24 de diciembre de 2011

Zacarías

Feria privilegiada de Adviento: 24 de Diciembre










Lc 1,67-79





“En aquel tiempo, Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: ‘Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.







COMENTARIO





Zacarías, padre de Juan el Bautista, también sabe que Dios cumple siempre lo que promete y, por eso mismo, está en la seguridad de que salvará a su pueblo elegido.





Zacarías se dirige a su hijo y profetiza que, en efecto, el Bautista será profeta (en su caso el último de la Antigua Alianza) y una persona que irá delante del Señor para anunciar al que tiene que venir para salvar a la humanidad de su caída.





Zacarías sabe que Juan, así llamado porque Gabriel dijo que así se llamaría, iba a anunciar a la Luz que vendría de lo alto para iluminar la vida de aquellos que andaban en las tinieblas del mundo y para liberarlos de tal prisión del espíritu.





SEÑOR, suscitaste un fiel testigo de tu gloria y tu misericordia en Juan el Bautista. Con él termina una etapa muy importante de la historia de salvación y con él Cristo viene, anunciado por aquel que supo llevar a cabo la misión que le encomendaste.











Eleuterio Fernández Guzmán









23 de diciembre de 2011

Religión y paz en el mundo







No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros”.  

Dice San Josemaría, en “Es Cristo que pasa” (106), lo que aquí se ha traído. Nos sirve, antes que nada, para apearnos del tren que nos lleva por la vida en el que pensamos que, a lo mejor, somos lo mejor y que nuestro pensamiento es, en fin, lo más aceptable.
Sobre esto, Benedicto XVI, en el Mensaje para la celebración de la XL Jornada Mundial de la Paz de 2007 dijo que “La Sagrada Escritura dice: ‘Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó’ (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: ‘Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros’. Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea."
Por otra parte, en el viaje que Benedicto XVI realizó a Croacia a principio del mes de junio pasado dijo, cuando se encontró con representantes de otras religiones (por ejemplo, ortodoxa, judía o musulmana) que, en realidad, “La religión pone al hombre en relación con Dios, Creador y Padre de todos, y, por tanto, debe ser un factor de paz”.
 Y ya, para centrar el tema, dice san Juan (20, 19) que “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar  donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘la paz con vosotros’”.
Tenemos, por lo tanto, por un lado, la consideración de la humanidad como el conjunto de hijos de Dios y, por otro, la Paz de Dios que debe difundirse entre la misma. Por nuestra parte, los católicos, tenemos fuentes de formación más que suficientes como para saber qué es la paz y en qué consiste la verdadera paz. Por ejemplo, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia dice, al respecto de la aportación de la Iglesia a la paz (n. 516) que “La promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra. La Iglesia, en efecto, es, en Cristo  ‘‘sacramento’, es decir signo e instrumento de paz en el mundo y para el mundo’. La promoción de la verdadera paz es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios nutre por cada ser humano. De la fe liberadora en el amor de Dios se desprenden una nueva visión del mundo y un nuevo modo de acercarse a los demás, tanto a una sola persona como a un pueblo entero: es una fe que cambia y renueva la vida, inspirada por la paz que Cristo ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 14,27). Movida únicamente por esta fe, la Iglesia promueve la unidad de los cristianos y una fecunda colaboración con los creyentes de otras religiones. Las diferencias religiosas no pueden y no deben constituir causa de conflicto: la búsqueda común de la paz por parte de todos los creyentes es un decisivo factor de unidad entre los pueblos.  La Iglesia exhorta a personas, pueblos, Estados y Naciones a hacerse partícipes de su preocupación por el restablecimiento y la consolidación de la paz destacando, en particular, la importante función del derecho internacional”.
Religión y paz, pues, han de ser instrumentos de desarrollo del mundo que nos ha tocado vivir. Sin embargo, por desgracia, no siempre sucede tal cosa porque hay personas que entienden que lo religioso es origen de conflictos como, por ejemplo sucede con el historiador americano Samuel P. Huntington que en su libro The Clash of Civilizations plantea la hipótesis según la cual el choque de civilizaciones puede traer como consecuencia guerras de religiones porque, al fin y al cabo, entiende que las civilizaciones que dice existen lo son por haber tenido el origen en una tradición religiosa.
Pero, a pesar de las tergiversaciones que algunos pensadores se empeñan en introducir en el debate mundial acerca de la religión y, así, de lo religioso, nos quedamos con lo dicho por el Santo Padre en el viaje citado arriba refiriéndose a la religión de la que dijo que “que constantemente evoca la dimensión vertical, la escucha de Dios como condición para la búsqueda del bien común, de la justicia y de la reconciliación en la verdad”.
Tal dimensión, que nos une con Dios como Padre y Creador no va contra la que es horizontal y que nos relaciona con nuestros semejantes, hijos también de Dios y, a lo mejor, de creencias distintas a la nuestra. Pero tal dimensión, por eso mismo de lo aquí dicho, no puede ser origen de conflictos porque, en todo caso, la paz es entendida como buena por las religiones y, aunque siempre haya exaltados que manipulen las creencias, en el fondo del corazón de quienes forman a las mismas, anida el buen espíritu pacificador que todo ser humano busca para llevar una vida de la que pueda predicarse, precisamente, la humanidad.
Paz, la Paz, no es una palabra que demuestre más de lo que la intención de la semejanza de Dios de ser, bajo su voluntad, un solo pueblo.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

