7 de enero de 2012

Seguir hablando de Dios







“No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal” 

Estas palabras, recogidas por San Lucas, en sus Hechos (18, 9-10), dicen mucho de la situación por la que hoy día pasa la transmisión de la Palabra de Dios. Pero a lo que más nos incita es a proceder sin preocupación al qué dirán y, al fin y al cabo, a no callar.

Entonces, miedo no es una palabra que en la transmisión de la fe podamos tener en cuenta. Sin embargo, no siempre es así porque muchas veces nos dejamos dominar por el respeto humano y no somos capaces de llevar al mundo lo que nos dice nuestro corazón.

En un mensaje que, en el año 2009, dirigió Benedicto XVI a la asamblea plenaria relativa a la Evangelización de los Pueblos propuso lo siguiente: hoy día también existen nuevos areópagos, espacios nuevos donde hacer patente nuestra fe.

De la alocución del Santo Padre, tres momentos podemos destacar que nos convencen de que seguir hablando de Dios es, ciertamente, una obligación grave para cada hijo del Creador.

Objeto de la predicación

Así nos habla Benedicto XVI:

“De manera eficaz, el Siervo de Dios Pablo VI dijo que no se trata solo de predicar el Evangelio, sino de “alcanzar y casi sacudir con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Enseñanzas XIII, [1975], 1448). 

Por lo tanto, no podemos hacer como si fuera suficiente con decir esto o aquello de la Palabra de Dios y, en definitiva, de Su Reino. Tenemos que ir más allá:

-Donde los valores que gobiernan el mundo se han torcido.
-Donde la forma de pensar se ha malversado.
-Donde la constitución de un modelo de vida ha devenido contraria a la voluntad de Dios.
-Donde la humanidad se ha visto zarandeada por vientos de doctrina equívocos.

Seguir hablando de Dios, en tales circunstancias, no deja de ser necesario porque, de otra forma, los valores, el pensamiento, los modelos de vida y la misma humanidad continuarán cayendo por la pendiente por la que se ha visto desbocada.

En qué consiste la predicación

Sobre esto escribió Benedicto XVI:

“Como en otras épocas de cambios, la prioridad pastoral es mostrar el verdadero rostro de Cristo, Señor de la historia y único Redentor del hombre. Esto exige que cada comunidad cristiana y la Iglesia en su conjunto ofrezcan un testimonio de fidelidad a Cristo, construyendo pacientemente esa unidad querida por Él e invocada por todos sus discípulos. La unidad de los cristianos hará, de hecho, más fácil la evangelización y la confrontación con los desafíos culturales, sociales y religiosos de nuestro tiempo”. 

No se trata de que, por ejemplo, esté pasando la humanidad por una situación muy peculiar. Al contrario, es el sino de la misma que, de tanto en tanto, fuertes doctrinas ajenas a los valores cristianos, zahieran a los mismos y traten de imponerse.

¿Qué corresponde hacer ahora?

Bien claro lo dijo Benedicto XVI: “mostrar el verdadero rostro de Cristo”. Por lo tanto, no caben componendas con tal rostro porque es el mismo de Dios.

Así, tanto la unidad de los hijos de Dios dispersos en diferentes visiones religiosas de la misma realidad como el ser fieles a Cristo en lo que eso supone, ha de ser objeto principal de quienes quieren seguir hablando de Dios hoy día.

Y, por ejemplo, la unidad de los cristianos devendrá remedio poderoso contra el Mal que el mundo padece.

Frutos de la predicación

Según la Encíclica Caritas in veritate (n. 79):

Dice Benedicto XVI que es necesaria una “seria consideración de las experiencias de confianza en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divinas, de amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida del prójimo, de justicia y de paz... El anhelo del cristiano es que toda la familia humana pueda invocar a Dios como Padre Nuestro”. 

