Y continuó: ‘¿Aún no entendéis?’.







COMENTARIO





Jesús, podría pensarse, hablaba muchas veces de una forma que no era fácilmente entendible. Para aquellos que tenían su corazón cerrado a Dios y a su verdadera Ley, escuchar lo que decía el Hijo de Dios y Dios hecho hombre, podía resulta difícil de entender.





Jesús les pregunta si es que no acaban de entender lo que les decía. Y no lo entendían. Por eso mismo tenía que hacer sus apartes y explicarles lo que, a lo mejor, decía a muchas más personas. Tenían que comprender lo que les decía porque luego ellos tenían que transmitir lo que habían escuchado y visto hacer.





La levadura era para Jesús algo muy importante. En la masa convierte a la misma en un buen pan y lo mismo hace la que es espiritual. Sin embargo, si la levadura está caducada o no es buena nada bueno se puede sacar de ella. Y eso para con la de aquellos fariseos.






JESÚS, adviertes muchas veces a los que te quieren escuchar sobre lo bueno y lo malo y sobre lo que conviene y no conviene saber y hacer. Nosotros, muchas veces, hacemos casi lo mismo que aquellos fariseos.











Eleuterio Fernández Guzmán







13 de febrero de 2012

Desconfiando de Dios



Lunes VI del tiempo ordinario

Mc 8, 11-13

“En aquel tiempo, salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: ‘¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal. Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.

COMENTARIO

Las personas, en el tiempo de Jesús, necesitaban algo más que palabras. Esto lo que quiere decir es que no se sentían convencidos por lo que decía Jesús  y le pedían que hiciera algo y que con algo material les pudiera convencer.

Jesús estaba en la seguridad de que aquellos que pedían eso sabían, porque lo habían leído en las Sagradas Escrituras, cómo sería la venida del Mesías y donde vendría. Creían que habían entendido que Él era el Enviado de Dios para salvarlos. Pero parece que no lo tenían muy claro todavía.

Jesús se entristece porque se da cuenta de que no lo tenían por el que tenía que venir de parte de Dios. Cree que no necesitan ninguna señal porque Él mismo es más que una señal y que es Hijo del hombre y el Hijo de Dios. Y se fue, seguramente, muy triste de aquel a lugar para ir donde otros sí le creyeran.


JESÚS,  aquellos que te decían que hicieses una señal no te creían. Además, esperaban, en realidad, que no la hicieras para desmentir que eras el Mesías. Pero Tú sabías que no merecían tal señal porque dudaban de Ti. Nosotros, muchas veces, también dudamos de Ti.



Eleuterio Fernández Guzmán


12 de febrero de 2012

Creer en Jesús y Creer en Cristo







Quizá el título de este artículo pueda resultar un tanto curioso o producir extrañeza. Es cierto que se suele decir que se cree en Jesucristo. Sin embargo, muchas veces lo que, en realidad, se hace, es estar de acuerdo con Jesús-hombre, pero no se siente lo mismo por Jesús-Dios, como separando una realidad de otra y como si fuera posible separarlas.

Pero, ¿cómo es posible creer en Jesús y no en Cristo?

Pues, por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando se incardina su vida entre los hombres como si no tuviese más misión que la de ser hombre, alejada su realidad de la divinidad sustancial que lo sustentaba por mucho Reino de Dios que trajera porque se cree que Dios es otro.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando se pretende hacer de su humanidad el eje de un mensaje como si fuera motu propio ajeno a su verdadera naturaleza.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando, desde su postura doctrinal tendente a hacer efectiva la Ley de Dios se entiende, con eso, que no era Dios sino que venía de su parte, a dar efectividad a lo que había establecido el Creador y que no se cumplía.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, cuando de su defensa del pobre, del desvalido y del excluido social se hace bandera partidista como si el hecho de haber comido, y hablado, con ricos, no fuera para amonestar su actuación (ahí tenemos a mal llamado Epulón, el de la parábola de Lázaro) y sólo lo hubiera hecho para denunciar, de una forma quasi revolucionaria, su inservible ser social.