Dios siempre cumple lo que promete




Lc 1,57-66




“Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: ‘No; se ha de llamar Juan’. Le decían: ‘No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre’. Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: ‘Pues, ¿qué será este niño?’. Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.






COMENTARIO




Como Dios siempre cumple lo que promete le llegó el día a Isabel de dar a luz al niño que había engendrado porque para el Creador nada hay imposible. Y Zacarías recobró la voz como le dijera Gabriel cuando se le apareció en el templo.




Zacarías, aunque un poco tarde por haber dudado de lo que le decía el Ángel, bendijo al Señor porque se había dado cuenta de la grandeza de Aquel que lo había creado. Y todos quedaron admirados de aquel prodigio de recuperar la voz cuando la tenía que recuperar.




Todos se preguntaban, con justicia, que quién sería y qué sería de aquel niño que había venido al mundo como había venido al mundo. Reconocían que una persona como aquella debía tener la mano del Señor sobre su persona como, en efecto, así fue.






JESÚS, tu primo Juan vino al mundo a anunciarte. Y lo hizo ya desde el seno de su madre cuando saltó de alegría cuando se le acercó tu Madre María al acudir a visitar a su prima Isabel. Y cumplió con su misión como nosotros mismos deberíamos hacer con la nuestra.










Eleuterio Fernández Guzmán
























22 de diciembre de 2011

Magnífico Magnificat



Lc 1,46-56


 




“En aquel tiempo, dijo María: ‘Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos’”.





María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.







COMENTARIO





María acudió a visitar a su pariente Isabel en cuanto supo que estaba embarazada. Fue para ayudarla en aquellos momentos pues, según le dijo Gabriel, estaba en cinta desde hacía seis meses y le quedaban, por lo tanto, tan sólo tres para dar a luz.





Isabel, la recibió diciéndole que no sabía la razón de que la madre de su Señor fuera a visitarla porque sabía que María estaba embarazada y esto sólo pudo ser debido a una inspiración del Espíritu Santo.





María proclama una oración que toda ella es magnífica: manifiesta su alegría por lo que le ha sucedido y lo que Dios ha hecho a lo largo de la historia del pueblo elegido Israel. Y, entonces… permaneció con Isabel. Allí, juntas, madres del profeta y de Dios.









JESÚS, tu Madre alaba a Dios por lo que hecho con ella. Agradece el bien que el Creador ha hecho por su pueblo y, en actitud de servicio, de entrega a ayudar a Isabel que, ya mayor, se ve en la tesitura de dar a luz a su primer y único hijo.











Eleuterio Fernández Guzmán







21 de diciembre de 2011

Bendita María




Lc 1,39-45





“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’.