Plantea, como frutos de la predicación de la Palabra de Dios lo siguiente:

-Confianza en Dios, en la Providencia y en la Misericordias divinas.
-Fraternidad en Cristo.
-El amor.
-El perdón.
-Renunciar a sí mismo como fruto del servicio a los demás.
-Tener en cuenta al prójimo.
-La justicia.
-La paz.

No se puede decir que sean pocos los frutos de la justa predicación que, al ser recogida por los corazones de los discípulos de Cristo, dan un tanto por ciento elevado de corazón de carne frente al anterior corazón de piedra que no perdonaba, que no amaba, que no renunciaba a sí mismo, que no amaba la justicia ni buscaba y promovía la paz.

Por eso, hablar de Dios hoy día, en las circunstancias por las que pasa el siglo, ha devenido algo esencialmente de simple y pura supervivencia de la fe: ante un mundo relativista y hedonista, que los apóstoles modernos prediquen acerca de la voluntad de Dios ha de resultar básico para que la sociedad no caiga, definitivamente, en la fosa de la que tanto habló el salmista y que, llegado el tiempo del reino de Dios a nuestros días, se ha visto agrandada y profunda.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Acción Digital

Sobre el bautismo







"Y proclamaba: ‘Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa  de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.’ Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’ ".
El Evangelio de San Marcos (1, 7-11) recoge el episodio del Bautismo de Jesús a manos de su primo Juan, el Bautista. Aunque aquel que bautizada con agua lo hacía con intención de perdonar los pecados a los que a él acudían, bien sabía que no era quien, ni siquiera, para hacer algo tan humilde como era desatarle la correa de las sandalias a Jesús.
Pero el Bautismo, el de fuego y Espíritu Santo, hace algo más que perdonar los pecados porque incorpora, a quien lo recibe, a la comunidad de los hijos llamados de Dios.
Recoge, a este respecto, el número 1213 del Catecismo de la Iglesia católica  que el Bautismo “es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta de acceso a los otros Sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y hechos partícipes de su misión“.
Por lo tanto, el Bautismo procura muchas ventajas espirituales a quien lo recibe. Así, por ejemplo, nos abre de par en par la vida que es espiritual a la recepción del resto de Sacramentos y nos introduce, de pleno, en la vida de la Iglesia católica como facilitándonos el camino hacia el definitivo Reino de Dios.
Así, cuando Jesús entró en el Jordán para ser bautizado por Juan (aquel que predicaba la conversión y el enderezar caminos espirituales) procuró, para sus futuros discípulos (aquellos otros nosotros y nosotros mismos) que, recibiendo lo que sería Sacramento de su Iglesia, nos viéramos inmersos en el caudal de los hijos de Dios que han tomado conciencia de que lo son.
El Bautismo nos libera del pecado y supone, para nosotros, un nuevo nacimiento. Con él nos hacemos hijos de Dios de forma conscientemente espiritual (no es que antes no lo fuéramos sino que, a modo de perfeccionamiento, el Bautismo, procura tal efecto).
Pero es que, además, el Bautismo nos convierte en hermanos de Jesucristo y nos convierte en aquello que dejó escrito San Pablo en su Primera Epístola a los de Corinto (3, 16-17) cuando dijo “¿No sabéis que sois Templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros? Al que destruya el Templo de Dios, Dios lo destruirá. El Templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros”, con lo cual sirve, nuestro Bautizo, para recordarnos lo que, en realidad, somos.
También, el Bautismo imprime en el alma un carácter tal que haría decir a San Agustín que “Es el sello del Señor con que el Espíritu Santo nos ha marcado para el día de la redención”, y a San Ireneo que es el ”sello de la vida eterna”.
Y todo eso lo procuró Jesucristo cuanto entró en el Jordán buscando perdón para los pecados que no tenía pero para dar ejemplo, a los que podían verlo y a los que podía llegar a sus oídos lo que había hecho, de cómo actúa un hijo de Dios que quiere cambiar su corazón y venir a ser un hijo que en verdad lo es.
Por eso, en la celebración del Bautismo de Nuestro Señor de 2009 el Santo Padre Benedicto XVI dijo que “Con el Bautismo, no nos sumergimos entonces sencillamente en las aguas del Jordán para proclamar nuestro empeño de conversión, sino que se infunde en nosotros la sangre redentora de cristo que nos purifica y nos salva. Es el Hijo amado del Padre, en el que Él se ha complacido, el que nos devuelve la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente ‘hijos’ de Dios.”
Y es que se bautizados supone ser lo que Dios quiere que seamos y nunca menos de lo que el Creador ha procurado para nosotros, descendencia y semejanza suya que no es otra cosa que comunicarnos la vida de la Gracia.
Y aún hay padres católicos que dudan acerca de la necesidad del bautismo de sus hijos y no lo procuran hasta, a lo mejor, muchos meses después de haber nacido e, incluso años, haciendo que sus hijos pierdan un derecho espiritual que merecen por ser hijos de Dios porque el Creador se manifestó complacido con el bautismo de Jesús, Enviado suyo y Él mismo hecho hombre.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en  Análisis Digital