Por ejemplo, se cree en Jesús, en exclusiva, como hombre, cuando se oculta el misterio de su ser bajo el pretexto de la historicidad de su persona y se trata de escamotear la propia divinidad que, como Dios, tiene y hacer ver y pensar que una cosa es la humanidad de Jesús y otra la divinidad de Dios, olvidando todo lo dicho en Concilios como el de Calcedonia y el de Éfeso (sobre al confesión a uno solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo en el primero de ellos y la imposibilidad de atribuir a dos personas o dos hipóstasis en el segundo de ellos) porque, claro, ya sabemos que los hacían la jerarquía de la Iglesia…

Sin embargo, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se reconoce que su vida entre hombres lo fue como expresión de la voluntad de Dios que, encarnándose en Jesús, quiso vivir entre sus hijos, como un igual pero sin dejar de reconocer (el Mesías) Quien era.

Además, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se comprende y se acepta que su humanidad lo es en el ejercicio de una misión centrada en la constitución de la Iglesia como transmisora de aquella y como fiel heredera y difusora de sus sacramentos.

Además, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se entiende que su apoyo al pobre no es un escabel sobre el que subirse para defender posturas o opiniones políticas causantes de la separación contra la que siempre luchó Jesús y para cuya solución planteó, al Creador, aquel “para que sean uno como nosotros” que recoge San Juan en su Evangelio (17, 11) y que el Beato Juan Pablo II meditó en su Carta Encíclica Ut Unum sint, por eso apostillada con referencia al “Empeño Ecuménico”. 

Por eso, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando se es capaz de asimilar que, independientemente de su realidad humana, Jesús tenía conciencia de ser Dios y no era, como dice Jon Sobrino “un creyente como nosotros” ya que, además esto sería igualarlo a Él con nosotros (al decir eso de “como nosotros” y no nosotros como Él, en todo caso) lo cual, en sí mismo, es una clara, y simple, desviación de la Verdad siendo, además, cierto, que Jesús no tenía que creer en nadie en el sentido humano de la creencia en Dios porque Él mismo era Dios hecho hombre y no necesitaba, para nada (es Omnipotente) creer en sí mismo pues Él era Dios y porque Él era el que era.

Por eso, se cree en Jesucristo, Emmanuel, cuando, dejando de lado toda visión mundana del Hijo de Dios, se confía, se entrega, nuestra confianza, en Aquel que perdona porque es Dios; en Aquel que se entregó para que fuésemos justificados y no como también entiende en jesuita notificado y que no es otra cosa que Jesús se entregó a “manera de ejemplo eficaz y motivante para otros” ; y, al fin y al cabo, en Aquel que dijo que el Padre estaba en Él y Él en el Padre ante la inquisición de Felipe que mostraba, también, cierta duda sobre la unidad misma de Dios y Jesús.

Y eso, y no siento nada decir esto, no es, precisamente, ser dos sino, al contrario, uno solo, y, además, tres, Santísimas Personas.

En fin, que las cosas de la fe son como son y no como, a algunos, les gustaría que fuesen. Pero, por desgracia, la Fe, hoy día, es, muchas veces, así.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Confiar plenamente en Cristo




Domingo VI (B) del tiempo ordinario


Mc 1,40-45


“En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso suplicándole, y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio’. Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.


COMENTARIO

El leproso, al decir si quieres…expresa, por una parte, el hecho de que el Mesías tenía el poder de curarlo. Era, así, expresión, de conocimiento natural del Hijo de Dios. Confiado, con la esperanza netamente intacta, pues de tal gravedad era su enfermedad que no otra cosa podía hacer, se acerca, es decir, va hacia Jesús en busca de algo más que consuelo

Como reconocimiento a esa divinidad que ve en Jesús, se pone de rodillas, signo de sometimiento al Señor; pero de un someterse suplicante, demandante de ayuda, esperanzado, implorante. Y de rodillas espera la acción del que cura, salva, sana…perdona.


Y la curación que espera no es sólo física. La esperanza de este leproso, aquejado por ese mal que lo apartaba de forma radical de la sociedad, era, aunque de forma indirecta, seguramente pensaba, que el pecado que la había ocasionado tal mal (aunque realmente no fuera así) podía ser borrado por aquel que era capaz de echar demonios del cuerpo de otros.



JESÚS,  aquel leproso te necesitaba de forma verdadera. Puso tu confianza en ti porque sabía que sólo Tú podías hacerte cargo de la situación por la que pasaba.  Y dice  “si quieres” porque sabe que sí quieres.



Eleuterio Fernández Guzmán