COMENTARIO





Cuando María escuchó, de voz del Ángel Gabriel, que su prima Isabel estaba esperando un hijo, aquella a la que llamaban estéril, tuvo que sentir una gran alegría. También tuvo que sentir unas ganas tremendas de ir a su casa para ayudarla.





María e Isabel estaban unidas por muchos hilos espirituales. A las dos se les había dicho (a Isabel a través de Zacarías y a María directamente) que iban a tener un hijo que no serían personas sin importancia: Juan sería profeta y Jesús, el hijo de Dios.





Cuando Isabel vio a María tuvo que sentir una alegría más que inmensa y, por eso mismo, a través del Espíritu Santo, pudo proclamar aquel “Bendita tú entre las mujeres”. Sabía, de la forma que fuera eso, que María llevaba en su vientre al Salvador y también sabía que todo lo que se le había dicho se cumpliría.









JESÚS, tu Madre y tu tía Isabel tenían mucho en común por haber sido elegidas por Dios para cumplir una misión muy importante. Ambas mujeres judías esperaban la salvación de Israel y a través de tu Padre la conocieron y la prepararon.













Eleuterio Fernández Guzmán





20 de diciembre de 2011

El hombre vertical










Todo se nos va en la grosería del engaste

u cerca de este castillo, que son estos cuerpos


Sta. Teresa de Jesús

Las moradas del castillo interior.

Moradas Primeras, capítulo primero





A veces es difícil, como hijos de Dios, reconocer esa situación, tratar de discernir en este valle por el que pasamos; que hay Alguien que nos mira y nos quiere; que, cuando pasa junto a nosotros nos deja su huella para que le sigamos; que cuando vamos surcando, con nuestra pobre nave, por los vericuetos de la vida, su mano siempre está pronta para la ayuda, su caricia dispuesta para nuestro corazón, su misericordia rápida para el perdón de nuestras ofensas, como tantas veces rezamos.



A veces es difícil hacer algo que no sea, como dice Sta. Teresa de Jesús, cuidar de nuestro castillo, más cerca que lejos, pero, eso sí, muy alejados de ese misterio que Dios nos muestra, que, con su amor, nos entrega para que obtengamos, de él, fruto dulce, maná glorioso con el que sobrevivir al devenir nuestro.



Reconozco, para empezar, que mi objetividad está subyugada, contenida en el que Crea, animada por un espíritu que no puede negar, ni quiere hacerlo, su pertenencia a Dios. Sin embargo creo que el sentirme dentro de sus límites hace posible advertir aquellas almas que tratan de acercarse al Padre y que, por mor de muchas situaciones o circunstancias, se quedan a las mismas puertas de su Reino porque en este mundo no gozan de él, al no haber optado por su apreciación. Humanidad, obliga, a veces, en exceso.



Muchas personas creen que Dios está como dormido, que no actúa. Sin embargo, olvidan que la libertad de actuar es un don del que hacemos uso y que eso nos hace responsables del devenir del mundo que tenemos encomendado a nuestro cuidado. Yo creo que incluso para aquellos que tienen de Dios un sentido ajeno, que están separados de la creencia que sostiene, espiritualmente, a tantas personas y que entienden que es algo, esa idea, la de Dios, de la que podemos prescindir sin producir menoscabo alguno a nuestro vivir, tengo que decirles que es mucho más que algo ingenioso para contener el vacío de los que creemos y que , por eso, no pueden dejar de admitir que, quizá, estemos de acuerdo en algo: Dios ha de existir, por fuerza (¡no por la fuerza!) ya que el mismo hecho de negarlo demuestra su existencia. Sin embargo, alcanzar y sobrepasar los límites intrínsecos del gozo de Dios no es fácil y esto, creo yo, es la causa primera de que muchas personas acampen en las exterioridades de Dios, esperando que su asedio de tibieza e increencia acabe por revelar la misericordia del Padre. Pero, es que sin hacer nada… sin actitud de búsqueda, de encuentro, de entrega… qué difícil es escapar de un mediocre sentido de Dios, acaparando, para sí mismo, el omnímodo poder de su posesión.