Invitar a la conversión



Mt 4,12-17.23-25

“En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: ‘Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz’.

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: ‘Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca’. Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.”

COMENTARIO

Jesús sigue llevando a cabo su labor evangelizadora y, una vez conoce que Juan es encarcelado y comprende que se va a cumplir lo que estaba escrito en los profetas, continúa cumpliendo su misión.

Lo que Jesús predica es, en primer lugar, la necesidad de hacer penitencia por los muchos pecados en los que había incurrido el pueblo elegido. Con aquella penitencia se pide perdón a Dios por haber sido tan poco fieles.

Muchos confiaron, tuvieron fe, en Jesús porque acudían a Él estando seguros de ser curados de las dolencias del cuerpo y del alma. Acudían a Jesús como quien sabe que va a beber el Agua Viva que los iba a salvar. Y así sucedía.  


JESÚS,  predicas porque sabes que tienes que cumplir la misión que tu Padre te encomendó. Por eso muchos saben que serás un bálsamo de amor para sus dolencias. Y acuden a ti teniendo fe y, por eso mismo, son curados.



Eleuterio Fernández Guzmán


6 de enero de 2012

Se manifiesta Cristo




La Epifanía del Señor



Mt 2,1-12



“Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle’. En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: ‘En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’’.



Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: ‘Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle’.



Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al Niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.





COMENTARIO



Hay personas que llegan a la fe desde los más extraños lugares de la vida y la existencia. Aquellos hombres, probablemente especialistas en mirar las estrellas, se dejaron llevar por una hacia una tierra que estaba muy alejada de la suya. Caminaron para ver a Quien no conocían.



El Mal, que nunca descansa, tenía en Herodes a uno de sus hijos predilectos porque maquinaba terminar con Aquel que ni siquiera conocía tan sólo porque decían que sería el Rey de Israel y no comprendía que su reinado no era de este mundo y nada tenía que temer.



Aquellos hombres, seguramente muy cansados de tan largo viaje, cuando llegan ante la Sagrada Familia, se dan cuenta que sus predicciones habían sido ciertas y que, en efecto, ante ellos tenían al Rey del mundo. Adorarlo no fue más que la consecuencia de la comprensión de que habían conocido, como paganos, a Quien tenía que salvarles.





JESÚS, te llevaron tres regalos que representaban muchas realidades: hombre, Dios, poder omnipotente, sufrimiento en el mundo… Aquellos que cumplieron con su misión sabían, en efecto, que no eras una persona más que había venido al mundo. Y por eso te adoraron que es, justo, lo contrario que nosotros a veces hacemos.





Eleuterio Fernández Guzmán





5 de enero de 2012

Reconocer a Cristo




Jn 1,43-5



“En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: ‘Sígueme’. Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: ‘¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás’.



Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: ‘Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Le dice Natanael: ‘¿De qué me conoces?’. Le respondió Jesús: ‘Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi’. Le respondió Natanael: ‘Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Jesús le contestó: ‘¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores’. Y le añadió: ‘En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre’.



COMENTARIO



Las personas a las que se dirigió Jesús llamándolas solían responder con un sí inmediato. Seguramente verían en aquel Maestro que los llamaba algo especial porque lo dejaban todo (familia, trabajo…) por seguirle.



Reconocen a Cristo como el Mesías esperado por el pueblo de Israel porque dicen que es Aquel de quien habló Moisés y los profetas y que vendrían para salvar al pueblo elegido por Dios. Pero, como luego haría el apóstol Tomás, Natanael duda de lo que le dicen acerca de Jesús.



Al igual que le pasara al apóstol incrédulo Jesús le abre los ojos a Natanael. Ahora cree porque ha visto que aquel hombre hace cosas que superan lo normal: le ha visto cuando ni siquiera él lo veía y, en eso, Natanael creía adivinar un poder muy por encima de lo corriente, algo que sólo podía venir de Dios.





JESÚS, le prometes a Natanael que verán cosas más importantes que el hecho de que tú le vieras a él debajo de una higuera. Sin embargo, es triste reconocer que, a veces, tenemos necesidad de pruebas de tu divinidad.





Eleuterio Fernández Guzmán





4 de enero de 2012

Año nuevo, Paz Eterna











Quien se siente hijo de Dios sabe que la forma de comportarse en el mundo es importante. No vale, por tanto, hacer como si no hubiese relación entre reconocer la filiación divina y lo que cada cual hace en su particular circunstancia.



A eso se le llama “unidad de vida” y supone, para quien la lleva a la práctica, una forma de afirmar su fe y, sobre todo, una forma de manifestar que es quien es porque Quien quiso así lo creó.



Ahora empezamos un nuevo año. El mismo ha de estar lleno de retos y, ante ellos, tenemos que poner nuestra fe por delante y hacer de ella un ariete con el que blandir nuestra creencia.



¿Cuáles son, pues, los retos, para un católico, en el nuevo año?



Por ejemplo, en el ámbito de la secularización a través de la cual el mundo pretende apartarse de Dios, quien se sabe hijo del Creador ha de afirmar su fe dando ejemplo de lo que supone la misma y no cejar en el intento de transmitir, a quien quiera o no quiera escuchar, que creer en Dios y tener fe no es nada malo ni negativo para la persona sino, al contrario, la base sobre la que construir una vida llena de gozo y de esperanza en el Señor.



Por ejemplo, en el ámbito del relativismo, a partir del cual se pretende hacer que todo es igual y, en realidad, tanto da una religión como otra, quien se sabe hijo de Dios ha de hacer ver que la fe que ilumina su vida no es una que lo sea idéntica a otra, como por quitarle importante, sino que supone el acicate sobre el que construir una existencia llena de luz.



Por ejemplo, en el ámbito del respeto a la vida y al aborto, con el que se pretende eliminar, desde la raíz misma la existencia del ser humano, quien se siente hijo de Dios ha de proclamar, antes de que lo hagan las piedras por haber callado quien debe hablar, que el hombre lo es desde el momento de la concepción y que, por tanto, no se puede terminar, de forma totalmente injusta, con una nueva vida sin, por ello, tener ningún cargo de conciencia.



Por ejemplo, en el ámbito de la libertad religiosa, cuando se pretende arrinconar la fe católica, quien se dice hijo de Dios no ha de cesar de defender la fe que tiene si es que no quiere verse retraído en una moderna catacumba que, si bien no será una celda perdida en un abismo olvidado sí será un abismo encontrado en la modernidad del silencio.