¡Qué pena no darse cuenta de que ese no es buen final!



Sin embargo, bien claro está que tenemos una relación con nuestro Creador, como no puede ser de otra forma, un, a modo, de hilo conductor que nos vincula, verticalmente, es decir, desde nosotros hacia Él pero, también, y esto es muy importante, de Él hacia nosotros. El hecho mismo de sentirnos hijos de Dios, de paso por este mundo para salvarnos (¡gran negocio, éste!) nos debería obligar a preguntarnos cómo podemos apreciar, ver, sentir, esa unicidad que tan difícil puede llegar a ser el apreciarla porque somos únicos si permanecemos en Él y únicos si, entonces, Él permanece en nosotros.



Y tenemos, para eso, una serie de posibilidades que nos hacen más fácil esa comunicación que, aunque no sea vía telefónica sí que lo es vía corazón, porque en esto la modernidad no ha podido sustituir el ansia de saber y conocer de Dios con ese instrumento o herramienta que es la Fe y, unido a ella, la utilización de lo que la Santa Madre Iglesia nos proporciona.



Podemos acudir, por ejemplo, a la lectura de las Santas Escrituras, a sentirnos como unos personajes más de los relatos que, seguramente, tantas veces hemos escuchado pero que, sin esa pequeña posibilidad, nos pueden haber parecido textos lejanos e, incluso, un tanto difíciles de comprender para nuestra mentalidad postmoderna. En esa lectura, en esa contemplación, en esa fijación en nuestro corazón de los valores que encierra y que hacen palpable la mano de Dios y de su Espíritu Santo en la iluminación de los que las escribieron, tenemos un gran mundo por descubrir porque es el mundo de Dios y eso, muchas veces, es incomprensible para nosotros. Sin embargo, también podemos acudir a multitud de fuentes legítimas que nos proporcionarán una unión con nuestro Padre Eterno. Tenemos, en la Tradición y en el Magisterio de la Santa Madre Iglesia, perfectamente establecido en la Constitución Dogmática Dei Verbum (sobre la divina revelación), cuando dice, en su número 10 que “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia” una posibilidad real de que nuestra relación con Dios es real porque ”La Sagrada Tradición…y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia” (DV, 10).



Bien podemos ver que no estamos solos, que no nos encontramos perdidos si nos ponemos a pensar, a meditar sobre, ese “hilo invisible” que, como cordón umbilical de fidelidad, nos ha de mantener, fijado el corazón en eso, en contacto directo, íntimo, profundo, con Dios. Esa verticalidad es un sustento totalmente imprescindible para que nuestro edificio de vida, para que nuestro gozar del mundo sin abandonar a Quien lo ideó, pensó, elaboró y perfeccionó, no nos impida nuestra relación horizontal con nuestros semejantes sin la cual aquella no tendría sentido pues determinaría nuestro abandono del comunitario que tiene la Palabra de Dios, que de su letra de infiere y traduce, para nuestras vidas, con un hacer inmediato y claro. Esa verticalidad, sin la cual abandonamos, voluntariamente (y para esto Dios también nos creó) esa filiación divina que nos constituye en cuerpo y alma, no puede fomentarse en nuestras relaciones políticamente entendidas correctamente, como afectadas por un respeto humano tan alejado de esa unidad de vida (Dios-Fe-hombre-realidad) sin la cual todo nuestro discurso de prédica se queda vacío, permanece falso, se hace hueco.



Por todo esto y por lo mucho que queda, seguramente, por decir o ya se ha dicho, si somos personas que gozan con su Fe; personas que se sienten agraciadas con el amor de Dios; personas que nos valemos de los medios que Él nos da para no abandonarlo; personas que, en fin, no negamos ser su imagen, su semejanza, no podemos, por tanto, hacer como si nuestro antropocentrismo no fuera teocéntrico, como si, una vez nacidos nos hubiéramos desvinculado, para siempre, del seno que nos contuvo y teniendo en cuenta que, además, y como muy pusiera Jeremías (en 1,5) en boca de Dios “antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía” . Y esta unión no podemos olvidarla, aunque siempre nos espere su perdón y misericordia.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital































María, Madre








Lc 1, 26-38





“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’.





Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin’.





María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’. El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios’. Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y el ángel dejándola se fue.







COMENTARIO





Valga este poema, que altera la forma de comentar los textos de las Sagradas Escrituras, para agradecer a María, Madre, que dijera sí de forma tan entregada.





Milagro de fe



(Fiat)







Resuena en nuestros oídos,



lejano el tiempo pero cerca la razón



y el corazón,



ausente de nosotros tanta dicha



pero de perpetua busca, anhelo franco,



el momento en que, llevada por la voluntad,



enamoraste al Padre con tu entrega,



en que, volviendo a hacer presente la raíz de todo,



decidiste caminar junto al Hijo,



supiste ser, María, sazón buena, mejor savia



para la futura esposa de Dios, iglesia por llegar.





Hágase lo que tus labios quisieron decir,



pétalos de rosa del alma



que perpetuaron la eterna doctrina,



río de amor que recorrió el orbe todo,



canto por la vida.



Y pro nobis ora, santa.









JESÚS, tu Madre, madre nuestra, dijo sí y por eso mismo fuimos salvados por el dulce fruto de su vientre. Nunca daremos suficientemente las gracias a aquella joven judía que supo entregarse cuando Gabriel, tu Ángel, la llamó llena de gracia.











Eleuterio Fernández Guzmán







19 de diciembre de 2011

Y Zacarías dudó



Lc 1,5-25

“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.

Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: ‘No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’.
Zacarías dijo al ángel: ‘¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad’. El ángel le respondió: ‘Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva. Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo’.

El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: ‘Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres’.



COMENTARIO

El aviso del próximo nacimiento de quien sería llamado Juan y por labor bautista, le vino al servidor de Dios Zacarías muy de sorpresa. Le produjo en correspondiente estado de alteración que le llevó a dudar de lo que decía Gabriel.

La duda de Zacarías le trajo malas consecuencias porque quedaría mudo hasta que naciera Juan y, así, convendría en que lo que le dijo aquel enviado de Dios era cierto y no tenía que haber dudado de sus palabras.

Cuando llegó el momento se cumplió lo prometido por Gabriel: nació el niño y Zacarías recobró la voz para ponerle por nombre Juan. Había sucedido todo tal y como lo había dicho aquel Ángel que vino, entonces, para poner en el corazón de aquel anciano esposo de Isabel la verdad de Dios.


JESÚS,  tu primo Juan, hijo de Isabel y Zacarías, nació a pesar de la duda que expresó su padre al Ángel Gabriel. Lo mismo nos sucede a nosotros que, en determinadas ocasiones, dudamos de Dios a través de sus enviados.



Eleuterio Fernández Guzmán


18 de diciembre de 2011

María dijo sí



Lc 1,26-38

“En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.

El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin’. María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’. El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios’. Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Y el ángel dejándola se fue.


COMENTARIO

María estaba turbada. Tenía miedo porque la situación que le presentó Gabriel, el Ángel Señor, era muy difícil de entender. La llamó, el enviado de Dios, llena de gracia porque había sido del agrado de Dios su forma de ser.

María podía haber dicho que no porque Dios nos da la libertad, incluso, para rechazarlo. Pero María dijo sí y con aquel Fiat eterno se abrieron las puertas del definitivo Reino de Dios para todos los hijos del Creador.

Acepta María el mensaje de Gabriel: su prima Isabel está esperando un hijo. Tal es prueba más que suficiente del poder de Dios porque a Isabel se le tenía como mujer estéril e imposibilitada de tener hijos. Si Dios hizo aquello con su prima, ¿qué no haría con quien había elegido para ser su Madre?

JESÚS,  tu Madre dijo sí porque siempre había estado esperando la salvación de Israel y, según Gabriel sería hijo del Altísimo y eso era más que suficiente como para que aceptase lo que decía aquel Ángel.


Eleuterio Fernández Guzmán