Y así podríamos seguir un largo rato porque el nuevo año, como todos los que son de nuestra vida, se abre con incógnitas que, a lo mejor no podemos resolver. Sin embargo, sí que podemos despejar una de ellas que no es otra que el comportamiento que cada uno de los que nos consideramos hijos de Dios tenemos que llevar a cabo.



No debe haber, por lo tanto, duda alguna sobre qué tenemos que hacer: cumplir con nuestra fe y con todo lo que la misma supone.



Hagamos, por lo tanto, rendir los talentos que Dios nos concedió y no seamos como aquel empleado que escondió lo que le dieron por miedo.



Todo esto se puede llevar a cabo. Sin embargo, una grave losa pesa sobre toda iniciativa católica que, en efecto, pueda hacerse efectiva.



Por ejemplo, existe una proyección escasa de determinadas realidades católicas que, así, se quedan en nada; existe una fragmentación de las organizaciones que defienden doctrinas y principios católicos teniendo, por eso mismo, un escaso efecto en las personas que pudieran, siendo incluso católicas, conocerlas; existe una notable desconfianza dentro del propio catolicismo cuando algunas organizaciones o movimientos tratan de hacerse ver en el mundo lo que provoca, en quien esto ve, una falta de seguimiento de los mismos; existe un notable desprecio a manifestar, políticamente, lo que se piensa por parte del católico en expresión de un respeto humano que sobra cuando se quiere hacer real lo que se cree; existe, en el claro ámbito laicista en el que se vive, una falta de creencia según la cual es posible hacer algo más que quedarse mirando a que nuestra fe sea arrinconada y, si eso es posible, preterida socialmente.



Vemos, pues, que no son pocas las tareas que tenemos, frente a nosotros mismos y como un gran reto, los católicos. Así, el nuevo año que empieza e, incluso, en cualquier otro momento del calendario del mundo, quedarnos de brazos cruzados no nos está permitido porque ya dejó escrito san Pablo “¡Ay de mí si no evangelizare!” y no es, tal evangelización, cosa propia de presbíteros o de personas especialmente preparadas (que también) sino a cada cual que se considere hijo de Dios.



Por eso, cuando Benedicto XVI recibió, en mayo de 2010, a los obispos de Bélgica, les dijo algo que no deberíamos olvidar:



"Todos los miembros de la comunidad católica, y más aún los fieles laicos, están llamados a testimoniar abiertamente su fe y a ser fermento de la sociedad, en el respeto de una sana laicidad de las instituciones públicas y de las otras confesiones religiosas. Tal testimonio no se puede limitar a un mero encuentro personal, sino asumir también las características de una proposición pública respetuosa pero legítima, de valores inspirados en el mensaje evangélico de Cristo".



Así, bien podemos decir que tenemos tarea por hacer. Ahora, que cada cual haga lo que Dios le dé a entender pero que no mire para otro lado porque el Creador sigue mirándolo.




Eleuterio Fernández Guzmán



Publicado en Acción Digital

Buscar a Cristo... y encontrarlo




Jn 1, 35-42



“En aquel tiempo, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: ‘He ahí el Cordero de Dios’. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: ‘¿Qué buscáis?’. Ellos le respondieron: ‘Rabbí —que quiere decir, “Maestro”— ¿dónde vives?’. Les respondió: ‘Venid y lo veréis’. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: ‘Hemos encontrado al Mesías’ —que quiere decir, Cristo—. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: ‘Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas’ —que quiere decir, ‘Piedra’".



COMENTARIO



Seguramente aquellos que habían oído hablar de aquella persona de la que Dios había dicho que era su hijo amado tenían interés en conocerla. El Creador llamó a quien quiso y algunos de ellos respondieron.



Buscaban a Jesús porque Juan el Bautista había dicho de Él que era el Cordero de Dios y ellos sabían que quien tal fuese el Enviado del Creador para salvar al mundo. Y fueron donde vivía y se quedaron para conocerlo y, ya, para siempre.



Jesús reconoce, en Pedro, a la persona que cambiará el mundo. Le cambia, por eso, el nombre. Ya no se llamará Simón sino Cefas, Piedra, porque sobre la misma edificará su Iglesia. Y supieron que, al fin, había venido al mundo quien tanto habían estado esperando.





JESÚS, aquellos que te buscaban querían conocerte y saber si, en efecto, eras el Mesías. Te reconocieron como el Enviado de Dios y se quedaron contigo. Quiera Dios que nosotros también te prefiramos al mundo y te tengamos siempre en el corazón.





Eleuterio Fernández Guzmán





3 de enero de 2012

El Cordero de Dios


Jn 1,29-34



“Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: ‘He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios’".



COMENTARIO



Juan señala a Jesús como Aquel que había enviado Dios para salvar al mundo. Lo llama Cordero de Dios porque como tal será, cuando eso llegue, entregado al matadero de la humanidad corrompida por el odio y el deseo de venganza.



Cuando Jesús sale del río Jordán el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendió sobre Él y Dios lo nombró como su hijo predilecto. Así se lo había hecho saber el Creador y así se cumplió.



Juan el Bautista es testigo de todo aquello que pasa y por eso sabe que, aún sin conocer que era el hijo de María, tía suya, Jesús es Quien el pueblo de Israel estaba esperando con ansia de ser salvado.





JESÚS, Juan el Bautista sabe que eres el Cordero de Dios. Tú sabes mejor que él porque tal denominación te corresponde y así lo demostrarás cuando, a su tiempo, corresponda. Nosotros no deberíamos olvidar que eso significa que eres el Hijo de Dios y el Mesías y que debemos mirarte como Quien eres.





Eleuterio Fernández Guzmán





2 de enero de 2012

Año nuevo, Paz eterna







El título del Mensaje que Benedicto XVI escribió para el día primero del año 2009, Jornada Mundial de la Paz, era, es, bastante clarificador de una intención: “Combatir la pobreza, construir la paz”. En tal Mensaje se sentaban las bases para comprender que la paz se construye, en realidad, solucionando la pobreza en el mundo.

Recordó Benedicto XVI que el Beato Juan Pablo II Magno, en su encíclica Centesimus annus, concretamente en su número 28, ya dejó escrito que “los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos”.

Por tanto, paz y pobreza van de la mano, en una relación inversa: a más pobreza menos paz.

Por eso el Beato Juan Pablo II Magno, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, entendió que “Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial”.

Decía, así, el que fuera Papa venido desde la otra parte del telón de acero, que lo que se ve afectado con la pobreza es la misma dignidad de la persona porque si hay algo que el ser humano no puede ver minusvalorada es, precisamente, su dignidad que, por el mismo hecho de ser persona, tiene y le corresponde.

De aquí que se dijera (no el Beato Juan Pablo II, claro), en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1969 que “La paz peligra cuando al hombre no se reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad”.

Por todo lo dicho hasta aquí, el nuevo año que comenzamos debería ser un tiempo en el que la paz, entendida como ausencia de pobreza, caminara con firmeza por la senda segura de la caridad.

Para conseguir que la lucha contra la pobreza sea efectiva recomendó Benedicto XVI lo que llamaba “solidaridad global” porque, efectivamente, la pobreza tiene un sentido esencialmente global. Y recogía sobre esto algo que el Beato Juan Pablo II Magno, en la encíclica citada arriba (Centesimus annus) dejó escrito: “Una de las vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana”.

Y, en tal sentido, decía Benedicto XVI, “Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones” que tanto daño hacen al ser humano marginado del desarrollo económico global.

Por eso es importante lo que Pablo VI, en su Carta encíclica Populorum progressio denomina “El orden querido por Dios” no pueda sostenerse sobre desigualdades que hagan, al mismo, insostenible sino que, al contrario, cada cual ha de reconocer “la propia responsabilidad” para promover, en el sentido aquí referido, la paz. Por eso en la responsabilidad que a cada cual le toca hacer frente (paz y responsabilidad referidas en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1979) corresponde al interior de cada persona vivir, en su corazón, la realidad paz-pobreza porque, de tal manera, acabará alcanzando “a toda la comunidad política” (Catecismo de la Iglesia católica, 2317) y, así, a toda la humanidad.

Abunda en lo mismo Benedicto XVI en el Mensaje citado supra cuando dijo “De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos problemas”.

Por otra parte, como no podía ser menos, el Santo Padre, se refirió a la globalización como un fenómeno que puede colaborar para fomentar la paz mundial pero de una forma que los partidarios de la primera quizá no entiendan. Decía que “La globalización pone de manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora impensables”.

Por eso, cuando el evangelista Lucas escribió (y así lo recogía Benedicto XVI) aquella expresión de Cristo “dadles vosotros de comer” (Lc 9:13) vino a decir, preferentemente, y tal es la labor de la Iglesia católica, sed sembradores de paz.

¡Feliz año a todos los lectores!

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Y el Bautista anunciaba a Cristo




Jn 1,19-28

“Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: ‘¿Quién eres tú?’. El confesó, y no negó; confesó: ‘Yo no soy el Cristo’. Y le preguntaron: ‘¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?’. El dijo: ‘No lo soy’. ‘¿Eres tú el profeta?’. Respondió: ‘No’. Entonces le dijeron: ‘¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?’. Dijo él: ‘Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías’.

Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?’. Juan les respondió: ‘Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia’. Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

COMENTARIO

Había muchos poderosos a los que no gustaba lo que decía Juan el Bautista en el Jordán. Predicaba la venida del Mesías y, por eso mismo, acuden a preguntarle si era él el que tenía que venir o no lo era.

Sabe Juan que no es el Cristo. Sin embargo sí sabe a la perfección quién es: el que ha de preparar los caminos para que el Mesías siembre la semilla del Amor y la Misericordia. Y les dice que han de cambiar su forma de ser (“rectificar el camino”) porque aquella no es la que Dios quiere para sus hijos.

El que ha de venir ha de bautizar no con agua, como hace Juan con la del río Jordán, sino con Espíritu Santo, con fuego que purifica las almas y cambiar, con su fuerza, los corazones de aquellos que sean bautizados de tal forma.


JESÚS,  tu primo Juan al predicar te citaba sin citarte. Sabía que pronto vendría el Cristo, el Mesías. Se sabía humilde que es, exactamente, la forma en la que deberíamos proceder nosotros en nuestra vida.



Eleuterio Fernández Guzmán


1 de enero de 2012

María, Madre de Dios y madre nuestra


 María, Madre de Dios y Madre nuestra



1 de Enero: Santa María, Madre de Dios

Lc 2,16-21

“En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.”

COMENTARIO

Todo se va cumpliendo según le dijera el Ángel Gabriel a María en el momento de la Anunciación. Ha nacido Jesús y aquellos que han tenido conocimiento del nacimiento acuden a adorarlo como hijo de Dios.

Los pobres pastores saben que el niño que ha nacido y que les ha sido anunciado por el Ángel y el coro de ángeles es alguien muy importante. Cuenta a los que pueden oírlo que una aparición del cielo les dijo el sitio donde estaría aquel niño y todos se dan cuenta de que no es uno más de entre ellos aún siéndolo.

Según la ley circuncidan al niño y le ponen por nombre Jesús como le había dicho el Ángel a María. Antes de que el Espíritu Santo la cubriera con su sombra quedó todo establecido y María, que había dicho sí al Enviado de Dios, guardó todo en su corazón.

JESÚS,  tu Santo Nombre quiere decir Dios salva y, como tal salvador, has venido al mundo, otra vez a recordarnos que tu nacimiento fue obra del Creador y que, por eso mismo, eres su Hijo predilecto, su amado, su escogido.



Eleuterio Fernández Guzmán